Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc
El Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto. San Marcos dice que “lo arrastró”. Es una acción particular del Paráclito, que interviene en Jesús, como en todo hombre, de doble modo: con la acción habitual y con intervenciones especiales. Se trata de los dones, que nos resultan completamente pasivos: auténticos regalos de Dios para nuestra santificación. Tratemos de advertirlos, e incluso de consignarlos por escrito.
El profeta Elías huye de la reina Jezabel y se dirige al monte de Dios, donde el Señor le dirá qué debe hacer. No lo oye en el estruendo del huracán, ni en el del terremoto, ni en el del fuego. Lo oye en un suave viento, en un murmullo. Dios no se hace oír en el estruendo, sino en el silencio interior. En ese silencio actuamos como los enamorados, que dónde están mejor es en el silencio de la mutua compañía
La renuncia al yo, la negación de la comodidad y de nuestra propia relevancia, es el mejor modo de demostrar el amor al Señor. Garantía de su autenticidad. El amante goza cuando sufre por el amado. Y Jesús va delante, manifestándonos con su dirección a la cruz su amor por nosotros. Tengámosla presente y pidamos la gracia de amarla.
Coepit facere et docere, dicen el versículo 1 del primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles. Jesús es, en primer lugar, el ejemplo, el modelo. Y después es maestro. Verlo y oírlo. Aprendamos a conocer mejor a Jesús encontrando los hechos, los gestos, las obras, en las que tendrán verificativo sus palabras.
La parábola de los sarmientos unidos a la vid es enormemente profunda. Nos habla de que la permanencia en Cristo es unificadora y vital. La comparación con las vides nos remite al vino, que sería convertido en la Sangre de Cristo (pudo Jesús haber comparado la unión con el olivo y su fruto, pero no nos remitiría a la Eucaristía). El prodigio nos lleva al prodigio de sabernos Cristo.
La clave del amor es la coincidencia de mundos interiores. El ejercicio del Via Crucis nos permite meternos en los sentimientos y los pensamientos de Jesús en esos dramáticos momentos. Podemos apropiarnos de la riqueza de la vida espiritual de los santos, que han dejado hermosas consideraciones de la Pasión y Muerte del Señor.
La Carta a los Hebreos sale al paso de la confusión que los judíos conversos tenían al ver desaparecido el sacerdocio de Aarón. Es que empieza un sacerdocio nuevo, procedente del sacerdote sumo y eterno. Jesús hace que la distancia entre Dios y el hombre se reduzca a cero, y esa es la tarea del sacerdote. Mientras más aparezca Cristo y desaparezcamos nosotros, mejores sacerdotes seremos.
El trato con san José nos enseña la manera fiel de responder al plan de Dios, así como también es maestro de vida interior. Busquemos ahora su ejemplo en otro ámbito: el de la piedad eucarística. A Jesús lo tenemos nosotros con la cercanía con la que lo tenía él y, en cierto modo, aún mayor. Más vulnerable que el Niño Jesús, está ahora en la Eucaristía. ¿Nos falta fe? ¿Tenemos rutina? ¿Profundizamos en el misterio? San José, intercesor eucarístico.
Santa Teresa, la doctora de la oración, fue iluminada para percibir la relación de amor y cercanía con Jesús en la oración. La historia de su vida fue la historia de su oración, como debería ser también la nuestra. La historia de nuestra vida no será sino la historia de nuestra amistad con Jesucristo. La oración es un combate entre Dios y cada uno de nosotros, como el combate entre Jacob y Dios. En allá debemos estar dispuestos a ser vencidos en toda la línea.
Hemos recibido de Dios muchos talentos. Como se explica en la parábola, el Amo se fue y, mientras vuelve, hemos de negociar con esos talentos para hacerlos producir. Uno de los talentos más preciados es el que nos da permitiéndonos ser sus amigos. La oración será así una historia de amistad, en que haremos producir el talento hasta que seamos los íntimos de Jesús. Enseñanzas de fray Luis de Granada sobre la oración.
Es hoy una fiesta de alegría y de agradecimiento a Dios: con la Llena de gracia empieza el proceso de liberación del antiguo tirano, al que la creación estaba sometida. María es la Reina del dominio que Jesús reconquistó del usurpador. Sabiéndolo o sin saberlo –por ejemplo, en las doce estrellas de la Unión Europea– María reina con su amor silencioso.
La lectura atenta de la parábola de los trabajadores de la viña nos permite advertir que los llamados a la hora undécima estuvieron sin ir a la viña porque nadie los había contratado. Pensemos si dejamos a la gente en vía muerta, conformándonos con que lleven una vida mediocre. Aparece el peligro de las almas retardadas y, con esa situación, la tibieza y la vida anclada en las comodidades.
¿Hacernos como niños para entrar en el Reino de los Cielos? ¿Qué derivaciones tiene esta invitación del Señor? Quizá la consideración de nuestra nada frente al todo de Dios. Y, de ahí, el abandono confiado. Y esto en cualquier época de la vida, aunque quizá en la vejez, en la que se repiten características de la niñez (como la indefensión), se haga más necesario. La infancia espiritual es ejercicio de virtudes teologales. Dios esperará de nosotros la sencillez y el cariño del niño.
Cuando Judas salió del Cenáculo para consumar su traición, el Evangelio dice: y era de noche, como si las sombras del mal envolvieran la tierra. Es sano considerar la terrible negatividad del pecado, evitando acostumbrarnos a él. Nos ayuda tener como referencia la Pasión del Señor, así como los daños que se siguen al hombre. En la armonía eterna, pecar es disonancia. Pecar proyecta sombras en la blancura astral.
La traducción de “Bienaventurados” por “Dichosos” quizá no sea muy precisa. La fuerza del sermón de Jesús en las que nos habla de ellas nos remite a la Vida bienaventurada. No son bendiciones ni maldiciones, sino exhortaciones, aunque sean promesas paradójicas. Pensemos un poco en la de los que tienen hambre y sed de justicia, como el hambre y la sed de Dios.
Podemos imaginar que esta semana, que va desde la Asunción de María a su Coronación, el Cielo está ocupado en los preparativos de tan magno acontecimiento. Las miríadas de ángeles y de santos se preparan para coronarla, y con ellos también nosotros. Reina de mi trabajo, de mi descanso, de mi apostolado, de mi penitencia, de mi cansancio, de mi tiempo, de mi eternidad...
Al final acabamos por darnos cuenta de que no hacían falta tantas palabras. Basta una sola palabra: Jesús. En realidad, basta con sentarnos a sus pies, como María de Betania y llenarnos de su Persona. Una unión que acabe siendo mayor a la unión que cada uno tiene consigo mismo. La centralidad de Jesucristo acabará significando que Él sea todo en todos.
Tenemos una deuda de gratitud con el papa Pío XII al haber declarado dogma de fe la Asunción de María. Una invitación a creer firmemente en este gran privilegio que Dios le concedió, y que es para nosotros un motivo de esperanza. Nuestro cuerpo gozará también en la eternidad de la gloria divina, y redundará en la dicha de una existencia eterna inmersa en el amor a Cristo.
Celebramos hoy con ornamentos rojos porque es la memoria de san Maximiliano Kolbe, un santo muy mariano. Su oración de consagración a María puede ayudarnos a la Solemnidad de mañana, en que renovaremos nuestra consagración a la Virgen. Consagrarse supone convertir lo profano en sagrado y, en este caso, hacer cambios de nuestro espíritu por el de María. Nos convertiremos en personas-vitamina.
Jesús se compadece de las multitudes porque estaban extenuadas y desorientadas como ovejas sin pastor. Compartamos ese sentimiento de Jesús y que ‘nos duelan las almas', pues el demonio se está llevando a muchas. ¿Tengo dinero, tiempo, redes sociales, hobbies, vacaciones…? Que todo eso vaya enfocado a la salvación de las almas.
Lo que lleva a la plenitud de vida de cualquier hombre es el cumplimiento de la voluntad de Dios. Para eso, es preciso oír, y para oír debemos abrir el corazón a la fe. A Dios le agrada nuestra obediencia interior, el deseo de aceptar plenamente su querer. San José es modelo en el cumplimiento de la voluntad de Dios sin rechistar, es decir, sin emitir ni una palabra, ni un sonido de resistencia a ese querer.
Santo Tomás asegura que, de todas las pruebas del amor de Dios por los hombres, la más grande es la Encarnación del Verbo. En Jesús encontramos la grandeza divina, con la que puede intervenir en nuestra mente iluminándola, y tratarlo como uno de nosotros, con confianza y connaturalidad. Si Jesús es nuestro todo, hagamos con frecuencia actos de amor, que nos unen más intensamente a Él y crecen nuestros deseos de la unión definitiva. “Haz continuos actos de amor, aunque pienses que solo son de boca” (San Josemaría).
Después de haber hecho la revelación de su amor por nosotros (Como mi Padre me ama…), Jesús asegura que nos ha dicho estas cosas “para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea colmado” (Jn 15, 11). En efecto, nuestro gozo sería colmado si comprendiéramos que el amor de Dios por cada uno es eterno, incondicional e infinito. Somos “el destino” de Dios, y espera de nosotros la correspondencia a ese amor.
“Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón”. Dentro de su sencillez, esta letrilla descubre rutas de interioridad: la com-pasión, es decir, el padecer-con Jesús conduce a apropiarnos de su rostro, de su fisonomía, de su persona. Amando la Cruz y sabiendo acompañar al Señor en su dolorosa pasión, nos iremos conformando -haciendo a la forma- de Jesús.
El que sufre reclama consuelo. Y nosotros sufrimos la pena de la ausencia. En la carta a los Colosenses, san Pablo nos desea que seamos consolados en nuestros corazones. Lo maravilloso del asunto es que, al ser consolados por Cristo, podemos nosotros consolarlo a Él. La sed de Dios arranca de sus mismas profundidades. El tesoro está dentro de cada uno, porque ahí podemos realizar el encuentro y la unión.
¿Podrá extrañarnos que el Dueño de la viña esté tan interesado en contratar a todos los que pueda, para mandarlos a trabajar en ella? No, porque el amor de su alma es su viña, ya que las vides se convertirán en sangre de Cristo, es decir, en miembros de su Cuerpo. De ahí su interés en que vayan incluso los de la hora undécima.
Un misterio de la vida de Jesús que se celebra “en solitario”. Peo que, como todos, tiene un valor salvífico. Nos invita a la contemplación, como requisito para poder afrontar lo que sigue: la Pasión y Muerte. Si no alcanzamos el nivel contemplativo en la oración, tampoco viviremos alegremente las contrariedades, porque se nos habrá desdibujado el amor.
¿Por qué Pedro se hunde luego de avanzar unos metros caminando sobre las aguas del mar de Galilea? Porque perdió el contacto visual con Jesús. Si eso nos ocurre a nosotros, también nos hundimos: en el egoísmo, en la visión terrena, en la tristeza. Buscar el contacto visual en la Hostia consagrada, en la oración contemplativa, en cada circunstancia…
Nos convendrá sorprendernos -como los judíos al oír que Jesús perdonó los pecados del paralítico- de la capacidad que Dios ha concedido a hombres pecadores: la de perdonar pecados. El sacerdote que es consciente de su pecado -y, por tanto, que se confiesa- tendrá más capacidad para ser misericordioso. Consejos de san Alfonso María de Ligorio a los confesores.
En la carta a los Efesios dice san Pablo: “Que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados... continuamente dispuestos a conservar la unidad del espíritu”. Podemos preguntarnos si está teniendo unidad nuestro espíritu. Si conservamos una confluencia de todos nuestros sentidos y potencias hacia un mismo punto. La labor de la gracia es reunificar, buscando dirigirnos a un centro: el amor a Jesucristo.
“Mi ángel y yo”, ¿qué estaría escrito en ese libro? Quizá pocas líneas, porque consideramos poco esa consoladora compañía y protección. Pensar en ese mundo tan por encima del nuestro, de tanta magnificencia y esplendor, nos alegrará. Hacer ejercicios de espiritualización, es decir, de trascender la pura materialidad, nos hará más familiar el mundo de los ángeles.
¿Por qué Dios no quiso ahorrar a María el sufrimiento de ver morir a su Hijo? Seguramente porque el dolor es algo muy bueno. Sí, tiene valor redentor, aunque es para nosotros un gran misterio. Con el sufrimiento, el hombre se supera a sí mismo y logra entender honduras de la existencia que no podría hacerlo en caso de no sufrir. Los ojos de la fe ven en profundidad cuando se sufre y la vida espiritual se llena de hondura y de eficacia.
La parábola de la levadura que se mezcla en la masa nos recuerda que estamos insertados en medio de la muchedumbre para darle consistencia y volumen. No porque seamos mejores que los demás, sino porque Jesús nos ha escogido. Que, como a san Pablo, se consuma nuestro corazón a ver a la muchedumbre que está como oveja sin pastor.
El tesoro escondido y la perla preciosa, ¿cómo entenderlos? Desde varias ópticas; una, la del Amor que Dios nos tiene. De creerlo, viviríamos en la más feliz y tranquila de las existencias. El fuego quema, el sol alumbra, el agua refresca. ¿Y Dios? Ama, como que esa es su esencia. ¿Y cuál es la mayor de las manifestaciones de su Amor? La Encarnación del Verbo. Busquemos la continua unión con Jesús, y viviremos en el Amor.
Los personajes del Evangelio -tanto los protagonistas de las parábolas como los personajes históricos- reflejan estados del alma. Veamos el contraste que tiene lugar en Betania, seis días antes de la Pascua. María vuelca el perfume sobre Jesús y lo enjuga con sus cabellos. Judas calcula el costo. En ella encontramos el derroche, porque ama a la persona. En Judas, su ambición. Que nuestro corazón se colme de dedicación a Jesús, por ejemplo, en nuestra dedicación de tiempo.
Juan Bautista llama a Jesús: Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Es la especialidad de Jesús, el perdonar. Vino a buscar a los pecadores, y por eso nos sentimos muy agradecidos, porque lo somos. Y estamos muy agradecidos por ese medio instituido por Él: la Confesión sacramental. Pensar si amamos ese sacramento, lo valoramos, tratamos de recibirlo sin rutina, con contrición y sinceridad.
A veces puede sucedernos como a aquellos enfermos que pierden la conciencia de su identidad: no saben quiénes son, ni dónde están. Quizá nos puede ocurrir lo mismo con nuestra identidad profunda: la de ser hijos de Dios. Somos mucho más de lo que parecemos. Dios nos ha tocado como con una varita mágica que nos ha cambiado nuestra naturaleza. Y eso se ha de notar en todas las manifestaciones de nuestra vida.
Celebramos hoy la memoria litúrgica de los papás de la Santísima Virgen. Nos sentimos muy contentos de pertenecer a esa familia, la de los lazos sanguíneos del Hijo de Dios. Y esa realidad -la de estar en familia- nos hace pensar si nuestra vida interior discurre por cauces de confianza, de intimidad, de descanso, de seguridad de sabernos amados.
En la fiesta del apóstol Santiago recordamos su pretensión: ocupar primeros puestos en el reino de los cielos. Jesús les dice que el camino es el mismo suyo: servir, no dominar. Las oportunidades de hacerlo nos salen a cada paso, aunque sean muy pequeñas, como un simple saludo afectuoso.
Parecería que en vacaciones no hay una especial presencia mariana, pero advirtamos que desde el 16 de julio al 15 de agosto vamos ‘de Virgen a Virgen', y nos sentimos, como siempre, acompañados por Ella. Acostumbrémonos a poner nuestro corazón en el dulce e inmaculado Corazón de María. San Luis María Grignon de Montfort aconseja practicar tres pasos en cada tarea: dejar de lado el espíritu propio, asumir el espíritu de María y repetir durante esa tarea nuestro deseo de hacerlo todo desde el Corazón de Ella.
De la parábola del Sembrador, pensemos en los dos primeros lugares donde cayó la semilla. Uno, al lado del camino, donde llegaron los pájaros y se las llevaron. Otro, en el que la tierra no era profunda. Revisemos si nuestra distracción o superficialidad nos está dificultando una verdadera vida de oración. Porque la manera en que quiere el Señor que vivamos es la de una continua oración.
Cinco veces salió el dueño de la viña a buscar trabajadores. Parecería que, sobre todas las cosas, le interesa que se trabaje en esa propiedad suya. Otras veces, nos habla de una mujer que barre toda la casa hasta encontrar la moneda perdida; otras, del pastor que deja 99 ovejas para ir en busca de una. Desde la Cruz, clama: ¡Tengo sed! Sus ansias para la salvación de las almas deberían ser las nuestras.
Volver a escandalizarnos con las palabras de Jesús: nos invita a comer carne y beber sangre… suyas. No se conformó con dejarnos sus palabras ni con morir en la Cruz, quiso realizar una unión que no corriera el riesgo de ser extrínseca, y nos hace posible la fusión. Él me da su Cuerpo y yo lo recibo en mí; yo le doy el mío y Él me transforma en Sí.
El Evangelio consigna palabras que María dirigió al ángel, a santa Isabel, a su Hijo, y a los hombres en general. Esas fueron: “Hagan lo que Él les diga”. Receta para ser felices y santos. El amor siempre busca complacer al que se ama, por lo que no nos basta cumplir lo preceptivo. Queremos agradarlo en cada momento, y eso sucederá al identificar los quereres.
El Padre celestial se refiere a su Hijo como el Amado. ¿Lo es también para mí? ¿Es mi mundo interior un continuo encuentro con su mundo interior? El mayor bien, en realidad el único bien, se encuentra en el amor al Amado. La vida divina que está en cada uno de nosotros se despliega en los encuentros con el Amado.
Al principio de los signos, encontramos a María. Intercede por el vino. Ese signo se culminará en la Última Cena, cuando el vino se convierta en sangre. A Ella le pedimos que interceda por nosotros para ver sangre en cada Eucaristía. Sabernos empapados y embriagados con ella cada vez que comulgamos.
“Corazones partidos yo no los quiero, y si le doy el mío lo doy entero”. Busquemos no quedarnos a medias en la respuesta a Dios: es muy triste tener una vela encendida a Dios y otra al diablo. Quedarse a medias, como Absalón colgado de la encina, es un papel deplorable. Démosle todo a Dios, sin medianías. Entonces Él podrá hacer grandes cosas en nuestra vida.
Hoy podemos lucrar indulgencia plenaria por llevar el escapulario del Carmen. Reconozcamos ese detalle maternal de María que nos quiere dar un vestido en el que se manifiesta su constante protección. Dios ha querido manifestarnos su amor, su poder y su cercanía a través de un corazón materno.
Jesús comienza en solitario su predicación, pero pronto se ve rodeado de seguidores. En un momento dado, después de orar, elige a sus apóstoles. Esa elección procede del misterio de comunión entre el Padre y el Hijo. Y el primer motivo de esa elección es “para que estuvieran con Él”. El apóstol necesita un conocimiento personal del Maestro, advirtiendo que se trata de Alguien único, no asimilable a ningún otro líder humano.
¿Por qué la gente que veía al santo Cura de Ars decía que veía a Dios? Porque tenía mucha gracia santificante. ¿Qué decir entonces de María, la llena de gracia? La gracia es la santidad, es la filiación divina, es la vida eterna. Un regalo del todo excepcional, que hemos de valorar y acrecentar. Animemos a los demás a vivir siempre en gracia y a cuidarla.
“La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna” (Juan 6, 40). Podemos ver al Hijo con los ojos de la fe en la oración cósmica, en la que lo descubrimos como causa ejemplar, “por quien todo fue hecho”. Y también en su realidad encarnada, sabiendo que, al ser hombre, “se puede tratar y hablar con Vos como quisiéramos” (Santa Teresa).