Escucha esta serie de libros educativos y muy espirituales. Disfruta, aprende y comparte.
Como cuarenta días después del nacimiento de Jesús, José y María le llevaron a Jerusalén, para presentarle al Señor y ofrecer sacrificio. Ello estaba de acuerdo con la ley judaica, y como substituto del hombre, Jesús debía conformarse a la ley en todo detalle. Ya había sido sometido al rito de la circuncisión, en señal de su obediencia a la ley.
El rey de gloria se rebajó a revestirse de humanidad. Tosco y repelente fué el ambiente que le rodeó en la tierra. Su gloria se veló para que la majestad de su persona no fuese objeto de atracción. Rehuyó toda ostentación externa. Las riquezas, la honra mundanal y la grandeza humana no pueden salvar a una sola alma de la muerte; Jesús se propuso que ningún halago de índole terrenal atrajera a los hombres a su lado. Únicamente la belleza de la verdad celestial debía atraer a quienes le siguiesen. El carácter del Mesías había sido predicho desde mucho antes en la profecía, y él deseaba que los hombres le aceptasen por el testimonio de la Palabra divina.
La venida del Salvador había sido predicha en el Edén. Cuando Adán y Eva oyeron por primera vez la promesa, esperaban que se cumpliese pronto. Dieron gozosamente la bienvenida a su primogénito, esperando que fuese el Libertador. Pero el cumplimiento de la promesa tardó. Los que la recibieron primero, murieron sin verlo. Desde los días de Enoc, la promesa fué repetida por medio de los patriarcas y los profetas, manteniendo viva la esperanza de su aparición, y sin embargo no había venido. La profecía de Daniel revelaba el tiempo de su advenimiento, pero no todos interpretaban correctamente el mensaje. Transcurrió un siglo tras otro, y las voces de los profetas cesaron. La mano del opresor pesaba sobre Israel, y muchos estaban listos para exclamar: “Se han prolongado los días, y fracasa toda visión.
Durante más de mil años, los judíos habían esperado la venida del Salvador. En este acontecimiento habían cifrado sus más gloriosas esperanzas. En cantos y profecías, en los ritos del templo y en las oraciones familiares, habían engastado su nombre. Y sin embargo, cuando vino, no le conocieron. El Amado del cielo fué para ellos como “raíz de tierra seca,” sin “parecer en él ni hermosura;” y no vieron en él belleza que lo hiciera deseable a sus ojos. “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.”1
“Y Será llamado su nombre Emmanuel; ... Dios con nosotros.” “La luz del conocimiento de la gloria de Dios,” se ve “en el rostro de Jesucristo.” Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era “la imagen de Dios,” la imagen de su grandeza y majestad, “el resplandor de su gloria.” Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra obscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser “Dios con nosotros.” Por lo tanto, fué profetizado de él: “Y será llamado su nombre Emmanuel.”
Dios nos habla por la naturaleza y por la revelación, por su providencia y por la influencia de su Espíritu. Pero esto no basta; necesitamos abrirle nuestro corazón. A fin de tener vida y energía espirituales debemos tener verdadero intercambio con nuestro Padre celestial. Nuestra mente puede ser atraída hacia El; podemos meditar en sus obras, sus misericordias, sus bendiciones; pero esto no es, en el sentido pleno de la palabra, estar en comunión con El. Para ponernos en comunión con Dios debemos tener algo que decirle tocante a nuestra vida real.
¿Quieres experimentar el poder de Dios por medio de la oracion? ¿Qué enseñó Jesús sobre la oracion?
¿Eres un genuino creyente de Jesús? ¿Qué enseñó Jesús de la hipocresía?
¿Qué enseñó Jesús sobre el adulterio y otros temas importantes?
¿Qué significa ser la sal de la tierra y luz del mundo? Mira lo que Jesús dijo al respecto.
¿Quieres vivir una vida de Reino? Mira lo que Jesús dijo al respecto.
Si caminas en la verdad profética, puedes esperar el actuar de Dios en tu vida.
Aquellos que se consagran a cumplir la voluntad de Dios, al igual que Jesús, enfrentaran las tentaciones de Satanás, pero igual que Jesús, pueden vencer.
Dios necesita hoy más voces qué proclamen el mensaje de arrepentimiento con fidelidad.
Cuando haces la voluntad de Dios, él te da su protección para que la cumplas.
Dios revela su voluntad a los hombres y mujeres que lo buscan con sinceridad de corazón.
Dios se manifiesta y actúa en la vida de quienes lo esperan y viven en armonía con su voluntad.
La Vida Eterna es conocer a Jesús. ¿Quieres vivir por siempre con el? Aceptalo como tu Salvador.
¿Conoces a Jesús? ¿Quién es Jesús para ti? Atraves de este estudio, conocerás mejor a Jesús y sus propósitos para tu vida.
Estamos iniciando una nueva experiencia de conocer a Jesús a través del estudio de la Biblia. No te pierdas esta secuencia y aprende a vivir una vida de plenitud con Jesús.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados”.
Jesús no les dio una forma nueva de oración. Repitió la que les había enseñado antes, como queriendo decir: Necesitáis comprender lo que ya os di; tiene una profundidad de significado que no habéis apreciado aún.
“Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos”.
“No he venido para abrogar, sino para cumplir”.
“Abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
El Monte de las Bienaventuranzas no es Gerizim, sino aquel monte, sin nombre, junto al lago de Genesaret donde Jesús dirigió las palabras de bendición a sus discípulos y a la multitud.
Cristo está sentado con sus discípulos sobre el Monte de las Olivas. El sol se ha puesto detrás de las montañas, y las sombras de la noche, a guisa de cortina, cubren los cielos. A plena vista se halla una casa profusamente iluminada, cual si lo fuera para alguna fiesta. La luz irradia en raudales de sus aberturas, y un grupo expectante aguarda en torno de ella, indicando que está a punto de aparecer una procesión nupcial. En muchos lugares del Oriente, las fiestas de bodas se realizan por la noche. El novio va al encuentro de su prometida y la trae a su casa. A la luz de las antorchas la procesión nupcial va de la casa del padre de la esposa a la del esposo, donde se ofrece una fiesta a los huéspedes invitados. En la escena que Cristo contempla, un grupo de personas está esperando la aparición de los novios y su séquito con la intención de unirse a la procesión
Los judíos casi habían perdido de vista la verdad de la abundante gracia de Dios. Los rabinos enseñaban que el favor divino había que ganarlo. Esperaban ganar la recompensa de los justos por sus propias obras. Así su culto era impulsado por un espíritu codicioso y mercenario. Aun los mismos discípulos de Cristo no estaban del todo libres de este espíritu, y el Salvador buscaba toda oportunidad para mostrarles su error. Precisamente antes que él diera la parábola de los obreros, ocurrió un suceso que le brindó la oportunidad de presentar los buenos principios.
Entre los judíos la pregunta “¿Quién es mi prójimo?” causaba interminables disputas. No tenían dudas con respecto a los paganos y los samaritanos. Estos eran extranjeros y enemigos. ¿Pero dónde debía hacerse la distinción entre el pueblo de su propia nación y entre las diferentes clases de la sociedad? ¿A quién debía, el sacerdote, el rabino, el anciano considerar como su prójimo? Ellos gastaban su vida en una serie de ceremonias para hacerse puros. Enseñaban que el contacto con la multitud ignorante y descuidada causaría impureza, que exigiría un arduo trabajo quitar. ¿Debían considerar a los “impuros” como sus prójimos?
Satanás les presentaba las cosas de esta vida como sumamente atractivas y absorbentes, y prestaban atención a sus tentaciones. Cristo vino para cambiar este orden de cosas. Procuró romper el ensalmo que infatuaba y entrampaba a los hombres. En sus enseñanzas, trató de ajustar los requerimientos del cielo y de la tierra, y de desviar los pensamientos de los hombres de lo presente a lo futuro. En vez de perseguir las cosas temporales, los invitó a hacer provisión para la eternidad.
En el Monte de las Olivas, Cristo había hablado a sus discípulos de su segunda venida al mundo. Había especificado ciertas señales de la proximidad de su advenimiento y les había dicho a sus discípulos que velasen y se preparasen. Otra vez les repitió la advertencia: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir”. Entonces les hizo ver en qué consistía velar por su venida. No se debe pasar el tiempo en ociosa espera, sino en diligente actividad. Tal es la lección que él enseñó en la parábola de los talentos.
La parábola del vestido de bodas representa una lección del más alto significado. El casamiento representa la unión de la humanidad con la divinidad; el vestido de bodas representa el carácter que todos deben poseer para ser tenidos por dignos convidados a las bodas.
La parábola de los dos hijos fue seguida por la parábola de la viña. En la primera, Cristo había presentado delante de los maestros judíos la importancia de la obediencia. En la otra, señaló las ricas bendiciones conferidas a Israel, y por medio de éstas mostró el derecho que Dios tenía a su obediencia. Presentó delante de ellos la gloria del propósito de Dios, que podrían haber cumplido mediante la obediencia. Apartando el velo del futuro, mostró cómo, al dejar de cumplir su propósito, toda la nación estaba renunciando a su bendición y trayendo sobre sí la ruina.
“Un Hombre tenía dos hijos, y llegando al primero le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña. Y respondiendo él, dijo: No quiero; mas después, arrepentido, fue. Y llegando al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Yo, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dicen ellos: El primero”.
En la parábola del hombre rico y Lázaro, Cristo muestra que los hombres deciden su destino eterno en esta vida. La gracia de Dios se ofrece a cada alma durante este tiempo de prueba. Pero si los hombres malgastan sus oportunidades en la complacencia propia, pierden la vida eterna. No se les concederá ningún tiempo de gracia complementario. Por su propia elección han constituido una gran sima entre ellos y su Dios
Cristo estaba enseñando, y, como de costumbre, otros, además de sus discípulos, se habían congregado a su alrededor. Había estado hablando a sus discípulos de las escenas en las cuales ellos habían de desempeñar pronto una parte. Debían proclamar las verdades que él les había confiado, y se verían en conflicto con los gobernantes de este mundo.
Pedro había venido a Cristo con la pregunta: “¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que pecare contra mí? ¿hasta siete?” Los rabinos limitaban a tres las ofensas perdonables. Pedro, creyendo cumplir la enseñanza de Cristo, pensó extenderlas a siete, el número que significa la perfección. Pero Cristo enseñó que nunca debemos cansarnos de perdonar. No “hasta siete—dijo él—, mas aun hasta setenta veces siete”.
La gran fiesta en la cual habían de sentarse junto con Abrahán, Isaac y Jacob, mientras los gentiles estuviesen fuera mirando con ojos anhelantes, era un tema en el cual les gustaba espaciarse. La lección de amonestación e instrucción que Cristo quería dar, la ilustró en esta ocasión mediante la parábola de la gran cena.
Cuando Cristo enseñaba, unía la invitación misericordiosa a la amonestación referente al juicio. “El Hijo del hombre—dijo—no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”. “No envió Dios a su Hijo al mundo para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él”.1 Su misión de misericordia, en relación con la justicia y el juicio divinos, se ilustra en la parábola de la higuera estéril.
En la parábola del hijo pródigo, se presenta el proceder del Señor con aquellos que conocieron una vez el amor del Padre, pero que han permitido que el tentador los llevara cautivos a su voluntad.
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las novenca y nueve en el desierto, y va a la que se perdió, hasta que la halle?” P
“Había un juez en una ciudad—dijo él—, el cual ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Pero él no quiso por algún tiempo; mas después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, todavía, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, porque al fin no venga y me muela. Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él día y noche, aunque sea longánime acerca de ellos? Os digo que los defenderá presto”.
Cristo dirigió la parábola del fariseo y del publicano a “unos que confiaban de sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros”. El fariseo sube al templo a adorar, no porque sienta que es un pecador que necesita perdón, sino porque se cree justo, y espera ganar alabanzas. Considera su culto como un acto de mérito que lo recomendará a Dios. Al mismo tiempo, su culto dará a la gente un alto concepto de su piedad. Espera asegurarse el favor de Dios y del hombre. Su culto es impulsado por el interés propio.
Cristo estaba continuamente recibiendo del Padre a fin de poder impartírnoslo. “La palabra que habéis oído—dijo él—, no es mía, sino del Padre que me envió”. “El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir”.
Todos los que reciben el mensaje del Evangelio en su corazón anhelarán proclamarlo. El amor de Cristo ha de expresarse.
“El Reino de los cielos es semejante a la red, que echada en la mar, coge de todas suertes de peces: la cual estando llena, la sacaron a la orilla; y sentados, cogieron lo bueno en vasos, y lo malo echaron fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles y apartarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno del fuego: allí será el lloro y el crujir de dientes”.
El Salvador comparó las bendiciones del amor redentor con una preciosa perla. Ilustró su lección con la parábola del comerciante que busca buenas perlas, “que hallando una preciosa perla, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”. Cristo mismo es la perla de gran precio. En él se reúne toda la gloria del Padre, la plenitud de la Divinidad.
“Además, el reino de los cielos es semejante al tesoro escondido en el campo; el cual hallado, el hombre lo encubre, y de gozo de ello va, y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo”. PVGM 75.1