Pláticas de contenido espiritual, también llamadas “meditaciones”. Pueden ser una ayuda para tu trato con Dios. Estas meditaciones han sido predicadas por el Pbro. Ricardo Sada Fernández y han sido tomadas de la página http://medita.cc

A Nicodemo le revela Jesús no solo profundas verdades dogmáticas sino también consideraciones para un hombre que, como él, cultiva el espíritu. Alimentémonos también nosotros meditando en el gran don del Amor de Dios: habernos dado a su Hijo. Desde entonces, Jesús es nuestro y podemos hacer de Él todo aquello a lo que nos conduzca el amor.

A Marta le dice Jesús que su hermano Lázaro resucitará porque Él mismo es la resurrección. No dice que Él nos señala cómo resucitar, al modo de un prontuario de instrucciones, sino que en Sí mismo, en su Persona, es lo que nos resucita. “Haz que mi alma de Ti viva”, porque yo, de mí, no puedo nada.

San Policarpo no quiere traicionar a Jesús viendo cómo Jesús dio la vida por Él. La entrega de Cristo y también la de cada uno se da en el sacrificio de la Misa y en la Comunión. Resaltar el carácter sacrificial y mistérico de la Misa, que no es una auto celebración de la comunidad, sino la gloria de Dios.

¿Cómo entender las palabras de Jesús cuando dice que quien hace la voluntad de su Padre es más que su hermano, su hermana y su madre? Porque quien hace la voluntad del Padre es el mismo Cristo. Hemos de dar muchas vueltas al proyecto último de Dios sobre el hombre: hacernos Cristo. Jesús es nuestro camino porque nuestro camino es Él.

La clave del amor es compartir, acompañar. No queremos dejar solo al Señor, sino estar presentes en el Calvario para oír que nos dice, como al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Hoy, el cielo va contigo, sí, porque el cielo es donde está Cristo y hoy Cristo está con nosotros. Busquemos que sea Él la persona en la que más pensemos para que acabe siendo el único en que pensemos.

“Desde pequeño he comprendido el porqué de la Eucaristía”. ¿Qué comprendía el niño Josemaría sobre el Sacramento? Quizá que el amor busca las formas más radicales de unión, y eso es lo que se logra con la Eucaristía. Pidamos recibirla “con el fervor de los santos” más encendidos en el amor eucarístico.

Los contemporáneos de Jesús que se abrieron a su mensaje supieron que ya había llegado la hora y no tenían que esperar nada más. Nosotros tampoco hemos de esperar nada, porque en Jesús tenemos la solución a todas las ansias del corazón. Lo oímos, lo tocamos en la Eucaristía, lo vemos en la contemplación, como enseñó san Josemaría en la Legación de Honduras.

Aprovechamos las fiestas de los santos: hoy celebramos a la depositaria de las revelaciones del Corazón de Jesús, santa Margarita María Alacoque. Pero también consideramos a una santa que recibió grandes revelaciones de Jesús: santa Teresa de Ávila. Aprender a descifrar los signos que quiso descubrirnos Jesús.

El tercer lugar donde se ejercita la esperanza, en la enseñanza de la encíclica Spe salvi, es el juicio. La verdad de fe de la existencia del juicio nos da la seguridad de saber que toda justicia será cumplida. Pero sobre todo alienta nuestra esperanza la seguridad de que el Juez será “Aquel a quien he amado tanto” (Sta. Margarita).

Los dioses de los efesios (mitología griega) se manifestaban inciertos y sus mitos contradictorios. San Pablo les hace ver cómo, a partir de la fe en Cristo, tienen vida y esperanza. Esta enseñanza del papa Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi viene a ponerse de relieve con el sentido esperanzado del sufrimiento en la fe cristiana.

Jesús no vino a ofrecer una esperanza terrena, sino la esperanza en la eternidad. Aquí tenemos “la sustancia”, el anticipo de lo que se nos dará en plenitud. En la encíclica Spe salvi, el papa Benedicto XVI habla de tres lugares para ejercitar la esperanza: la oración, el sufrimiento y el juicio. ¿Por qué la oración incrementa la esperanza?

La aparición de la Santísima Virgen al apóstol Santiago, cuando este se iba de España desalentado por no haber conseguido evangelizar a los pobladores, nos habla de Ella como consoladora. Cuando traemos a nuestra mente y a nuestro corazón a María se nos abre un panorama de aliento, de cariño, que repara nuestros cansancios y decepciones al trabajar por Dios.

¿Cómo amar la Cruz? Viendo en ella al Crucificado. Así conjuramos el riesgo de inventarnos cruces. La Cruz continua, la que Dios envía y el complemento que podamos añadir. Ejemplos de san Josemaría.

En la Antigua Ley era desconocido el concepto de comunión con Dios. Parecería una afrenta a su trascendencia, y por eso se empleaba el término berith, en el sentido de pacto. Pero la novedad de la Nueva Alianza rompe los moldes anteriores y ahora estamos invitados a la unión, a la comunión con Dios. Busquemos secundar ese proyecto amoroso de Dios manteniéndonos en un constante recogimiento que nos permita la comunión interior.

Es Jesús quien nos ha revelado el ser del Padre: Él es absolutamente padre, de Él procede toda paternidad en los cielos y en la tierra. Y Jesús nos enseña, comenzando con sus obras, su relación y su comunicación con el Padre. Retomemos, como medio sencillo, el rezo pausado y comprensivo del Padrenuestro.

El amor hermoso del que habla el libro del Eclesiástico (24, 23-31) es la Sabiduría, es decir, el Verbo. Del hontanar del amor trinitario somos depositarios. Dios nos ama con un amor eterno, infinito e incondicional. Busquemos afianzarnos en esa certeza para que nuestra vida se llene de alegría y paz.

Cincuenta rosas que le envía a una dama y luego la llena de piropos… le lleva serenata a la más hermosa de las mujeres. Así ve Armando Fuentes el rezo del rosario. Un medio entrañable y de enorme profundidad teológica: al contemplar los misterios descubrimos, desde el corazón de María, las gracias que Dios nos destina.

Los formularios litúrgicos en la Misa de cada santo recogen lo más central de su mensaje. En la de san Josemaría, la línea que los engarza es la filiación divina, es decir, la transformación en Cristo por la gracia santificante. Es tan increíble el proyecto de Dios que esa identidad ha de ser aún mayor que la identidad de cada uno consigo mismo.

La especialidad de Jesús es perdonar. El paralítico que ponen frente a Jesús se habrá desconcertado cuando el Señor, antes de curarlo, le perdona sus pecados. Y lo que hace al resucitar es otorgar el poder de perdonar pecados. Los santos se sienten pecadores y muy necesitados del perdón. ¿Valoro yo esta maravilla del sacramento que me limpia de todo?

En la memoria litúrgica de san Francisco de Asís meditamos sobre la virtud cristiana de la pobreza. El santo de Asís se desposó con la señora pobreza, y logró la renovación de la Iglesia en épocas de gran materialismo y corrupción. Que la pobreza también se “enseñoree” de nosotros, para que colaboremos con la santidad de la Iglesia.

El Kerygma o primer anuncio es la difusión de la verdad de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Él está vivo, fue el primer mensaje apostólico, fue entonces y lo sigue siendo hoy, al grado de que todo el mensaje cristiano puede sin demasiada violencia llamarse resurreccionismo. Si no nos llamáramos cristianos, deberíamos llamarnos resurreccionistas.

Gratitud para con Dios en esta fecha en la que “irrumpió” en el alma de san Josemaría para abrir este camino de santidad. Y lo hizo también respecto al nombre: es una obra de Dios. No la imaginó un hombre. Convicción que comunica una gran paz: si es de Dios, permanecerá más allá de las vicisitudes de la historia.

Mt 18, 1,5.10: Yo les aseguro a ustedes que, si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. ¿Cuál es la profunda razón que explica esta enseñanza? La dependencia, el abandono. Es reconocer que nada somos sin la gracia. “La santidad no consiste en esta o aquella práctica, consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños entre los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre” (Santa Teresa de Lisieux).

Jesús invita a proclamar la cercanía del Reino de Dios. Pero es preciso antes hacerlo nuestro, porque comunicamos la realidad de una vida. Y la vida se trasmite solo por contacto. Nos llenamos más y más de Jesús con el trato confiado, cariñoso, personal. Apliquemos las reglas del amor humano al amor divino.

El nombre del Arcángel San Miguel es una confesión de monoteísmo: “¿Quién como Dios? Nadie como Dios”. Este Arcángel, con su nombre que define su tarea, nos recuerda la absoluta necesidad de ser absolutamente fieles a Dios, pues solo Dios es Dios. La tarea de servirlo y de cumplir su voluntad es radical y prioritaria: de otra manera, no afirmaríamos la absoluta preeminencia de Dios.

Agradezcamos a Dios su creación más alta: la de las personas angélicas. Son poderosos ejecutores de sus órdenes, prontos a la voz de su mandato. E intervienen además en nuestras vidas para custodiarnos y llevarnos al Cielo, que es su lugar propio. Agradezcamos también a los ángeles adoradores de la eucaristía y a los que participan con nosotros en la liturgia de la Misa. Querámoslos y seamos amigos suyos.

El papa Benedicto explicó que eligió ese nombra para su pontificado en atención al patrono de Europa, san Benito de Nursia. Este gran santo insistía en no anteponer nada al amor de Cristo. Explorar esa invitación variando la preposición: nada se antepone al amor que Cristo me tiene a mí porque nada es más gozoso, y nada debe anteponerse al amor que yo le debo dar a Cristo.

En la última petición del Padrenuestro pedimos: libera nos a malo, líbranos del malo, es decir, de satanás. El demonio es como un tenista que tiene en un mano la raqueta de la carne y en la otra la del mundo: los tres enemigos del hombre. Tiene también su propia raqueta, que es la del mundo oscuro y de la soberbia. Actúa arteramente, es el seductor que busca apartarnos de Dios.

El episodio de la mujer adúltera que narra san Juan en el capítulo 8 (1-11) es manifestación de la misericordia de Dios. Y es, al mismo tiempo, una implícita invitación a que seamos misericordiosos, ya que, como los fariseos y los escribas, nadie está limpio de pecado para lanzar la primera piedra.

Jesús nos prometió que, si lo reconociéramos a Él delante de los hombres, Él nos reconocería delante del Padre celestial. Ilusionante destino: Jesús es muy buen pagador y nos recompensa a precio de eternidad. Reconocerlo supone haberlo antes conocido, porque así podemos presentarlo en su verdad delante de los hombres.

Con Nicodemo, Jesús mantiene una conversación que va a la revelación profunda del proyecto de Dios sobre el hombre: nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu para entrar en el Reino de los cielos. Proyecto que está más allá de nuestra capacidad de comprensión, porque nos revela que somos partícipes de la naturaleza divina.

Los personajes del Evangelio son figuras históricas, pero podemos entenderlas también como situaciones del alma. De Zaqueo aprendemos el deseo de ver a Jesús, superando los obstáculos. Hemos de subirnos al árbol de la fe, cambiarnos de mundo para entrar en el que está más allá de lo visible y lo inteligible. Y luego bajar a la parte más honda de nuestra alma, intentando el encuentro y la unión.

Miren a mi Siervo, dice el oráculo de Isaías. ¿Me detengo en la contemplación de los Crucifijos? ¿Me uno interiormente a ellos? Si saco fuerza de la Cruz podré llevar con serenidad las cruces que me envíe Dios.

Jesús nos invitó a entrar en nuestra habitación cuando vayamos a orar. Lógicamente no se trata de quedarse en la literalidad de la frase, sino de comprender que nuestra habitación es la parte más profunda de nuestro yo. Podemos orar a distintos niveles, por ejemplo, con la sola emotividad o con la sola razón. Pero la invitación de Jesús se refiere a la oración de unión.

Jesús se identifica con la vid, se hace vid para que nosotros, los sarmientos, vivamos en Él. Es la manifestación de un amor que supera toda comparación, porque invita a la unificación. Y esta, a tal grado, que más viva Él en nosotros que nosotros mismos.

“Ser alma de oración” es toda una meta. No solo hacer oración, sino que nuestro yo esté siempre abierto a la realidad relacional con Aquel que nos habita. Necesitamos la ayuda de la gracia para el encuentro del hombre con Dios. Puedo meditar, como los filósofos, pero no hago oración. Para que haya tal, necesitamos unir nuestro espíritu al de Dios.

Hemos de recordar constantemente el plan que Dios se propuso al crearnos: elevarnos a la altura de la misma divinidad por nuestra participación en su naturaleza. Valoremos el tesoro de la gracia santificante, tomándonos en serio el camino de la santidad.

A pesar de ser pocos detalles de la vida de san José que tenemos, son suficientes para advertir que fue fidelísimo en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Y ese hecho es suficiente para advertir su eximia santidad. Podemos hacer un “pacto” con Dios, vendiéndole nuestra libertad para que Él la conduzca por donde desee. De nuestra parte se requerirá la humildad de prescindir de nuestra propia voluntad.

La sola mención del nombre de Emaús nos traslada a la escena del domingo de Resurrección. Como Cleofás y su compañero, también nosotros deseamos “reconocer” a Jesús al partir el Pan. Lo conocemos por su palabra, por los hechos de su vida, pero queremos el don del Espíritu Santo que nos permita reconocer a Cristo bajo las especies sacramentales.

“¡Oh, dulce fuente de amor, hazme sentir tu dolor, para que llore contigo!” (Stabat Mater). María, junto a la Cruz, nos da una gran lección: saber compadecer. Se trata de asumir el sufrimiento de otro, no porque nosotros tengamos una especial capacidad para hacerlo, sino por nuestras constantes uniones con los Corazones de Jesús y de María.

“Nosotros predicamos a Cristo crucificado, locura para los gentiles y escándalo para los judíos”. El Crucificado es nuestro timbre de gloria, y vemos en el madero de la Cruz la revelación de su amor y la purificación de todo pecado. En Él encuentra sentido toda pena. Cristo no vino a erradicar el dolor, ni tampoco a explicarlo. Vino a llenarlo con su presencia.

Un Corazón lleno de Amor se contiene en cada Hostia. Es la fuente de donde mana toda la salvación: el Corazón abierto del Salvador. A santa Margarita le aseguró que concedería la gracia de la perseverancia final a quienes comulguen nueve primeros viernes consecutivos. Un corazón vivo, un corazón palpitante de amor se oculta en la Eucaristía.

Es un motivo de alegría conocer su nombre. Así podemos dirigirnos a ella en su singularidad. Dios lo dispuso, y ese nombre tiene una energía especial y participa de la fuerza divina. En María adquieren realidad todos los ideales, y de manera muy especial el de estar toda impregnada del amor, ese mismo amor a que todos estamos llamados.

La renuncia nos purifica, y podemos buscar esa purificación sobre todo en nuestra memoria y nuestra imaginación. “No dejes suelta la imaginación y estarás más cerca de Dios”, enseñó san Josemaría. Esta facultad puede ayudarnos mucho, porque es creativa. Con ella podemos hacer mundos, que no serán novelados sino reales, porque los misterios de la vida de Cristo suceden hoy.

Jesús se prolonga en cada uno de los santos, y en sus vidas les hace presente la cruz. La cruz es la expresión del amor. La cruz que salva es la cruz amada. Estamos invitados a abrazarnos a la cruz que Dios quiera enviarnos. “El cáliz que me embriaga, ¡qué feliz me hace!”.

La tradición de la Verónica que resulta muy entrañable. Es un detalle muy del gusto del Señor, un detalle fino. Jesús es sensible: nos lo manifiesta también en el dolor ante la ingratitud de leprosos que fueron curados. Cuidemos las cosas pequeñas en el trato con Él, procurando que no se nos conviertan en manías, sino en expresiones de amor.

Alegría ante el nacimiento de la Santísima Virgen María, esperanza de nuestra salvación. La devoción a la Divina Infantita nos invita a purificar nuestra infancia, pues ahí también pecamos. Y en cualquier época de nuestra vida, y en el día de hoy, muchas veces. La Gracia plena de María nos invita a la contrición, a la conversión, a la purificación, al aprovechamiento del sacramento de la penitencia.

Meditar en la rebeldía angélica, de la que proceden los males en el mundo de ellos y en el de los hombres, nos resulta saludable para atender al peor pecado: la soberbia. Y también para precavernos contra las argucias infernales, sabiendo que satán estudia nuestra psicología para descubrir cómo puede hacernos caer. El demonio viene —decía el cura de Ars— en cuanto perdemos la presencia de Dios.

La unidad se precisa para sacar adelante proyectos comunes. También para resistir las embestidas. O para constituir una nación. Pero la unidad a la que el Señor nos invita (“Que sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti, que sean uno en nosotros”) es la misma unidad de la Trinidad. La invitación a cuidar la unidad va mucho más allá de la funcionalidad.

San Pablo nos habla constantemente de la presencia de Jesús en nuestra vida. Pero no como una presencia meramente extrínseca, sino que “nuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Y es que si estamos escondidos en Cristo es porque estamos unidos a Él, que vino a traernos su vida en abundancia. La unión con Cristo supera toda unidad que alcancemos a representar con cualquier símbolo. Cristo es más yo que yo mismo.

En la carta a los Colosenses, san Pablo enseña que los verdaderos cristianos permanecen siempre en acción de gracias. Obligación fundamental de la creatura con el Creador, del hijo con su padre, del que no tiene nada para con Aquel de quien ha recibido todo. La confianza en el Padre nos lleva a dar gracias siempre, también por las desgracias de la humanidad. Él sabrá sacar bienes de los males.