No somos máquinas.
Los tres misisipis combinan el código genético de un festival de música con el de una vaquita marina para ver si logran extinguirlos.
Los tres misisipis, para quitarse la hueva, limpian la cocina y se ponen a cocinar milanesas.
Los tres misisipis aúllan de la tristeza por todo el dolor que sufren las niñas de 48 años.
Los tres misisipis, cada uno desde su percepción alterada, pasan revista de la fauna que habita los acotamientos de la supercarretera de la información.
Los tres misisipis hacen cosas buenas que parecen delito y Dios los castiga… por prietos.
Los tres misisipis por fin dejan de pelear para acordar una verdad absoluta: las chichonas nunca fueron para tanto.
En plena boda, los tres misisipis descubren que son la mujer del proceso y salen corriendo como Naruto.
Los tres misisipis descubren a la mala que adentro de cada Lotso habita una Paquita la del Barrio.
Los tres misisipis examinan sus vidas y descubren que todos sus hábitos son marcas de pobreza.
Los Tres Misisipis aplican algunos cambios y descubren, resignados, que siguen chiflando a su máuser.
Los tres misisipis organizan una última pachanga en Tepito para rapiñar lo rebanado.
Los tres misisipis se pierden en las profundidades del Méjico mágico para encontrar a su Cepillín interior.
Los tres misisipis abren un consultorio de psiquiatría con una sola regla: no atender gordas.
Los tres misisipis van a abortar a un lote baldío, ya con las almas muy separadas por tanto grito.
Los tres misisipis se envuelven en una bandera mejicana y, para no desentonar con sus coterráneos, hacen un ridículo internacional.
Los tres misisipis se ponen sus pelucas, sus narices y sus zapatotes para descubrir que hay cosas que es mejor no saber.
Los tres misisipis se peinan, se perfuman y aterrorizan a las feministas de la oficina a punta de buenos modales.
Los tres misisipis les reclaman a sus amigos porque descubren que ya estaban muertos y no les habían dicho.
Los tres misisipis se saltan el primer tiempo de la dictadura y descubren —no podía saberse— que siempre tuvieron la segunda mitad adentro.
Antes de su despedida, los tres misispis recuerdan con cariño al maestro del que más mañas han aprendido: el Licenciado Andrés Manuel López Obrador.
Los tres misisipis, después de hacer sus labores domésticas, se ponen a jalar en un empleíto para el que están sobrecalificados.
Los tres misisipis se ponen sus zapatos de tacón, sus pelucas y sus vestidos para inaugurar los Juegos Olímpicos de París 2024 con los huevos de fuera.
Los tres misisipis se acuerdan de sus eventos canónicos con malas muniers, despotrican y le pegan a la pared.
Los tres misisipis, cansados de cargar con tanto rebane, le delegan al becario un episodio completo. ¿Qué podría salir mal?
Los tres misisipis reúnen a sus sobrinos para, como parte de su formación como ongres de bien, obligarlos a reírse de sus chistes.
Los tres misisipis salen a marchar porque se sienten muy orgullosos de tener pene y ejercerlo.
Los tres misisipis, hartos de que nadie les festeje el Día del Padre, adoptan morrillos ajenos para que al menos les festejen el Día del Cuyeyo.
Los tres misisipis se ponen capa, leggings y el calzón por fuera para defender a los más débiles de las injusticias de la vida.
Los tres misisipis, después de una larga lucha contra los pendejos, llegan a su destino final, donde descubren que solo hay un espejo.
Tras evaluar si es mejor tomar una jarra de meados o un shot de caca, los tres misisipis salen a ejercer su derecho al voto.
Los tres misisipis van a un restaurante al aire libre y descubren una red de torturadores de perros a los que les gusta tenerlos amarrados a sillas durante horas.
Los tres misisipis descubren que el futuro es fácil, se agarran los huevos (del eclipse) y se ponen a jalar.
Después de mucho caminar, los tres misisipis voltean hacia atrás y descubren que ya están muy alejados de todo.
Los tres misisipis estudian el Evangelio y descubren que, o le copiaron todo su contenido a Cristo, o viceversa.
Los tres misisipis viven demasiado y se convierten en lo que siempre juraron destruir: los villanos de una historia bien contada.
Los tres misisipis sufren una terrible decepción al descubrir que el Óscar que se ganaron no es una estatuilla, sino un plomero de Los Ángeles.
Los tres misisipis se ponen un pañuelo morado, se sacan las chichis y salen a marchar para exigir sus derechos.
Los tres misisipis aprovechan que febrero tiene un día más para hacer lo que nunca habían hecho: presumir que tienen uno más que tú.
Los tres misisipis se ponen un pañal, se suben a una bicicleta y se entregan a los designios del tiempo para terminar de convertirse en lo que siempre fueron: unos viejillos miados.
Los tres misisipis se ponen sus suéteres de jerga, van al parque Naucalli y cantan canciones de Fernando Delgadillo mientras la audiencia se queda dormida.
Los tres misisipis participan en una prueba diseñada para poner en evidencia que solo saben que no saben nada.
Los tres misisipis llegan al 2024 igual que han llegado a los últimos dieciocho años: en los puros rines.
Los tres misisipis usan sus redes sociales para exhibir su vida privada y, como era de esperarse, les sale el tiro por la culata.
Los tres misisipis, vencidos por los achaques de la edad, se ven en la penosa necesidad de irle al América.
Los tres misisipis reflexionan y descubren que sufren de dos padecimientos que podrían, pero no quieren revertir: la obesidad y la masculinidad tóxica.
Los tres misisipis se lanzan por la grande y la encuentran, sólo para descubrir que la grande no era la que se imaginaban.
Los tres misisipis dan un salto cuántico y, al mismo tiempo, recomiendan ir y no ir a terapia.
Los tres misisipis le dan un sorbo a su torta ahogada y salen en busca de gente chida, pero no batallan para encontrarla: los misisapiens somos multitud.
Los tres misisipis se ponen sombrero, le suben a las rolas de Elías Medina y prenden el asador afuera del estadio de Rayados porque siempre han sido regios.
Los tres misisipis le ponen correa a sus perros qlazos y los sacan a pasear en la Ciudad de México.
Los tres misisipis aprenden a hablar argentino para entrevistar a Cristian Castro y descubren que la locura y la genialidad siempre van de la mano.