Alimento espiritual todas las mañanas desde lunes a viernes.

Hoy damos gracias por 2025: por la vida, la familia, el trabajo y la fidelidad de Dios que nos sostuvo “hasta aquí”. Presentamos el matrimonio, los hijos y los nietos; pedimos orden en las finanzas con corazón generoso, salud conforme a su voluntad y consuelo para el que está triste. Bendecimos casa y camino, oramos por la obra de Maná y rendimos el año que termina y el que inicia a su presencia. Que su Palabra nos guíe, su Espíritu nos fortalezca y su paz nos acompañe.

Los pastores oyeron, fueron de prisa, vieron, contaron y volvieron glorificando. Navidad no se queda en escuchar un mensaje bonito: invita a moverse hacia Belén, a buscar a Jesús y a responder con obediencia y testimonio. Si solo oímos, el corazón se enfría; si nos acercamos, vemos al Salvador y la alabanza nace sola. Hoy da el paso: ve, mira y cuéntalo.

Navidad empieza con un verbo: Dios dio. Dio a su Hijo (Jn 3:16) y, con Él, “todas las cosas” que realmente necesitamos (Ro 8:32). Jesús es el regalo mayor y, dentro de Él, vienen nuevos comienzos: perdón, vida eterna, dirección, paz. No se compra ni se merece; se recibe. Hoy, abre el regalo: dile al Padre que quieres a Cristo en tu corazón y deja que su amor sea la raíz y el cimiento de tu vida.

María no creyó a ciegas: se turbó, pensó, preguntó “¿cómo será esto?” y, tras escuchar, se rindió: “Hágase en mí según tu palabra”. Su respuesta muestra que la fe cristiana no cancela la razón; distingue entre la duda cerrada que busca excusas y la duda humilde que busca verdad. Este pasaje nos enseña a llevar preguntas a Dios con mente despierta y corazón dispuesto, para terminar en obediencia y alabanza.

Cuando nace el Rey, Herodes se turba; así también nuestra “carne” resiste perder el trono. Navidad nos pregunta si Jesús será un adorno tierno o el Señor que gobierna decisiones, deseos y horarios. Rendirse no es emoción sino obediencia: morir al viejo yo, dejar la religiosidad defensiva y dejar que su Palabra y su Espíritu marquen el rumbo. Si Cristo reina, hay libertad; si reina el ego, habrá miedo y violencia interior. Hoy, entrega el control y recibe al Rey.

Detenemos la prisa y alzamos la mirada: el que nació en Belén es nuestro Salvador y Paz. Venimos a su presencia para agradecer la redención comprada con su sangre, afirmar nuestra identidad de hijos y poner en sus manos decisiones, cargas y temores. Él intercede por nosotros, guarda nuestra casa y nos sostiene día a día; que su Palabra ordene el corazón, su Espíritu fortalezca la fe y su paz nos acompañe al cerrar el año y caminar en obediencia.

La Encarnación es el centro: el Hijo eterno se hizo verdaderamente Dios-con-nosotros y verdaderamente hombre; sin dejar su deidad, se vació de su gloria, abrazó la humildad y sufrió para salvarnos. Si esto es real, los demás “imposibles” del evangelio dejan de serlo. Navidad no es estatus ni lujo: es Dios que desciende, nos busca y nos llama a imitar su cercanía—menos espectáculo, más presencia; menos esnobismo, más compasión; fe que se hace servicio entre los que duelen.

Mateo 1:18–23 revela a Jesús concebido por el Espíritu: Dios es el Padre verdadero; y a la vez José recibe la paternidad legal y la misión de custodiar, nombrar y criar. “Emanuel” afirma que Dios mismo viene a nosotros, mientras la justicia serena de José nos enseña discreción, dominio propio, escucha y obediencia: no expone, espera, atiende la voz y hace lo que Dios manda. La Navidad recuerda que la salvación es obra de Dios y que nuestra parte es acogerla con fe y asumir con valentía la responsabilidad que nos toca.

Mateo no abre con “Había una vez”, sino con una genealogía: ancla a Jesús en la historia, no en el mito. Esa lista incluye reyes y fracasos, mujeres y extranjeros, para decirnos que Dios escribe su gracia en líneas humanas reales. Navidad no es una moraleja ni un impulso de autoayuda; es una noticia: Dios entró en nuestra historia para salvar. Si Cristo asumió esa familia, también puede asumir la tuya y hacer nueva tu vida.

La Navidad se llena de luces, pero la Biblia dice que la verdadera luz es Cristo: sin Él seguimos en tinieblas aunque todo brille afuera. Este devocional invita a mirar más allá del adorno y dejar que Jesús ilumine dentro: reconocer el pecado, creer el Evangelio y ordenar la vida a su Palabra. Cuando la luz de Cristo entra, la oscuridad cede, las decisiones se vuelven claras y la esperanza deja de ser temporada para ser camino.

Nos detenemos, cerramos la puerta y alzamos la mirada: nuestro socorro viene de Dios. Su presencia define nuestra identidad—hijos e hijas en Cristo—y nos completa más que empleo, dinero o compañía. Hoy bebemos del Agua Viva, elegimos vivir por fe y no por vista, y ponemos ante Él decisiones, cargas y temores; que su Palabra ordene el corazón, su Espíritu nos fortalezca y su paz sea nuestra seguridad para caminar el día.

La disciplina vale porque mira más allá del calendario: practicada en el Espíritu, ordena el día de hoy y siembra para la vida eterna. Ver las rutinas de Palabra, oración, congregación y servicio con “lentes de eternidad” reubica prioridades, libera del impulso de la improvisación y convierte cada decisión en tesoro en el cielo. No es activismo ni perfeccionismo: es constancia sobria que, guiada por el Espíritu, forma carácter ahora y permanece para siempre.

Las disciplinas no se sostienen solo con fuerza de voluntad: la carne se opone, el Espíritu impulsa. Por eso invitamos al Espíritu Santo; la autodisciplina deja de ser castigo y se vuelve siembra para la vida. Piensa en las cosas del Espíritu, ocúpate en ellas y vive desde ellas: Palabra, oración, comunidad y servicio. Así la perseverancia tiene ayuda, los hábitos cambian de raíz y la victoria se hace diaria.

Perseverar en las disciplinas exige definir lo primero: buscar el reino, ordenar el día con devoción, y dejar que el Espíritu use hábitos sencillos (Palabra, oración, adoración, servicio y descanso) para formar a Cristo en nosotros. Las disciplinas no son legalismo ni lista de tareas; son prioridades vivas, practicadas en comunidad, que ponen el tesoro en Dios y vuelven eficaz el resto del tiempo. Elige cada mañana “primero lo primero” y sosténlo con constancia.

Ser discípulo es ser aprendiz: amar a Dios con la mente, buscar instrucción y atesorar conocimiento que transforme la vida. La sabiduría no llega por accidente; se cultiva con atención constante a la Palabra, preguntas honestas y hábitos estables de estudio. Aprende cada día, ordena tu mente para obedecer mejor y deja que el conocimiento de Cristo moldee carácter, decisiones y servicio.

Devocional | Viernes de Oración Jesús nos enseñó a cerrar la puerta y orar al Padre en secreto; hoy elegimos detener la prisa, aquietar el alma y anclarla en Dios: nuestra roca y seguridad por encima de contratos o circunstancias. Venimos sin ruido ni multitarea, recibimos su pan y su agua, y encomendamos camino y familia; la gratitud ordena la mente, la fe reposa y su presencia nos levanta para vivir el día en el Espíritu.

El silencio cristiano no es vacío ni autoexaltación: es callar ante el Señor para adorarlo, confiar, esperar su salvación, ser restaurados y recuperar perspectiva. Apagamos el ruido, frenamos la palabra y dejamos que su Espíritu ilumine el corazón, revele lo que estorba y devuelva paz y fuerza. Menos prisa y opinión; más presencia, escucha y obediencia.

Jesús hizo del retiro un hábito: antes del amanecer, después de jornadas intensas y en decisiones críticas, se apartó para orar y escuchar. El silencio no es evasión, es prioridad; apaga el ruido, ordena el corazón y nos devuelve a la misión con claridad. Agenda momentos reales para estar a solas con Dios—sin multitarea—y deja que Su voz marque el ritmo del día.

El silencio, en la vida cristiana, no es vacío sino espacio para Dios: abstenerse voluntariamente del ruido y de hablar para que su Palabra ordene la mente, se aquiete el corazón y pueda oírse la voz de Cristo. No es huida, sino complemento de la comunión y el servicio; aclara motivos, corrige rumbos y devuelve sobriedad a los deseos. Practicado a diario en breves retiros, vuelve el interior tierra fértil donde crecen el discernimiento, la obediencia y la paz.

La vida espiritual no se sostiene con impulsos sino con hábitos: orar, meditar la Palabra, congregarse y servir. La disciplina no es legalismo; no hacemos para “ganar puntos”, sino porque amamos a Dios y queremos agradarle. Entrenarnos para la piedad, día a día, ordena el corazón, afina el carácter y vuelve fecunda cada área de la vida. Este devocional inaugura dos semanas sobre disciplinas: empieza hoy con un paso pequeño que puedas repetir mañana.

Dar gracias cuando duele no es negar la realidad: es reconocer que Dios sigue al mando; como Jonás en el vientre del pez y Pablo y Silas en la cárcel, la alabanza cambia nuestra postura antes que las circunstancias. Hoy apartamos todo ruido, nos quedamos en su presencia y decimos: “te doy gracias en medio de la enfermedad, la espera y la incertidumbre”; la gratitud ordena la mente, fortalece el corazón y abre camino donde parecía no haberlo.

Proverbios completa la lista: un corazón que maquina maldad, pies ligeros para el mal, testigo falso y quien siembra discordia. La sabiduría trabaja en la raíz: corazón renovado para ordenar pensamientos, pasos contenidos para no normalizar atajos oscuros, labios veraces que no prestan su voz al daño y un espíritu pacificador que cura grietas. Atar su enseñanza al corazón guarda el camino al andar, al descansar y al despertar.

Proverbios 6 revela lo que Dios detesta porque destruye personas y comunidades; hoy iniciamos con tres: ojos altivos, lengua mentirosa y manos que derraman sangre inocente. La sabiduría nos llama a tratar la raíz: sustituir el orgullo por gratitud, la falsedad por verdad y el rencor por cuidado de la vida. Humildad, veracidad y misericordia despejan el camino para su gracia y traen paz al corazón y a la casa.

La sabiduría comienza con un oído dispuesto: quien acepta la corrección crece, evita repetir errores y camina con prudencia; quien la rechaza se vuelve sabio en su propia opinión y tropieza donde otros ya cayeron. Abre el oído, busca consejo probado y somete tus decisiones a la luz de la Palabra; ahí nacen el criterio, la cordura y la paz.

Salomón pidió sabiduría para discernir el bien y el mal, no riqueza ni poder, y recibió además todo lo demás. La sabiduría bíblica es consejo práctico para la vida: ordena decisiones en la casa, la comunidad, la adoración, las relaciones y los negocios. Este devocional abre una semana en Proverbios: pídale a Dios sabiduría y practíquela; es el camino sencillo y seguro para vivir con juicio e integridad.

Acercarse a Dios empieza revisando el corazón: oramos con espíritu recto, dejamos que el Espíritu nos muestre cualquier amargura o pecado oculto y lo confesamos sin excusas ni autoengaño. No es culparnos ni minimizar; es quitar lo que estorba para reconciliarnos, ser limpiados y caminar ligeros. Hoy, en Viernes de Oración, inclinamos el corazón y descansamos en Aquel que nos recibe, perdona y hace nuevas todas las cosas.

Meditar “de día y de noche” no es repetir frases, sino dejar que la Palabra sea la voz que forma el corazón: filtra el consejo de los malos, nos aparta del camino del pecado y la burla, y ordena deseos y decisiones. El Salmo 1 presenta dos rutas: árbol junto a corrientes—estable y fecundo—o paja que el viento arrastra; la diferencia no es la suerte, sino la delicia constante en la Palabra.

Cuando cantamos los Salmos, la batalla cambia de lugar: dejamos de girar alrededor del problema y fijamos el corazón en Dios. La alabanza nacida de su Palabra endereza la fe, silencia la ansiedad y abre camino donde había murallas. No es evasión, es obediencia que recuerda quién pelea por nosotros; por eso el canto sostiene en la prueba y convierte el lamento en confianza. Canta la Escritura: la victoria empieza por dentro.

Los Salmos son donde la fe aprende a hablar con verdad: sus poemas dan lenguaje a la alabanza, al lamento, a la confesión y a la gratitud. A diferencia de la ley o las crónicas, abren el interior de quienes buscaron a Dios y nos forman a nosotros—moldean el carácter, ordenan las emociones y enseñan arrepentimiento y perseverancia. Leerlos, orarlos y meditarlos cada día vuelve a la Palabra espejo y maestro: nos ayuda a decir lo que no sabemos decir y a vivir con Dios en lo cotidiano.

Los Salmos son una escuela de oración: dan lenguaje para la alabanza y para el lamento, ponen verdad donde hay desorden interior y nos enseñan a hablar con Dios sin máscaras. Reúnen historia, poesía y símbolos de la vida diaria para formar el corazón, afinar la conciencia y orientar decisiones. Al orarlos, no repetimos fórmulas: aprendemos a pensar y sentir con Dios, a transmitir la fe de generación en generación y a ver la creación como testigo de su gloria.

El alma también tiene hambre: la oración nos lleva a la fuente y nos recuerda que en Cristo estamos completos. La ansiedad nace cuando creemos que nos falta algo; al meditar su Palabra, la mente se ordena y el corazón descansa. Hoy apagamos el ruido, inclinamos el corazón y recibimos el pan y el agua que sostienen: así enfrentamos noticias, tareas y relaciones con paz, porque nuestra seguridad no depende de las circunstancias sino de su presencia.

El Salmo 119 revela un tesoro para la vida diaria: la Palabra es verdadera y no cambia, demanda lo que es justo y provee lo que es bueno. Cuando la volvemos nuestro consejo cotidiano, evita la vergüenza, guarda el camino y fortalece el alma en la ansiedad. Este devocional nos llama a pasar de usar la Biblia como consulta ocasional a recibirla como fuente viva para decidir con integridad y caminar en paz.

La sabiduría que sostiene la fe no nace de la lógica del mundo, sino de la cruz y del Espíritu. Este devocional llama a formar una convicción con sustancia: buscar a Dios en su Palabra, pensar con Él y vivir lo que creemos, para que, cuando pregunten por nuestra esperanza, respondamos con claridad, mansedumbre y respeto. No presumimos de títulos ni de elocuencia; apuntamos a Cristo. Una fe así resiste la presión, ordena el corazón y ofrece razones que no humillan, sino que invitan.

Pablo nos recuerda que la verdadera gloria no nace de títulos, logros ni poder humano, sino de la cruz: Dios frustra la autosuficiencia y asienta la fe no en la elocuencia, sino en su poder. Este devocional nos invita a revisar de qué presume el corazón y a fijar la confianza en Cristo, para que tanto la victoria como la debilidad apunten al Señor.

Así como el cuerpo vuelve a tener hambre, el alma también; nada material la sacia. El salmista nombró esa sed y Elías aprendió en el desierto que Dios provee el pan para el camino; en Él está la seguridad que no dan los contratos ni las circunstancias. Este Viernes de Oración nos acercamos a su presencia para recibir el alimento que sostiene, el agua que apaga la sed y la paz que ordena la vida, para recorrer con esperanza la jornada larga.

La sabiduría no llega por accidente: nace cuando el corazón recibe, aprecia y busca la Palabra con constancia. Entonces Dios la concede y el discernimiento ordena las decisiones, endereza los caminos y afirma la integridad. Menos ruido y más atención: el tesoro que buscamos se vuelve pan diario para vivir con firmeza.

Pasamos de la “comida chatarra espiritual” al alimento que forma criterio: escuchar a Proverbios, reconocer que la sabiduría viene de Dios, pedirla con constancia y practicarla hasta que madure el discernimiento. No es teoría ni entretenimiento: se cocina con tiempo en la Palabra, se mastica con obediencia y se modela en casa, de padres a hijos. La sabiduría llama y corrige; quien la atiende aprende a distinguir el bien del mal, ordena el corazón y decide con integridad. Este devocional señala esa mesa: menos prisa, más escucha, y un hábito que convierte decisiones ordinarias en pasos firmes.

Si después de años de fe seguimos necesitando “leche” y evitando lo sólido, estamos en la guardería espiritual: sin práctica constante en la Palabra no hay discernimiento para distinguir lo bueno de lo malo ni madurez para sostener a otros. Este devocional invita a dejar la prisa y el entretenimiento, formar una dieta bíblica diaria y crecer hasta enseñar con criterio. Madurar es pensar con la verdad y vivirla.

La sabiduría con la que decidimos nace de la fuente que consultamos: si vivimos de “versículos sueltos” y mensajes rápidos, hay desnutrición; si hacemos de la Palabra una dieta diaria y balanceada, crecemos en criterio y obediencia. Este devocional usa la analogía de la nutrición para dejar la “comida chatarra espiritual” y aprender a preparar alimento bíblico que sostiene la fe y guía decisiones reales.

El Señor piensa en nosotros y sostiene nuestro camino; orar es volver a su presencia, dejar el viejo yo y vivir en Cristo. Pon en sus manos casa, trabajo y salud, y edifica sobre la Roca. Viernes de Oración en Maná: en su voluntad hay paz y fuerza.

Después de aprender sobre la sabiduría de lo alto y la terrenal, la pregunta es: ¿de dónde viene la verdadera sabiduría? La Biblia enseña que toda sabiduría proviene de Dios y que debemos pedirla con fe. No se obtiene por estudio ni experiencia, sino por comunión con Él, por medio de la oración, la obediencia y su Palabra. La sabiduría de Dios se forma en nosotros a través de la integridad, la humildad, las pruebas y la corrección. Si la buscamos como un tesoro escondido, Dios nos la concederá, y nuestras decisiones reflejarán su justicia, su paz y su propósito.

La Biblia advierte sobre una sabiduría que no proviene de Dios, sino de este mundo: terrenal, animal y diabólica. Es la que se guía por el orgullo, la envidia, la rivalidad y el egoísmo. Esta sabiduría genera caos, celos, contiendas y toda obra perversa. En cambio, la sabiduría de lo alto produce paz, pureza y buenos frutos. Hoy el Señor nos invita a reflexionar sobre cuál sabiduría dirige nuestras decisiones: la del mundo, que busca placer y poder, o la de Dios, que edifica, une y transforma corazones.

La Biblia dice que la sabiduría que viene de lo alto es pura, pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Esta sabiduría no se adquiere con estudio o experiencia humana, sino a través de una relación genuina con Dios. La sabiduría celestial transforma el carácter, produce paz, justicia y relaciones saludables con los demás. Pidamos al Señor que nos llene de esta sabiduría divina que nos hace vivir con humildad, amor y rectitud, reflejando su carácter en todo lo que hacemos.

Devocional | Diferencia entre sabiduría y conocimiento Comenzamos una nueva serie sobre la sabiduría: qué significa ser una persona sabia y cómo distinguir entre la sabiduría que viene de lo alto y la terrenal. El conocimiento se relaciona con la acumulación de información, pero la sabiduría tiene que ver con cómo aplicamos ese conocimiento en nuestra vida diaria. La Biblia enseña que la verdadera sabiduría se demuestra con una buena conducta y en sabia mansedumbre. Pidamos a Dios que nos enseñe a actuar con humildad y prudencia, guiados por Su Palabra, para que nuestras decisiones reflejen Su voluntad y no la sabiduría del mundo.

El Señor nos llama a detenernos, a hacer una pausa en medio del ruido, los afanes y las carreras del día a día, para recordarnos que Él es Dios. La comunión con Él es el propósito más alto de nuestra vida: conectarnos con su presencia, depender de su amor y descansar en su fidelidad. Cuando aprendemos a estar quietos delante de Dios, encontramos paz, fuerza y propósito. Que esta oración sea una oportunidad para reconectarte con la Fuente de agua viva, quien renueva tu alma y te llena de gozo y esperanza.

La muerte del profeta Eliseo nos recuerda que para el hijo de Dios, la muerte no es el final, sino una transición hacia la presencia eterna del Señor. Su último milagro —dar vida a un hombre que tocó sus huesos— nos enseña que el poder de Dios trasciende la tumba. En Cristo, la muerte ha sido vencida; quien muere en Él no muere realmente, sino que duerme para despertar a la vida eterna. Morir a nuestro viejo yo es el primer paso para que Cristo viva plenamente en nosotros.

El profeta Eliseo, aun en su lecho de muerte, enseña una de las lecciones más profundas sobre la fe y la herencia espiritual. Mientras coloca sus manos sobre las del rey y le ordena lanzar las flechas, nos recuerda que solo cuando nuestras manos están guiadas por las de Dios podemos vencer a nuestros enemigos.Así también, nuestros hijos son como saetas en manos del valiente (Salmo 127:4). Debemos formarlos, instruirlos y lanzarlos con dirección y propósito para que alcancen el blanco de la voluntad de Dios. La fe y la formación de las nuevas generaciones son el verdadero legado de quienes aman al Señor.

Al final de su vida, el profeta Eliseo nos enseña que el legado más grande no son los milagros ni las obras visibles, sino el carácter y la formación de quienes vienen después. La verdadera medida del discipulado no está en cuánto hacemos, sino en cuánto dejamos en otros. Este devocional nos invita a reflexionar sobre la paternidad, el liderazgo y la enseñanza: ¿qué ejemplo, principios y valores estamos transmitiendo a nuestros hijos y a las nuevas generaciones? Invertir tiempo en formar su corazón es el mejor legado que podemos dejarles.

El poder sin oración corrompe. En Damasco, Eliseo ve lo que un rey no puede ver: detrás de los planes políticos hay realidades espirituales, y cuando una nación se aleja de Dios, el caos se desata. Este devocional nos recuerda que debemos interceder “por los reyes y por todos los que están en autoridad” (1 Timoteo 2:1–2), pedir a Dios gobernantes con carácter y no solo con carisma, y clamar por misericordia sobre nuestras tierras. Ora por tu país, por tus líderes y por tu propio corazón, para que todos vuelvan al Señor.

El Salmo 34:1 nos invita: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca.” Orar es detenernos, priorizar lo eterno y reconocer que sin Dios no podemos avanzar. Hoy el Señor te llama a reordenar tus prioridades, a no dejarte distraer por el mundo y a volver al secreto de la oración. No es tiempo de correr, es tiempo de arrodillarse. Que tu corazón encuentre su ancla en Dios, no en lo material. Él transforma cada circunstancia en oportunidad para crecer.

2 Reyes 7:3–20: cuatro leprosos se atreven a moverse en medio del asedio, Dios hace huir al enemigo, y llega la abundancia tal como profetizó Eliseo. Ellos primero comen y esconden… pero se detienen: “Hoy es día de buenas nuevas y nosotros callamos”. La fe verdadera no se guarda: se comparte. También se cumple el juicio sobre el príncipe incrédulo. Pide hoy valor para anunciar lo que Dios ha hecho y ojos para reconocer Su provisión inesperada.