Media hora de oración para hablar con Dios. De Él, de ti. De sus cosas, de tus cosas. De los que ama, de los que amas.
La higuera se secó porque no servía para nada. Fue el Señor y le pidió fruto, no había nada que hacer con ella y la despreció. Dar fruto es lo que nos pide esta vida, en la familia, en los trabajos, con los amigos. Dios también nos pide frutos de alegría y paz.
La Iglesia es madre y maestra. Acompaña nuestra vida diaria y vela con solicitud por cada uno de nosotros que somos sus hijos. Al mismo tiempo se nos enseña, se nos cuida, se nos protege. Es un lugar en el que se cuida, se alimenta, se sana y se protege. Se cuida también el depósito de la fe. Aquello que nos une y nos reúne.
Andamos muchas veces despistados, pensando para qué estamos aquí, qué somos, qué hacemos. Nos falta darnos cuenta de que somos elegidos, hemos sido elegidos, desde antes de la creación del mundo. ¿Para qué? para ser santos! Ahí es nada. En el diálogo con el Señor descubrimos qué es lo que Dios nos pide.
Esos pecados que nos aprisionan y nos limitan y nos recortan. Y a su lado, la virtud correspondiente que nos libera y amplía horizontes. La caridad es la virtud de las virtudes, la primera que nos tiene que ocupar. Y es una virtud apostólica, pocas herramientas más eficaces que la caridad para atraer almas a la vida cristiana.
A veces le pasa al Señor que es tan bueno, que la ley se le queda corta, le marca, le impide su bondad. Y en esos casos, como las curaciones en sábado, tiene que estirar su señorío y proponerlo para hacer ver a todo el mundo que la ley es para el bien y que él es Señor por encima de todo.
Muchas veces recordamos en la Iglesia la imagen de una barca, azotada por las dificultades, por las olas. En ella un grupo de personas normales, que, cuando están solas, echan de menos al Señor. Pero él no faltará, nos acompaña, así que todo funcionará.
Para vivir como hijos de Dios necesitamos su gracia, que se hace visible en los sacramentos, en la oración, en tantos momentos de la vida en los que Dios nos da una gracia extraordinaria. La gracia la tenemos que pedir para que aumente en nosotros su presencia.
La vocación es un gran regalo de Dios, que parte la vida en dos. Hasta el momento en que la conocemos y desde el momento en que la vivimos. Una parte de nuestra vida la pasamos buscándola y la otra parte, realizándola. No siempre es fácil, muchas veces hay tormentas y dificultades, pero la Palabra del Señor es constante: no te preocupes, estoy contigo.
Estos domingos del tiempo de la Cuaresma nos invitan a contemplar nuestra vida a los ojos de Dios y cambiar lo que tengamos que cambiar para volver a vivir como hijos suyos. En las lecturas del tercer domingo de Cuaresma contemplamos el enfado de Dios, porque están tratando mal el lugar de su presencia.
Los enamorados se regalan. Primero cosas, luego tiempo, luego se dan la vida. Dios está enamorado de ti, te da lo que tienes, te da su tiempo y al final te da su vida entera, su vida trinitaria. La del Padre, la del HIjo, la del Espíritu Santo. El agradecimiento es la única opción ante este regalo.
Las lecturas de este domingo nos recuerdan la Ley de Moisés, la antigua alianza. Que se verá superada por la nueva alianza, por la de Jesús, sin que deje de cumplirse nada de aquella. En este tercer domingo de Cuaresma, .-Jesús, perfecto hombre, se enfada. Hay cosas (y personas) que le sacan de quicio y lo dice. Así que en el Evangelio de este domingo aparece enfadado para consuelo de los que se enfadan. Es verdad que él se enfada por virtud, por amor a Dios y a su casa, y nosotros, más veces por pecado. Pero él se enfada.
En el tiempo de Cuaresma, lo propio es volver a Cristo. Quizá no estamos lejos de él, pero siempre hay cosas que convertir en nuestra alma. El mejor ejemplo de vuelta a Casa es el del Hijo pródigo. En él nos podemos reconocer todos: siempre nos vamos y siempre Él nos espera. Volver a casa es volver a la alegría de un hogar en el que se nos quiere.
Comienza un tiempo de especial preparación para la gran fiesta de los cristianos que es la Pascua. Son seis semanas para convertirnos, para cambiar de vida, y comenzamos con el signo de la ceniza. Una imposición que nos recuerda que tenemos que hacernos dueños de nosotros mismos para entregarse a Dios.
En cada personaje de la genealogía de Jesús encontramos la fidelidad de Dios con su pueblo. Allí están todos dispuestos a aportar su grano de arena al plan de Dios para la salvación del mundo. Los hay buenos y malos, justos e injustos, pero en ellos Dios fue fiel y cumplió con s promesa.
Un personaje bíblico discreto casi oculto es un buen tema para nuestra oración. Aarón, el portavoz de Moisés, encargado de darle voz ante el Faraón y ante el pueblo de Israel. Capaz de lo mejor y capaz de lo peor. Como nosotros. En él nos podemos ver reflejados... y animados a cambiar.
En la genealogía de cada uno encontramos una historia de la humanidad. Algún personaje, algún aventurero, gente de mala vida todos ellos fueron necesarios para que nosotros estuviéramos hoy aquí. También la genealogía de Jesús es así. Dios entró en la humanidad hasta el fondo. Él es fiel.
Rezamos con el Evangelio y nos damos cuenta de que el Señor nos pide una entrega hasta el final. Los personajes del Evangelio lo han vivido así, y en ello han encontrado su felicidad, su santidad. A nosotros Dios nos pide lo mismo: buscar nuestro camino, encontrarlo y vivirlo.
Estos días contemplamos a un Niño. A Jesús, el Señor. Junto a él, María su madre, que cuida y se desvela por el niño. Junto a los dos, José, que sostiene esa familia con su amor y con su esfuerzo personal. Forman una Sagrada Familia, todos con su esfuerzo, con su entrega, con su amor.
Tiempo de salvación y esperanza. Rezar junto al portal, esperando al Niño que nace, a Jesús, el Mesías, el Señor. Acompañar a María, a S. José, a los pastores y a los magos. A la mula y al buey. Todos expectantes, porque lo que va a pasar es lo más grande. Dios se hace niño.
En el Tercer domingo de Adviento la lectura de san Pablo nos invita a estar alegres, a estar contentos. También nos pide ser constantes en la oración y, por último, perseverar en la acción de gracias. Tres propósitos sencillos para este tiempo, aquí y ahora. Alegres, agradecidos, orantes.
Acompañamos a Jesús a su llegada a Jerusalén. Ha sido recibido con todo honor y gloria por la multitud. Sin embargo, al acercarse al Templo se lo encuentra convertido en un mercadillo. El lugar sagrado convertido en un lugar de mercadeo. El pueblo judío da muchas hojas, pero pocos frutos, como esa higuera, que acabará secando el Señor.
Hemos recibido todos unos talentos, cada uno los suyos, cada uno según sus capacidades. Esos talentos recibidos son para ponerlos en juego, para ponerlos en marcha y para que den fruto. En función de los frutos seremos juzgados. No basta con esconderse y esperar a que pase el tiempo. Hay que dar la cara.
Hemos sido creados y todo lo creado ha sido creado para nosotros. Cada cosa que miras es un regalo que Dios te hace y Él lo ha pensado para ti desde el comienzo de los tiempos. Esa creación en la que vives es para tu gozo, también para tu responsabilidad y para tu cuidado.
Nos hace falta el ayuno y la abstinencia. Incorporarlo a nuestra vida, renunciar a cosas buenas para acercar nuestro corazón al de Dios y aspirar a cosas mejores. Además con la renuncia hacemos fuerte nuestra voluntad para poder seguir el camino de Jesús que lleva de la cruz a la Gloria.
Jesús es el maestro de la oración. Él tiene su relación con el Padre, su confianza con Él y a Él se dirige en los momentos difíciles de su vida para pedir, agradecer, alabar, dar gloria. Así es el Señor con nosotros. Esa sería nuestra oración. Jesús nos enseña cómo , cuándo, dónde.
Dios nos ha invitado a una vida nueva. A hacer realidad la construcción del Reino con nuestro empeño y con nuestro servicio. En nuestras manos está servir para esto o no servir para nada. No nos falta la ayuda del Espíritu Santo que hará todo lo que le dejemos para impulsar esa vida nueva.
Miguel, Gabriel y Rafael son los nombres de los tres arcángeles que Dios pone para comunicarse con los hombres, acompañarlos, defenderlos, protegerlos, sanarlos. Ellos están siempre a nuestro lado, junto a nuestros ángeles custodios para hacer presente a Dios en nuestras vidas.
El Señor nos ha puesto en la historia, aquí y ahora. Y nos pone con una misión, responsables de nuestro entorno, de nuestro ambiente. Para servir a Dios y servir a los demás. Tenemos un compromiso con la sociedad que tenemos que cumplir y sacar adelante. Estamos bautizados para servir
El amor a la Virgen María es un detalle hacia la madre que Jesús nos entregó en la cruz. Pero además de ser un detalle con ella, es un regalo para nosotros. Amar a la Virgen nos hace bien a nosotros. Ella es omnipotencia suplicante, medianera de todas las gracias.
Entre las bienaventuranzas una es muy concreta y nos ayuda a la vida cristiana. Pedir a Dios la limpieza de corazón es un buen camino para la santidad. Que nos quite nuestra inconstancias e infidelidades y todo aquello que nos impide contemplar el rostro de Jesús.
Jesús es Señor del Sábado, aquello traerá enormes complicaciones y parte de las acusaciones contra él. Sin embargo, cómo cuida el Señor de sus amigos es también una enseñanza para todos. Cuidar el día de descanso y dedicarlo al Señor es una necesidad de la vida cristiana
Muchas veces no sabemos rezar. Ni qué pedir, ni cómo pedir, ni dónde pedir. Hacemos nuestra oración con la intención de pedir luces para la oración. Tenemos a favor el Espíritu Santo, que dentro de nosotros prepara todo el tiempo de oración para que nos encontremos con el Señor y con el Padre. Él nos enseña.
Dios es tu Padre. El Espíritu Santo, en el fondo de tu alma va haciendo su oración contigo. La sostiene, la alimenta, la acompaña. Y en esa oración te enseña que Dios es tu padre y que es un padre en quien se puede confiar. Te toca clamar con Él, Abba Padre.
Danos Señor paciencia. Esa virtud que nos sostiene en las dificultades, en las pruebas, en los sufrimientos, que son tan frecuentes en nuestra vida. Ayúdanos a imitar el modelo del santo Job, maestro de la paciencia. Y de Jesucristo, el Señor de la paciencia, en la cruz.
Aprender a rezar con una mujer pagana no es frecuente. Pero se puede si sigues la Biblia. Una mujer cananea se acerca al Señor y comienza su oración reconociendo la grandeza de Dios y contándole lo que ella necesita, la curación de su hija. Todo un modelo de oración para aprender a rezar.
Muchas veces somos testigos de la misericordia, muchas más veces somos protagonistas de la misericordia que Dios hace con nosotros y siempre podemos ser colaboradores de la Misericordia de Dios, podemos hacer que ella llegue a este mundo. Misión posible para todos: ser agentes de la Misericordia de Dios.
La Virgen del Carmen cuenta en España con una larga tradición. Su devoción se extiende a todas las gentes del mar, a los centenares de miles de mujeres que llevan este nombre, a una gran tradición religiosa de carmelitas en esta tierra. Virgen del Carmen protege a tu pueblo.
El celibato se recibe como regalo que hay que cuidar, proteger, hacer crecer. Un regalo que Dios entrega a muchos consagrados y que les convierte en signos de su amor, y al mismo tiempo, en semilla fecunda para hacer crecer el Reino de Dios entre quienes pueden anunciarlo a tiempo completo.
En esto del alma, lo mejor es volver a la niñez. Volver a la confianza en Dios, volver al sencillo amor al prójimo, volver a la seguridad de una Madre que te da la mano a cada paso. Ser niños no es sólo la mejor opción es un camino que Dios te ofrece para alcanzar pronto el rostro de Dios
En esta meditación contemplamos el misterio de la Iglesia, una Iglesia que es madre, amorosa, cercana, siempre dispuesta a nuestro favor, siempre dispuesta a servirnos. Una Iglesia madre de la que formamos parte y de la que tenemos que hacer visible, en nuestra propia vida, su amor maternal.
Decía un Padre de la Iglesia, que no se puede tener a Dios como padre el que no tiene a la Iglesia como madre. La Iglesia nos mira con rostro maternal, para cuidarnos, acompañarnos, limpiarnos, curarnos, protegernos. Caminar sin la ayuda de la madre es muy difícil. Atender su mirada es encontrar un rostro que nos sonríe y nos alienta.
Nuestra oración de hoy mira ese mandamiento de la Iglesia que nos pide oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. Un mandamiento de mínimos que en realidad es el mandamiento de recibir un regalo, la Misa, Dios que se nos entrega, Dios que nos salva. Bendito sea Dios
Hagamos oración en torno a nuestro bautismo. El día más importante de nuestra vida, el día en que comenzó la eternidad para nosotros. Hijos de Dios, la mayor dignidad que tendremos en nuestra vida, miembros de la Iglesia. Día para estar agradecidos a tantas personas que lo hicieron posible. Día también para estar comprometidos con lo que asumimos en el bautismo.
Nunca estamos solos. Él nos acompaña siempre. Está a nuestro lado, nos habla, nos aconseja. Cuando sentimos su ausencia es porque somos nosotros los que nos hemos ido. Él sigue ahí, acercándose, haciéndose un hueco de nuevo en nuestro corazón. Él no falla. Él es fiel. Hablar con el que siempre está, vivir en su presencia.
En la fiesta de Pentecostés, rezamos a Dios Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, el dulce huésped del alma. Él sostiene la Iglesia, la alienta, la anima. Él lanza la vida cristiana hacia la santidad. Cada paso que damos es un paso que el Espíritu inspira en nosotros. Ven Espíritu Santo!