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Ignacio Manuel Altamirano lo dejó claro: la lucha contra la miseria es tarea de todos. En su crónica de El Renacimiento (1869), aplaude la labor de don Vidal Alcocer, quien rescató a miles de niños de la pobreza con educación y sustento.
Hablemos, escritoras lanza una nueva sección titulada "Poesía". Es la poeta y promotora cultural Julia Santibañez quien la hace posible. Hoy, en este episodio inaugural, conversa con la poeta mexicana Brenda Ríos, quien tiene una abundante producción en poesía, narrativa y ensayo. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas, del FONCA, de la Residencia Artística FONCA-CONACYT, del Programa de Estímulos Artísticos PECDA Guerrero y de la Residencia Artística Sacatar, en Brasil. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano (2013) y el Premio Estatal de Poesía María Luisa Ocampo (2018). "Su voz poética es contundente, aborda lo cotidiano desde una visión oblicua, propositiva, no exenta de humor. Además, aporta un ángulo de cuestionamiento sobre verdades incuestionables en nuestros tiempos, como el trabajo asalariado, la familia, el amor, la vida adulta." -Julia Santibañez
Era la víspera de Navidad. «¿Cómo no pasar con alegría esa fiesta de la intimidad, esa fiesta del corazón, en unión de las personas queridas que iban a quedarse bien pronto abandonadas tal vez para no volverse a ver nunca? »Después de la Navidad estaban la guerra, las montañas, las privaciones, la derrota, tal vez la muerte.... Era preciso celebrar el último banquete de la familia con entusiasmo.... »Clemencia dijo a [Enrique] Flores, a [Fernando] Valle y a sus compañeros: »—La Navidad se celebrará aquí en casa, haremos un gran baile, tendremos una agradable cena, nos alegraremos por última vez con los nuestros, y después, que vengan los franceses y nos degüellen.... »La noche del 24... la casa de Clemencia... era un palacio de hadas. Se iluminaron el patio y los corredores, se pusieron por todas partes gigantescos ramilletes de flores y ramas de árboles cubiertas de heno y de escarcha. Se dio, en fin, a la casa el aspecto tradicional de las fiestas de Nochebuena.... »En el salón se había colocado... el árbol de Navidad, precioso capricho [alemán] no introducido todavía en México, y que es el objeto de la ansiedad de la infancia, de la alegría de la juventud y de la meditación de la vejez en esos países del Norte donde aún se mantiene vivo con el calor del hogar el amor de la familia. »Había sido un capricho de Clemencia poner ese árbol, en cuyas frescas ramas había colocado algunas de sus más queridas alhajas, pañuelos, y pequeños juguetes que habían de repartirse entre sus afortunados amigos, con entero arreglo al estilo alemán: sólo que aquí en vez de niños eran valientes oficiales republicanos los que iban a obtener esos preciosos obsequios, como una muestra de eterno recuerdo. »A la medianoche debía hacerse este reparto, como es [de] costumbre.... »... El reloj dio las doce de la noche, y todo el mundo vino a agruparse en derredor del árbol de Navidad. »Comenzóse la rifa. Cada uno sacó su número, y Clemencia fue distribuyendo la alhaja o el juguete que correspondía a aquel número. »Llegó su turno a Fernando. Sacó el número 13.... Clemencia bajó de una rama del árbol un lindo pañuelo de batista que tenía este número. »—Valle —dijo la joven alargando el pañuelo a Fernando—, Isabel y yo hemos bordado juntas este pañuelo... por esto debe serle a usted doblemente querido. »—Lo guardaré como una reliquia sagrada —respondió Fernando. »—Y cuando reciba usted alguna herida, empápelo usted en sangre generosa; esa será la mejor manera de honrarlo. »—Yo lo prometo —murmuró Fernando.1 Esa «sangre generosa» que a la postre derramó Fernando Valle en la clásica novela romántica Clemencia, escrita por el autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano, nos recuerda la sangre que a la postre derramó el Niño Dios. Porque así como Fernando murió voluntariamente en lugar de su amigo Enrique, también Jesucristo, Dios hecho hombre, murió en nuestro lugar. Aquel cuyo cumpleaños celebramos cada Navidad murió por cada uno de nosotros. Y no hay sangre alguna en este mundo más generosa que esa.2 Carlos ReyUn Mensaje a la Concienciawww.conciencia.net 1 Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (Bogotá: Editorial Norma, 1990), pp. 119-22. 2 Jn 15:13
Diario de Ignacio Manuel Altamirano. Páginas Íntimas.
El próximo 29 de mayo Sudáfrica celebra elecciones generales. Tras 30 años del Congreso Nacional Africano en el poder, algunas encuestas apuntan a que por primera vez podría perder su mayoría parlamentaria. Ese es precisamente el objetivo de los principales partidos de la oposición que se presentan en bloque. Para profundizar en estos comicios hablamos con Secundino González, profesor de Ciencias Políticas y Sociología en la UCM. Catedrático del Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados “Ignacio Manuel Altamirano”.Escuchar audio
«Era el 24 de diciembre... en un pueblecillo de montañeses... pobres.... »... El alcalde y el cura entraron trayendo del brazo a un joven alto, moreno, de barba y cabellos negros, que realzaba entonces una gran palidez y [una] mirada llena de tristeza.... Era Pablo. »Venía vestido como los montañeses, y se apoyaba en un bastón largo y nudoso.... El alcalde lo condujo a donde se hallaba [Carmen], diciéndole con afecto: »—Ven por acá...; aquí te necesitan. Si tienes buen corazón, nos has de perdonar a todos. »Pablo, al ver a Carmen, pareció vacilar de emoción, y se aumentó su palidez; pero reponiéndose, dijo todo turbado: »—¡Perdonar, señor! ¿Y de qué he de perdonar? ¡Al contrario, yo soy quien tiene que pedir perdón de tanto como he ofendido al pueblo! »Entonces se levantó Carmen y, trémula y sonrojada, se adelantó hacia el joven, e inclinando los ojos, le dijo: »—Sí, Pablo; te pedimos perdón; yo te pido perdón por lo de hace tres años... Yo soy la causa de tus padecimientos... y por eso, bien sabe Dios lo que he llorado. Te ruego que no me guardes rencor.... »—... Pero, Carmen, ¿quién ha dicho a ustedes que yo te tenía rencor? ¿Y por qué había de tenerlo? Era yo vicioso, señor alcalde, y por eso me entregó usted a la tropa [para servir a la Patria]. Bien hecho: de esa manera me corregí y volví a ser hombre de bien. Era yo un ocioso y un perdido, Carmen; tú eres una niña virtuosa y buena, y por eso cuando te hablé de amor me dijiste que no me querías.... Yo soy quien te pido perdón, por haber sido atrevido contigo y por haber estorbado quizá en aquel tiempo que tú quisieras al que te dictaba tu corazón. Cuando yo considero esto, me da mucha pena. »—¡Oh, no; eso no, Pablo! —se apresuró a replicar la joven—. Eso no debe afligirte, porque yo no quería a nadie entonces... ni he querido después...; y si no, pregúntalo en el pueblo... te lo juro: yo no he querido a nadie.... »Los dos amantes se estrecharon la mano sonriendo de felicidad.... Los pastores cantaron y tocaron alegrísimas sonatas en sus guitarras, zampoñas y panderos; los muchachos quemaron petardos, y los repiques a vuelo con que en ese día se anuncia el toque del alba, invitando a los fieles a orar en las primeras horas del gran día cristiano, vinieron a mezclarse oportunamente al bullicioso concierto.... »... Y Pablo sollozaba, quizá por la primera vez, teniendo aún entre sus manos la blanca y delicada de su adorada Carmen, que acababa de abrir para él las puertas del paraíso.... »Todo esto me fue referido la noche de Navidad de 1871 por un personaje, hoy muy conocido en México, y que durante la guerra de Reforma sirvió en las filas liberales. Yo no he hecho más que trasladar al papel sus palabras.»1 ¡Qué buen ejemplo del verdadero espíritu de la Navidad el que nos presenta el autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano en esta pequeña obra suya titulada Navidad en las montañas! Es que la noche de la primera Navidad Jesucristo, el Hijo de Dios, nació entre personas de humilde condición, incluso pastores de ovejas, a fin de mostrarnos su amor y ofrecernos el perdón que todos necesitamos, y de ese modo abrirnos las puertas del paraíso celestial.2 Carlos ReyUn Mensaje a la Concienciawww.conciencia.net 1 Ignacio Manuel Altamirano, Navidad en las montañas (México, D.F.: Ediciones Libuk, 2009), pp. 17,21-22,100-06. 2 Lc 2:1-20; 23:32-43; Ro 5:8
En este capítulo nos acompaña la poeta, ensayista y traductora Brenda Ríos. Ganadora del Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano y autora de Raras. Ensayos sobre el amor lo femenino la voluntad creadora. Escúchala echando coto y de paso nuestras secciones de Escucha para leer y Avisos Clasificados. Dale play y sigue leyendo, sigue escuchando.
En esta ocasión tomamos una literatura de nuestra región Morelos, México. Con la obra de El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano Panelistas: Luis e Iván Música; O Fortuna/ El ultimo de los Mohicanos --- Send in a voice message: https://anchor.fm/santiago-salgado0/message
Nos despedimos de este año y te presentamos un programa con algunas interpretaciones de literatura para estas fiestas: Pati Rogel, nos presenta Vanka un hermoso texto de Antón Chejov, enseguida Sandra Fernández nos relata un cuento de Charles Dickens “Cuento de Navidad” que no podría faltar y finalmente Manuel Chatelain, algo de Ignacio Manuel Altamirano un excelente cuento llamado “Navidad en las montanas” que nos invita a la reflexión, justamente con motivo de estas fiestas. Te abrazamos con todo el cariño y nos despedimos hasta el año entrante. ❤️
Ignacio Manuel Altamirano fue un escritor, periodista, y político liberal radical mexicano. Escribió Clemencia, en 1869, que a menudo se considera la primera novela mexicana moderna. Hoy recordamos sus sabias y sencillas palabras: “Nada hay tan vacío como un cerebro lleno de sí mismo.”
«Enrique velaba en su capilla, abatido y lleno de terror. Tenía la fiebre que acomete a los reos de muerte cuando no tienen la fortuna de contar con un corazón templado y un alma estoica.... »Sin creencias de ninguna especie, carecía... de la energía que da la justicia de una causa.... Él no había tenido más que ambición, y la ambición... cuando está sola no sirve de nada en los negros momentos de la adversidad, y mucho menos en presencia de la muerte. »Enrique estaba desfallecido.... La convicción que tenía... de ser culpable, y la consideración de que ante todo el mundo su delincuencia estaba probada, era bastante para quitarle su vigor. Además, un hombre que ha hecho en el mundo numerosas víctimas y que no ha vivido sino para gozar, no llevando en su memoria ese tesoro de consuelo de las buenas acciones... no ve acercarse el fin de sus días sin estremecerse y sin abatirse. »Enrique, pues, tenía miedo.... Tenía los cabellos erizados y los ojos fuera de las órbitas.... »De repente... el centinela de vista [abrió la puerta]. »Era Fernando Valle. »Enrique se levantó azorado. »—¿Qué desea usted aquí, Fernando? —preguntó tartamudeando.... »—Vengo a salvar a usted. »—¡A salvarme! ¿Cómo? »—... Si usted no hubiese traicionado, es seguro que yo no habría tenido motivo para acusarlo; de modo que la traición de usted es la verdadera causa de que se halle así, próximo a ser ejecutado.... Pero, en fin —continuó Fernando—, yo lo acusé; y la causa indirecta de su condenación soy yo.... La muerte de usted emponzoñaría con su recuerdo mi vida entera. Quiero ahorrarme esta pena y, además, hay una mujer que moriría si lo fusilasen a usted. Quiero que viva y que sea feliz; ella lo ama, y a su amor deberá usted su salvación. He aquí lo que vengo a proponerle: Usted se vestirá en este momento mi uniforme, se ceñirá mi espada y mis pistolas..., se echará... el capuchón sobre la cabeza, y nadie podrá reconocerlo.... »Enrique quedó estupefacto... No podía creer aquello.... »—Pero usted, ¿qué hará? »—Eso no es cuenta de usted, caballero; yo sabré arreglarme. »—Es que [pudieran] fusilarlo a usted en mi lugar.... ¡Fernando..., es usted mi salvador! »Luego que Enrique estuvo listo, Fernando le hizo señas de que saliese.... »—¡Adiós! —dijo a Valle. »—¡Adiós! —respondió éste sin volver la cara.... »Fernando respiró como si algún enorme peso acabase de quitársele del corazón.... Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas, y murmuró con voz ronca: »—¡No creía yo que había de morir así!1 Así como Fernando Valle, en efecto, fue fusilado en lugar de su amigo Enrique Flores al final de la clásica novela Clemencia, escrita por el ilustre autor mexicano Ignacio Manuel Altamirano en el siglo diecinueve, también nuestro Señor Jesucristo, en el primer siglo de la era cristiana, fue crucificado en lugar de cada uno de nosotros, a quienes considera sus amigos. «Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos»,2 dijo Cristo antes de dar su vida voluntariamente por nosotros. Y así como Fernando, que era inocente, murió por Enrique, que era culpable, también Cristo, el único que jamás pecó,3 murió por nosotros «cuando todavía éramos pecadores»,4 como dice San Pablo, «el justo por los injustos»,5 como dice San Pedro. Correspondamos cuanto antes a ese amor, al que debemos nuestra salvación eterna. Carlos ReyUn Mensaje a la Concienciawww.conciencia.net 1 Ignacio Manuel Altamirano, Clemencia (Bogotá, Editorial Norma, 1990), pp. 175‑179. 2 Jn 15:13 3 1P 2:22 4 Ro 5:6‑8 5 1P 3:18
Discurso de Ignacio Manuel Altamirano en el acto de distribuirse los premios a los alumnos del Conservatorio de Música, en el salón de la ex Universidad, el 8 de enero de 1870.
Hoy nos visitó el escritor Eligio Pérez Sánchez en el programa Los libros de Lina y nos platicó de su libro "Ignacio Manuel Altamirano, de Tixla a Europa".
El diario de Ignacio Manuel Altamirano es un documento valiosísimo; no muchas veces los amantes de Clío tienen la oportunidad de echar un vistazo a la vida íntima de los protagonistas de la historia nacional. En 1870 el liberal decimonónico sentencia con ironía: «Hoy cumplo treinta y seis años. ¡Horror! Sí, hoy a las 11 de la mañana si no me equivoco, cumplí esa bonita edad, a la que es agradable haber llegado sin tener tras que caerse».
A Ignacio Manuel Altamirano se le recuerda como un gran tribuno, periodista y escritor del siglo XIX. De la gran variedad de formas de expresión con que divulgó sus inquietantes ideas, una sobresale: el discurso público.
Mesa redonda conformada por Beatriz Pastor, Pedro Pablo Rodríguez y Pierre-Luc Abramson en donde se analiza la utopía en la literatura latinoamericana. Se destaca la obra de Julio Cortázar, José Martí, José María Roa Bárcena, Nicolás Pizarro Suárez e Ignacio Manuel Altamirano.