A veces la realidad supera la ficción con creces. Este es un podcast de relatos cortos donde cuento historias basadas en mis experiencias como abogado de oficio., Serán tan reales como vosotros queráis que sean, no os sacaré de dudas. Encontrareis intriga, violencia, acción y amor, todo el amor que…
CRÓNICAS DE UN ABOGADO DE OFIC
No hay dudas cuando encuentras al amor de tu vida. No piensas si esa persona es a la que verdaderamente amas. No amas de pensamiento, no amas de corazón, sino con todo tu cuerpo y con todos los sentidos. Lo sabes y ya está, es así y siempre lo has sabido.
Empatía, qué palabra más bonita y tan difícil de cumplir. Vidas ajetreadas, personas nerviosas y algún psicópata suelto. Si juntas todos los ingredientes surge un cóctel explosivo amargo de tragar y que nunca llegará a buen puerto. La inacción también puede llegar a ser delito.
Las artes marciales son un arma peligrosa, pero lo es más las malas artes de algunos. Todos queremos un mundo justo, pero hasta que esto llegue tenemos la Ley que no es igual para todos como nos quieren hacer creer. La prueba es fundamental y si está viciada no es tal, es un arma arrojadiza que puede hundir el barco.
Las creencias son peligrosas, son unas de las pocas cosas que pueden desequilibrar la balanza hacia las buenas acciones o hacia el otro lado. No dejemos que nuestra vida se guíe por ellas, porque nos pueden llevar a destinos insospechados que perjudiquen a las personas que queremos o a nosotros mismos. No os dejéis llevar por la pasión de gurús infames que solo quieren absorber vuestra inteligencia. Sed libres
Cuando la realidad se confunde con lo hipnótico, o al revés. O quizás toda explicación lógica no tenga cabida en nuestra cabeza, porque todo fuera un sin sentido que esté fuera de lugar y también fuera de toda época ¿Algo onírico o realidad? ¿Delirios o realidad? Quien lo sabe ...
Una historia cruel, que desgraciadamente ha ocurrido en más de una ocasión, donde la empatía brilla por su ausencia, y donde el daño causado, no tiene reparación porque se graba a fuego en la memoria.
Una historia totalmente subrealista y alocada, donde el oyente seguro que esbozara una sonrisa por su tono y locura.
Racismo, clanes, gitanos y payos. Una historia que mezcla una historia de amor prohibido entre una paya y un gitano y con un desenlace totalmente inesperado
Amor, celos, venganza, drogas, una mezcla poderosa que cuando se une puede que no tenga vuelta atrás y menos aún cuando es totalmente inesperado.
En este relato hemos contado con la colaboración de una gran interpretación femenina: Rafaela Naranjo, a la que doy las gracias por tu participación en este proyecto. Os recuerdo que en este episodio se usa un vocabulario explícito. En este capítulo nos vamos a encontrar la descripción de unos hechos vistos y vividos desde puntos de vistas distintos: violencia de género, el uso de las tecnologías como medio para la comisión de delitos y su desenlace. Vuestras opiniones son muy importantes para nosotros, tanto las buenas, que nos ayudan a motivarnos y a seguir en el camino, y las menos buenas porque nos ayudan a crecer y a mejorar, así que todas ellas serán bienvenidas. Puedes escribirnos a: cronicasdeunabogadodeoficio@gmail.com
INICIO QUIÉNES SOMOS SERVICIOS DE ASESORÍA SERVICIOS JURÍDICOS BLOG CONTACTAR PATROCINIOS BlogCrónicas de un abogado de oficio20. HELLRAISER (II) 20. HELLRAISER (II) 27 febrero, 2018Posted by: Anselmo Carrasco MerloCategoría: Crónicas de un abogado de oficio “El miedo hace a los hombres creer lo peor” – Curzio Malaparte. “La creencia en algún tipo de maldad sobrenatural no es necesaria. Los hombres por sí solos ya son capaces de cualquier maldad” – Joseph Conrad. “Creer es más fácil que pensar. He ahí la razón de que haya más creyentes” – Albert Einstein. – Buenos días, Pedro. Le quería preguntar por qué compró un disco en vinilo, cuando eso ya casi no se lleva. – No lo compré yo. Me lo regalaron unos primos de Valencia. Sabían que yo tenía una pletina nueva y me gustaba este grupo. Y estos discos se están poniendo otra vez de moda. – Pues no lo sabía. Bien, y ¿cómo se le ocurrió escuchar el disco al revés?
“Pareidolia”: Dícese del fenómeno psicológico donde un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible. Es decir, que vemos figuras en las nubes, en las manchas de humedad, incluso en los ojos de la Virgen de Guadalupe. Nuestro cerebro ve cosas donde no las hay. También existe la pareidolia auditiva, cuando, por ejemplo, creemos escuchar voces cuando sólo son sonidos aleatorios.
Situaciones raras, oscuras, intrigantes, de pequeños robos, de lesiones, de violencia, de amor, y todas ellas con un denominador común: la petición del mismo abogado de oficio.
A veces suceden situaciones que parecen difíciles de explicar y de las que no das crédito a lo sucedido, pero sin embargo siempre hay una explicación más fácil de la que nosotros nos imaginamos. Episodio en el que se habla de la violencia infantil y sus consecuencias, con una trama de fondo que nos hace pensar en la maldad de la gente.
Episodio divertido, que te puedo asegurar te hará reír. La verdad es que es un poco bastante kafkiano. Dos policías municipales se enredan en un tema administrativo y entran en un bucle totalmente surrealista. Me encantará saber vuestras opiniones y comentarios.
Esta vez la historia nos la cuenta la compañera de despacho de Juanan, Belén, la cual comparte una historia de una persona trabajadora que pagó una factura muy cara por esta en el sitio equivocado en el momento equivocado. Una historia de amor verdadero, de ese del que das todo sin pedir nada a cambio.
Esta vez un caso turbio le entra al despacho de Juanan, relacionado con un desahucio a una pobre familia que no tiene para litigar. El asunto se enreda, hay algo oscuro en todo el procedimiento que nuestro protagonista tendrá que desvelar. Va tirando del hilo, hasta que ....
Historias paralelas que se cruzan y que las dos podrían haber ocurrido dependiendo de que elección hubiera tenido el letrado en un momento determinado, pero que sólo una es totalmente real. ¿Os atrevéis a adivinar cual de ellas es la verdadera? Me encantará saber vuestra en opinión en los comentarios.
Segunda parte del relato camino a la perdicción. Seguro que os sorprenderá.
Es una historia cruda que desgraciadamente ocurre a menudo y vemos casos parecidos a éste en los medios de comunicación
Y yo me pregunto que pasa por la mente de una persona para que pueda actuar de esta manera. Comenzamos ...
Segunda parte del relato Sospechoso. Cuando el destino nos manda señales que parecen inequívocas, hacen que tomemos decisiones equivocadas.
Muchas veces nos dejamos guiar por las primeras apariencias, y juzgamos demasiadas veces a la gente sin tener ni un solo dato de la situación, y quizás y solo quizás muchas veces nos equivocamos.
– No, no. No quiero ir contra mi mujer. No voy a declarar, de verdad. Sé que ustedes los abogados quieren ir más allá, pero mi caso es distinto. La quiero demasiado y prefiero pudrirme en la cárcel antes que hacerle esto. – Pero si nadie va a ir a la cárcel. Ya se lo he explicado. Los dos tienen lesiones y, en estos casos, con no declarar ninguno de los dos, asunto resuelto, lo normal es que archiven el caso, y aunque le condenen a prisión, si no pasa de dos años, no ingresaría. – No, en serio, abogado, no insista. No lo voy a hacer. El cliente que me designaron lo tenía muy claro cuando lo atendí en comisaría. Tendría unos sesenta y tantos años. Era un tema de violencia contra la mujer. La esposa de este señor llamó a la policía por una supuesta agresión por parte de su marido. El atestado policial exponía que, presentándose la patrulla en el domicilio de la dicente, se encuentran con la señora en estado de ansiedad y explica a la policía que su marido la ha agredido y que quiere matarla, observando los agentes que presenta hematomas y arañazos en los brazos y sangre en el labio. El hombre no contesta a las preguntas que le formulan. También él presenta arañazos en los brazos. Los agentes proceden a detener al señor sin oponer éste resistencia, y llevarse a la señora a un centro médico para realizarle el consiguiente parte médico. Yo le expliqué a mi cliente que sería mejor que le explorara un médico para que le hiciera un parte de lesiones, y así tendríamos más fuerza a la hora de negociar. Que si al día siguiente, en el juzgado, declaraba que las lesiones que él presentaba se las produjo ella, lo más probable en estos casos es que les absuelvan a los dos, siempre que no declaren el día del juicio oral y que no haya testigos, por supuesto. Mi cliente se negó, yo no entendía por qué. – Sólo le quiero pedir un favor, abogado: llame a mi hija y le explica lo ocurrido, que vaya con su madre y que esté con ella. Cosa extraña ha debido pasarle para que actúe así. Lleva una temporada rara. Por favor, se lo suplico. No quiero que esté sola en casa. Para seguir leyendo pincha en el link – No, no. No quiero ir contra mi mujer. No voy a declarar, de verdad. Sé que ustedes los abogados quieren ir más allá, pero mi caso es distinto. La quiero demasiado y prefiero pudrirme en la cárcel antes que hacerle esto. – Pero si nadie va a ir a la cárcel. Ya se lo he explicado. Los dos tienen lesiones y, en estos casos, con no declarar ninguno de los dos, asunto resuelto, lo normal es que archiven el caso, y aunque le condenen a prisión, si no pasa de dos años, no ingresaría.
El aeropuerto de la capital es uno de los mayores focos de tráfico de droga, es una de las puertas principales a Europa desde América, y los narcos se inventan todas las artimañas posibles para introducirla: desde los pañales de bebé, escayolas falsas, pelucas, hasta lo más peligroso, los “boleros” o “mulas”, que ocultan bolas de coca en el estómago, con el consiguiente peligro para su vida. Lo habitual es que la droga venga escondida en dobles fondos de maletas o bolsas de viaje. Una tarde me llamaron de la guardia de imputados para asistir a una mujer en el aeropuerto, por un posible delito contra la salud pública (tráfico de drogas). Me presenté en la comisaría del mismo, me identifiqué y me pidieron que esperara un momento. A los cinco minutos se presentó ante mí un agente vestido de paisano, y muy amablemente me invitó a entrar a la sala de interrogatorios. Nos sentamos y me explicó: – Le agradezco que venga con tanta premura. Así podemos trasladarla hoy mismo a Moratalaz para que pase mañana a disposición judicial. Los detenidos en Madrid capital, independientemente de la comisaría que lleve el asunto, una vez han declarado, les trasladan al centro de detenidos de Moratalaz para pasar la noche hasta que pasan a disposición del juzgado al día siguiente o cuando el juez disponga (pudiendo prorrogarlo más de setenta y dos horas si lo tiene por conveniente, pero no es lo habitual). – Le explico. – continuó – Esta mujer vino en un vuelo caliente de Colombia. Usted sabrá que escogemos aleatoriamente a diferentes personas para examinar sus equipajes. Y dio la casualidad de que le encontramos en su maleta tres paquetes con un kilo de coca cada uno. Ella dice que no es suyo, que la engañaron y le hicieron pensar que era otra cosa, pero bueno, ya se lo explicará ella. No tenemos constancia de que haya sido detenida alguna otra vez. Puede que diga la verdad, o por el contrario, es la primera vez que lo hace o que la pillamos. Ya lo decidirá el juez. Aquí tiene el atestado para que le eche un vistazo y cuando me diga, pasamos la declaración. Creemos que ha sido utilizada por los narcos. Es algo muy repetido últimamente, y si la señora colabora con nosotros, no creo que haya problema. Le di las gracias y me quedé ojeando el atestado policial. Era una mujer española, de sesenta y siete años. Efectivamente no tenía antecedentes policiales y no había sido detenida nunca. A ver qué me decía ella al respecto, pero todo daba a entender, según el documento policial, que decía la verdad. Pedí entrevistarme con ella primero. Entró una mujer muy bien puesta, se le notaba cierto aire altivo, bien vestida y bien peinada, pero con cara de susto y muy nerviosa. No era una pobrecilla de las que he atendido muchas veces en estos casos. Le invité a sentarse, me presenté y le pedí que me explicara. Ella muy angustiada comenzó: – Mire, abogado. Yo conocí a una pareja, un matrimonio, vecinos míos, con los que entablé una fuerte amistad. Son colombianos, y la verdad es que eran muy amables. Fíjese lo amigos que llegamos a ser que muchas veces comíamos juntos, en mi casa o en la suya, y acabaron siendo como de mi familia. Mi marido murió hace mucho tiempo y me quedé sola, sin hijos ni familiares vivos, y ellos me ayudaron a paliar mi atormentada soledad. – ¿Cuánto tiempo hace que les conoce? – pregunté. – Pues hará unos dos años, cuando vinieron a vivir a mi portal. Bien, pues como hace un mes, ellos me invitaron a ir a su país. Me dijeron que tenían una casa en la playa, en Cartagena de Indias. No lo dudé. Tenía la oportunidad de viajar a un país que no conocía y me apetecía mucho ir con los que consideraba mis amigos. Y así lo organizamos, ni por un momento dudé de ellos. Llegamos allí y pasé unos días maravillosos. Ellos se iban a quedar una temporada, pero yo tenía que volver. Me pidieron que trajera unos paquetes para un familiar que vivía aquí también, en Madrid, que eran unas especias especiales del lugar para preparar sus platos típicos. ¡Y mire la que me han liado!!Me han engañado los muy miserables! – la mujer empezó a llorar desconsoladamente. – Bueno, no se preocupe. Según lo veo, la han utilizado unos traficantes profesionales para traer droga. Es más habitual de lo que parece. Engañan a personas mayores, no se ofenda, porque pasan más desapercibidos y son más fáciles de manipular, esa es la realidad. La policía lo sabe y si colabora con ellos no creo que tenga problema. Está claro que ha sido manipulada por una red de narcotráfico. Eso sí, esta noche la pasará en calabozos hasta que pase mañana a disposición judicial. La mujer suspiró y accedió a colaborar. La declaración allí en comisaría fue larga porque la señora explicó todo, respondiendo a todas las preguntas que le hacía el agente, y dando todo tipo de detalles. Una vez terminamos, me despedí de ella hasta el día siguiente, nos veríamos en el juzgado. Me quedé hablando con el policía y me explicó que harían un buen informe, porque tenían claro que la señora había sido víctima de unos desalmados, y así se lo harían saber al juez. Para continuar leyendo pincha en el siguiente enlace. https://agemfis.com/podcast/6-traffic/
A veces los niños son muy listos, y si se les hace una promesa siempre hay que cumplirla, a menos que no sea posible. Este relato cuenta la historia de una abuela y un niño que por circunstancias especiales tienen que acudir al despacho de nuestro querido Juanan.
La verdad, no sé muy bien cómo empezó todo este juego y cómo llegué a involucrarme en él, pero lo cierto es que a veces entras en una vorágine implacable y simplemente, la situación te lleva y no eres objetivo con la realidad que se presenta. Me notificaron la fecha de juicio de un tema que tenía pendiente, para dentro de dos meses. Se trataba de un procedimiento arduo y farragoso, no por el procedimiento en sí, sino por la característica especial que tenía mi cliente. Era un loco de atar. Le habían diagnosticado esquizofrenia indiferenciada, que es el cajón de sastre de las esquizofrenias, ya que no tenía una característica propia. Recuerdo que, según me contó la policía y así estaba plasmado en el informe policial, cuando los agentes se dispusieron a detenerlo cuando lo pillaron in fraganti rompiendo la ventanilla de un coche para robar lo que había dentro, comenzó a agredir a dichos agentes como si estuviera poseído, gritando de forma ininteligible, con los ojos desorbitados. Tuvieron que ejercer la fuerza necesaria para reducirlo, y aún así, les costó. Antes de llevarlo a comisaría, le acercaron al hospital de la ciudad para que los médicos lo valoraran, y quedó ingresado en la unidad de psiquiatría. Allí le diagnosticaron esta enfermedad, que quedó corroborada por el informe médico forense posterior. El atestado policial junto con el parte médico, en este caso, lo remitieron al juzgado que estaba de guardia en ese momento para que el juez lo valorara, y se decidió a tomarle declaración en el mismo hospital, así que me llamaron de la guardia para ir al juzgado a instruirme del procedimiento. Me dejaron el expediente para echarle un vistazo, y observé que mi cliente estaba indocumentado, la policía no pudo saber cómo se llamaba ni dónde vivía. Una vez me hube documentado del caso, me reuní con el juez y la fiscal para plantear lo que se podía hacer con el detenido. La fiscal pediría, como medida de seguridad, el internamiento en un centro psiquiátrico. Quedamos en que yo intentaría averiguar en mi entrevista previa con él si tuviera algún familiar o amigo que pudiera hacerse cargo, y siempre que mi cliente me diera autorización a comunicarlo al juzgado, el juez acordaría que se quedara bajo su tutela mientras durara el procedimiento. Asimismo, se le haría la reseña policial una vez le dieran de alta. Me acerqué al hospital y me dirigí a la habitación donde estaba ingresado. Enseñé mi carnet profesional al policía que estaba en la puerta y entré. Vi a mi cliente postrado en la cama y me acerqué a él. Era un hombre de unos cuarenta años, bien parecido y que, a mi entender, no tenía pinta de enfermo mental, quizá porque estaba sedado hasta las orejas. Intenté hablar con él, y ya estaba más tranquilo. Le pregunté por el supuesto robo y me dijo que no se acordaba de nada. Me dijo que se llamaba Javier, o Carlos, o Jacinto, parecía que me estaba tomando el pelo, pero lo achaqué a la enfermedad. Me comentó que tenía un amigo, Esteban, que se podría hacer cargo de él, y me facilitó su número de teléfono, que sabía de memoria. En su hablar sí se notaba que estaba desequilibrado, y la verdad es que me dio pena. No sé cómo llegó a esta situación. Esperaba que su amigo me despejara algunas dudas. Me permitió comunicarlo al juzgado, desde donde llamarían al supuesto amigo para que se acercara. Del juzgado tardarían una hora por lo menos en venir, para tomar declaración a Javier, Carlos o Jacinto, y yo me fui a tomar café al bar del hospital. Como el juzgado tenía mi teléfono, me llamarían cuando llegaran. A la media hora, se me acercó un hombre bien vestido, también cuarentón y me preguntó si yo era el abogado de su amigo. Le invité a sentarse y me comentó: – Soy Esteban, el amigo de Pedro -así se llamaba-. Me han llamado del juzgado y me dijeron que preguntara por usted aquí en el hospital. Le expliqué la situación de Pedro y le pedí que me contara lo que sabía. – Si, su situación es delicada – me dijo -. Hace unos años sufrió una tragedia familiar: su mujer y su hija murieron en un accidente y desde entonces, algo en su mente pasó, se le fundió un fusible y todo cambió. Tenía un buen trabajo, un buen sueldo, una buena casa, y perdió todo. Ha estado dando tumbos de aquí para allá y así ha acabado. No tiene padres ni hermanos, y ningún familiar que yo conozca. Me dijo que no tenía ningún inconveniente en hacerse cargo de él. Eran amigos desde la infancia y siempre tuvieron el sueño de formar una empresa juntos, pero todo se truncó. Me dio sus datos y los de mi cliente, y en esto que me llamaron los del juzgado, que ya estaban arriba para proceder a tomar declaración al detenido. Subimos, y allí estaban el juez, la fiscal, el secretario judicial (ahora, letrado de la administración), y un oficial. No sacamos nada en claro, ya que repitió que no se acordaba de nada. El Juez le comunicó que podría estar imputado por un delito de robo con violencia en las cosas y atentado a la autoridad policial, a así se quedó. Cuando le dieron el alta, Esteban se hizo cargo de Pedro, y yo estuve comunicándome con él para notificarle lo que iba sucediendo en el procedimiento. También él me comunicaba que Pedro estaba tranquilo, con algunos brotes de vez en cuando, pero que estaba normalizado con la medicación. Yo tenía claro que le iban a absolver por una eximente completa por anomalía o alteración psíquica, y así lo corroboraban los informes policiales y médicos, todo se encaminaba a esa situación. El día del juicio, se encontraban todos los testigos, los solicitados por el Ministerio Fiscal y lo solicitados por mí. Yo solicité también como testigo a Esteban, que era el que mejor conocía a mi cliente y podría dar más luz a su situación personal, aparte del médico forense, médico del hospital, policías, etc. Cuando declaró mi cliente, fue un espectáculo: – Pero, ¿no las ven? Las “pisquillas” no me dejan en paz, ellas son las culpables. ¡Quiero que me libren de ellas, no puedo con ellas! A cualquier pregunta salía con las dichosas “pisquillas”. Tenía las facciones desencajadas y los ojos desorbitados, con la mirada perdida, y el juez dejó de preguntar, ya tenía claro el asunto. El Ministerio Fiscal, a la vista de lo ocurrido, no hizo preguntas y yo tampoco. Posteriormente, el médico forense corroboró el informe, al igual que el médico del hospital, y los policías declararon tal y como esperaba. Esteban fue el último en declarar y explicó lo que me contó en su día. “La desesperación lo hizo frágil de mente y sucumbió a la locura” terminó. La sentencia no se hizo esperar, a la semana siguiente me la notificaron. Mi cliente era culpable de los delitos cometidos pero le eximían de toda responsabilidad por enajenación mental, por lo que no le condenaban a ningún tipo de pena, simplemente que debía seguir el tratamiento médico adecuado, y cada cierto tiempo el médico forense le valoraría. Llamé a Esteban y se lo comuniqué. Me dio las gracias y quedamos en que se comunicaría conmigo ya que quería regular la situación de su amigo, pero pasó el tiempo y no me llamó. Al cabo de unos seis meses, una mañana llegué al despacho y mi secretaria me comunicó que había llegado un sobre certificado bastante abultado a mi nombre que había dejado en mi mesa. Me senté, lo observé y lo abrí. Dentro había un paquete donde estaba escrito “Mis disculpas, abogado”. Rompí el papel que lo envolvía y descubrí un fajo de billetes de cincuenta euros, cincuenta mil en total. No daba crédito a lo que veía. Estuve mirándolo un rato y descubrí que dentro del sobre había una carta. La leí y me quedé de piedra, no podía creer lo que tenía en mis manos. Una vez me hube tranquilizado, me sonreí y pensé, “qué cabrón”. La carta decía así: Estimado letrado: Soy Pedro, y como habrá podido comprobar todo ha sido una farsa orquestada por mí, con ayuda de mi amigo Esteban. Intuirá que nuestros nombres son falsos, al igual que los datos personales que facilitamos al juzgado, no fue difícil conseguirlo. Igualmente sospechará que estamos fuera del país y que nadie nos encontrará. No nos va mal. Hemos empezado una vida nueva y tenemos una empresa que va viento en popa, lo que siempre soñamos, no le daré más detalles. Le voy a contar una historia: Yo estaba casado con una mujer maravillosa, y teníamos una niña que era lo que más quería en el mundo. Yo era un empresario bastante solvente. Vivíamos en una casa a las afueras donde éramos muy felices. Un día que estaba fuera, en viaje de negocios, me llamó la policía y me dijeron que fuera lo antes posible, sin darme más explicaciones. Cogí inmediatamente un vuelo y llegué a comisaría donde me explicaron que el día anterior, un hombre había entrado en mi casa y había atacado a mi familia. El motivo no estaba muy claro al principio pero se determinó que fue por robo. No sabían cómo decírmelo, pero mi mujer y mi hija fueron asesinadas. En ese momento me hundí al pensar que ya no las volvería a ver más. El supuesto asesino salió de rositas, le declararon incapaz ya que, según las pruebas, tenía una esquizofrenia y se demostró que en el momento de los hechos tenía las facultades cognitivas totalmente mermadas y no era consciente de lo que hacía, a pesar del ensañamiento con que se produjeron las muertes. A la salida del juzgado nos cruzamos las miradas y la suya no era la de un loco, sonrió y me susurró “jódete, pijo de mierda”. Sólo yo lo escuché y me fui por él como un loco, con la intención de estrangularlo, y lo hubiera matado si no me agarran los policías que allí se encontraban custodiando al asesino. Quise dedicarme a encontrarlo para vengarme, pero no llegué a tiempo. Al poco de salir del frenopático donde le internaron le mataron en una reyerta, era la crónica de una muerte anunciada. Terminé en una residencia psiquiátrica por depresión profunda, no quería vivir, y me adentré en un mundo oscuro donde todo era una pesadilla. Poco a poco, fui recuperándome, también gracias a “Esteban”, que no falló ni un día de visita. Entonces me hice amigo de un paciente de allí, esquizofrénico, y empecé a observar su conducta y forma de actuar, y entonces, es cuando ideé mi plan. Le estudié a fondo: sus tics, su lenguaje, su expresión corporal, cuándo tenía sus ataques, cómo reaccionaba a la medicación y qué pastillas se tomaba para paliar los brotes de la enfermedad. Estudié bien la esquizofrenia con los libros que leía en la biblioteca del centro, y por supuesto, me empapé bien el Código Penal y la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Observé que era relativamente fácil engañar a un médico, ya que actúan según protocolo, y éste era fácil de seguir. Cuando me dieron el alta, Esteban se confabuló conmigo para poner en marcha el plan. Empezamos a ensayar, como unos actores que preparan su obra de teatro, y todo debía salir perfecto. Cuando todo estaba preparado, salí a la calle a pasear, y cuando pasó una patrulla de policía vi la posibilidad del estrenar la obra que habíamos ensayado. Golpeé el cristal de un coche que estaba allí, y todo lo demás es lo que ya conoce. ¡Ooooh!, ¡el público ha quedado anonadado y aplaude sin cesar la representación! El estreno ha sido todo un éxito. Lo que he tratado de demostrar es que el sistema judicial no es perfecto y muchas veces falla como una escopeta de feria. Se deben cambiar muchas cosas, porque cualquier psicópata asesino puede salir absuelto por un fallo judicial. No echo la culpa a los jueces, ni a los fiscales, ni a los abogados, ni a la policía. Falla el sistema, y no sé cómo, pero debe cambiar. Yo he puesto mi granito de arena para demostrarlo. Hágame un último favor, abogado. Haga un escrito al juzgado aportando esta carta para que vean y reconozcan que se equivocaron, y me dejaron libre, a alguien que es culpable. Y quiero que sepan que usted no tiene ninguna responsabilidad, usted ha sido otra víctima de mi plan maquiavélico, un peón a mi servicio sin usted saberlo, y por eso le pido disculpas. Un saludo, y siempre suyo. “Pedro”
Estaba en un momento de relax, tomando un café en la cafetería de la esquina. No sé por qué me vino a la mente la película de “El resplandor”, particularmente la escena en la que Jack Torrance persigue con un hacha a su mujer, intentando asesinarla en un momento de locura trepidante. Quizá sea porque la letrada de la parte contraria me tenía la cabeza como un bombo y estaba deseando que terminara la vista que teníamos pendiente en el juzgado. La noche anterior me llamaron de la guardia para atender a un hombre en comisaría al que le imputaban un delito de malos tratos hacia su mujer. – Se lo juro, abogado, ni la he tocado. – Pues en la denuncia ella dice que la agarró de las muñecas, la tiró al suelo y la arrastró de los pelos por toda la habitación. Ya llevábamos un rato hablando de lo ocurrido en la sala de los calabozos de comisaría, me costó un poco que confiara en mí, con éstas, mi cliente bajó la cabeza, se quedó pensativo unos segundos, y comenzó a explayarse con los ojos llorosos: – Hace como unos seis meses empecé a notar en ella una cierta distancia. Yo, por razones laborales, llegaba bastante tarde de trabajar, pero siempre llegaba justo para dar un beso a mis hijos antes de irse a acostar. Pero de un tiempo a esta parte los niños ya estaban dormidos cuando yo llegaba. Ella me ponía la excusa de que tenían que dormir más, y de lunes a viernes ya no les veía. Entonces todo fue en picado: empezaron insultos, gritos, me decía que ya no me quería, y lo peor, puso a mis hijos en mi contra. Hace tres días, ella pensaba que no la escuchaba, la oí hablar con alguien por teléfono, y le decía que me iba a hacer la vida imposible y que lo tenía todo dispuesto, y que pronto estarían juntos. Deduje que estaba con alguien, que tenía un amante. Ayer se puso muy agresiva, llegando a agredirme, y mire como me dejó (me enseñó los brazos llenos de arañazos y moretones). Yo sólo me defendí, abogado, y no sé ni cómo ni cuándo, vino la policía y aquí estoy. Yo le vi hundido, pero sabía que me decía la verdad. En esta profesión, con el tiempo aprendes cuándo mienten y cuándo dicen la verdad, y mi cliente era honesto. Lo único que quería era no perder a sus hijos. Yo le expliqué todo el procedimiento que iba a acontecer y al día siguiente pasó a disposición judicial. Puedes leer el relato completo en: https://agemfis.com/unica-salida/
A veces no sabemos cómo vamos a reaccionar cuando estamos sometidos a una violencia extrema, máxime cuando nuestros hijos están en peligro de muerte. Ese día estaba de guardia y me avisaron para asistir en comisaría a una mujer que habían imputado por un delito de homicidio: supuestamente mató a su marido. La historia que me contó era un relato de terror inconmensurable. El matrimonio tenía dos hijos, un chico de dieciséis años, muy poquita cosa, y una niña de nueve, también muy pequeñita. Desde que se casaron, la mujer estaba sometida a palizas casi cada día, y cuando nacieron los niños la cosa no cambió, al contrario, los niños eran un arma para someter más a la madre. La amenazaba con hacerles daño si no se atenía a su santa voluntad, e incluso llegó a agredirles en alguna ocasión diciéndola que era culpa suya por no atender a sus demandas. Los niños estaban aterrorizados y veían día tras día cómo su madre recibía puñetazos, patadas e insultos que un niño no debía escuchar nunca. Los pequeños ayudaban a su madre en la medida en que podían, curándole las heridas y llevándola a la cama cuando quedaba inconsciente. La madre siempre les decía que no dijeran nada, que su padre podría matarles a todos si comentaban algo a alguien, y los niños se acostumbraron a mantenerse callados por “su bien”. El día de autos no podía más. Me contó que sus hijos estaban en peligro. Su marido les tenía agarrados por el cuello ahogándoles y cuando ya estaban morados, ella cogió un cuchillo de la cocina y se lo clavó en la espalda, lo que le produjo la muerte. Todo esto me contó, y más historias escalofriantes que son difíciles de asimilar. – Sólo quiero lo mejor para mis hijos. Ahora están con mi madre y sé que ella les cuidará bien. No quiero que ella sepa de momento lo que le he manifestado, abogado, prométame que no le contará nada. Le dije que no se preocupara, la relación entre abogado y cliente es como la de un cura y su confesante, impera el secreto profesional, y no puedo divulgar secretos de mis clientes. Yo veía claro que actuó en defensa propia, peligraba la vida de sus hijos y no pudo hacerlo de otra manera. Debía lucharlo por esa vía. Aún así, ingresó en prisión provisional, ya que el delito era muy grave y no pude impedirlo. La instrucción tardó relativamente poco, unos seis meses, hasta que hubo fecha de juicio. Se hicieron todas las averiguaciones habidas y por haber, hasta la exploración de los menores (interrogatorio) que corroboraron la versión de su madre. Visto todo, al cabo del tiempo, el juez puso en libertad provisional a la mujer, ya que le hice ver a raíz de todas las pruebas practicadas, que actuó en legítima defensa. Acompañé a la abuela y sus hijos a buscarle a prisión. Fue un momento muy emotivo que me hizo estremecer, todos se abrazaron con lágrimas en los ojos y la madre llenó de besos a los niños, pero hubo algo que no me encajaba, no sé, algo en la expresión de la mujer que me daba mala espina. Una vez se hubieron calmado, se acercó a mí y me abrazó dándome las gracias. – No se preocupe, es mi trabajo. Y todavía nos queda lo más difícil, tenemos que probar que fue en defensa propia. Le llamo la semana que viene y quedamos para estudiar los próximos pasos a seguir. El juicio es dentro de un mes y hay que prepararlo. Nos despedimos y a partir de ahí tuve un arduo trabajo estudiando el expediente, valorando todas las pruebas, escrutando todas las posibilidades etc. El informe psico-social de la familia era muy interesante para mí, ya que aseguraba tajantemente que los niños estaban muy afectados por todos los episodios de violencia que sufrieron y presenciaron, probando además el historial de palizas, amenazas y demás agresiones físicas y psicológicas que mi cliente padeció a manos de su marido. Además, dicho informe explicaba que mi cliente creyó sin ningún género de duda que peligraba su vida y la de sus hijos. El informe médico forense de los niños también era revelador: presentaban, entre otras lesiones, unas marcas en el cuello, prueba de haber sido agarrados por el mismo. Preparamos las declaraciones y lo atamos todo, pero yo tenía la sospecha de que algo no cuadraba, intuyendo lo que ocurrió realmente, aunque esperaría a desvelarlo. Llegó el día del juicio todo fue como esperábamos. El Ministerio Fiscal solicitaba prisión a mi cliente, y yo la libre absolución por estar exenta de responsabilidad criminal según el artículo 20.4 del Código Penal, al actuar en defensa de sus hijos y no existir otra manera de evitarlo. Se practicaron todas las pruebas, todos declararon correctamente, y quedó el juicio oral visto para sentencia. Al cabo de unos quince días recibí la sentencia, cuyo fallo declaraba la absolución de mi cliente por los motivos ya expuestos. Llamé a la susodicha y cuando se lo dije no cabía en sí de alegría. La cité esa misma tarde para darle una copia de la sentencia y explicarle los detalles. Llegó a la hora acordada, y cuando me vio, me abrazó y me dio mil gracias. La pasé a mi despacho, nos sentamos, la miré condescendientemente y le exigí afablemente: – Ahora que todo ha pasado, le pido que me diga la verdad, aunque creo que la sé, pero quiero que me lo explique usted. Ella suspiró, me miró de manera cómplice y relató: – No quise decirle nada porque no quería que le influyera, y quise que usted pensara que yo fui la que mató a mi marido, pero ya veo que no he podido engañarle. Verá, he sufrido mucho con mi marido, y lo peor es que mis hijos también. Muchas veces he querido huir con ellos muy lejos, pero sabía que si lo hacía, terminaría encontrándonos y nos mataría, me amenazó con ello incontables veces. Me decía que asesinaría a mis hijos para hacerme sufrir, esa es la forma más cruel de violencia hacia una madre, ¿no cree? Yo asentí, y ella continuó: – El día anterior a lo ocurrido, hice la cena para todos. Mi marido llegó tarde, borracho perdido. Mis hijos estaban en la cama, y le puse el plato recalentado. Empezó a insultarme, con palabras difíciles de reproducir y comenzó a darme golpes que no sabía por dónde me venían -en esto hizo una pausa, ya que le afectaba el recordar todo aquello -. Le aparté de mí como pude y cayó de espaldas. Se desmayó, creo que de la borrachera que tenía y ahí le dejé. Cogí a mis hijos y nos dirigimos a casa de mi madre. Tuve que contarle lo sucedido y me convenció para que me fuera lejos de allí. Y así lo planeamos. Al día siguiente, pensando que él estaba en el trabajo, me acerqué con mis hijos a casa para hacer la maleta e irnos cuanto antes. Cuando lo estábamos preparando, él apareció y al ver lo que estábamos haciendo, enloqueció y comenzó a sacudirme con un cenicero, amenazando con matarme, gritando e insultándome. Mis hijos empezaron a chillar y el mayor intentó apartarlo de mí. Entonces mi marido le pegó un puñetazo que lo tiró al suelo, y siguió conmigo. Al poco tiempo cuando se preparaba para darme el golpe de gracia, se quedó quieto de repente, estirándose hacia atrás, con la mirada perdida, y cayó sobre mí, fulminado. Vi que mi hijo estaba pálido y la niña a su lado tapándose la boca con las manos. Cuando lo aparté de mí, observé que tenía un cuchillo clavado en la espalda. Fue obra de mi niño. Entonces lo preparamos todo: les ordené que dijeran que fui yo la autora del crimen, e inventamos la historia. Tuve que hacerles esas marcas en el cuello para que fuera creíble y ensayamos una y otra vez lo que teníamos que decir antes de llamar a la policía. A mi hijo no le podían culpar por la muerte de su padre, no podía ir a un reformatorio, se moriría. Usted lo entiende ¿verdad?. Puedes continuar leyendo la historia en: https://agemfis.com/una-historia-violencia/ Música: Oppresive Gloom Kevin Macleod
A veces cuando hacemos lo que debemos, no siempre coincide con lo que nosotros queremos hacer porque nuestra profesión nos lo impide, y desata en nosotros sentimientos encontrados difíciles de manejar, aunque muchas veces es el tiempo el que pone las cosas en su sitio.
En este episodio, entrevisto a Anselmo Carrasco, autor del Blog "Crónicas de un abogado de oficio", donde nos cuenta y nos desvela todo sobre su blog, su origen, su inspiración, sus nuevos proyectos, y algunos de sus secretos y nos da las claves sobre cómo se debe leer su blog.