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This sermon centers on the healing of the woman with a chronic issue of blood in Luke 8:43–48, using her story to illustrate the gospel's core truth: salvation is not found in human effort, words, or rituals, but in faith alone in Jesus Christ. The woman's condition—diseased, destitute, and desperate—serves as a powerful metaphor for the sinner's spiritual state: isolated by sin, bankrupt in resources, and hopeless apart from divine intervention. Her act of touching Christ's garment, though silent and unorthodox, reveals the essence of saving faith—trusting in Christ's person and power, not in one's own works or prayers. The sermon emphasizes that true healing comes instantly and completely through faith in Christ, who offers immediate peace, restoration, and adoption into God's family. It calls all who are spiritually broken to abandon self-reliance, repent, and reach out in faith to Jesus, the only remedy for the soul's deepest ailment.

Este sermón presenta una profunda reflexión teológica sobre la obra redentora de Jesucristo, centrada en dos aspectos fundamentales: Su propiciación y Su compra de la salvación. Destaca que el sacrificio de Cristo en la cruz no fue un mero ejemplo moral o un gesto simbólico, sino un acto divino que satisfizo plenamente la justa ira de Dios apartándola mediante su perfecta obediencia y su ofrenda sin pecado, aplacando así la justicia de Dios y restaurando la relación rota por el pecado humano. El sermón subraya que la obra de Cristo no se limita al perdón, sino que incluye la compra de la reconciliación -el restablecimiento de una relación viva e íntima con Dios- y la herencia eterna de la vida eterna, asegurada por su sangre y garantizada para todos los que crean a lo largo de todas las épocas. Basándose en pasajes clave como Romanos 3, Colosenses 1 y Hebreos 9, afirma la suficiencia intemporal de la expiación de Cristo, demostrando que los santos del Antiguo Testamento se salvaron por la fe en el Mesías venidero, al igual que los creyentes de hoy se salvan por la fe en su obra consumada, lo que convierte a Cristo en el único mediador entre Dios y la humanidad a lo largo de la historia. El mensaje llama tanto a los creyentes como a los no creyentes a una profunda reverencia por Cristo, instando a una vida de continua meditación, adoración y proclamación de su obra salvadora.