Refugio de relatos íntimos; placer, dolor y conclusiones de cargar sobre nuestra espalda la experiencia. Escrito y producido por Fernando Benavides / Voz: Fernanda Tapia Diario de una esclava: Escrito por Fernanda Tapia
Era una mujer hermosa, con el cabello negro a los hombros y dentro de su pecho un buen corazón. Escuchaba música en la noche después de trabajar en la tienda. La habían condenado al fracaso de la rutina, a seguir con el negocio familiar; pero ella no quería, no quería entregarse ahí, ni tomar el mismo café en la misma cafetería con las mismas personas. No quería ser parte del sonido cotidiano de un pueblo al norte del país. Escrito por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia
Era una mujer hermosa, con el cabello negro a los hombros y dentro de su pecho un buen corazón. Escuchaba música en la noche después de trabajar en la tienda. La habían condenado al fracaso de la rutina, a seguir con el negocio familiar; pero ella no quería, no quería entregarse ahí, ni tomar el mismo café en la misma cafetería con las mismas personas. No quería ser parte del sonido cotidiano de un pueblo al norte del país. Escrito por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia
Era un hombre sin habilidades sociales, tampoco era bien parecido. No era alto, no era rubio, no tenía facilidad de palabra, incluso estaba destinado al silencio, a ser testigo de un mundo que no lo requería como protagonista. La tristeza infinita de no estar a la altura de la vida que estaba viviendo. Escrito y producido por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia
Era un hombre sin habilidades sociales, tampoco era bien parecido. No era alto, no era rubio, no tenía facilidad de palabra, incluso estaba destinado al silencio, a ser testigo de un mundo que no lo requería como protagonista. La tristeza infinita de no estar a la altura de la vida que estaba viviendo. Escrito y producido por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia
Era un hombre enfermo de sonidos, buscando encontrar un lugar donde el rocío se convierta en llovizna y la llovizna en lluvia constante, y por la tarde llegaran los relámpagos y hubiera tormenta a las 6 de la tarde, y de pronto sólo sonara la lluvia mientras tomaba un café. Escrito y producido por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia.
Era un hombre enfermo de sonidos, buscando encontrar un lugar donde el rocío se convierta en llovizna y la llovizna en lluvia constante, y por la tarde llegaran los relámpagos y hubiera tormenta a las 6 de la tarde, y de pronto sólo sonara la lluvia mientras tomaba un café. Escrito y producido por Fernando Benavides Voz: Fernanda Tapia.
En el término del año se deciden algunos símbolos, algunos que se llevarán por siempre en la tinta que ataca la piel; el color y el dolor de la maquina que tatúa y convierte el cuerpo en un pergamino con símbolos que marcan un momento, una sensación, un recuerdo que no se borrará. En la continuación de la serie "Diario de una esclava" Fernanda Tapia nos narra un capitulo más de ese trayecto que deambula en las sensaciones prohibidas... de una esclava sumisa y placentera.
En el término del año se deciden algunos símbolos, algunos que se llevarán por siempre en la tinta que ataca la piel; el color y el dolor de la maquina que tatúa y convierte el cuerpo en un pergamino con símbolos que marcan un momento, una sensación, un recuerdo que no se borrará. En la continuación de la serie "Diario de una esclava" Fernanda Tapia nos narra un capitulo más de ese trayecto que deambula en las sensaciones prohibidas... de una esclava sumisa y placentera.
La continuación de la historia de un hombre que perseguía a la lluvia, en un intento de encontrar sin final, con un sueño que no deja descansar y llevar en la mente la enfermedad de los sonidos, sonidos que no dejan recovecos en las noches tranquilas. No hay paz en la búsqueda. Voz: Fernanda Tapia Escrito por Fernando Benavides.
La continuación de la historia de un hombre que perseguía a la lluvia, en un intento de encontrar sin final, con un sueño que no deja descansar y llevar en la mente la enfermedad de los sonidos, sonidos que no dejan recovecos en las noches tranquilas. No hay paz en la búsqueda. Voz: Fernanda Tapia Escrito por Fernando Benavides.
Hay hombres que odian la lluvia y otros que continuamente buscan mojarse de recuerdos. Esta es esa historia, la historia de un hombre que perseguía a la lluvia; porque en ocasiones uno se entrega a una búsqueda, y se convierte en eso, en la propia búsqueda de algo, que es nuestro destino. Voz: Fernanda Tapia Escrito por: Fernando Benavides
Hay hombres que odian la lluvia y otros que continuamente buscan mojarse de recuerdos. Esta es esa historia, la historia de un hombre que perseguía a la lluvia; porque en ocasiones uno se entrega a una búsqueda, y se convierte en eso, en la propia búsqueda de algo, que es nuestro destino. Voz: Fernanda Tapia Escrito por: Fernando Benavides
Si ella hubiera sido mi única oportunidad de amar, la tomaría; Si ella hubiera sido mi última oportunidad de sentir, la disfrutaría; Si ella hubiera sido mi más grande ruptura, aún así lo viviría; y quizá ella fue todo eso, pero aún no lo sé. Sigo eclipsado por el dolor y no puedo reprochárselo por todo el placer que me dio, tan natural en ella, tan a la mano el abandono. Voz: Fernanda Tapia Escrito y producido por Fernando Benavides
Si ella hubiera sido mi única oportunidad de amar, la tomaría; Si ella hubiera sido mi última oportunidad de sentir, la disfrutaría; Si ella hubiera sido mi más grande ruptura, aún así lo viviría; y quizá ella fue todo eso, pero aún no lo sé. Sigo eclipsado por el dolor y no puedo reprochárselo por todo el placer que me dio, tan natural en ella, tan a la mano el abandono. Voz: Fernanda Tapia Escrito y producido por Fernando Benavides
Mis contribuciones al amor han sido pocas. Mis pies no han sido vastos para el mundo, ni mis palabras suficientemente fuertes, o suficientemente rotas para alcanzar la inmortalidad. Mi moral se ha balanceado de un lugar a otro sin definir una batalla digna, ni he ganado la guerra encarnizada del amor hasta la muerte. En realidad soy un pedazo de todo lo que no busca respeto y huye del descanso. Voz: Fernanda Tapia Escrito por: Fernando Benavides
Mis contribuciones al amor han sido pocas. Mis pies no han sido vastos para el mundo, ni mis palabras suficientemente fuertes, o suficientemente rotas para alcanzar la inmortalidad. Mi moral se ha balanceado de un lugar a otro sin definir una batalla digna, ni he ganado la guerra encarnizada del amor hasta la muerte. En realidad soy un pedazo de todo lo que no busca respeto y huye del descanso. Voz: Fernanda Tapia Escrito por: Fernando Benavides
Debo tener entre el corazón y la espalda más de cien muertes que habitan en mi y no me dejan descansar y, cada tanto, me piden que hable por ellas. Debe ser por eso que también escribo del amor muerto que tantas veces he enterrado. Ahora ya no soy quien debía ser, las cosas han cambiado y el triunfo como lo pensaba se ha escapado tantas veces que casi no pienso en él.
Debo tener entre el corazón y la espalda más de cien muertes que habitan en mi y no me dejan descansar y, cada tanto, me piden que hable por ellas. Debe ser por eso que también escribo del amor muerto que tantas veces he enterrado. Ahora ya no soy quien debía ser, las cosas han cambiado y el triunfo como lo pensaba se ha escapado tantas veces que casi no pienso en él.
¿Qué pasa cuando tenemos una pequeña probada del BDSM en una noche de placer, sonrisas y deseos? Esto es lo que podemos descubrir en 50 sombras de Fer, el show de Fernanda Tapia donde encontrarás látigos, nalgadas y una dosis de esos momentos prohibidos que dan sentido a la vida.
¿Qué pasa cuando tenemos una pequeña probada del BDSM en una noche de placer, sonrisas y deseos? Esto es lo que podemos descubrir en 50 sombras de Fer, el show de Fernanda Tapia donde encontrarás látigos, nalgadas y una dosis de esos momentos prohibidos que dan sentido a la vida.
Escribo porque no se hacer otra cosa mas que recordar. Acomodo las palabras sin saberlo, sólo dejando que los muertos y los fantasmas me digan qué hacer sin que yo lo consienta. Los lugares donde he estado me dejan marcado el hígado, los oídos y el corazón; que se hacen nudo y no se vuelven a desenredar jamás.
Escribo porque no se hacer otra cosa mas que recordar. Acomodo las palabras sin saberlo, sólo dejando que los muertos y los fantasmas me digan qué hacer sin que yo lo consienta. Los lugares donde he estado me dejan marcado el hígado, los oídos y el corazón; que se hacen nudo y no se vuelven a desenredar jamás.
Hace tiempo estaba en forma para amar por última vez. Tenía todos los elementos: una bella mujer, tardes lluviosas, música de entrañas, buenos escritores muertos y el casi completo desinterés de la persona a la que había decidido amar. Lo tenía todo, y necesitaba recordar la emoción de amar, sin ser deseado.
Intento arreglar mi alma bajo la lluvia. Casi siempre cuando cae un relámpago y me encuentro una moneda en la calle; casi siempre, con calma para que no quede más hecha pedazos de lo que ya me ha dejado mi último amor. A veces recuerdo los buenos momentos que pude ver y los que ocurrieron en la oscuridad.
La ciudad llovía whisky. Afuera algunos borrachos dormían en la calle sin que les importara el mundo, si es que aún tenían uno. Estaba Sam que por lo regular era un buen borracho. No le hacía mal a nadie pero, trataba de hacer lo mejor posible pero el seso no le daba más. Así que todas las veces que lo intentaba terminaba acostado en la calle, con la bragueta abajo y el pellejo de fuera.
El cielo habla el lenguaje de los perros; desesperado, sediento, cerca de la humedad y lejos de la mujer. Retumba como la noche en la que murió Saramago, la noche que anunció años de calamidades sobre mi espalda y no pude hacer nada; mas que ir con algún amigo y pedir una botella de alcohol y llorar por la mujer que no fue mía. Usualmente no tenemos lo que queremos, sino lo que necesitamos.
Tenemos el polvo del intento. Todo acaba. Vamos a empezar de nuevo, a cruzar el desierto, a encontrar el sol y retarlo y después pedirle perdón. Pensamos por un momento que podíamos cambiar la realidad y lo hicimos por unos cuantos meses, por unos cuántos meses fuimos otra persona, luego la realidad pasó sobre nosotros como carreta tirada por cien caballos furiosos y desbocados.
Maria me hizo llegar un mensaje. Era un día nublado y el frío corría por las calles, entre la gente, y se doblaba en cada esquina, buscándonos a todos con bastante éxito. Tenía una buena racha escribiendo públicamente así que Maria me hizo llegar ese recado. “Le admiro mucho” apenas decía el papel. Busqué de quién era el mensaje, pero no encontré a nadie. Se había esfumado.
Todo esto lo contamos ahora a través de la radio… porque después de tanto entramos de nuevo a las ciudades, y hemos visto lo que había. Los libros y el arte, y algunos lugares que eran hermosos también. Aquel era un mundo complejo, y ahora quitamos la ceniza de las cosas, y prendemos de nuevo los transmisores, y vimos que por el aire podían correr de nuevo las voces.
Luego llegaron los días donde el calor entraban por debajo de las puertas, y por las ventanas, un calor diferente. La gente salió a las puertas de sus casas y vio, entonces, el cielo rojo. El calor que venía de aquel cielo era distinto al de los demás días, porque no era rojo por el sol, ni era el calor del sol.
Esta es la historia del mundo, de una parte de él, porque los hombres no supieron hablar el lenguaje de los animales, y los animales se olvidaron del hombre, después comenzó a caer ceniza en todos los países, por eso se le conoce a esa época como la época de los hombres de ceniza, y llegó la época en que las cosas fueron las últimas del mundo, y después vino la gran depresión, y sólo tenemos algunas historias de lo que hubo antes, porque ahora, no tenemos nada y por eso tenemos todo.
Hace tiempo estaba en forma para amar por última vez. Tenía todos los elementos: una bella mujer, tardes lluviosas, música de entrañas, buenos escritores muertos y el casi completo desinterés de la persona a la que había decidido amar. Lo tenía todo, y necesitaba recordar la emoción de amar, sin ser deseado.
Intento arreglar mi alma bajo la lluvia. Casi siempre cuando cae un relámpago y me encuentro una moneda en la calle; casi siempre, con calma para que no quede más hecha pedazos de lo que ya me ha dejado mi último amor. A veces recuerdo los buenos momentos que pude ver y los que ocurrieron en la oscuridad.
La ciudad llovía whisky. Afuera algunos borrachos dormían en la calle sin que les importara el mundo, si es que aún tenían uno. Estaba Sam que por lo regular era un buen borracho. No le hacía mal a nadie pero, trataba de hacer lo mejor posible pero el seso no le daba más. Así que todas las veces que lo intentaba terminaba acostado en la calle, con la bragueta abajo y el pellejo de fuera.
El cielo habla el lenguaje de los perros; desesperado, sediento, cerca de la humedad y lejos de la mujer. Retumba como la noche en la que murió Saramago, la noche que anunció años de calamidades sobre mi espalda y no pude hacer nada; mas que ir con algún amigo y pedir una botella de alcohol y llorar por la mujer que no fue mía. Usualmente no tenemos lo que queremos, sino lo que necesitamos.
Tenemos el polvo del intento. Todo acaba. Vamos a empezar de nuevo, a cruzar el desierto, a encontrar el sol y retarlo y después pedirle perdón. Pensamos por un momento que podíamos cambiar la realidad y lo hicimos por unos cuantos meses, por unos cuántos meses fuimos otra persona, luego la realidad pasó sobre nosotros como carreta tirada por cien caballos furiosos y desbocados.
Maria me hizo llegar un mensaje. Era un día nublado y el frío corría por las calles, entre la gente, y se doblaba en cada esquina, buscándonos a todos con bastante éxito. Tenía una buena racha escribiendo públicamente así que Maria me hizo llegar ese recado. “Le admiro mucho” apenas decía el papel. Busqué de quién era el mensaje, pero no encontré a nadie. Se había esfumado.
Todo esto lo contamos ahora a través de la radio… porque después de tanto entramos de nuevo a las ciudades, y hemos visto lo que había. Los libros y el arte, y algunos lugares que eran hermosos también. Aquel era un mundo complejo, y ahora quitamos la ceniza de las cosas, y prendemos de nuevo los transmisores, y vimos que por el aire podían correr de nuevo las voces.
Luego llegaron los días donde el calor entraban por debajo de las puertas, y por las ventanas, un calor diferente. La gente salió a las puertas de sus casas y vio, entonces, el cielo rojo. El calor que venía de aquel cielo era distinto al de los demás días, porque no era rojo por el sol, ni era el calor del sol.
Esta es la historia del mundo, de una parte de él, porque los hombres no supieron hablar el lenguaje de los animales, y los animales se olvidaron del hombre, después comenzó a caer ceniza en todos los países, por eso se le conoce a esa época como la época de los hombres de ceniza, y llegó la época en que las cosas fueron las últimas del mundo, y después vino la gran depresión, y sólo tenemos algunas historias de lo que hubo antes, porque ahora, no tenemos nada y por eso tenemos todo.
Ahora se ha olvidado cómo eran las ciudades, y cómo fue que llegamos a ser una raza tan grande, y cómo aprendimos que es más importante observar a ser grande, porque observar da grandeza y calma la respiración. Respirar es bueno, suspirar también es bueno, solo que la gente no lo hacía, antes, tan seguido, pero cuando lo hacía, se daba cuenta que éramos diferentes a las rocas y a las plantas y al pasto que crecía a las orillas de la ciudad, un pasto salvaje llevado por el viento.
Las ciudades eran pobladas, cada vez había más gente, que corrían por sus calles, las calles eran como venas y la gente como sangre. Alguna sangre tenía más pasión que otra, y las pasiones eran distintas, pero de todas las pasiones, la más noble era la de la música, porque hacía sentir a la gente alegre cuando estaba triste, y hacía recordar otras épocas, épocas de cuando se está acompañado, o cuando se está solo.
Así que antes de que el cielo ardiera, existió la desesperanza. Lo hombres se alimentaban de animales y acabaron con los animales, se alimentaban de las plantas y acabaron con las plantas. Y el agua que siempre se supo era escasa se terminó, y no bastaron las voces que dijeron una y otra vez que se iba a acabar todo aquello. No bastaron.
Poco antes del fin del mundo… existió la palabra. Había ciudades, y en las ciudades habitaban los hombres, que algunos eran buenos, y luego pocos lo fueron. También había interés por hacer algunas cosas, algunas cosas también eran buenas, pero también, después, fueron pocas las cosas buenas, y luego fueron pocas las cosas.
Después de muchos años Elena mandó una carta; pequeña, casi imperceptible. Tan honesta que casi desaparecia. Una carta que sólo decía: "Espero pases un feliz fin de año, espero ya no hacerte más daño". Miguel tomó la carta en sus manos, la hizo una bola de enojo y la aventó a una esquina.
Una vez tomé 6 botellas de vino con una mujer, ella tenía la nariz perfecta, usaba lentes, y tenía un pecho que salía de su brassiere como si fuera un preso que pedía a gritos su libertad y por fin se la fueran a dar, apenas, después de la lenta espera a una condena injusta.
La tarde se encontraba herida y todo era confuso. Quería salir de la vida que llevaba, aunque era buena y solitaria, y me había dejado más de lo que podía esperar, entre mujeres –mujeres bellas–, con algo de magia venida de su locura; entre el alcohol, botellas que no acababan y la lluvia que regresaba. Era una buena vida; pero había encontrado a una chica que me había ofrecido algo que nunca antes había tenido: Un abismo.
Comencé a amar a una mujer que no me amó, pero no fue brusca, fue amable. En cierta forma fue buena persona, y yo había viajado a la isla de la perdición y fui expulsado por descubrir que soy el hijo del diablo. Comencé a pensar que había salvación y que sería fácil encontrar paz con la mujer trigueña, casi virginal que no me amó.
Pocas veces he visto el fin del mundo en los ojos de una persona, la mayor parte de las veces los he visto sólo en los de una chica, cuando está en cama y concibe el amor por primera vez, ese amor tan silvestre, que empieza con la ropa cayendo y madura en el abrazo de pechos desnudos, piel que invade el frío y la madrugada componiendo plegarias a las vigas de un viejo edificio.
Quizá sea que cuando debí tener pequeñas novias no las tuve, quizá sea porque en el tiempo en que debí subirme a una bicicleta no lo hice y me mandaron a vivir a otro lugar, lejos, con tíos y primos abandonados. Quizá sea porque cuando pensé que podía vivir tranquilamente en casa tomé un autobús y me fui lejos, a conocer la noche.
No se por qué recuerdo tanto ese camino de tierra, lleno de calor, con el mar a unos pasos y después… nada. La muerte silenciosa que te encuentra si te adentras lejos de la vista de las tortugas. No sé por qué recuerdo entrar a esos lugares, áridos, con gruesas gotas de sudor corriendo por la frente y el sol obligando a cerrar los ojos.