Mary y Robert, hijos del capitán Grant, parten a bordo del Duncan en busca de su padre, que ha naufragado; cuentan para encontrarlo con las indicaciones de un mensaje suyo hallado en el mar, dentro de una botella. En la expedición que se inicia a bord
Una vez reunidos todos los amigos en el Duncan, emprenden el viaje de regreso a Escocia, donde asistimos al recibimiento que se les ofrece y donde Santiago Paganel tiene ocasión de desvelar lo que cree que es un vergonzoso secreto y de cometer su última distracción en esta historia.
El capitán Harry Grant se reencuentra muy emotivamente con sus hijos. Tanto Grant como los dos marineros que le acompañaban se encuentran en buen estado, y narran su peripecia a los demás. Es de particular interés para Paganel el contenido exacto de los mensajes encerrados en la botella que desencadenó la búsqueda. Una alusión toponímica de dichos mensajes causó la perplejidad y vergüenza para el pobre geógrafo.
A bordo del Duncan reina el desánimo. Glenarvan está decidido a cumplir con su palabra y llevar a Ayrton a una isla desierta. Se dirigien a un islote situado en un remoto rincón del océano Pacífico, en el paralelo 37, cuando los hermanos Mary y Roberto escuchan, simultáneamente, un misterioso grito de auxilio que nadie más ha podido oir...
Ayrton por fin se aviene a contar todo lo que sabe acerca de la Britannia y del capitán Grant a cambio de que no se le entregue a las autoridades y se le deje en un lugar que reuna ciertas condiciones. La declaración de Ayrton sobre Grant y su buque se da por buena, y sirve a Paganel para corroborar una nueva interpretación del mensaje original enviado por Grant en la botella. Pero es una interpretación que sugiere un sombrío destino para Grant y la Britannia.
Glenarvan y sus compañeros de viaje debían decidir qué derrotero tomar en las próximas horas. Las esperanzas de encontrar al capitán Grant seguían desvanecidas, y únicamente cabía alguna posibilidad de éxito en tal empresa si Ayrton, o Ben Joyce, dijera el lugar exacto del naufragio de la Britannia, a lo que se negaba obstinadamente...
La ajustada huida de los fieros indígenas, unida al fuego de cañonazos que el Duncan abrió en defensa, crea una enorme tensión en Glenarvan y sus compañeros. Pero ese episodio de fuga culmina con éxito a bordo del Duncan, donde se suceden emotivos reencuentros. Todos tienen muchas preguntas para los tripulantes del yate, pero el principal enigma que quiere resolver el grupo de Glenarvan es el motivo por el que el Duncan cruzaba por la costa este de Nueva Zelanda...
La parte más arriesgada de la fuga se había consumado con éxito, pero quedaba la más fatigosa, la de recorrer la gran distancia que les separaba de la costa a través de un agreste paisaje y tratando de evitar cualquier encuentro con los naturales de Nueva Zelanda.
Los expedicionarios se refugian en su huída en el monte donde estaba enterrado el jefe maorí que había sido asesinado por Glenarvan, convertido así en tabú para los maoríes. Pero la férrea vigilancia a que los indígenenas lo tenían sometido hacía inviable cualquier intento de fuga. Sin embargo, la fértil imaginación de Paganel, unida a la audacia de los expedicionarios, idea un ingenioso sistema de fuga que requerirá de los esfuerzos conjuntos de los fugitivos.
Una frenética huida frente a una furibunda tribu con ansias de venganza, a través de un terreno escarpado y desconocido, sin demasiada ventaja de tiempo... Parece que nuestros amigos tienen su futuro sentenciado, pero en lo alto de un cerro se topan con una feliz circunstancia que les permite reavivar sus esperanzas de salvación.
No hay esperanza para nuestros amigos expedicionarios, que han sido condenados a muerte con las primeras luces del día. Custodiados por feroces guerreros en el centro del campamento indígena, tratan de resistir con entereza en sus últimas horas. Sin embargo, una inesperada intervención del exterior les ofrece nuevas perspectivas y un rayo de esperanza...
Los expedicionarios, cautivos, afrontan momentos difíciles. Su captores deben decidir si vivirán para ser canjeados por compañeros presos por los británicos o si deben morir para vengar la muerte de Kara Teté. Mientras tanto, asistimos a los preparativos y ceremonias que acompañan al funeral de un gran jefe maorí y continuamos sin conocer la suerte de Roberto Grant y Santiago Paganel.
Nuestros amigos son conducidos por sus captores a su poblado al lado del lago Taupo. Allí son importunados por algunos neozelandeses, pero protegidos por su jefe, que atisba la posibilidad de canjearlos por algunos de sus amigos que a su vez han sido hechos cautivos por lo europeos. En ese delicado equilibrio de intereses suceden hechos impactantes...
La situación de nuestros amigos expedicionarios cambia drásticamente al caer presos de los indígenas. A pesar de las adversidades, Glenarvan y sus compañeros mantienen la entereza y estudian sus posibilidades de evasión, que parecen remotas mientras no abandonen el recorrido del Waikato. En efecto, los cautivos son trasladados aguas arriba de este gran río, el más importante de la isla septentrional de Nueva Zelanda.
Glenarvan y sus compañeros deben llegar a Auckland, distante 80 millas del punto donde se encuentran. Para reducir la probabilidad de encontrar problemas con los habitantes de la isla planifican su recorrido por el interior, y el primer objetivo que se marcan es el de alcanzar la confluencia de dos ríos, situada 30 millas más al norte.
Los viajeros consiguen alcanzar trabajosamente la costa de Nueva Zelanda, y descubren un lugar apropiado para cobijarse temporalmente hasta recuperar fuerzas. Durante ese tiempo de descanso Paganel narra a sus compañeros los avatares de los naturales de Nueva Zelanda para librarse del dominio británico. A raiz de esta explicación a todos los expedicionarios les queda claro que aún les acechan muchos peligros que deberán esquivar para poder proseguir su búsqueda.
La espera en el Macquarie, varado en un arrecife, expone a los expedicionarios a una muerte segura. Esto les lleva al arriesgado intento por acceder a tierra a bordo de una balsa que construyen con los restos del buque naufragado, luchando contra las corrientes marinas e intentano sacar partido de las mareas y del viento.
El fracasado intento de desencallar al Macquarie obliga a nuestros amigos a tomar la decisión de construir una balsa que les permita ganar la costa neozelandesa antes de que los caprichos del océano hagan astillas a los restos del destartalado buque. Ese peligro seguro se opone al incierto destino que les aguarda en la costa, donde posiblemente deban evitar la voraz furia antropófaga de los nativos.
Los pasajeros del Macquarie deben asumir el control del buque ante la cobarde huida de su capitán y tripulación. Los expedicionarios se ponen a las órdenes de la competente guía del capitán del Duncan, John Mangles, para tratar de arrancar al Macquarie de su comprometida situación encallado en un arrecife.
El destartalado buque Macquarie avanza erráticamente hacia las costas de Nueva Zelanda, pero la incuria de su capitán y tripulación lo expone a graves peligros. La cercanía de la costa unida a un súbito cambio del tiempo exigen la intervención del capitán John Mangles y sus hombres para intentar esquivar el peligro de los escollos.
La singladura del Macquarie hacia Nueva Zelanda está a punto de llegar a su destino. En este episodio conocemos algunos de los impactantes y cruentos hechos que han propiciado que los naturales de estas islas sean temidos por su violencia.
El Macquarie, al mando de un capitán borracho que dirige a cinco marinos ineptos, emprende camino hacia Nueva Zelanda bajo la atenta vigilancia de John Mangles, dispuesto a intervenir si la imprudencia de la tripulación pusiera en peligro a los viajeros. Además conocemos algunos interesantes jalones en la historia del descubrimiento de esta región del mundo.
Todo lo acontecido en los últimos días parece indicar el fracaso de la expedición de rescate del capitán Grant. Los viajero toman la determinación de regresar a su patria, lo que solo pueden hacer de inmediato en un viejo buque, el Macquarie, al mando de un inquietante individuo.
Las adversidades parecen caer una sobre otra sobre los viajeros, que toman la única determinación posible en aquellos momentos: intentarán buscar el momento menos peligroso para atravesar el río Snowy para así poder proseguir su viaje hacia la costa occidental australiana. Se trata de una travesía muy arriesgada, pero necesaria para intentar llegar cuanto antes a su destino.
Los expedicionarios están en una situación verdaderamente comprometida, son un solo caballo y con la amenaza de que los maleantes dirigidos por Ben Joyce se apoderen del Duncan. Las circunstancias, por lo tanto, exigen tomar una determinación rápida y arriesgada, pero las cosas parece que siguen sin salir bien a nuestros amigos...
El descubrimiento de la auténtica identidad de Ayrton cambia radicalmente la situación de la expedición. Glenaravan y sus amigos deben reconsiderar sus planes a la vista de la nueva situación, y toman la determinación de comunicarse lo antes posible con los tripulantes del Duncan para acelerar al máximo el reencuentro de todos los viajeros.
La pérdida de los animales de tiro ha supuesto un duro golpe para la viabilidad de la expedición de nuestros amigos. La lluvia torrencial todavía empeora su situación, que se ha vuelto extrema. Todo esto lleva a los viajeros a estudiar distintos planes para afrontar sus dificultades.
El rico relieve australiano conduce a nuestros amigos a una cordillera no muy extensa pero bastante agreste que exige lo mejor de todos ellos. Aunque esta travesía no es muy larga, una serie de preocupantes incidentes con sus animales de carga y tiro llevan a la expedición a una difícil situación...
Durante la travesía de la vasta región de Victoria la posible amenaza de la banda de maleantes que provocó el accidente de Camden Bridge obliga a tomar precauciones a nuestros amigos. Inesperadamente encuentran en aquel inhóspito paraje la hospitalidad de dos hermanos ingleses que emprendieron la aventura de colonizar ese territorio.
La expedición continúa por el interior del continente australiano, haciendo nuevos descubrimientos que desafían sus ideas preconcebidas. En esta ocasión se topan con unos seres a los que confunden con monos, pero que demuestran unas habilidades que requieren de unas destrezas mentales mucho más desarrolladas de lo inicialmente esperado por los prejuicios occidentales.
Los viajeros continúan su recorrido por Australia meridional atravesando frondosos bosques de gigantescos eucaliptos. En una población en la que pernoctan conocen la noticia de la identificación de los criminales que provocaron la tragedia del ferrocarril sucedida unos días antes. Eso les obliga a extremar las medidas de seguridad para evitar encuentros inesperados.
Nuestros amigos ya han comprobado que la tierra australiana es pródiga en riquezas agrícolas y ganaderas. Pero también la minería del oro parece tener un lugar importante en la geografía de Australia. Así lo comprueban visitando una explotación aurífera y siguiendo las explicaciones de Paganel.
En su camino por tierras australianas la expedición de Glenarvan y sus compañeros se topa con una compañía inesperada: un joven indígena. Este muchacho encandila a los viajeros con sus modales y con la convicción con que demuestra los conocimientos que le ha inculcado la educación británica, y deja estupefacto a Paganel por sus peculiares conocimientos de Geografía...
Los buenos oficios de Ayrton consiguen traer un herrero a la expedición, para que repare la carreta, por lo que los viajeros pueden continuar con su camino. En el punto en que han de atravesar la vía férrea son testigos de un cruento percance...
Las orillas del Wimerra se prestan a la agradable charla, y el sabio Paganel, con su prodigiosa memoria, aprovecha el encantador entorno para narrar a sus compañeros las aventuras y desventuras de dos expediciones que habían atravesado de sur a norte el continente australiano con desigual fortuna.
Las grandes extensiones de terreno del continente australiano ofrecen una peculiar flora y fauna, de la que nos vamos informando gracias al saber enciclopédico de Paganel. Los viajeros se encuentran con unos ganaderos por los que conocen las dificultades y penalidades necesarias para transportar un enorme rebaño de ganado a través de esos inmensos territorios. Finalmente, tienen una accidentada peripecia al vadear el río Wimerra.
La expedición terrestre comienza a buen ritmo, cumpliéndose las previsiones de Glenarvan y sus compañeros. La travesía del contienente se ve amenizada por una variedad de paisajes acompañada de las notas eruditas de Paganel, que deslumbra a sus amigos con su profundo conocimiento de las peculiaridades del terreno por el que viajan.
La expedición de Glenarvan y sus compañeros se ve ampliada con la valiosa colaboración de Ayrton, el contramaestre de la Britannia. Se organiza el grupo que partirá por tierra, en una carreta y a caballo, buscando a Grant por el continente, a la vez que se dispone el Duncan para su partida hacia el puerto de Melbourne, donde se prevé la reparación de su hélice.
En casa del colono irlandés nuestros amigos se llevan una gran sorpresa, al encontrarse con el contramaestre del Britannia, que consiguió sobrevivir al naufragio y les relata sus peripecias. Este personaje alienta sus ánimos de manera que planifican la exploración del contienente australiano para buscar a Harry Grant.
Tras la dura prueba de la tempestad, el Duncan quedó averiado, de modo que no se podía contar con la propulsión a vapor, debiéndose confiar en la capacidad del buque como velero hasta encontrar un puerto adecuado para la compleja reparación. Así pues, utilizando su velamen el Duncan llega hasta el cabo Bernouille donde sus tripulantes son recibidos por un hospitalario colono de origen irlandés.
Hasta el momento la climatología ha sido generosa con el Duncan, alimentando con viento favorable sus velas. Sin embargo, aparecen indicios de un súbito cambio de tiempo que pondrá a prueba al capitán John Mangles, al Duncan y al resto de su tripulación, que deberán enfrentarse a una terrible tempestad.
En su singladura por el océano Índico, hacia el este por el paralelo 37, los intrépidos viajeros emplean su tiempo evaluando distintas hipótesis sobre el posible paradero del capitán Harry Grant. En una de sus conversaciones Paganel y el mayor Mac Nabbs hacen una curiosa apuesta en torno a la historia del descubrimiento y exploración del contiente australiano.
El Duncan se ve favorecido por vientos que convienen a su singladura, abandonando rápidamente el Atlántico Sur para adentrarse en el océano Índico. Allí deben examinar la isla de Amsterdam para descartar que el Britannia haya naufragado en sus costas.
El plan acordado por los pasajeros del Duncan incluye navegar siguiendo el paralelo 37 deteniéndose en todas las porciones de tierra firme que que encuentren en su recorrido. Tristán da Cunha es primer grupo de islas en el que recalan, y del que conocemos su presente y su pasado.
El reencuentro de los dos grupos de expedicionarios les obliga a ponerse al día de sus hallazgos y a acordar un nuevo plan de búsqueda a la luz de las nuevas informaciones de que disponen.
Tras la tempestad los intrépidos viajeros viajan sobre el ombú, que es arrastrado por la corriente de la inundación en dirección este, coincidiendo con su destino, el océano Atlántico. Este singular viaje concluye con emotivos reencuentros y despedidas.
Después de la inyección de moral recibida con la nueva interpretación de Paganel al mensaje del capitán Grant, nuestros amigos sospechan que nuevos peligros se avecinan, amenazando la integridad del enorme árbol que les cobija.
La casualidad hace que Paganel se de cuenta de que se puede dar otra interpretación a algunas palabras medio borradas del documento encontrado en la botella. Hasta ahora habían confiado en un significado de las palabras ambiguas que les condujo erróneamente al continente americano, cuando en realidad deberían buscar en otra parte del mundo...
Glenarvan y sus amigos se refugian en un inmenso árbol de la enorme e inesperada avenida de agua, y ven desaparecer en ella a Thalcave con su caballo Tahouka. Se establecen en el árbol haciendo recuento de sus recursos para sobrevivir durante el tiempo en que el terreno siga anegado de agua, cuando el sabio Paganel anuncia un sorprendente descubrimiento sobre el paradero de Harry Grant.
Con gran abatimiento y desánimo Glenarvan y sus compañeros reanudan su camino hacia el Atlántico sin esperanzas ya de encontrar en aquellos lugares al capitán Grant. Y, una vez más, su recorrido por las grandes llanuras argentinas se ve dificultado inesperadamente por las poderosas fuerzas de la naturaleza.
Los expedicionarios llegan cargados de esperanza al Fuerte Independencia, pues es un punto donde es inevitable que lleguen noticias de cualquier suceso ocurrido entre indios y extranjeros. Allí tienen la suerte de poder comunicarse en francés con el militar encargado del fuerte, que les da informaciones de gran importancia sobre las posibilidades de encontrar al capitán Grant en esa región meridional de América.
Glenarvan y su avanzadilla han podido evitar un gran peligro y logran reunirse con el resto de los expedicionarios, que finalmente pueden saciar su sed y reponer fuerzas gracias a la caza. Todos juntos se adentran en un nuevo territorio al sobrepasar los dos tercios del recorrido.