A medida que maduramos, nos hacen pensar que la vida se hará sencilla, pero lamento informarte que esto no siempre es así; y cuando las cosas no resultan como nos prometieron, ¿quién nos da un consejo? Bueno, no es que necesitemos consejos, pero platicar con personas que han o están pasando por lo m…
Hacernos responsables de nuestras acciones es un tema recurrente en el crecimiento personal. A pesar de ello, son pocas las veces en las que realmente le hacemos frente a las consecuencias de nuestros actos. Debemos comprender que nuestras acciones no pasan desapercibidas, y que tarde o temprano tendremos que hacer frente a los demonios que, voluntariamente, desatamos. Tengo nulas intenciones de echarles un sermón sobre cómo llevar su vida, lo único que intento es hacerlos reflexionar sobre el hecho de que cada acto tiene consecuencias y que tendrán que afrontarlas y sobrellevarlas quieran o no. ¿Para qué nos hacemos? ¡Aquí el único que "sufre" por lo que hace o deja de hacer es uno mismo!
Hacernos responsables de nuestras acciones es un tema recurrente en el crecimiento personal. A pesar de ello, son pocas las veces en las que realmente le hacemos frente a las consecuencias de nuestros actos. Debemos comprender que nuestras acciones no pasan desapercibidas, y que tarde o temprano tendremos que hacer frente a los demonios que, voluntariamente, desatamos. Tengo nulas intenciones de echarles un sermón sobre cómo llevar su vida, lo único que intento es hacerlos reflexionar sobre el hecho de que cada acto tiene consecuencias y que tendrán que afrontarlas y sobrellevarlas quieran o no. ¿Para qué nos hacemos? ¡Aquí el único que "sufre" por lo que hace o deja de hacer es uno mismo!
Caminar a ciegas es uno de mis grandes temores. Me hace sentir vulnerable, desprotegido. Todo cambió cuando me di cuenta de que la incertidumbre es una constante que, de ser aprovechada, puede traernos grandes ventajas. ¡Claro puede que las cosas estén mal, pero puede que cambien para mejorar! Es como un juego de sillas en el que, a veces, te toca sentado y, otras... ¡más suerte para la próxima! ¡Acompáñame en este episodio en el que pondremos muchos puntos sobre las íes, Mae!
Caminar a ciegas es uno de mis grandes temores. Me hace sentir vulnerable, desprotegido. Todo cambió cuando me di cuenta de que la incertidumbre es una constante que, de ser aprovechada, puede traernos grandes ventajas. ¡Claro puede que las cosas estén mal, pero puede que cambien para mejorar! Es como un juego de sillas en el que, a veces, te toca sentado y, otras... ¡más suerte para la próxima! ¡Acompáñame en este episodio en el que pondremos muchos puntos sobre las íes, Mae!
Como es de esperarse, todos están haciendo el recuento de lo sucedido en 2019 y de lo que desean para 2020, así que Val y yo no nos podíamos quedar atrás y decidimos lanzar este episodio en el que te compartimos nuestro sentir respecto a las fiestas. Sociedad, amigos, familia e individuo son los aspectos que abordamos (y lo hacemos entre carcajadas y buenos recuerdos). Espero te identifiques con nuestra reflexión y, si no, pues de menos pasas un agradable momento. ¡Feliz Navidad y prospero Año Nuevo, Mae!
Como es de esperarse, todos están haciendo el recuento de lo sucedido en 2019 y de lo que desean para 2020, así que Val y yo no nos podíamos quedar atrás y decidimos lanzar este episodio en el que te compartimos nuestro sentir respecto a las fiestas. Sociedad, amigos, familia e individuo son los aspectos que abordamos (y lo hacemos entre carcajadas y buenos recuerdos). Espero te identifiques con nuestra reflexión y, si no, pues de menos pasas un agradable momento. ¡Feliz Navidad y prospero Año Nuevo, Mae!
¿A dónde voy?, ¿qué quiero?, ¿¡por qué elegí esto!? (y demás preguntas existenciales que no nos dejan vivir o respirar). La insatisfacción que sientes a pesar de los -muchos- logros que has tenido es más común de lo que crees. No permitas que momentos de desconcierto marquen el rumbo de tu vida. Eres una persona valiosa que ha superado muchos retos para poder llegar hasta aquí. ¡Reconócete y continua avanzando, Mae!
¿A dónde voy?, ¿qué quiero?, ¿¡por qué elegí esto!? (y demás preguntas existenciales que no nos dejan vivir o respirar). La insatisfacción que sientes a pesar de los -muchos- logros que has tenido es más común de lo que crees. No permitas que momentos de desconcierto marquen el rumbo de tu vida. Eres una persona valiosa que ha superado muchos retos para poder llegar hasta aquí. ¡Reconócete y continua avanzando, Mae!
Cuando aquella amable señora me dio el consejo "¡gócese, mijo!" me sentí un tanto incómodo y algo confundido. Después comprendí que se refería a "disfrutar cada día, cada momento". Es por ello que quiero compartirte este consejo: para que la vida no nos pase en blanco. Aprendamos a vivir con lo que nos tocó y busquemos mejorar a cada paso. La vida es nuestra y, sin importar qué tan gris se vea el panorama, es decisión propia ver el vaso medio lleno o medio vacío. ¡Elige, Mae!
Cuando aquella amable señora me dio el consejo "¡gócese, mijo!" me sentí un tanto incómodo y algo confundido. Después comprendí que se refería a "disfrutar cada día, cada momento". Es por ello que quiero compartirte este consejo: para que la vida no nos pase en blanco. Aprendamos a vivir con lo que nos tocó y busquemos mejorar a cada paso. La vida es nuestra y, sin importar qué tan gris se vea el panorama, es decisión propia ver el vaso medio lleno o medio vacío. ¡Elige, Mae!
¿Qué es “el corazón roto”? Es cuando sientes que la vida se va a cachitos y que los suspiros no te alcanzan para retenerla. Es no tener fuerza para moverte ni ganas de hacerlo. Es esto que siento y que alguna vez tu también sentiste. Es saber que, lo quieras o no, el tiempo lo curará y volverás a amar con la misma intensidad. Si los consejos son ciertos y “pronto pasará”, ¿por qué es importante hablar de esto? Pues porque puedes aprovechar el duelo para sanar y, con algo de esfuerzo, para romper el patrón que minó tu relación. Sé que suena a “echarle limón a la herida”, pero es necesario si lo que quieres es arrancarlo de raíz y no solo maquillarlo.
¿Qué es “el corazón roto”? Es cuando sientes que la vida se va a cachitos y que los suspiros no te alcanzan para retenerla. Es no tener fuerza para moverte ni ganas de hacerlo. Es esto que siento y que alguna vez tu también sentiste. Es saber que, lo quieras o no, el tiempo lo curará y volverás a amar con la misma intensidad. Si los consejos son ciertos y “pronto pasará”, ¿por qué es importante hablar de esto? Pues porque puedes aprovechar el duelo para sanar y, con algo de esfuerzo, para romper el patrón que minó tu relación. Sé que suena a “echarle limón a la herida”, pero es necesario si lo que quieres es arrancarlo de raíz y no solo maquillarlo.
Nos encontramos en la recta final del viaje. Tengo hambre, cansancio e insolación. Hemos caminado alrededor de 20 kilómetros por día. No he tenido contacto con mi familia y amigos debido a los problemas de conectividad y, aún así, ¡no tengo ganas de regresar! Como saben, de pequeño soñaba con ser arqueólogo. Fue en aquel entonces cuando aprendí sobre los Guerreros de Terracota. Descubiertos en 1974 en lo que ahora es el Mausoleo del primer emperador de China, Qin Shi Huang, estas 8,000 figuras fueron mi principal motivación para visitar Xi´an. Haberlos visto tan perfectos como cuando los modelaron me hizo reflexionar sobre las capacidades del ser humano y, particularmente, sobre la trascendencia de nuestras acciones. Nos faltaron días para disfrutar de Xi´an, pero era momento de conocer Pekín, la capital del país. Ni mal habíamos llegando cuando el destino nos dirigió hacia la Plaza de Tiananmén. No estaba preparado para lo que vería o cómo me sentiría: observado, indefenso, desconcertado y un poco angustiado. ¿¡Esto es China!?
“No sé si podré perdonarle”, me dijo viendo fijamente el plato de fruta que acababan de servirle, “lo que me hizo es algo que no podré olvidar”. El silencio reinaba. Su voz cansada continuó: ya sé, si alguien me pidiera este consejo le diría que se fuera. Fue entonces cuando –muchos años antes y sin saberlo– apliqué el “y si te quedas, ¿qué?” En diferentes etapas he optado por hacerme esta pregunta al momento de tomar una decisión trascendental. Tal vez no como tal, pero sí sabiendo que el objetivo es vislumbrar qué pasara si decido retirarme o continuar en un proyecto o relación. No siempre resulta exactamente como me lo planteé, pero darme una idea sirve para reflexionar cómo me haría sentir estar en determinada situación.
Desde que mi hermana cursó un semestre en Shanghái, esta ciudad se posicionó en mi bucket list. Leer sus aventuras, sorprenderme con lo que comía, imaginar las calles por las que enfiestaba hizo que me enamorara de un lugar distante, pero familiar a la vez. Nueve años después, logré aventurarme a China continental. Debo confesar que estaba nervioso por todos los comentarios que había recibido, aunque, de ellos, solo the Great Firewall me afectó en verdad. Tener acceso limitado a Internet en un país en donde los gadgets se han convertido en extensiones del ser es frustrante, especialmente cuando necesitas comunicarte y no cuentas con un traductor eficiente que te saque del apuro. ¡Aún así, Shanghái valió la pena!
Soledad es eso que todos sentimos cuando los seres queridos se van. Alguna vez, de regreso a la CDMX, escribí que el hueco que deja es tan grande que solo se puede llenar con pequeños –y cortos– suspiros. A veces provoca tristeza y otras tan solo añoranza. Con todo, se ha convertido en mi aliada. Descubrir qué hacer con el tiempo cuando todos se han ido fue un reto al principio. Ahora me faltan horas para realizar aquellas actividades que me son de utilidad. Aprender que la soledad no es mi enemiga me hizo impulsarme hacia un nuevo lugar, uno en donde mi mejor compañero soy yo mismo y en el que he aprendido a disfrutar a los demás, sin sentirme culpable cuando se van.
Como pudieron escuchar, Hong Kong no estaba en mis planes. Originalmente iría a Singapur y de ahí brincaría a China continental, pero al final hubo un cambio de itinerario y el resto es historia. Hong Kong fue el inicio ideal en mi ilusión por comprender la historia de una cultura milenaria. Desde que aterrizamos, los contrastes de esta ciudad me cautivaron, alimentando mi inquietud por conocer más sobre sus raíces y tradiciones. Al final, lo único que me deslumbró más que su historia fueron sus luces. Ya fuera en Victoria Peak, Disneyland o el Gran Buda, cada esquina de Hong Kong es impresionante y asombrosa. La seguridad se respira y la capacidad económica no intenta esconderse. Las personas son amables y educadas, demostrándose consideradas hacia el turista y dejando en claro que la hospitalidad es parte de la cultura.
Quiero empezar por decir que no recuerdo cuántas veces he respondido “¡no agradezcas, no es nada!”. Sin darme cuenta llevo toda la vida minimizando las acciones que, con esfuerzo, realizo. ¿Saben qué? ¡Se acabó! Durante mucho tiempo pensé que ser humilde era la forma en que combatía la soberbia. No sé por qué tenía la idea de que aceptar tus habilidades era algo incorrecto y de mala educación. Al parecer pensaba que mientras más minimizara mis proezas “mejor persona sería”. ¡Por Dios, por qué nadie me dijo nada!
Hace no mucho me pidieron hablar sobre mis chocoaventuras en el extranjero. Haciendo memoria, me doy cuenta de que los retos a los que un viajero se enfrenta son muchos y pocas veces terminan sin estrés. Igual recordar es volver a vivir y no me arrepiento de uno solo de los retos que tuve que sortear en búsqueda de mi viaje ideal. Debo admitir que muchos de los retos que he superado han requerido tanto de mi habilidad para trabajar bajo presión como del apoyo de amigos que, desinteresadamente, se han preocupado por que mi aventura sea lo menos caótica posible. Sin ellos trasladarme por Copenhague, localizar a un embaucador o negociar con empresas trasnacionales no hubiera sido posible. ¡Muchas gracias, amigos! Lo interesante es que no importa cuántos viajes haga, siempre surge algo nuevo que pone a prueba mis capacidades. De hecho, las personas que me rodean tienen la teoría de que cada que voy a vacacionar algo dramático sucede. Me niego a creer que tienen razón, pero después de tantas peripecias comienzo a pensar que tal vez vean algo que yo no. En todo caso igual disfruto mucho el proceso, ¡así que no pasa nada!
Hogar no es en donde resides, sino en donde está tu corazón. Suena cursi y empalagoso, pero es real. En mi caso, hecho raíces con facilidad, pero mi hogar es en donde están mis mejores amigos, mi familia y mis recuerdos. Es por eso que, sin importar el hemisferio en el que me encuentre, la brújula siempre señala el camino hacia donde está mi corazón. Con esto no quiero decir que vivo añorando regresar a casa, sino que puedo estar en cualquier parte del mundo porque sé cuál es mi lugar, porque sé que hay personas esperándome, apoyándome, amándome. En dónde esté físicamente no importa, ¡lo que el hogar me brinda rompe y cruza cualquier frontera! Por eso, si tu, mi querido Mae, al igual que yo te encuentras lejos de casa, recuerda que no se trata de un lugar físico, sino de tus seres queridos, aquellos cuyo amor incondicional te acompaña en triunfos y momentos de soledad, quienes te dan fuerza para seguir adelante e inspiran para no tirar la toalla en la búsqueda de alcanzar tus sueños.
No siempre tuve tanta seguridad en mí mismo. De hecho, podría decir que la mayor parte de mi vida la pasé siendo tímido, preocupón y ansioso; o, como diría mi mejor amiga, “tullido”. Luego algo cambió. Puede haber sido que maduré o que me empezaron a valer queso mis defectos. Sea cual sea la respuesta, me ha sentado tan bien que no me lo cuestiono. A manera de anécdota, quiero compartirles que la pasé mal, pero muy mal. Ahora que lo veo, me gustaría regresar en el tiempo para decirme “bájale a tu drama, animal”. Nadie me obligaba a tomarme todo tan a pecho. Incluso algunas eran cuestiones tan irrelevantes que ni si quiera sé por qué les presté atención. Era inmaduro.
Nos encontramos en la recta final del viaje. Tengo hambre, cansancio e insolación. Hemos caminado alrededor de 20 kilómetros por día. No he tenido contacto con mi familia y amigos debido a los problemas de conectividad y, aún así, ¡no tengo ganas de regresar! Como saben, de pequeño soñaba con ser arqueólogo. Fue en aquel entonces cuando aprendí sobre los Guerreros de Terracota. Descubiertos en 1974 en lo que ahora es el Mausoleo del primer emperador de China, Qin Shi Huang, estas 8,000 figuras fueron mi principal motivación para visitar Xi´an. Haberlos visto tan perfectos como cuando los modelaron me hizo reflexionar sobre las capacidades del ser humano y, particularmente, sobre la trascendencia de nuestras acciones. Nos faltaron días para disfrutar de Xi´an, pero era momento de conocer Pekín, la capital del país. Ni mal habíamos llegando cuando el destino nos dirigió hacia la Plaza de Tiananmén. No estaba preparado para lo que vería o cómo me sentiría: observado, indefenso, desconcertado y un poco angustiado. ¿¡Esto es China!?
“No sé si podré perdonarle”, me dijo viendo fijamente el plato de fruta que acababan de servirle, “lo que me hizo es algo que no podré olvidar”. El silencio reinaba. Su voz cansada continuó: ya sé, si alguien me pidiera este consejo le diría que se fuera. Fue entonces cuando –muchos años antes y sin saberlo– apliqué el “y si te quedas, ¿qué?” En diferentes etapas he optado por hacerme esta pregunta al momento de tomar una decisión trascendental. Tal vez no como tal, pero sí sabiendo que el objetivo es vislumbrar qué pasara si decido retirarme o continuar en un proyecto o relación. No siempre resulta exactamente como me lo planteé, pero darme una idea sirve para reflexionar cómo me haría sentir estar en determinada situación.
Desde que mi hermana cursó un semestre en Shanghái, esta ciudad se posicionó en mi bucket list. Leer sus aventuras, sorprenderme con lo que comía, imaginar las calles por las que enfiestaba hizo que me enamorara de un lugar distante, pero familiar a la vez. Nueve años después, logré aventurarme a China continental. Debo confesar que estaba nervioso por todos los comentarios que había recibido, aunque, de ellos, solo the Great Firewall me afectó en verdad. Tener acceso limitado a Internet en un país en donde los gadgets se han convertido en extensiones del ser es frustrante, especialmente cuando necesitas comunicarte y no cuentas con un traductor eficiente que te saque del apuro. ¡Aún así, Shanghái valió la pena!
Soledad es eso que todos sentimos cuando los seres queridos se van. Alguna vez, de regreso a la CDMX, escribí que el hueco que deja es tan grande que solo se puede llenar con pequeños –y cortos– suspiros. A veces provoca tristeza y otras tan solo añoranza. Con todo, se ha convertido en mi aliada. Descubrir qué hacer con el tiempo cuando todos se han ido fue un reto al principio. Ahora me faltan horas para realizar aquellas actividades que me son de utilidad. Aprender que la soledad no es mi enemiga me hizo impulsarme hacia un nuevo lugar, uno en donde mi mejor compañero soy yo mismo y en el que he aprendido a disfrutar a los demás, sin sentirme culpable cuando se van.
Como pudieron escuchar, Hong Kong no estaba en mis planes. Originalmente iría a Singapur y de ahí brincaría a China continental, pero al final hubo un cambio de itinerario y el resto es historia. Hong Kong fue el inicio ideal en mi ilusión por comprender la historia de una cultura milenaria. Desde que aterrizamos, los contrastes de esta ciudad me cautivaron, alimentando mi inquietud por conocer más sobre sus raíces y tradiciones. Al final, lo único que me deslumbró más que su historia fueron sus luces. Ya fuera en Victoria Peak, Disneyland o el Gran Buda, cada esquina de Hong Kong es impresionante y asombrosa. La seguridad se respira y la capacidad económica no intenta esconderse. Las personas son amables y educadas, demostrándose consideradas hacia el turista y dejando en claro que la hospitalidad es parte de la cultura.
Quiero empezar por decir que no recuerdo cuántas veces he respondido “¡no agradezcas, no es nada!”. Sin darme cuenta llevo toda la vida minimizando las acciones que, con esfuerzo, realizo. ¿Saben qué? ¡Se acabó! Durante mucho tiempo pensé que ser humilde era la forma en que combatía la soberbia. No sé por qué tenía la idea de que aceptar tus habilidades era algo incorrecto y de mala educación. Al parecer pensaba que mientras más minimizara mis proezas “mejor persona sería”. ¡Por Dios, por qué nadie me dijo nada!
Hace no mucho me pidieron hablar sobre mis chocoaventuras en el extranjero. Haciendo memoria, me doy cuenta de que los retos a los que un viajero se enfrenta son muchos y pocas veces terminan sin estrés. Igual recordar es volver a vivir y no me arrepiento de uno solo de los retos que tuve que sortear en búsqueda de mi viaje ideal. Debo admitir que muchos de los retos que he superado han requerido tanto de mi habilidad para trabajar bajo presión como del apoyo de amigos que, desinteresadamente, se han preocupado por que mi aventura sea lo menos caótica posible. Sin ellos trasladarme por Copenhague, localizar a un embaucador o negociar con empresas trasnacionales no hubiera sido posible. ¡Muchas gracias, amigos! Lo interesante es que no importa cuántos viajes haga, siempre surge algo nuevo que pone a prueba mis capacidades. De hecho, las personas que me rodean tienen la teoría de que cada que voy a vacacionar algo dramático sucede. Me niego a creer que tienen razón, pero después de tantas peripecias comienzo a pensar que tal vez vean algo que yo no. En todo caso igual disfruto mucho el proceso, ¡así que no pasa nada!
Hogar no es en donde resides, sino en donde está tu corazón. Suena cursi y empalagoso, pero es real. En mi caso, hecho raíces con facilidad, pero mi hogar es en donde están mis mejores amigos, mi familia y mis recuerdos. Es por eso que, sin importar el hemisferio en el que me encuentre, la brújula siempre señala el camino hacia donde está mi corazón. Con esto no quiero decir que vivo añorando regresar a casa, sino que puedo estar en cualquier parte del mundo porque sé cuál es mi lugar, porque sé que hay personas esperándome, apoyándome, amándome. En dónde esté físicamente no importa, ¡lo que el hogar me brinda rompe y cruza cualquier frontera! Por eso, si tu, mi querido Mae, al igual que yo te encuentras lejos de casa, recuerda que no se trata de un lugar físico, sino de tus seres queridos, aquellos cuyo amor incondicional te acompaña en triunfos y momentos de soledad, quienes te dan fuerza para seguir adelante e inspiran para no tirar la toalla en la búsqueda de alcanzar tus sueños.
No siempre tuve tanta seguridad en mí mismo. De hecho, podría decir que la mayor parte de mi vida la pasé siendo tímido, preocupón y ansioso; o, como diría mi mejor amiga, “tullido”. Luego algo cambió. Puede haber sido que maduré o que me empezaron a valer queso mis defectos. Sea cual sea la respuesta, me ha sentado tan bien que no me lo cuestiono. A manera de anécdota, quiero compartirles que la pasé mal, pero muy mal. Ahora que lo veo, me gustaría regresar en el tiempo para decirme “bájale a tu drama, animal”. Nadie me obligaba a tomarme todo tan a pecho. Incluso algunas eran cuestiones tan irrelevantes que ni si quiera sé por qué les presté atención. Era inmaduro.
Eso de amar a quien la gente considera que no debes es un pedo. La verdad es que aún no me acostumbro a las miradas extrañas al saludar efusivamente a quienes amo. A pesar de que cada vez es más frecuente que piense “¿y a ti qué fregados te importa?”, no puedo evitar sentirme extraño ante el juicio de estos… babosos. Ahora, ¿cuál es la afición con querernos encasillar? Uno no puede solo estar en una relación –la que sea, con quien sea– sin que alguien meta su cuchara y quiera hacerte formalizar. Y la “formalizada” no es el problema, porque entiendo que hay para quien es importante, sino el hecho de que exista la necesidad de etiquetar tu vínculo con las personas. Conozco tantos casos en los que el amor no es como se estereotipa y las personas están verdaderamente plenas. No comprendo por qué debemos definirnos a través de títulos que delimitan nuestras acciones y sentimientos. Seamos honestos, ¡si quieres estar con alguien (o ponerle el cuerno) el papel es lo de menos!
Hace tiempo que hice las paces con la tristeza. No es que constantemente esté conmigo, pero las veces que decidía pasar a visitarme me afectaba enormemente. Después de un par de episodios desafortunados, opté por dialogar con ella y acordar permitirle sacar lo mejor de mí en cada ocasión. Y es que debemos aceptar que la tristeza –y sus amigas– aparecen en los lugares menos esperados. Pocas veces preveo que determinadas situaciones me llevarán a sentirme decaído, lo que genera que momentos que podrían ser alegres se conviertan en experiencias dolorosas que me dejarán un agridulce sabor de boca. Como no me gusta ese sentimiento, prefiero hacerlo lo más llevadero. Así, de la tristeza he obtenido aprendizaje, crecimiento, amor propio y agradecimiento por las bendiciones que se me dan. Poco a poco he aprendido a recibir con humildad las circunstancias que me enfrentan a dolor o frustración, siempre teniendo en cuenta que son pasajeras y que debo de empeñarme en aprender lo más posible para evitar repetir semejantes experiencias; y no es que me guste sufrir, pero si igual he de vivirlo, prefiero dotarlo de sentido.
Eso de amar a quien la gente considera que no debes es un pedo. La verdad es que aún no me acostumbro a las miradas extrañas al saludar efusivamente a quienes amo. A pesar de que cada vez es más frecuente que piense “¿y a ti qué fregados te importa?”, no puedo evitar sentirme extraño ante el juicio de estos… babosos. Ahora, ¿cuál es la afición con querernos encasillar? Uno no puede solo estar en una relación –la que sea, con quien sea– sin que alguien meta su cuchara y quiera hacerte formalizar. Y la “formalizada” no es el problema, porque entiendo que hay para quien es importante, sino el hecho de que exista la necesidad de etiquetar tu vínculo con las personas. Conozco tantos casos en los que el amor no es como se estereotipa y las personas están verdaderamente plenas. No comprendo por qué debemos definirnos a través de títulos que delimitan nuestras acciones y sentimientos. Seamos honestos, ¡si quieres estar con alguien (o ponerle el cuerno) el papel es lo de menos!
Hace tiempo que hice las paces con la tristeza. No es que constantemente esté conmigo, pero las veces que decidía pasar a visitarme me afectaba enormemente. Después de un par de episodios desafortunados, opté por dialogar con ella y acordar permitirle sacar lo mejor de mí en cada ocasión. Y es que debemos aceptar que la tristeza –y sus amigas– aparecen en los lugares menos esperados. Pocas veces preveo que determinadas situaciones me llevarán a sentirme decaído, lo que genera que momentos que podrían ser alegres se conviertan en experiencias dolorosas que me dejarán un agridulce sabor de boca. Como no me gusta ese sentimiento, prefiero hacerlo lo más llevadero. Así, de la tristeza he obtenido aprendizaje, crecimiento, amor propio y agradecimiento por las bendiciones que se me dan. Poco a poco he aprendido a recibir con humildad las circunstancias que me enfrentan a dolor o frustración, siempre teniendo en cuenta que son pasajeras y que debo de empeñarme en aprender lo más posible para evitar repetir semejantes experiencias; y no es que me guste sufrir, pero si igual he de vivirlo, prefiero dotarlo de sentido.
Diferenciar entre estar triste y sentirme culpable es algo que aún me cuesta trabajo. Para ser sincero, creo que ni siquiera conozco los nombres de todas las emociones, por lo general repito la misa una y otra vez; variando de vez en cuando con aquella que suena cercana a describir lo que experimento. Como imaginarán, platicar con Lizbeth Velázquez me ayudó a comprenderme mucho más de lo que llegué a imaginar. Después de intercambiar ideas sobre las emociones primaras, secundarias y los sentimientos que generan, llegamos a un tema que me impactó: aprender a diferenciar entre los sentimientos ajenos y los propios. Cuando nos preguntó “¿él te engañó o él engaña?” fue como si se develara un mundo lleno de posibilidades. ¡Puede ser que mucha de la culpabilidad y vergüenza que he sentido durante años ni siquiera me correspondan! En fin, es mucho para procesar y hay otros puntos que me parece importante resaltar.
Con frecuencia me encuentro en encrucijadas ocasionadas por la desesperación de no saber qué camino elegir. Pocas veces mi imaginación se controla y se comporta de manera centrada y realista. Al parecer, lo mío es permitir que mi cabeza cree escenarios sobre un caso determinado para, a partir de ahí, torturarme con los resultados desagradables que puede tener dicha situación. Después, nada de lo predicho sucede y me de doy cuenta de solo fue una pérdida de tiempo. Sin importar cuánto deseé una situación, al final los resultados son completamente inesperados. Al paso del tiempo, me doy cuenta de que el Universo tiene planes para mí, mismos que se me mantienen ocultos y pocas veces anticipo. Como dicen en mi pueblo “nunca sabes por dónde va a saltar la liebre”, así que he dejado de intentar predecir el futuro para comenzar a fluir acorde a la misión que desde antes de nacer había elegido.
El miedo al ridículo siempre me ha perseguido. No hay nada que me atormente más que pensar en que perderé el control de una situación y esto me llevará a quedar completamente expuesto, sin forma de “limpiar mi reputación”. Debo decirles que esta no es forma de vivir, así que –desde hace un par de años– he decidido aplicar el “no pasa nada”. Para aminorar mi ansiedad, he decidido reír. Así, relajarme implica hacer lo que me nace sin reparar en lo que otros opinarán –no dañando a terceros, claro está. Cómo vestir, a dónde ir, qué decir, con quién relacionarme: todos son asuntos míos y de nadie más. Por su puesto, no a todo el mundo le parece, pero eso poco a poco me ha dejado de importar.
Diferenciar entre estar triste y sentirme culpable es algo que aún me cuesta trabajo. Para ser sincero, creo que ni siquiera conozco los nombres de todas las emociones, por lo general repito la misa una y otra vez; variando de vez en cuando con aquella que suena cercana a describir lo que experimento. Como imaginarán, platicar con Lizbeth Velázquez me ayudó a comprenderme mucho más de lo que llegué a imaginar. Después de intercambiar ideas sobre las emociones primaras, secundarias y los sentimientos que generan, llegamos a un tema que me impactó: aprender a diferenciar entre los sentimientos ajenos y los propios. Cuando nos preguntó “¿él te engañó o él engaña?” fue como si se develara un mundo lleno de posibilidades. ¡Puede ser que mucha de la culpabilidad y vergüenza que he sentido durante años ni siquiera me correspondan! En fin, es mucho para procesar y hay otros puntos que me parece importante resaltar.
Con frecuencia me encuentro en encrucijadas ocasionadas por la desesperación de no saber qué camino elegir. Pocas veces mi imaginación se controla y se comporta de manera centrada y realista. Al parecer, lo mío es permitir que mi cabeza cree escenarios sobre un caso determinado para, a partir de ahí, torturarme con los resultados desagradables que puede tener dicha situación. Después, nada de lo predicho sucede y me de doy cuenta de solo fue una pérdida de tiempo. Sin importar cuánto deseé una situación, al final los resultados son completamente inesperados. Al paso del tiempo, me doy cuenta de que el Universo tiene planes para mí, mismos que se me mantienen ocultos y pocas veces anticipo. Como dicen en mi pueblo “nunca sabes por dónde va a saltar la liebre”, así que he dejado de intentar predecir el futuro para comenzar a fluir acorde a la misión que desde antes de nacer había elegido.
El miedo al ridículo siempre me ha perseguido. No hay nada que me atormente más que pensar en que perderé el control de una situación y esto me llevará a quedar completamente expuesto, sin forma de “limpiar mi reputación”. Debo decirles que esta no es forma de vivir, así que –desde hace un par de años– he decidido aplicar el “no pasa nada”. Para aminorar mi ansiedad, he decidido reír. Así, relajarme implica hacer lo que me nace sin reparar en lo que otros opinarán –no dañando a terceros, claro está. Cómo vestir, a dónde ir, qué decir, con quién relacionarme: todos son asuntos míos y de nadie más. Por su puesto, no a todo el mundo le parece, pero eso poco a poco me ha dejado de importar.
El amor es arrebatado, irracional y divertido. Pocas veces estamos tan felices y seguros. El amor es irracional y sentimos que nos dejamos ir como “gorda en tobogán”, pero la emoción es tanta que nada más importa, solo el hecho de que la confianza se está construyendo y que el conocer íntimamente a otro ser humano es reconfortante y especial. Como se dan cuenta, amar implica confiar, abrirnos a la posibilidad de que otros conozcan nuestra realidad, nuestros defectos y temores. Es entonces cuando la magia empieza a desaparecer y el miedo a ser vulnerados surge para hacernos pensar dos veces antes de continuar entregándonos a quien obtiene las armas para dañarnos. Cuando te percates de que los temores comienzan a ganar, ¡frena, Mae! El miedo solo hará que te reprimas y tu relación se irá desgastando hasta que lo único que quede sea dolor y desconfianza. No te dejes convencer por los errores del pasado. Ésta es una nueva relación y, por ello, otra oportunidad para encontrar a alguien con quien compartir quién eres.
En la vida académica he estado de ambos lados: como estudiante y como profesor. Sin importar el rol que desempeñe, me atrevo a asegurar que mi perfil solo es compatible con la educación presencial. Sí, en muchos sentidos soy autodidacta, pero parte del incentivo para aprender o enseñar es la interacción que, de una u otra forma, tendré con mis profesores/alumnos. De no ser por ella, es posible que, de a poco, fuera perdiendo el interés. Pese a esta creencia, platicar con Celia Robles cambio mi perspectiva. En un mundo hiperconectado en el que estamos a un clic de personas e información, la educación a distancia se erige como una opción viable en la que, desde cualquier lugar, puedes completar tus estudios. Como puntualiza Celia, lo único que necesitas para cumplir con tus obligaciones es acceso a software y hardware.
Se preguntarán por qué de todos los temas que me solicitan decidí elegir éste. Para ser sincero, es porque considero que la vida es demasiado corta como para postergar situaciones que, por un motivo u otro, deseamos hacer. Dos han sido los momentos en los que la vida me ha abierto los ojos. Ambos desconcertantes y dolorosos. Después de estos eventos decidí que no dejaría pasar más tiempo para ir por lo que quiero. Desde entonces la vida se ha hecho menos sencilla, pero más satisfactoria.
Vivimos en una época en la que se comercializan estilos de vida increíbles y glamurosos; en donde viajar, comer y fiestear son el pan de cada día. Para estar a la altura, se promocionan infinidad de cursos que prometen llevarnos a la cúspide en tan poco tiempo que casi puedes saborear el caviar. Lo que no nos dicen es que detrás del éxito económico hay trabajo constante, persistencia y sacrificio. En un mundo en donde la inmediatez domina los deseos, pensar en no obtener los beneficios que queremos nos resulta abominable y ofensivo. Es entonces cuando el hada madrina conocida como “crédito bancario” aparece para salvar el día. Lo que no sabemos es que, más que amiga, es un demonio al que, de no tener cuidado, le deberemos la vida.
El éxito es subjetivo, tiende a compararse con otras trayectorias y llega a convertirse en una obsesión tanto para aquellos que lo han saboreado como para los que aspiran a tenerlo. Lo que no se dice sobre él es que, de cierta forma, siempre está presente en nuestras vidas. Aunque parezca asombroso, muchas personas deciden luchar día a día contra su entorno y buscan superarse a pesar de las dificultades. Ese esfuerzo, la manera en la que afrontan los retos y la alegría que exudan al hacerlo son inequívocas señales de que han alcanzado el éxito. No se trata de que encarnen el arquetipo de “triunfador”, sino de que no se rindan incluso frente al más inminente fracaso.
Como mexicano, hablar de migración es hablar del norte, de buscar más y mejores oportunidades que nos permitan luchar por darle una vida digna a quienes amamos; de sacrificios que serán remunerados con educación, alimentos y servicios de salud. Así, hablar de migración es hablar de amor, de superación y sacrificios. ¿Por qué tenemos que elegir entre disfrutar a nuestros familiares o poder cubrir sus necesidades? ¿Por qué “salir adelante” es un sueño a kilómetros de distancia, en el que tener acceso a educación de calidad o celebrar un cumpleaños se convierte en un lujo? Inmerso en mis pensamientos, recordé el consejo de Rafa: “vayan, échele ganas y no tarden mucho en regresar”. ¿De dónde vienen estas palabras si “allá” todo es mejor? ¿Por qué querer regresar? Pues porque, al final, todas las carencias no se equiparan al sufrimiento de estar lejos de quien le da sentido a haberte ido.
Infinidad de veces me dijeron “date a respetar”. Como si en aquel entonces hubiera sabido lo que significa. Ahora que me ha alcanzado la edad, reconozco que se refieren a estar en armonía y a ser congruente con uno mismo. Cuando releo lo escrito me doy cuenta de lo complicado que se escucha. No voy a decir que lo he logrado, pero sí que todos los días trabajo para que la forma en la que pido que me traten sea la misma con la que me dirijo hacia los demás.
A últimas fechas me han cuestionado cómo puedo amar a quienes me han lastimado. Sencillo: el secreto está en que sinceramente los amo. A lo largo de mi vida he notado que, una vez que permito que alguien se vuelva cercano, no hay forma de alejarlo. Mucho menos de odiarlo. Analizándolo, encuentro que se debe a que la relación se basó en la honestidad. Yo sé quién es la persona, al igual que ella sabe cómo soy, y decidimos amarnos con debilidades y virtudes, sabiendo que el objetivo es compartir el camino, no convertirnos en uno mismo.
Reconozco que lo has evitado, pero no haberme preguntado no implica que no cuestiones los motivos por los que te puse límites. Llegó el momento de aclararlo. Antes de recapitular, es necesario que sepas que acepto mi parte de la responsabilidad. No diré que todo es culpa tuya y que las ocasiones en las que me lastimaste recaen en ti. Yo lo permití. No voy a mentir, ha pasado tanto tiempo que ya casi olvidé el motivo por el que te dije “no” por primera vez; sin embargo, fue lo mejor que pude hacer. Haber puesto un alto a esos momentos en los que forzabas mi voluntad, en los que tus acciones pasaban por encima de mi dignidad y que –por miedo a que te alejaras– decidí callar, es la decisión más acertada que pude tomar. No lo malinterpretes: no te dejé de querer, es que aprendí que primero es el amor propio y luego todo lo demás. Por un momento lo olvidé, pero estar a tu lado me hizo recordar que los límites no surgen del dolor, sino de la autovaloración. Ahora estoy consciente y puedo ponerme primero yo.
Recuerdo estar sentado en aquella mesa escuchando su historia. Ella no podía creer lo que decía. Cierto, él era taciturno, pero pocas veces había hecho comentarios que pudieran hacernos considerarlo depresivo. Era una persona “normal”, con cambios de humor como todos. Al menos eso creíamos. Tratar de comprender una enfermedad que no vemos, que nos dicen que duele, pero que no se hace evidente, nos resulta complicado. Al comentar el caso, más de uno expresó sorpresa: ¡cómo, si lo tiene todo! No alcanzaban a entender que poco tiene que ver con su apariencia física, red de apoyo o posición social. Su tristeza viene de otro lugar.
A lo largo de mi vida ha habido más de una ocasión en la que he perdido la esperanza, en la que me siento acorralado y lo único que quiero es rendirme sin dar batalla. Es entonces cuando recordar que todos tenemos un destino me regresa las ganas de continuar sin importar las veces que me tenga que levantar. Seguir adelante a pesar de las dificultades es una habilidad que se adquiere con los años. Tal vez sea propio de le edad, pero a medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que mi esperanza en Dios incrementa, de que confío plenamente en que todo lo que sucede es perfecto acorde a Su plan.