Una breve reflexión diaria para comenzar el día centrándonos en lo esencial, tratando se ser algo más humanos. Espiritualidad y filosofía hechos vida. Aquí encontrarás la versión podcast de los post publicados en el blog Meditaciones del día -de Quim Muñoz- leídos por él mismo.
En muchas ocasiones he escrito recomendando el silencio, alabando sus virtudes y recordando su urgente necesidad. Sin embargo, hoy he caído en la cuenta de que sólo he tratado sobre el rostro luminoso del silencio cuando, como todo en el ámbito de la manifestación, tiene también su sombra. El silencio que siempre he alabado es el que promueve la apertura, la escucha, la gestación de la Palabra. Pero no es raro que en un mundo como el nuestro, en el que nos encontramos saturados de tanto ruido, el silencio pueda convertirse en una vía de escape, en una huida, en un recogimiento egoísta, en un autismo espiritual que quiera desconectar de una realidad que reclama su atención y ayuda para descansar y rehuir de su responsabilidad en el jardín interior del alma. Ese silencio no es fecundo, sino que mata. Mata nuestra humanidad y mata la humanidad de quienes nos rodean y necesitan de nuestra atención, palabra y actuación. Ese silencio es una irresponsabilidad y un atentado contra nuestro mundo, un acto de egoísmo que daña la realidad toda, y a nosotros con ella. Ese silencio duele, ese silencio mata. Busquemos el mejor de los silencios, el que engendra la Palabra, y no olvidemos que lo más luminoso es también lo que produce mayores sombras.
Hacía tiempo que no recomendaba un libro en el blog. Y no es que no haya leído libros que me hayan parecido interesantes. No, la causa es que el post de recomendación de libros suele ser más largo de lo habitual, y siempre ando algo justo de tiempo. Sin embargo, hoy he tenido que buscar y encontrar el tiempo porque no puedo dejar de recomendar este libro a todo aquél que esté interesado, no sólo en lo ignaciano, sino en una espiritualidad enraizada en nuestro día a día, en lo cotidiano, en nuestra propia vida. ¿El título del libro? Una oración sencilla que cambia la vida, de Jim Manney. Su subtítulo nos da alguna pista más sobre su contenido: descubriendo el poder del Examen Diario de San Ignacio de Loyola. Creo que puedo decir sin mentir que es el libro que más me ha enriquecido en el último año, ya que ha transformado mi forma de hacer oración diariamente. Llevo una semana siguiendo sus indicaciones y, desde que hice el mes de ejercicios, no había notado cambios tan relevantes en mis vivencias interiores. No dejes que el término ‘examen’ te eche para atrás. Nada que ver con una hoja con preguntas, con respuestas correctas o incorrectas, ni con un juez severo que te aprueba o suspende en función de lo que has contestado. Intentaré demostrártelo enumerando algunas de las principales ideas que he encontrado en esta pequeña joya que, te lo aseguro, se lee con facilidad. Empecemos: Mira si será importante esta práctica, que San Ignacio de Loyola quería que los jesuitas la realizaran dos veces al día (al mediodía y antes de acostarse). Podía eximirles de cualquier otra forma de oración durante jornadas de mucho ajetreo… Pero nunca del examen (p.4) La oración verdadera se hace para que ocurran cambios (p.2) El examen busca señales de la presencia de Dios en los sucesos del día y que nos preguntemos si nuestras acciones se ajustan al modo de Jesús (p.2) Dios se involucra personalmente en la vida de sus criaturas. (…) Si es parte de nuestra experiencia humana, Dios está ahí (p.9) Los libros, las ideas y los consejos prudentes son importantes, pero el lugar en el que fundamentalmente encontramos a Dios es en lo que nosotros mismos experimentamos. (…) Podemos confiar en nuestra experiencia porque Dios trata con nosotros de manera directa (p.13) El examen no tiene nada que ver con un deprimente catálogo de pecados, faltas y errores (p.19) Tampoco debemos creer que la oración sólo es para personas buenas. Si lo hacemos, sólo rezaremos cuando nos sintamos virtuosos y dejaremos de hacerlo cuando tengamos una vivencia de nuestra fragilidad… Siendo el momento en el que más necesitamos de la oración (p.21) El examen nos propone una larga y amorosa mirada a la realidad, tratando de percibirla desde los ojos de Dios, pidiéndole que nos revele que hay detrás de cada vivencia o emoción. Al preguntarle a Dios lo que significan, las convertimos en vehículos de gracia, ordenamos el caos (p.21-23) PASO UNO: REZAR PIDIENDO SER ILUMINADO Queremos ver nuestra vida diaria a través de los ojos de Dios, y no somos capaces de hacerlo sin su ayuda. Buscamos una perspectiva guiada por el Espíritu, no un examen que se basa sólo en las facultades de nuestra memoria natural. (p.29) Dios obra con medios humanos. Lo que experimentamos en el examen es justamente el gran misterio de que Dios está presente en nuestra experiencia diaria en nuestro mundo cotidiano (p.30) No hay zarzas ardientes ni voces ensordecedoras (…). Dios aparece en el tranquilo susurro de nuestros recuerdos, pensamientos y sentimientos guiados por el Espíritu (p.30) Le pedimos a Dios que nos dé el don de ver los dones que nos da, quiénes somos en realidad, la naturaleza de nuestras relaciones y motivaciones, nuestras debilidades y desórdenes (p-30-33) En la perspectiva ignaciana, el pecado incluye todo el abanico de ideas, sueños, deseos, anhelos y ansias que evitan que seamos la clase de persona que estamos llamados a ser. Pecamos porque somos tercos y estamos llenos de orgullo. Pero, sobre todo, pecamos porque somos ignorantes. No sabemos lo que en realidad queremos, y por esa razón perseguimos fantasías, pálidos reflejos de aquello que de verdad puede satisfacernos (p.33-35) No pecamos porque estemos en contacto con nuestros deseos, pecamos porque en realidad no lo estamos (p.35) ¿Qué es lo que realmente quiero? (…) Cuando contestamos a esta pregunta, vamos camino a la libertad. Sólo Dios puede mostrarnos esto, y que Dios nos ilumine es lo que pedimos al comienzo del examen. (p.35) PASO DOS: DAR GRACIAS La gratitud es el sello de identidad de la espiritualidad ignaciana, y la ingratitud es el peor de los pecados (p.38 y 40) Dios como un generoso dador de dones, que percibimos a través del examen (p.39) El amor se debe poner más en las obras que en las palabras. También Dios se comunica y actúa (p.40) La ingratitud [con Dios] es negarse a ver la verdad (p.42) Si todo es don, no somos dueños de nada (p.43) PASO TRES: REPASAR EL DÍA Dios obra a través de lo que es, no obra con lo que fue, o debería haber sido o podría ser (p. 46) El examen es un ejercicio para encontrar a Dios en nuestra vida tal y como la estamos viviendo ahora mismo (p.47) Miro a lo real. No lo analizo ni lo discuto, no lo describo ni lo defino; formo parte de él. No lo rodeo; entro en él (p.47) Rezamos el examen para discernir la verdad más profunda de nosotros mismos, guiados por el Espíritu Santo. Esperamos ver nuestra vida a través de los ojos de Dios (p.48) Hacemos el examen para descubrir dónde está Dios, cómo le respondemos y qué es lo que más deseamos (p.48) Dios nos inspira y nos trata de la manera más íntima, a través de nuestras emociones de consolación y desolación (p.49) El examen es una herramienta, no un sistema ni una técnica que hay que seguir fielmente. Si el Espíritu Santo te guía, encontrarás tu propia manera de rezarlo (p.50) Recomendaciones para repasar el día: Repasa los acontecimientos del día de hora en hora, secuencialmente, tratando de recordar las sensaciones y emociones de cada momento. Pide al Espíritu Santo que te muestre qué te están diciendo sobre la presencia de Dios en tu vida, y sobre tu modo de responderle. De todos los acontecimientos del día, toma el que te parezca más significativo, el que más te remueva, y detente en él. El examen es parecido a rebuscar en un cajón lleno de cosas hasta encontrar algo que llame tu atención. Pregúntate qué has hecho hoy con tus dones, con tus talentos… ¿Al servicio de quién los has puesto? Revisa tus relaciones personales de la jornada: qué tipo de relación tienes con esa persona, si te mueve su interés o el suyo, si te despierta amabilidad o aspereza, por qué crees que es así… etc. PASO CUATRO: ENFRENTAR LO QUE ESTÁ MAL Dudo que seas perfecto, así que tu examen -como el mío- te llevará a la conclusión de que hay algo que está mal en ti, y a la voluntad de arreglarlo (p.58) Las acciones pecaminosas no son el verdadero núcleo de lo que anda mal en nosotros. Las mentiras, el robo y el adulterio surgen de trastornos internos profundos (p.60) El problema soy yo. El comportamiento que lamento es una manifestación del problema real, un síntoma de la enfermedad. La mejor metáfora para el pecado es el fracaso. Estamos por debajo de nuestros propios ideales. No frustramos a Dios tanto como nos frustramos a nosotros mismos (p.61) El examen nos ayuda a arreglar lo que no anda bien al clarificar las cosas (p.62) Dios nos invita a observar lo que está mal en nuestra vida, no a arrastrarnos ante un juez implacable, implorando misericordia. Al tomar consciencia de nuestros pecados, podemos dolernos del mal causado, proponernos cambiar y solicitar la ayuda para lograro a ese Dios que nos ama más de los que nosotros mismos nos amamos (p.65) San Ignacio vio la escrupulosidad como un serio problema espiritual [porque la sufrió en Manresa]. De allí en adelante, en su propia vida y en la de aquellos de quienes él era un guía espiritual, no estuvo de acuerdo con los ayunos prolongados, la ortificación de la carne ni otras prácticas de penitencia severas (p.66) El objetivo de todo esto es ser más libres. El pecado restringe nuestra relación con Dios, no porque se trate de un punto negro en el libro que lleva el árbitro divino, sino porque las mentiras, los espejismos y las excusas interesadas que nublan nuestra mente nos hacen menos capaces de dar y recibir amor (p.66) PASO CINCO: HACER ALGO, PERO NO CUALQUIER COSA Preguntarse qué haré hoy es el núcleo del quinto paso del examen (p.70) Deja de soñar, haz algo para realizar tus sueños (p.71) ¿Dónde voy a necesitar más a Dios mañana? Le pido a Dios que me dé lo que voy a necesitar para lidiar con la situación que me toca (p.73) No se trata sólo de actuar mejor, se trata de cambiar por dentro con o así el actuar mejor con la ayuda de Dios. Sólo así será sostenible en el tiempo (p.75) La oración debe conducir a la acción, no a descansar en la paz interior (p.76) Dios nos ama tal y como somos, pero eso no significa que Dios apruebe todo en nosotros. Nos acepta a pesar de muchas cosas… Que debemos intentar cambiar (p.76) Por nuestra parte, sólo podemos comprometernos a intentar cambiar, a permitir que DIos nos transforme con su gracia (p.77) La razón por la que queremos ser conscientes de lo que Dios está haciendo en nuestra vida es para poder responderle mejor. La pregunta que queremos que se responda es: ¿Qué debemos hacer? (p.82) Estamos aquí para amar y servir. Las cosas del mundo, o nos ayudan o nos estorban en esa tarea. Debemos tomar buenas decisiones, y para decidir bien debemos ser libres (p.84) Unos últimos consejos para terminar: Marca un tiempo para dedicar diariamente a la oración, y mantenlo Sé paciente cuando no suceda gran cosa Escucha más de lo que hablas Presta atención Ábrete a la sorpresa del Espíritu y a su acción transformadora Si te ha gustado el resumen, el libro te gustará más
Los seres humanos somos de lo más peculiar: nos acostumbramos a todo, a lo bueno y a lo malo. Está claro que es una forma de sobreponerse al día a día, pero también es una trampa peligrosísima. Porque nos ‘apoltrona’, nos vuelve pasivos, mata nuestras pasiones, nuestros retos y nuestros placeres. Hoy te voy a proponer un ejercicio que ya recomendaban los clásicos para enfrentarse a la pérdida de interés y disfrute por las cosas que acompaña a la habituación, a la rutina, a la costumbre. Consiste en renunciar temporalmente a algo que nos encantaba y que ahora ya no supone propiamente un placer. Puede ser algo tan simple como tomarse un café bien caliente a primera hora de la mañana mientras se leen las noticias o se hace oración; puede ser ir a caminar a primera hora de la mañana para despertarte junto al sol y contemplar el amanecer mientras te pones en forma; puede ser disfrutar de una buena lectura antes de acostarte; puede ser el encuentro mensual con ese amigo; puede ser esa partida de cartas; puede ser una copa de vino o, incluso, ese encuentro íntimo con tu pareja… ¿A cuántas parejas se les acaba la pasión en cuanto formalizan su relación? Escoge cualquiera de estas cosas (o alguna otra que para ti fuera un gustazo y que hoy en día ha perdido gran parte de su intensidad) y renuncia a ella durante un mes. Si, sí… Un mes. Un mes sin café, sin salir a caminar o a correr, sin lectura nocturna, sin verte con tus amigos, sin jugar a cartas, sin tomar una gota de vino o sin sexo… Verás cómo se reactiva tu interés, cómo se incrementa tu deseo, cómo recuperas la pasión perdida. Cómo lo disfrutas pasado un mes. Renunciar para recuperar. Simple pero efectivo, al modo de los clásicos… Que por eso lo son.
La música, como los olores, es un increíble potenciador de la memoria, un eficaz instrumento de anamnesis platónica. Basta con escuchar los primeros acordes de una canción que fue significativa para ti en el pasado para que tu conciencia se remonte a ese momento y reviva los pensamientos, emociones y vivencias de entonces. Una canción, una sencilla canción, es capaz de ir mucho más allá que las palabras. Su conjugación con la musicalidad, con la armonía de la melodía, traspasa capas del alma que restan cerradas al simple verbo. Hay canciones que nos remontan a nuestro primer amor, otras al descubrimiento de la libertad, algunas a los conflictos de la adolescencia, puede que haya una que nos traslade a una experiencia significativa de Belleza o Unidad… Hay canciones que actúan como puentes que nos reconectan con aquellos momentos que nos definen, que nos han modelado, que han ido determinando quienes somos. Te animo a hacer hoy un viaje por tu biografía a través de las canciones. Escoge entre cinco y diez canciones que vincules con momentos esenciales de tu vida, ponlas en una lista y escúchalas, estando atento a todo lo que despiertan en ti como si de una meditación se tratara. Te sorprenderá todo lo que se remueve, todo lo que aflora, todo lo que descubres. Abróchense los cinturones, vamos a partir hacia ese ayer que dio lugar al hoy y que apunta hacia nuestro mañana. Promete ser un viaje inspirador e interesante. https://www.quimmunoz.com/esa-cancion-un-puente-al-pasado/
https://www.quimmunoz.com/para-que-es...La pregunta que encabeza este post tiene trampa. Preguntarse para qué estudiar humanidades es algo parecido a preguntarse para qué sirve respirar o amar. La respiración y el amor son una valiosa e ineludible parte de nuestra existencia, un elemento imprescindible para la vida. Y buscarles una función utilitaria o secundaria no sólo supone desvirtuarlas, sino que implica no haber comprendido nada.Las humanidades, tal y como aquí las entendemos, también son un requisito imprescindible para disfrutar de una vida plenamente humana. Porque dedicar un tiempo al arte, a la filosofía, a la historia, a la retórica, a la música, a la política o a la antropología puede ser una forma de estudiar a los otros… Pero también puede ser una manera de descubrirse a uno mismo, una forma de autoayuda en el mejor de sus sentidos.El objetivo de las ciencias humanas no puede ser, por tanto, el volverse un listillo, un cultureta o un snob. Las humanidades, entendidas en el sentido clásico-tradicionalque desde aquí proponemos siguiendo a José Olives, son un estudio del ser humano en lo que tiene de trascendente, de indeterminado, de libre y de único, para que éste dé a luz su mejor rostro, para que éste pueda florecer. De ahí lo adecuado de la expresión “el cultivo de las humanidades”.Las ciencias humanas hacen del estudio de lo mejor de otros seres humanos un camino de autodescubrimiento, de desarrollo personal, de inspiración y empoderamiento. Las humanidades, en su sentido más profundo, hacen del ser humano el sujeto y objeto de investigación al mismo tiempo… Promoviendo una fecunda y transformadora adualidad cognoscitiva de carácter gnóstico en sentido estricto que nos lleva mucho más allá de nosotros mismos, que posibilita nuestra apertura a lo Trascendente a través de una espiritualidad que puede ser con o sin Dios.Ponernos en contacto con la excelencia de otros seres humanos (en la literatura, la escultura, la pintura, la música, el pensamiento o la historia) aumenta nuestra energía interior, la frecuencia vibratoria de nuestro espíritu… Nos pone “a tono”. Pero para ello hay que disfrutar de esos conocimientos, hay que saborearlos en lugar de acumularlos o almacenarlos al modo de los eruditos. Ésa es la diferencia entre el sabio y el profesional de las humanidades(triste -y en mi opinión- desacertada expresión de Jesús Zamora, Decano de la Facultad de Filosofía de la UNED, en su interesante artículo “Cómo no defender las humanidades” aparecido en el Diario EL PAÍS que, pese a contener mucho de verdad, propone una visión de la filosofía que no comparto): el primero -el sabio- es profundamente transformado por el contacto con las humanidades, mientras que el segundo -el profesional o erudito- mantiene la distancia respecto a esos conocimientos convertidos en objeto, configurando las humanidades a su imagen y semejanza. Las humanidades no pueden ser un medio de vida, deben ser una vocación, una forma de desarrollo de nuestras potencialidades, una práctica y experiencia de apertura y refinamiento de lo más elevado de nuestra persona. No basta con estudiar las materias o asignaturas propias de las humanidades… ¡Hay que encarnarlas! Debemos convertirnos, ser uno, con esa música, con ese cuadro, con ese pensamiento, con esa tradición, con ese cuento o con esa historia. Las humanidades, en su definición clásico-tradicional, exigen una metanoia personal.Ésas son las humanidades imprescindibles en esta época que muchos han calificado como New Age -como Nueva Era- y que, pese a todos los cambios tecnológicos y sociales que en ella se observan, tiene un sustrato común que ni cambia ni debe cambiar si deseamos evitar el desastre: la consciencia de que somos personas y que, como tales, debemos pensar, sentir y actuar.Sin humanidades, el mundo se deshumaniza y se transforma en una jungla de asfalto en la que sólo sobrevive el más fuerte y despiadado. Yo no quiero un mundo así. ¿Y tú? ¿Tampoco? Pues ayúdame a hacer llegar estas reflexiones al mayor número de personas posibles, comparte y anima a compartir… Pues no hay nada más humano y humanizante que entregarse, que ofrecer lo mejor de uno mismo a los demás para hacer de nuestro mundo un lugar mejor.Sólo es un post, un artículo. Es cierto. Pero a veces una simple palabra es capaz de cambiar una vida porque resuena con las inquietudes que uno lleva en su interior. Ojalá te remueva y te transformes en un eslabón imprescindible de ese Paraíso en la tierra que todavía está por llegar.
Tomo la expresión que da título al post que ha inspirado este vídeo (la banalización de lo profundo) del prólogo de Elena Andrés al libro ‘Interioridad y espiritualidad’ de Josep Otón. Y me la apropio porque define perfectamente uno de los riesgos a los que estamos sometidos quienes nos asomamos a Internet y a las redes sociales. Un riesgo cierto y grave que tiene dos vertientes:En primer lugar, lo que antaño eran secretos arcanos protegidos por mil capas de simbología y secreto, están ahora al abasto de cualquiera mediante una simple búsqueda en Google. Nada hay oculto que no pueda ser revelado, siempre hay algún indiscreto que -en ocasiones sin comprender ni valorar el riesgo que supone ponerlo todo al alcance de cualquiera- grita a los cuatro vientos lo que antes se susurraba al oído de los iniciados. Otra cosa es que seamos capaces de comprender el auténtico sentido de lo desvelado…En segundo lugar, he vivido en propias carnes el riesgo que supone querer adaptarse a las normas propias de estos mundos virtuales. Me explico: hace unos días estuve con un amigo que es experto en redes sociales, marketing digital, SEO y marca personal. Es seguidor del blog y, en nombre de nuestra amistad, me ofreció su experiencia profesional para mejorarlo… Imposible: cada post debería convertirse en un objeto de consumo, en un producto, para adecuarse a sus recomendaciones. ¿Qué me pedía? Lo normal en el ámbito del marketing digital:Atender a los trending topic, a los temas de los que más se habla en cada momento. No es posible, mis post nacen de mis propias reflexiones, de los temas que me interesan, que me mueven y conmueven… Y que considero que puede ser útil compartir con los demás por si viven situaciones, dudas o inquietudes similares a las mías.Escribir atendiendo a las normas de SEO, escribir para Google, utilizando términos y estructuras que me posicionen mejor en los buscadores. Ni soñarlo, escribo para personas, no para Google. No me mueve su algoritmo sino acceder a la mente y al corazón de quienes me leéis.Analizar las audiencias y darles lo que les gusta más ‘consumir’. Me remito a lo dicho, ésa no es mi guerra.Ceñirme a un solo tema, a un ‘nicho de mercado’ para destacar en él en lugar de continuar con mi deriva humanista e interdisciplinar que dificulta el que se me pueda percibir como un experto.Aunque agradecí sinceramente todo lo que me proponía, le hice ver que el blog -para mí- no es un negocio y que, por tanto, pretendo que se rija por unos principios distintos que tienen más que ver con la cualidad que con la cantidad o el crecimiento. Prefiero un post que ayude a una sola persona que uno que lean tres mil personas pero que no provoque cambio alguno en sus existencias.Trato de aportar post que animen a quien los lee a realizar sus propias reflexiones en torno a cuestiones importantes, perennes, que no dependen de las modas ni de las apetencias del momento. Temas de fondo que tienen que ver con quienes somos y con quienes queremos ser.Convertir estos contenidos en un producto que ‘se vende’ con las mejores técnicas de marketing digital es -en mi opinión- una banalización de lo profundo que puede conducir a un gran éxito virtual, pero al mayor de los fracasos a nivel humano y personal. E, insisto, prefiero seguir centrado en el ser humano y su desarrollo personal.Así que seguiré sacrificando visitas para mantener la libertad de escribir lo que me pida el corazón… Y de hacerlo como surja, con total transparencia y espontaneidad.Gracias por estar ahí, a pesar de que mi SEO no sea el más adecuado
El mejor modo de librarse de los problemas es resolverlos. Porque obviarlos -si son auténticos problemas- sólo es un modo de retrasar el encuentro, haciendo que crezcan y crezcan hasta que te arrollen de nuevo con mayor fuerza.Los problemas, como el miedo, sólo desaparecen cuando te enfrentas a ellos. Su propia etimología nos lo advierte: son cuestiones que se deben solucionar actuando, para arrojarlas bien lejos.¿Y los problemas que no tienen solución? Si no tienen solución, ya no son -por definición- problemas, son hechos. Y, como tales, deben ser asumidos, analizados y tratados. Es estúpido enfrentarse a lo que no puede ser de otro modo… En este caso, mejor adáptate y sigue adelante, siempre adelante.Por último -pero no menos importante- intenta no provocar, con tus decisiones y actuaciones, más problemas de los imprescindibles… A menudo la prevención es el mejor modo de librarse de los problemas. Y no pocas veces lo olvidamos.¿Problemas? Sí, gracias. Porque al menos sabemos que tienen solución. Nos cueste más o menos encontrarla. Ánimo, hay salida.
Por suerte, todavía no me he encontrado en esa situación por lo que sólo puedo especular con lo que haría. Y el término especular tiene que ver con espejo, con el mero reflejo de la realidad que no es la realidad en sí misma... Por lo que no sabré realmente qué haré hasta que me encuentre ante esa situación. Pero, a priori, entiendo que:1. La libertad nos hace humanos, y substituir la libertad de un hijo por la propia voluntad (aunque sea por su bien) le hace menos humano2. La libertad exige consciencia y responsabilidad. Debemos hablar con nuestros hijos para tratar de que conozcan el mundo, a las personas y a sí mismos del modo más amplio y profundo que nos sea posible. Al mismo tiempo hay que educarles desde pequeños en la responsabilidad, en asumir las consecuencias de sus buenas y malas decisiones.3. Como padres, debemos ser capaces de mostrarles a nuestros hijos, con cariño y sin juzgarles, todo aquello que ellos desconocen o se niegan a ver... También de su grupo de amigos... Para que puedan discernir sus actuaciones, no sólo desde su corta experiencia, sino también desde la nuestra. Así tendrán más elementos de juicio para tomar la mejor de las decisiones.4. Como padres, entiendo que tenemos el deber de medir los daños, el riesgo al que sometemos a nuestros hijos... Y permitirles arriesgar hasta donde puedan hacerse un daño reparable. Ni más, ni menos. Así fomentamos su experiencia y autoestima. Allí pondría yo el límite al respeto a la libertad de mis hijos como padre.5. Por último, me gustaría que mis hijos fueran conscientes de que, pase lo que pase, cometan el error que cometan, y hagan la barbaridad que hagan, sus padres siempre estaremos ahí, esperándoles junto al camino, para recomponerles por dentro y por fuera con comprensión y cariño. No sé si he respondido a la pregunta. Pero al menos me has ayudado a dilucidar los principios que me gustaría que rigieran mi actividad como padre para tratar de hacer florecer el mejor rostro de mis hijos, regándoles con cariño, formación, comprensión, confianza, experiencia y responsabilidad.
https://www.quimmunoz.com/hazte-un-fa...Hay un dicho popular que afirma: ‘dime con quién vas y te diré quién eres’. Los refranes -qué duda cabe- son pozos de eterna sabiduría decantados por el sentido común.Es cierto que nuestras compañías, las personas de las que nos rodeamos, dicen mucho de nosotros. Primero, porque permiten ver qué personas nos atraen, con quiénes nos sentimos a gusto, con quiénes somos capaces de entablar lazos de amistad. Es bueno mirar cómo son nuestros amigos, qué les caracteriza, qué rasgos comunes tienen… Puede que este simple ejercicio nos ayude a conocernos mejor a nosotros mismos.Por otra parte, las compañías tienen una cierta capacidad de contagio. Tanto lo bueno como lo malo se pega. Lo queramos o no, nuestras compañías nos influyen, y nosotros a ellas. Es por este motivo que debemos ejercer un amor inteligente también en la amistad. Corazón y cabeza no deben desconectarse en ningún caso, si no queremos tener serios problemas.Rodéate de gente buena que, además, sea buena gente. Gente con actitudes y aptitudes que te generen admiración, gente que te enriquezca a nivel humano o a la que tú puedas ayudar a crecer. Como no me cansaré de repetir, nuestro tiempo es un bien muy limitado que no podemos desperdiciar. Hay mucho por hacer, mucho por aprender, mucho por aportar y mucho por compartir. Se nos han dado unas aptitudes para que las pongamos al servicio de los demás. Si nos rodeamos de las personas adecuadas, nuestras capacidades florecerán y podrán alimentar con sus frutos a quienes en cada momento estén más necesitados de ellos.Hay gente maravillosa en todas partes, también tú puedes serlo… Y relacionaros os ayudará a que cada uno dé a luz el mejor de sus rostros.Haz la prueba… Y todos nos beneficiaremos de los resultados.Yo hace años que lo hago... Y estoy encantado
https://www.quimmunoz.com/el-secreto-...Todos sabemos -por experiencia propia- que vivimos en un mundo que va a toda velocidad. No dejamos de recibir inputs, informaciones y solicitudes. Se nos pide, como a los sistemas informáticos, que seamos multitarea, que seamos capaces de hacer mil juegos malabares con todas esas supuestas urgencias que nos piden que llevemos a buen puerto al mismo tiempo. Y, arrastrados por la corriente, lo intentamos… Y nos acostumbramos a funcionar así, en lo profesional y en lo personal. Apagando fuegos contrarreloj, saltando de una cosa a otra sin parar, estresados, viviendo en un sinvivir constante.Es peligroso seguir con esta dinámica… Y no sólo para nuestra salud, que también. Es peligroso, decía, porque perdemos el foco, multiplicamos nuestros objetivos, nos acostumbramos a tener una lista interminable de temas pendientes y no prestamos atención a la jerarquización de objetivos ni a la focalización en lo más importante. Y no hay éxito sin foco. Porque el tiempo y nuestras capacidades son bienes limitados y, para alcanzar unas metas hay que posponer o renunciar a otras. Así de simple, así de claro.El logro exige decir muchas veces ‘no’: ‘no’ a todo aquello que no es nuestra prioridad, ‘no’ a todo aquello que nos desvía del camino que queremos recorrer, ‘no’ a todo aquello que no es importante ni imprescindible para nosotros, ‘no’ a todo aquello que suponga invertir tiempo y esfuerzo en algo distinto a lo que nos hemos fijado como meta. Lo dicho: el camino al éxito se construye a base de decir muchas veces ‘no’ y de decir -y mantener- un solo ‘sí’. Eso es el foco que, junto a las aptitudes y la constancia, es el secreto de todo éxito.Por muy bueno que seas, no alcanzarás tus metas si te pasas el día desviándote del camino. No pierdas el foco, la meta, el objetivo, el blanco… Y lánzate hacia él como la flecha, con fuerza y decisión, venciendo todas las resistencias y evitando todas las distracciones, hasta que lo alcances.Foco y constancia… No hay más secreto para lograr el éxito si has sabido escoger sabiamente tus objetivos.
A veces, por intentar pasarnos de listos, caemos en la mayor de las tonterías. Ante un mundo complejo y aparentemente inabarcable, tenemos la brillante idea de fragmentarlo, de hacerlo añicos y enfrentarnos a un trocito más manejable… Y del resto que se ocupe otro.Puede que al principio seamos conscientes de que hemos tomado esta decisión movidos por la experiencia de nuestra impotencia, de nuestra incapacidad de abarcarlo todo. Pero al poco tiempo el orgullo -ese compañero de viaje que sólo nos abandona una semana después de nuestra muerte- hace su aparición en escena y nos lleva a pensar que la parte es el todo, y que nuestro conocimiento de un fragmento es -en realidad- sabiduría sobre los secretos del universo. Y nos lo creemos, y actuamos en consecuencia… Como auténticos dementes.La especialización que fragmenta podría tener cabida en un mundo interconectado como el nuestro si todos fuéramos conscientes de nuestra miopía cognoscitiva y de la necesidad de compartir y consultar con los demás para obtener una visión más amplia y veraz de la realidad.Pero parece que somos incapaces de vivir una especialización instrumental que nos recuerde nuestras limitaciones… Así que, si queremos ensanchar nuestra visión, me temo que deberemos tratar de volver al punto anterior a la fragmentación que ha hecho añicos la realidad hasta matarla.¿Cómo hacerlo? Tal vez, recuperando nuestro interés por los saberes que parten o anhelan la Unidad o la Síntesis: la filosofía entendida al modo clásico y la espiritualidad concebida de un modo amplio como apertura a esa Trascendencia que está más aquí y más allá de cada uno de nosotros, de cada fragmento que -en el fondo de su ser- tiene sed de ser reintegrado.Porque, como si de un motor destripado se tratara, tenemos cientos de piezas inertes que demuestran que la suma de las partes no es igual al todo. Porque, si no ponemos cada una en su sitio, posibilitando que establezca las relaciones debidas con el resto de elementos del motor, éste no funcionará… Y habremos perdido lo que hacía de las piezas, de cada fragmento, algo realmente especial.Y nosotros, ¿apostamos por la fragmentación que mata o por esa visión holística, más amplia, que da sentido y función tanto a cada pieza como al conjunto?https://www.quimmunoz.com/la-fragmentacion-que-mata/
A veces, por intentar pasarnos de listos, caemos en la mayor de las tonterías. Ante un mundo complejo y aparentemente inabarcable, tenemos la brillante idea de fragmentarlo, de hacerlo añicos y enfrentarnos a un trocito más manejable… Y del resto que se ocupe otro.Puede que al principio seamos conscientes de que hemos tomado esta decisión movidos por la experiencia de nuestra impotencia, de nuestra incapacidad de abarcarlo todo. Pero al poco tiempo el orgullo -ese compañero de viaje que sólo nos abandona una semana después de nuestra muerte- hace su aparición en escena y nos lleva a pensar que la parte es el todo, y que nuestro conocimiento de un fragmento es -en realidad- sabiduría sobre los secretos del universo. Y nos lo creemos, y actuamos en consecuencia… Como auténticos dementes.La especialización que fragmenta podría tener cabida en un mundo interconectado como el nuestro si todos fuéramos conscientes de nuestra miopía cognoscitiva y de la necesidad de compartir y consultar con los demás para obtener una visión más amplia y veraz de la realidad.Pero parece que somos incapaces de vivir una especialización instrumental que nos recuerde nuestras limitaciones… Así que, si queremos ensanchar nuestra visión, me temo que deberemos tratar de volver al punto anterior a la fragmentación que ha hecho añicos la realidad hasta matarla.¿Cómo hacerlo? Tal vez, recuperando nuestro interés por los saberes que parten o anhelan la Unidad o la Síntesis: la filosofía entendida al modo clásico y la espiritualidad concebida de un modo amplio como apertura a esa Trascendencia que está más aquí y más allá de cada uno de nosotros, de cada fragmento que -en el fondo de su ser- tiene sed de ser reintegrado.Porque, como si de un motor destripado se tratara, tenemos cientos de piezas inertes que demuestran que la suma de las partes no es igual al todo. Porque, si no ponemos cada una en su sitio, posibilitando que establezca las relaciones debidas con el resto de elementos del motor, éste no funcionará… Y habremos perdido lo que hacía de las piezas, de cada fragmento, algo realmente especial.Y nosotros, ¿apostamos por la fragmentación que mata o por esa visión holística, más amplia, que da sentido y función tanto a cada pieza como al conjunto?https://www.quimmunoz.com/la-fragmentacion-que-mata/
La escultura que encabeza este artículo –“El Aprendiz” del artista masón Auguste Rodin- es una de las más bellas e inspiradoras expresiones que he encontrado sobre el trabajo interior que necesita uno realizar para pulir sus imperfecciones y dar a luz a su mejor yo.Ya Plotino utilizaba, en el siglo III d.C, un simbolismo semejante al propuesto por Rodin para desarrollar nuestro potencial. Decía así:“Regresa a ti mismo y mira; si aún no te ves bello, haz como el escultor de una estatua que debe llegar a ser hermosa: quita, raspa, pule y limpia hasta que hagas aparecer un bello rostro en la estatua. También debes retirar todo lo superfluo, enderezar todo lo tortuoso, limpiar todo lo oscuro. Abrillántala y no ceses de esculpir tu propia estatua hasta que aparezca en ti el divino resplandor de la virtud, hasta que veas la sabiduría en pie sobre su sagrado pedestal”.Pero más vale una imagen que mil palabras y, como no soy una excepción, a mí me inspira más, mucho más, esta escultura de Rodin. Atendiendo a la formación de su autor –y a la naturaleza de su obra- deberemos prestar especial atención al simbolismo de los elementos que la componen, y a su interpretación específica dentro de la tradición masónica. Daremos sólo algunos apuntes sobre cada uno de ellos porque un estudio en profundidad daría para varios libros… Y para toda una vida.Así que deberás contentarte con algunos destellos, con algunas chispas… Pero confío en que resulten suficientes para encender en tu interior el fuego que te conducirá a tu propia iluminación mediante la meditación contemplativa de esta obra de arte que es reflejo de cada uno de nosotros.Vamos a ella:¿Qué es la piedra bruta? La materia pasiva, el ser humano en potencia, todo aquello que podemos llegar a ser pero todavía no somos, el conjunto de virtudes y dones que nos han sido concedidos pero todavía no hemos desarrollado.Decía Germaine Necker que la felicidad es el desarrollo de nuestras facultades, y creo que no andaba muy equivocado. De hecho, es ésta una idea que se repite una y otra vez en los representantes de la cadena áurea del pensamiento clásico-tradicional. La piedra bruta puede –y debe- ser transformada, pulida, perfeccionada… Y eso nos hace felices.Rodin parece decirnos que este proceso de desarrollo de potencial humano es un trabajo que debe desempeñar cada uno valiéndose de dos instrumentos imprescindibles: el cincel (la inteligencia) y el martillo (la voluntad). Ambos son necesarios, de nada sirve el uno sin el otro… Ni el otro sin el uno.Comencemos por el último: el martillo. El mazo o el martillo es imagen de la fuerza bruta, inconsciente, ciega… Pero también de la voluntad ejecutora, de la energía obrante y la determinación moral de la que se deriva la realización práctica. El martillo utiliza la fuerza de la gravedad de nuestra naturaleza subconsciente, de nuestros hábitos, de nuestros instintos y costumbres, para empujarnos tras nuestros objetivos. Es, pues, un requisito indispensable para nuestro perfeccionamiento, pero requiere del cincel para no causar destrozos en la escultura… ¿O acaso te parece posible tallar una bella obra de arte a base de martillazos?No, para dar forma a la piedra bruta no basta con la voluntad, con la fuerza del martillo. Éste requiere del cincel. Éste último es el agente de la Voluntad celeste, la Inteligencia penetrando la materia gracias a la fuerza de la Voluntad, el propósito inteligente que rige la acción del martillo.Existe una relación de interdependencia entre el cincel y el martillo, entre la inteligencia y la voluntad. Se necesitan mutuamente para cumplir su función, y el éxito depende de su mutua concurrencia. De hecho, la Inteligencia –el conocimiento de lo que uno puede llegar a ser- estimula a la Voluntad en pos de su realización… Y, al mismo tiempo, la Voluntad resulta imprescindible para obtener un conocimiento capaz de desarrollar nuestra Inteligencia.Dediquemos, pues, tiempo a desarrollar nuestra Inteligencia y Voluntad. Dediquemos espacios y tiempos al cultivo de nuestra humanidad… Y de la divinidad que ésta implica. Tú escoges si quieres ser una piedra bruta… O si prefieres colaborar con la Gracia Divina para llegar a ser aquello para lo que has sido traído a la existencia. Puedes y debes hacer el esfuerzo, porque si tú no ocupas tu lugar en la historia nadie lo hará… Y quedará un vacío irreparable… También en tu interior.
La escultura que encabeza este artículo –“El Aprendiz” del artista masón Auguste Rodin- es una de las más bellas e inspiradoras expresiones que he encontrado sobre el trabajo interior que necesita uno realizar para pulir sus imperfecciones y dar a luz a su mejor yo.Ya Plotino utilizaba, en el siglo III d.C, un simbolismo semejante al propuesto por Rodin para desarrollar nuestro potencial. Decía así:“Regresa a ti mismo y mira; si aún no te ves bello, haz como el escultor de una estatua que debe llegar a ser hermosa: quita, raspa, pule y limpia hasta que hagas aparecer un bello rostro en la estatua. También debes retirar todo lo superfluo, enderezar todo lo tortuoso, limpiar todo lo oscuro. Abrillántala y no ceses de esculpir tu propia estatua hasta que aparezca en ti el divino resplandor de la virtud, hasta que veas la sabiduría en pie sobre su sagrado pedestal”.Pero más vale una imagen que mil palabras y, como no soy una excepción, a mí me inspira más, mucho más, esta escultura de Rodin. Atendiendo a la formación de su autor –y a la naturaleza de su obra- deberemos prestar especial atención al simbolismo de los elementos que la componen, y a su interpretación específica dentro de la tradición masónica. Daremos sólo algunos apuntes sobre cada uno de ellos porque un estudio en profundidad daría para varios libros… Y para toda una vida.Así que deberás contentarte con algunos destellos, con algunas chispas… Pero confío en que resulten suficientes para encender en tu interior el fuego que te conducirá a tu propia iluminación mediante la meditación contemplativa de esta obra de arte que es reflejo de cada uno de nosotros.Vamos a ella:¿Qué es la piedra bruta? La materia pasiva, el ser humano en potencia, todo aquello que podemos llegar a ser pero todavía no somos, el conjunto de virtudes y dones que nos han sido concedidos pero todavía no hemos desarrollado.Decía Germaine Necker que la felicidad es el desarrollo de nuestras facultades, y creo que no andaba muy equivocado. De hecho, es ésta una idea que se repite una y otra vez en los representantes de la cadena áurea del pensamiento clásico-tradicional. La piedra bruta puede –y debe- ser transformada, pulida, perfeccionada… Y eso nos hace felices.Rodin parece decirnos que este proceso de desarrollo de potencial humano es un trabajo que debe desempeñar cada uno valiéndose de dos instrumentos imprescindibles: el cincel (la inteligencia) y el martillo (la voluntad). Ambos son necesarios, de nada sirve el uno sin el otro… Ni el otro sin el uno.Comencemos por el último: el martillo. El mazo o el martillo es imagen de la fuerza bruta, inconsciente, ciega… Pero también de la voluntad ejecutora, de la energía obrante y la determinación moral de la que se deriva la realización práctica. El martillo utiliza la fuerza de la gravedad de nuestra naturaleza subconsciente, de nuestros hábitos, de nuestros instintos y costumbres, para empujarnos tras nuestros objetivos. Es, pues, un requisito indispensable para nuestro perfeccionamiento, pero requiere del cincel para no causar destrozos en la escultura… ¿O acaso te parece posible tallar una bella obra de arte a base de martillazos?No, para dar forma a la piedra bruta no basta con la voluntad, con la fuerza del martillo. Éste requiere del cincel. Éste último es el agente de la Voluntad celeste, la Inteligencia penetrando la materia gracias a la fuerza de la Voluntad, el propósito inteligente que rige la acción del martillo.Existe una relación de interdependencia entre el cincel y el martillo, entre la inteligencia y la voluntad. Se necesitan mutuamente para cumplir su función, y el éxito depende de su mutua concurrencia. De hecho, la Inteligencia –el conocimiento de lo que uno puede llegar a ser- estimula a la Voluntad en pos de su realización… Y, al mismo tiempo, la Voluntad resulta imprescindible para obtener un conocimiento capaz de desarrollar nuestra Inteligencia.Dediquemos, pues, tiempo a desarrollar nuestra Inteligencia y Voluntad. Dediquemos espacios y tiempos al cultivo de nuestra humanidad… Y de la divinidad que ésta implica. Tú escoges si quieres ser una piedra bruta… O si prefieres colaborar con la Gracia Divina para llegar a ser aquello para lo que has sido traído a la existencia. Puedes y debes hacer el esfuerzo, porque si tú no ocupas tu lugar en la historia nadie lo hará… Y quedará un vacío irreparable… También en tu interior.
¿Para qué arriesgarse?Vivimos encerrados, presos de nuestros miedos y desconfianzas. Las malas experiencias -propias y ajenas- nos llevan a aislarnos de los demás para protegernos, convirtiéndonos en islas que sólo puntualmente (y demasiadas veces por intereses egoístas) nos abrimos y ponemos en contacto con quienes nos rodean. Corremos el riesgo si nuestro interés por la posible ganancia es superior al miedo que nos genera el que puedan engañarnos o defraudarnos. Si no es así, ¿para qué arriesgarse? No nos damos cuenta, pero somos esclavos de nuestra nefasta opinión del ser humano.Viviendo para adentroYo soy el primero que me encierro en mí mismo demasiado a menudo. Y no sólo porque he vivido grandes decepciones, sino porque soy de naturaleza introvertida. Tengo tendencia a vivir para adentro. Me siento a gusto, cómodo y seguro, en ese íntimo rincón que siempre está disponible para mí en el fondo de mi alma.Sin embargo, soy consciente de que ese rincón puede ser un lugar solitario. Digo puede porque -como advierte el Apocalipsis- estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.Un mendigo a las puertasEs cierto, como un mendigo hambriento de nuestra compañía y afecto, hay un Alguien que nos espera pacientemente a las puertas. Un Alguien que -de vez en cuando, para no molestar- toca el timbre y espera, a ver si le abrimos. Alguien al que, sin saberlo, también anhelamos y que -con su compañía- es capaz de cambiarlo todo porque, en el trato con Él, descubrimos la grandeza y la dicha que acompañan a vivir con las puertas abiertas, a pecho descubierto, poniendo el corazón en todo y en todos.Él es la puerta de entrada para todos los demás porque a todos lleva en su corazón, porque Él está en todos los demás… Y cuando Le tratamos, comenzamos a percibirle en todos los rostros.El secretoÉste es, en el fondo, el secreto de la bondad y misericordia propias de las almas contemplativas de verdad. Ésas -como la de la Madre Teresa de Calcuta- que no hacen del encuentro con Dios un ídolo o una posesión en la que regodearse sino que, al descubrir su rostro en todos los demás (y especialmente en los más necesitados) salen a su encuentro con espíritu de misión, luchando por transformar el mundo y hacerlo más habitable con una fuerza y energía que ninguna ideología puede procurar.Somos seres necesitados de algo más que nosotros mismos, somos seres necesitados de relación. Nosotros decidimos si esta relación se basará en el interés egoísta o en el amor desinteresado. El primer camino lleva a la psicosis y la desconfianza. El segundo, a la realización personal, a la felicidad y a la transformación del mundo en un Paraíso.Parece claro por dónde deberíamos transitar… Aunque el precio a pagar será el de sufrir alguna decepción y, pese a ello, atrevernos a seguir manteniendo las puertas abiertas.Puede que no sea fácil -nadie dijo que lo sería- pero es el camino, el único camino que no termina en un abismo. El camino que conduce a Dios, a los demás y a nosotros mismos.
¿Para qué arriesgarse?Vivimos encerrados, presos de nuestros miedos y desconfianzas. Las malas experiencias -propias y ajenas- nos llevan a aislarnos de los demás para protegernos, convirtiéndonos en islas que sólo puntualmente (y demasiadas veces por intereses egoístas) nos abrimos y ponemos en contacto con quienes nos rodean. Corremos el riesgo si nuestro interés por la posible ganancia es superior al miedo que nos genera el que puedan engañarnos o defraudarnos. Si no es así, ¿para qué arriesgarse? No nos damos cuenta, pero somos esclavos de nuestra nefasta opinión del ser humano.Viviendo para adentroYo soy el primero que me encierro en mí mismo demasiado a menudo. Y no sólo porque he vivido grandes decepciones, sino porque soy de naturaleza introvertida. Tengo tendencia a vivir para adentro. Me siento a gusto, cómodo y seguro, en ese íntimo rincón que siempre está disponible para mí en el fondo de mi alma.Sin embargo, soy consciente de que ese rincón puede ser un lugar solitario. Digo puede porque -como advierte el Apocalipsis- estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.Un mendigo a las puertasEs cierto, como un mendigo hambriento de nuestra compañía y afecto, hay un Alguien que nos espera pacientemente a las puertas. Un Alguien que -de vez en cuando, para no molestar- toca el timbre y espera, a ver si le abrimos. Alguien al que, sin saberlo, también anhelamos y que -con su compañía- es capaz de cambiarlo todo porque, en el trato con Él, descubrimos la grandeza y la dicha que acompañan a vivir con las puertas abiertas, a pecho descubierto, poniendo el corazón en todo y en todos.Él es la puerta de entrada para todos los demás porque a todos lleva en su corazón, porque Él está en todos los demás… Y cuando Le tratamos, comenzamos a percibirle en todos los rostros.El secretoÉste es, en el fondo, el secreto de la bondad y misericordia propias de las almas contemplativas de verdad. Ésas -como la de la Madre Teresa de Calcuta- que no hacen del encuentro con Dios un ídolo o una posesión en la que regodearse sino que, al descubrir su rostro en todos los demás (y especialmente en los más necesitados) salen a su encuentro con espíritu de misión, luchando por transformar el mundo y hacerlo más habitable con una fuerza y energía que ninguna ideología puede procurar.Somos seres necesitados de algo más que nosotros mismos, somos seres necesitados de relación. Nosotros decidimos si esta relación se basará en el interés egoísta o en el amor desinteresado. El primer camino lleva a la psicosis y la desconfianza. El segundo, a la realización personal, a la felicidad y a la transformación del mundo en un Paraíso.Parece claro por dónde deberíamos transitar… Aunque el precio a pagar será el de sufrir alguna decepción y, pese a ello, atrevernos a seguir manteniendo las puertas abiertas.Puede que no sea fácil -nadie dijo que lo sería- pero es el camino, el único camino que no termina en un abismo. El camino que conduce a Dios, a los demás y a nosotros mismos.
Hubo en el siglo XVI un extraño personaje al que siempre resulta interesante acercarse. Lleva por nombre autoimpuesto el de Paracelso (similar a Celso, el médico romano del siglo I) y su saber -como el de los humanistas- parece capaz de contenerlo todo, y de relacionarlo todo con gracia y audacia. Filósofo, teólogo o teósofo, médico, alquimista, astrólogo, mago… Un compendio de sabiduría al que han admirado públicamente personajes de la talla de Giordano Bruno, Leibniz, Goethe, Jung… Gigantes de la cultura a los que parece unir una máxima de Paracelso:Que no sea vasallo de otro quien pueda ser su propio señor Para esa búsqueda del personal señorío, Paracelso ofrece en su obra infinidad de recomendaciones. Quiero repescar hoy una de ellas porque me parece especialmente olvidada en el momento en el que tú y yo vivimos. La denomina la escuela de los antepasados, y la define así:Investigamos en aquello que ya han buscado nuestros antepasados. Pero no debemos asumir ciegamente todo lo que ellos nos han enseñado, sino sólo aquel saber que nos es necesario en nuestra propia época. ¡Porque lo pasado pasado está, y una nueva época plantea nuevas tareas! Aunque los antiguos nos hayan dejado algunas cosas que nosotros podemos y debemos amar, no han llegado hasta nosotros de forma que ya no tengamos que seguir estudiando más que lo que tenemos de ellos; sino que debemos mejorar todas las cosas, debemos seguir investigando y aprender cosas nuevas. Esta escuela y este mandato durarán hasta el fin de los tiempos.Paracelso resuelve así, por elevación, la clásica tensión entre el respeto a la tradición y el deber de renovarse, de adecuarse a los tiempos que a cada uno le toca vivir. Somos receptores de la Tradición para poder convertirnos en transmisores de una versión mejorada de la misma. Debemos beber de nuestros antepasados y honrarlos enriqueciendo su legado con nuestras valiosas aportaciones. Tenemos algo que decir, y debemos hacerlo.La pregunta es: ¿lo haremos?
Hubo en el siglo XVI un extraño personaje al que siempre resulta interesante acercarse. Lleva por nombre autoimpuesto el de Paracelso (similar a Celso, el médico romano del siglo I) y su saber -como el de los humanistas- parece capaz de contenerlo todo, y de relacionarlo todo con gracia y audacia. Filósofo, teólogo o teósofo, médico, alquimista, astrólogo, mago… Un compendio de sabiduría al que han admirado públicamente personajes de la talla de Giordano Bruno, Leibniz, Goethe, Jung… Gigantes de la cultura a los que parece unir una máxima de Paracelso:Que no sea vasallo de otro quien pueda ser su propio señor Para esa búsqueda del personal señorío, Paracelso ofrece en su obra infinidad de recomendaciones. Quiero repescar hoy una de ellas porque me parece especialmente olvidada en el momento en el que tú y yo vivimos. La denomina la escuela de los antepasados, y la define así:Investigamos en aquello que ya han buscado nuestros antepasados. Pero no debemos asumir ciegamente todo lo que ellos nos han enseñado, sino sólo aquel saber que nos es necesario en nuestra propia época. ¡Porque lo pasado pasado está, y una nueva época plantea nuevas tareas! Aunque los antiguos nos hayan dejado algunas cosas que nosotros podemos y debemos amar, no han llegado hasta nosotros de forma que ya no tengamos que seguir estudiando más que lo que tenemos de ellos; sino que debemos mejorar todas las cosas, debemos seguir investigando y aprender cosas nuevas. Esta escuela y este mandato durarán hasta el fin de los tiempos.Paracelso resuelve así, por elevación, la clásica tensión entre el respeto a la tradición y el deber de renovarse, de adecuarse a los tiempos que a cada uno le toca vivir. Somos receptores de la Tradición para poder convertirnos en transmisores de una versión mejorada de la misma. Debemos beber de nuestros antepasados y honrarlos enriqueciendo su legado con nuestras valiosas aportaciones. Tenemos algo que decir, y debemos hacerlo.La pregunta es: ¿lo haremos?
Hace unos meses, haciendo una visita a una feria de anticuarios, me hice con una hermosa figura de una lechuza que ha pasado a decorar mi mesita de noche.Cuando una de mis hijas me preguntó hace unos días si esa estatua tenía algo que ver con Harry Potter, entendí que había llegado el momento de explicarles –a mis hijos y a los lectores de este blog- cuál es el simbolismo propio de la lechuza y por qué la tengo junto al cabezal de mi cama.La lechuza -como el búho- es un animal nocturno que tiene un simbolismo ambivalente: temidas por muchos –por ejemplo, por la civilización china- por asociar estas aves con la oscuridad, la soledad, el frío y la melancolía, son consideradas por otros un tótem que ayuda y protege durante la noche, en las fases de oscuridad… Sea ésta física o espiritual.Está claro que me encuentro entre los segundos, entre los que asocian al ave con Atenea, diosa protectora de los héroes, fértil inspiradora de las artes y de los trabajos de la paz. La diosa que fecunda como la lluvia e ilumina como el sol, es representada a menudo bajo la forma de una lechuza. Capaz de ver donde el resto sólo percibe oscuridad, esta ave hace referencia al conocimiento de lo oculto, de lo que no resulta evidente, de lo que pasa desapercibido a los demás, de nuestras profundidades más sombrías, de nuestro inconsciente… La que es capaz de ver donde el resto están ciegos.Pero hay otro aspecto del simbolismo de la lechuza que menciona Guénon y que, por su importancia, no podemos pasar por alto: la lechuza es un animal nocturno… Vinculado, por tanto, a la luna. Ésta es la iluminadora de la noche… Por reflejo de la luz del sol que permanece oculto. El sol simboliza a la luz que procede directamente del Creador, mientras que la luna se asocia al reflejo de lo divino en lo creado, a la propiedad simbólica de la creación, a la posibilidad de la mente racional de captar un indicio de Dios y ascender, mediante una hermenéutica adecuada o una gracia especial, a su directa contemplación.Es, por tanto, la lechuza una buena compañera de viaje porque en nuestro camino todos pasamos por fases de oscuridad… Y no sería bueno que nos perdiéramos en medio de la noche. Adecuemos nuestra mirada para percibir la luz en cuanto nos rodea, para ver con claridad nuestras sombras, para ser capaces de ver el rostro del Creador en toda su obra… También en nosotros mismos… Sólo así seremos capaces de iluminar nuestra vida y la de nuestros seres queridos, no sólo con la refleja y fría luz de la luna sino con el calor y el amor que nacen de un corazón contemplativo.No temas a la noche ni a la oscuridad, abre los ojos y descubre en ellas Luz… Porque allí está, para quien sea capaz de descubrirla.No más miedos… Sabiduría y confianza, providencia,Tao.
Hace unos meses, haciendo una visita a una feria de anticuarios, me hice con una hermosa figura de una lechuza que ha pasado a decorar mi mesita de noche.Cuando una de mis hijas me preguntó hace unos días si esa estatua tenía algo que ver con Harry Potter, entendí que había llegado el momento de explicarles –a mis hijos y a los lectores de este blog- cuál es el simbolismo propio de la lechuza y por qué la tengo junto al cabezal de mi cama.La lechuza -como el búho- es un animal nocturno que tiene un simbolismo ambivalente: temidas por muchos –por ejemplo, por la civilización china- por asociar estas aves con la oscuridad, la soledad, el frío y la melancolía, son consideradas por otros un tótem que ayuda y protege durante la noche, en las fases de oscuridad… Sea ésta física o espiritual.Está claro que me encuentro entre los segundos, entre los que asocian al ave con Atenea, diosa protectora de los héroes, fértil inspiradora de las artes y de los trabajos de la paz. La diosa que fecunda como la lluvia e ilumina como el sol, es representada a menudo bajo la forma de una lechuza. Capaz de ver donde el resto sólo percibe oscuridad, esta ave hace referencia al conocimiento de lo oculto, de lo que no resulta evidente, de lo que pasa desapercibido a los demás, de nuestras profundidades más sombrías, de nuestro inconsciente… La que es capaz de ver donde el resto están ciegos.Pero hay otro aspecto del simbolismo de la lechuza que menciona Guénon y que, por su importancia, no podemos pasar por alto: la lechuza es un animal nocturno… Vinculado, por tanto, a la luna. Ésta es la iluminadora de la noche… Por reflejo de la luz del sol que permanece oculto. El sol simboliza a la luz que procede directamente del Creador, mientras que la luna se asocia al reflejo de lo divino en lo creado, a la propiedad simbólica de la creación, a la posibilidad de la mente racional de captar un indicio de Dios y ascender, mediante una hermenéutica adecuada o una gracia especial, a su directa contemplación.Es, por tanto, la lechuza una buena compañera de viaje porque en nuestro camino todos pasamos por fases de oscuridad… Y no sería bueno que nos perdiéramos en medio de la noche. Adecuemos nuestra mirada para percibir la luz en cuanto nos rodea, para ver con claridad nuestras sombras, para ser capaces de ver el rostro del Creador en toda su obra… También en nosotros mismos… Sólo así seremos capaces de iluminar nuestra vida y la de nuestros seres queridos, no sólo con la refleja y fría luz de la luna sino con el calor y el amor que nacen de un corazón contemplativo.No temas a la noche ni a la oscuridad, abre los ojos y descubre en ellas Luz… Porque allí está, para quien sea capaz de descubrirla.No más miedos… Sabiduría y confianza, providencia,Tao.
No sé si habrás escuchado alguna vez esa frase que afirma que “siempre está más verde la hierba de la otra orilla”.Es un aforismo que me gusta, porque demasiadas veces me he visto reflejado en él. Desde la distancia, todo parece mucho más perfecto que nuestra realidad cotidiana. Pero, ¿realmente lo es? ¿O más bien es una falsa percepción que genera insatisfacción y una cierta punzada de envidia?Mi experiencia me lleva a afirmar que es un espejismo, porque en cuanto cruzamos al otro lado, encontramos los mismos espacios de hierba seca, de piedras y de tierra árida. De lejos no los apreciábamos, pero al acercarnos sí… Como sucede con todo en la vida.Vemos la vida de nuestros conocidos y -como habitualmente vivimos de superficialidades- nos parecen maravillosas. Lo que nos cuentan al vernos o al cotillear en sus redes sociales nos lleva a pensar que tienen vidas más plenas y felices que la nuestra. Gran error… Porque si dedicamos algo de tiempo a profundizar en sus existencias, anhelos, problemas y esperanzas, descubriremos que son humanos como nosotros que no tienen más remedio que alternar las risas con las lágrimas, las alegrías con las preocupaciones.Me sucedió este verano. Un amigo común me presentó a un prestigioso escritor, intelectual políglota, exitoso conferenciante y respetado pensador al que hace años que admiro. De algún modo, veía en su existencia -o en la que yo creía que era su existencia- la explosión de algunos de mis más íntimos deseos. Hicimos buenas migas y, tras una infinidad de horas de conversación, pasamos de la mente al corazón… Y me abrió las puertas de su alma. Me quedé atónito: su éxito profesional le había costado dos matrimonios, la salud y au relación con sus hijos… A los que apenas ve. Se arrepiente profundamente de algunas decisiones que le han llevado donde está a un precio demasiado alto que, desde la otra orilla, yo no era capaz de percibir.La fragilidad, la imperfección y el dolor están ahí, de una u otra forma, en toda vida. Pero un cierto pudor, cuando no el orgullo, lleva a no compartir las espinas de nuestro día a día más que con las personas más cercanas a nuestro corazón. Así que, lamento decírtelo, si todas las vidas ajenas te parecen de cuento de hadas… Es que no tienes auténtica confianza ni intimidad con ninguno de sus protagonistas.Miremos con otros ojos a los demás, y también a nuestro propio día a día. Aprendamos a prestar más atención al verdor de nuestra vida, y a la necesidad de nuestro prójimo… Para así ayudarle a cultivar su tierra hasta que florezca y dé fruto en abundancia, mientras disfrutamos de todas las mieles que -entre hiel y hiel- el destino nos depara.
No sé si habrás escuchado alguna vez esa frase que afirma que “siempre está más verde la hierba de la otra orilla”.Es un aforismo que me gusta, porque demasiadas veces me he visto reflejado en él. Desde la distancia, todo parece mucho más perfecto que nuestra realidad cotidiana. Pero, ¿realmente lo es? ¿O más bien es una falsa percepción que genera insatisfacción y una cierta punzada de envidia?Mi experiencia me lleva a afirmar que es un espejismo, porque en cuanto cruzamos al otro lado, encontramos los mismos espacios de hierba seca, de piedras y de tierra árida. De lejos no los apreciábamos, pero al acercarnos sí… Como sucede con todo en la vida.Vemos la vida de nuestros conocidos y -como habitualmente vivimos de superficialidades- nos parecen maravillosas. Lo que nos cuentan al vernos o al cotillear en sus redes sociales nos lleva a pensar que tienen vidas más plenas y felices que la nuestra. Gran error… Porque si dedicamos algo de tiempo a profundizar en sus existencias, anhelos, problemas y esperanzas, descubriremos que son humanos como nosotros que no tienen más remedio que alternar las risas con las lágrimas, las alegrías con las preocupaciones.Me sucedió este verano. Un amigo común me presentó a un prestigioso escritor, intelectual políglota, exitoso conferenciante y respetado pensador al que hace años que admiro. De algún modo, veía en su existencia -o en la que yo creía que era su existencia- la explosión de algunos de mis más íntimos deseos. Hicimos buenas migas y, tras una infinidad de horas de conversación, pasamos de la mente al corazón… Y me abrió las puertas de su alma. Me quedé atónito: su éxito profesional le había costado dos matrimonios, la salud y au relación con sus hijos… A los que apenas ve. Se arrepiente profundamente de algunas decisiones que le han llevado donde está a un precio demasiado alto que, desde la otra orilla, yo no era capaz de percibir.La fragilidad, la imperfección y el dolor están ahí, de una u otra forma, en toda vida. Pero un cierto pudor, cuando no el orgullo, lleva a no compartir las espinas de nuestro día a día más que con las personas más cercanas a nuestro corazón. Así que, lamento decírtelo, si todas las vidas ajenas te parecen de cuento de hadas… Es que no tienes auténtica confianza ni intimidad con ninguno de sus protagonistas.Miremos con otros ojos a los demás, y también a nuestro propio día a día. Aprendamos a prestar más atención al verdor de nuestra vida, y a la necesidad de nuestro prójimo… Para así ayudarle a cultivar su tierra hasta que florezca y dé fruto en abundancia, mientras disfrutamos de todas las mieles que -entre hiel y hiel- el destino nos depara.
Cuando uno ama, quisiera permanecer por siempre con quien ha decido compartir su existencia… Pero, en ocasiones, la vida tiene otros planes. ¿Qué hacer, qué decir en esos casos?La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de la pérdida de alguien que, entendemos, todavía no debería haber marchado. Y se te parte el alma contemplando el dolor del que se queda aquí, como ausente, vacío por dentro… En esos momentos no hay palabras de consuelo que valgan, sólo el abrazo y la lágrima compartida.Es fácil comprender ese desgarro porque sabes que esa persona rota podrías ser tú… Es más, puede que algún día seas tú… O puede que sea tu pareja. Ese convencimiento es el que da origen a la carta sobre la que hoy he meditado, un escrito dedicado al que se queda, una auténtica oda a un amor que no perece aunque uno desaparezca. No he localizado a su autor, y no importa, así debe ser. Circula por la red y aparece en algunas compilaciones… Siempre de forma anónima… Porque lo importante, en este caso, no es quién lo escribió sino su contenido.Lee el texto, hazlo tuyo, deja que te toque el alma, que transforme tu día a día… Y escribe a la persona amada esa carta que querrías que leyera cuando tú ya no estés… Tal vez sea mejor entregársela en este momento, para que sepa los tesoros que le reservas en tu alma.Leamos, inspirémonos antes de expirar:Si me voy antes que tú, no llores por mi ausencia; alégrate por todo lo que hemos amado juntos.No me busques entre los muertos, en donde nunca estuvimos, encuéntrame en todas aquellas cosas que no habrían existido si tú y yo no nos hubiésemos conocido.Yo estaré a tu lado, sin duda alguna, en todo lo que hayamos creado juntos: en nuestros hijos, por supuesto, pero también en el sudor compartido en el placer, en el sudor del trabajo y en las lágrimas que intercambiamos. Y en todos aquellos que pasaron a nuestro lado que, irremediablemente, recibieron algo de nosotros y llevan incorporado (sin ellos ni nosotros notarlo) algo de mí y algo de ti.También nuestros fracasos, nuestras indolencias y nuestros pecados serán testigos permanentes de que estuvimos vivos, y no fuimos ángeles sino humanos. No te ates a los recuerdos ni a los objetos, porque dondequiera que mires que hayamos estado, con quienquiera que hables que nos conociese, allí habrá algo mío; aquello sería distinto, pero indudablemente distinto, si no hubiésemos aceptado vivir juntos nuestro amor durante tantos años; el mundo estará ya siempre salpicado de nosotros.No llores mi falta, porque sólo te faltará mi palabra nueva y mi calor de ese momento. Llora si quieres porque el cuerpo se llena de lágrimas ante todo aquello que es más grande que él, que no es capaz de comprender, pero que entiende como algo grandioso, porque cuando la lengua no es capaz de expresar una emoción, ya sólo pueden hablar los ojos.Y vive. Vive creando cada día y más que antes. Porque yo, no sé cómo, pero estoy seguro de que desde mi otra presencia, yo también estaré creando junto a ti, y será precisamente en ese acto de traer algo que no estaba donde nos habremos encontrado. Sin entenderlo muy bien, pero así. Como los granos de trigo que no entienden que sus compañeros muertos en el campo han dado vida a muchos nuevos compañeros.Así, con esa esperanza, deberás continuar dejando tu huella, para que cuando tu muerte nos vuelva a dar la misma voz, cuando nuestro próximo abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la Única Creación, muchos puedan decir de nosotros: si no nos hubiesen amado, el mundo estaría más atrás.Que tengas un buen fin de semana. Que tengas una buena vida. Que tengas una buena muerte. Que tengas un gran Amor que traspase los límites entre el vivir y el morir.
Cuando uno ama, quisiera permanecer por siempre con quien ha decido compartir su existencia… Pero, en ocasiones, la vida tiene otros planes. ¿Qué hacer, qué decir en esos casos?La mayoría de nosotros tenemos la experiencia de la pérdida de alguien que, entendemos, todavía no debería haber marchado. Y se te parte el alma contemplando el dolor del que se queda aquí, como ausente, vacío por dentro… En esos momentos no hay palabras de consuelo que valgan, sólo el abrazo y la lágrima compartida.Es fácil comprender ese desgarro porque sabes que esa persona rota podrías ser tú… Es más, puede que algún día seas tú… O puede que sea tu pareja. Ese convencimiento es el que da origen a la carta sobre la que hoy he meditado, un escrito dedicado al que se queda, una auténtica oda a un amor que no perece aunque uno desaparezca. No he localizado a su autor, y no importa, así debe ser. Circula por la red y aparece en algunas compilaciones… Siempre de forma anónima… Porque lo importante, en este caso, no es quién lo escribió sino su contenido.Lee el texto, hazlo tuyo, deja que te toque el alma, que transforme tu día a día… Y escribe a la persona amada esa carta que querrías que leyera cuando tú ya no estés… Tal vez sea mejor entregársela en este momento, para que sepa los tesoros que le reservas en tu alma.Leamos, inspirémonos antes de expirar:Si me voy antes que tú, no llores por mi ausencia; alégrate por todo lo que hemos amado juntos.No me busques entre los muertos, en donde nunca estuvimos, encuéntrame en todas aquellas cosas que no habrían existido si tú y yo no nos hubiésemos conocido.Yo estaré a tu lado, sin duda alguna, en todo lo que hayamos creado juntos: en nuestros hijos, por supuesto, pero también en el sudor compartido en el placer, en el sudor del trabajo y en las lágrimas que intercambiamos. Y en todos aquellos que pasaron a nuestro lado que, irremediablemente, recibieron algo de nosotros y llevan incorporado (sin ellos ni nosotros notarlo) algo de mí y algo de ti.También nuestros fracasos, nuestras indolencias y nuestros pecados serán testigos permanentes de que estuvimos vivos, y no fuimos ángeles sino humanos. No te ates a los recuerdos ni a los objetos, porque dondequiera que mires que hayamos estado, con quienquiera que hables que nos conociese, allí habrá algo mío; aquello sería distinto, pero indudablemente distinto, si no hubiésemos aceptado vivir juntos nuestro amor durante tantos años; el mundo estará ya siempre salpicado de nosotros.No llores mi falta, porque sólo te faltará mi palabra nueva y mi calor de ese momento. Llora si quieres porque el cuerpo se llena de lágrimas ante todo aquello que es más grande que él, que no es capaz de comprender, pero que entiende como algo grandioso, porque cuando la lengua no es capaz de expresar una emoción, ya sólo pueden hablar los ojos.Y vive. Vive creando cada día y más que antes. Porque yo, no sé cómo, pero estoy seguro de que desde mi otra presencia, yo también estaré creando junto a ti, y será precisamente en ese acto de traer algo que no estaba donde nos habremos encontrado. Sin entenderlo muy bien, pero así. Como los granos de trigo que no entienden que sus compañeros muertos en el campo han dado vida a muchos nuevos compañeros.Así, con esa esperanza, deberás continuar dejando tu huella, para que cuando tu muerte nos vuelva a dar la misma voz, cuando nuestro próximo abrazo nos incorpore ya sin ruptura a la Única Creación, muchos puedan decir de nosotros: si no nos hubiesen amado, el mundo estaría más atrás.Que tengas un buen fin de semana. Que tengas una buena vida. Que tengas una buena muerte. Que tengas un gran Amor que traspase los límites entre el vivir y el morir.
¿Por qué desconectar?En una sociedad hiperconectada como la nuestra, la palabra desconexión suena a anatema. Todo está hoy relacionado, es cierto, y toda la información a nuestro alcance... Queramos acceder a ella, o no. De hecho, hay un bombardeo constante de datos que -al menos a mí- termina aturdiéndome. Así que, por muy hereje que suene, debo reconocer que -de vez en cuando- hago lo que algunos no pueden comprender ni perdonar: desconectar.Hay semanas que pasan sin que me digne a poner las noticias ni en la radio ni en el televisor. A lo sumo, me asomo algún día a primera hora de la mañana a un resumen de prensa por internet para ver si hay algo digno de ser atendido.También hay un periodo del año en el que, directamente, desaparezco durante unos días para retirarme a ese Silencio en el que podemos encontrar lo Esencial.De lo actual a lo esencialEstas curas de desintoxicación informativa me reconectan con lo importante, aunque reconozco que me dan cierta apariencia de rareza. Porque aprecio en las caras de algunos amigos y compañeros la expresión de extrañeza que no saben disimular cuando -sabiendo que cada mañana me levanto a las cuatro y media para estudiar- reconozco que no me he enterado de una noticia de actualidad que a ellos les parece interesantísima y que a mí me trae sin cuidado.Piénsalo: de todas las noticias que escuchas durante el día... ¿Cuántas tienen real incidencia en tu vida? ¿Cuántas te afectan o te mueven a actuar de un modo distinto? ¡Si incluso las noticias que deberían removernos por dentro e impulsarnos a hacer algo por cambiar las cosas no son más que un titular que escuchamos, archivamos en la memoria y pasamos a otra cosa! Somos espectadores de acontecimientos que, en la mayoría de los casos, sólo nos distraen de nuestra principal responsabilidad: vivir consciente y humanamente.Quien ama la Sabiduría aborrece el ruidoVivir, -y digo vivir y no 'ser vivido' en el sentido de tomar las riendas de la propia existencia- exige dedicación, esfuerzo, tiempo y silencio. Uno no puede atender a su propia vida, a la importancia de cada instante de su día a día, si su mente está preocupada (y no siempre ocupada) por cuestiones que no sólo no puede controlar sino que -a menudo- no son más que el humo de un fuego que nunca nos alcanzará.En ocasiones pienso que mi necesidad de desconectar sólo es fruto de mis limitaciones, de que necesito hacer las cosas de una en una, ordenada y metódicamente, focalizándome en lo que estoy haciendo. No soy multitarea, mi sistema operativo se colapsa cuando lo intento. Puede que tú si puedas estar en varias guerras al mismo tiempo. A mí con una me sobra.Sin embargo, me tranquiliza saber que no estoy sólo en mis desconexiones. Que otros a quienes admiro, antes que yo, se han encontrado con el mismo problema... Pese a que sus tiempos no eran los nuestros.En esta línea, hay una cita de Henry David Thoreau que leo y releo cuando me siento un poco friki, para animarme a mí mismo pensando que no tengo alma de friki sino de filósofo. Dice así:Para un filósofo, todas las noticias, tal como se las llama, no son otra cosa que chismorreos, y quienes las publican y las leen, viejas chismosas a la hora del té. Y, sin embargo, no son pocos quienes muestran entusiasmo por esos chismes.Afinar la conciencia en el silencioEl mismo Thoreu decía que el intelecto es como una cuchilla que discierne y se abre camino hacia el secreto de las cosas. Esa cuchilla, añado, se afila a base de atención y silencio. Un silencio que no siempre es fácil lograr en medio del mundanal ruido. Vivimos con prisas, en medio de cambios constantes que ponen de relieve lo efímero de cuanto nos rodea. Las noticias y el propio pensamiento tienen una fecha de caducidad más que próxima. Parace que nada dura, que todo pasa con rapidez.Hemos perdido el valor de lo perenne, de lo que no pasa, de lo clásico que hoy tiene el mismo valor -o más- que cuando fue escrito hace más de mil o dos mil años. Sé que los clásicos no son fáciles de leer, que requieren atención, esfuerzo y silencio. Porque sólo con tranquilidad y trabajo uno percibe las palabras que -como oráculos que escapan al tiempo- nos llegan desde el pasado.Te animo a desconectar de vez en cuando de lo que no tiene sustancia, para conectarte con esas raíces que te dan fundamento, alimento y vida. Ya me dirás cómo te sienta.
¿Por qué desconectar?En una sociedad hiperconectada como la nuestra, la palabra desconexión suena a anatema. Todo está hoy relacionado, es cierto, y toda la información a nuestro alcance... Queramos acceder a ella, o no. De hecho, hay un bombardeo constante de datos que -al menos a mí- termina aturdiéndome. Así que, por muy hereje que suene, debo reconocer que -de vez en cuando- hago lo que algunos no pueden comprender ni perdonar: desconectar.Hay semanas que pasan sin que me digne a poner las noticias ni en la radio ni en el televisor. A lo sumo, me asomo algún día a primera hora de la mañana a un resumen de prensa por internet para ver si hay algo digno de ser atendido.También hay un periodo del año en el que, directamente, desaparezco durante unos días para retirarme a ese Silencio en el que podemos encontrar lo Esencial.De lo actual a lo esencialEstas curas de desintoxicación informativa me reconectan con lo importante, aunque reconozco que me dan cierta apariencia de rareza. Porque aprecio en las caras de algunos amigos y compañeros la expresión de extrañeza que no saben disimular cuando -sabiendo que cada mañana me levanto a las cuatro y media para estudiar- reconozco que no me he enterado de una noticia de actualidad que a ellos les parece interesantísima y que a mí me trae sin cuidado.Piénsalo: de todas las noticias que escuchas durante el día... ¿Cuántas tienen real incidencia en tu vida? ¿Cuántas te afectan o te mueven a actuar de un modo distinto? ¡Si incluso las noticias que deberían removernos por dentro e impulsarnos a hacer algo por cambiar las cosas no son más que un titular que escuchamos, archivamos en la memoria y pasamos a otra cosa! Somos espectadores de acontecimientos que, en la mayoría de los casos, sólo nos distraen de nuestra principal responsabilidad: vivir consciente y humanamente.Quien ama la Sabiduría aborrece el ruidoVivir, -y digo vivir y no 'ser vivido' en el sentido de tomar las riendas de la propia existencia- exige dedicación, esfuerzo, tiempo y silencio. Uno no puede atender a su propia vida, a la importancia de cada instante de su día a día, si su mente está preocupada (y no siempre ocupada) por cuestiones que no sólo no puede controlar sino que -a menudo- no son más que el humo de un fuego que nunca nos alcanzará.En ocasiones pienso que mi necesidad de desconectar sólo es fruto de mis limitaciones, de que necesito hacer las cosas de una en una, ordenada y metódicamente, focalizándome en lo que estoy haciendo. No soy multitarea, mi sistema operativo se colapsa cuando lo intento. Puede que tú si puedas estar en varias guerras al mismo tiempo. A mí con una me sobra.Sin embargo, me tranquiliza saber que no estoy sólo en mis desconexiones. Que otros a quienes admiro, antes que yo, se han encontrado con el mismo problema... Pese a que sus tiempos no eran los nuestros.En esta línea, hay una cita de Henry David Thoreau que leo y releo cuando me siento un poco friki, para animarme a mí mismo pensando que no tengo alma de friki sino de filósofo. Dice así:Para un filósofo, todas las noticias, tal como se las llama, no son otra cosa que chismorreos, y quienes las publican y las leen, viejas chismosas a la hora del té. Y, sin embargo, no son pocos quienes muestran entusiasmo por esos chismes.Afinar la conciencia en el silencioEl mismo Thoreu decía que el intelecto es como una cuchilla que discierne y se abre camino hacia el secreto de las cosas. Esa cuchilla, añado, se afila a base de atención y silencio. Un silencio que no siempre es fácil lograr en medio del mundanal ruido. Vivimos con prisas, en medio de cambios constantes que ponen de relieve lo efímero de cuanto nos rodea. Las noticias y el propio pensamiento tienen una fecha de caducidad más que próxima. Parace que nada dura, que todo pasa con rapidez.Hemos perdido el valor de lo perenne, de lo que no pasa, de lo clásico que hoy tiene el mismo valor -o más- que cuando fue escrito hace más de mil o dos mil años. Sé que los clásicos no son fáciles de leer, que requieren atención, esfuerzo y silencio. Porque sólo con tranquilidad y trabajo uno percibe las palabras que -como oráculos que escapan al tiempo- nos llegan desde el pasado.Te animo a desconectar de vez en cuando de lo que no tiene sustancia, para conectarte con esas raíces que te dan fundamento, alimento y vida. Ya me dirás cómo te sienta.
Me duele el dolor ajeno, y con especial intensidad el sufrimiento de las personas que amo. Sufro especialmente en los velatorios, cuando uno se topa con corazones rotos por la separación, por la pérdida del ser querido, por la ausencia que acompaña a toda muerte. No caben palabras, sólo el abrazo, la lágrima compartida y el recuerdo de quien ya no está.Cuando uno no encuentra las palabras, la poesía ayuda a empalabrar el sentimiento. Comparto hoy unos breves versos que hablan de la pérdida, de un sentimiento por el que todos hemos pasado, o pasaremos, nos guste o no. Es de Antonio Machado, y dice así:Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.Que ese mar nos de paz y sosiego, que el rumor de las olas enjuague nuestras lágrimas... Saladas como el mar al que puede que nos conduzcan.
Me duele el dolor ajeno, y con especial intensidad el sufrimiento de las personas que amo. Sufro especialmente en los velatorios, cuando uno se topa con corazones rotos por la separación, por la pérdida del ser querido, por la ausencia que acompaña a toda muerte. No caben palabras, sólo el abrazo, la lágrima compartida y el recuerdo de quien ya no está.Cuando uno no encuentra las palabras, la poesía ayuda a empalabrar el sentimiento. Comparto hoy unos breves versos que hablan de la pérdida, de un sentimiento por el que todos hemos pasado, o pasaremos, nos guste o no. Es de Antonio Machado, y dice así:Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.Que ese mar nos de paz y sosiego, que el rumor de las olas enjuague nuestras lágrimas... Saladas como el mar al que puede que nos conduzcan.
Hace ya varios años que leo pocas novelas. En primer lugar, porque tengo un tiempo libre muy limitado y prefiero dedicarlo a la lectura y estudio de ensayos. En segundo lugar, porque -desde que descubrí los audiolibros- he dejado de leer novelas para escucharlas... Especialmente cuando voy sólo en el coche o paseo por lugares ruidosos. Pero hay un libro, una monumental novela, con la que de vez en cuando hago una excepción y me permito el disfrute de leerla en papel: El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Con pocas novelas he disfrutado más que con ésta, y pocos personajes me han inspirado más admiración y -en cierto modo- reflexión que el Abate Faria.No voy a destripar la obra porque merece la pena ser leída, pero para seguir adelante es preciso aclarar que el Abate Faria es un personaje de la novela -se dice que inspirado en en José Custódio de Faria- que corresponde a un sacerdote italiano de sabiduría enciclopédica, mente y voluntad afiladas y excelentes modales que -con su influencia- cambiará la vida del joven protagonista, Edmundo Dantés.El Abate Faria, a través de su amistad y enseñanzas, aportará al joven marinero nuevas herramientas para entender el mundo, enfrentarse a la existencia, interpretar al ser humano y afrontar un futuro que comienza viéndose con oscuridad (debido a que ambos personajes se encuentran presos en la cárcel de If) y termina siendo excepcional gracias a los aportes del Abate. Éstos no son sólo culturales sino también económicos y vitales, porque pone un tesoro en manos de Dantés y le ofrece una ocasión única para escapar de sus carceleros. Estos hechos, unidos a las decisiones que toma Edmundo para vengarse con implacable paciencia e inteligencia de todos aquellos que le encerraron injustamente en prisión, posibilitan una trama que le mantiene a uno en constante estado de tensión, admiración y sorpresa.Así pues, el Abate es un auténtico maestro que transforma a Edmundo Dantés ofreciéndole desinteresadamente conocimientos, libertad y fortuna... Aun sabiendo que el corazón de su joven discípulo encontrábase herido por una profunda sed de venganza que hacía imposible asegurar que dispusiera sus nuevos dones en favor de sus amigos... Y no en contra sus enemigos. Pero Faria descubre lo mejor de Edmundo, confía y respeta...Y ahí va la reflexión del día de hoy: ¿ha habido algún Abate Faria en tu vida? ¿Alguien que al pasar por ella te haya transformado profundamente, te haya abierto nuevos mundos, te haya animado a transitar por nuevos caminos? ¿Hay algún Abate Faria que haya cincelado el rostro que tienes hoy y te haya armado con las herramientas necesarias para forjarte el futuro que hoy te estás trabajando... O deberías estar trabajándote? Y la última pregunta, para terminar la meditación del día es: ¿y se lo has agradecido suficientemente? ¿Le has reconocido su mérito? ¿Has decidido compartir con los demás -por gratitud- el don que se te ha dado de que esa persona pasara por tu vida?Sólo tú conoces las respuestas. Puede que tengas mucho que agradecer, o mucho que esperar porque cuando el discípulo está listo, aparece el maestro... Puede que tu Abate Faria esté por llegar.
Hace ya varios años que leo pocas novelas. En primer lugar, porque tengo un tiempo libre muy limitado y prefiero dedicarlo a la lectura y estudio de ensayos. En segundo lugar, porque -desde que descubrí los audiolibros- he dejado de leer novelas para escucharlas... Especialmente cuando voy sólo en el coche o paseo por lugares ruidosos. Pero hay un libro, una monumental novela, con la que de vez en cuando hago una excepción y me permito el disfrute de leerla en papel: El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Con pocas novelas he disfrutado más que con ésta, y pocos personajes me han inspirado más admiración y -en cierto modo- reflexión que el Abate Faria.No voy a destripar la obra porque merece la pena ser leída, pero para seguir adelante es preciso aclarar que el Abate Faria es un personaje de la novela -se dice que inspirado en en José Custódio de Faria- que corresponde a un sacerdote italiano de sabiduría enciclopédica, mente y voluntad afiladas y excelentes modales que -con su influencia- cambiará la vida del joven protagonista, Edmundo Dantés.El Abate Faria, a través de su amistad y enseñanzas, aportará al joven marinero nuevas herramientas para entender el mundo, enfrentarse a la existencia, interpretar al ser humano y afrontar un futuro que comienza viéndose con oscuridad (debido a que ambos personajes se encuentran presos en la cárcel de If) y termina siendo excepcional gracias a los aportes del Abate. Éstos no son sólo culturales sino también económicos y vitales, porque pone un tesoro en manos de Dantés y le ofrece una ocasión única para escapar de sus carceleros. Estos hechos, unidos a las decisiones que toma Edmundo para vengarse con implacable paciencia e inteligencia de todos aquellos que le encerraron injustamente en prisión, posibilitan una trama que le mantiene a uno en constante estado de tensión, admiración y sorpresa.Así pues, el Abate es un auténtico maestro que transforma a Edmundo Dantés ofreciéndole desinteresadamente conocimientos, libertad y fortuna... Aun sabiendo que el corazón de su joven discípulo encontrábase herido por una profunda sed de venganza que hacía imposible asegurar que dispusiera sus nuevos dones en favor de sus amigos... Y no en contra sus enemigos. Pero Faria descubre lo mejor de Edmundo, confía y respeta...Y ahí va la reflexión del día de hoy: ¿ha habido algún Abate Faria en tu vida? ¿Alguien que al pasar por ella te haya transformado profundamente, te haya abierto nuevos mundos, te haya animado a transitar por nuevos caminos? ¿Hay algún Abate Faria que haya cincelado el rostro que tienes hoy y te haya armado con las herramientas necesarias para forjarte el futuro que hoy te estás trabajando... O deberías estar trabajándote? Y la última pregunta, para terminar la meditación del día es: ¿y se lo has agradecido suficientemente? ¿Le has reconocido su mérito? ¿Has decidido compartir con los demás -por gratitud- el don que se te ha dado de que esa persona pasara por tu vida?Sólo tú conoces las respuestas. Puede que tengas mucho que agradecer, o mucho que esperar porque cuando el discípulo está listo, aparece el maestro... Puede que tu Abate Faria esté por llegar.
Hoy se celebrará en Roma la canonización -entre otros- de Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador cuya vida fue segada de un balazo mientras celebraba la que sería su última eucaristía el 24 de marzo de 1980.No quiero hoy repetir lo que ya dije sobre él con motivo de su beatificación ni sobre la acusación que algunos vertieron sobre él de simpatizar con el comunismo. No, esos post ahí están para quien quiera recuperarlos.Prefiero recuperar hoy un rasgo de Monseñor Romero -a partir de hoy San Óscar Romero- que, tal y como lo veo, considero que ha influido poderosamente en el Papa Francisco: la idea de que el evangelio es preciso que inquiete, que nos mueva, que nos lleve a hacer lío, a ser la levadura que permita que se desarrolle un mundo mejor, más fraternal y humano.Recupero el texto de una homilía que el nuevo santo pronunció el 16 de abril de 1978, y que todavía remueve mi conciencia cada vez que la leo:Una sociedad que no provoca crisis,un evangelio que no inquieta,una palabra de Dios que no levanta roncha-como decimos vulgarmente-una palabra de Dios que no toca el pecado concretode la sociedad en que está anunciándose,¿qué evangelio es ése?Consideraciones piadosas muy bonitasque no molestan a nadie,y así quisieran muchos que fuera la predicación.Y aquellos predicadores que por no molestarse,por no tener conflictos y dificultades,evitan toda cosa espinosa.No iluminan la realidad en que se vive.No tienen el valor de Pedro de decirle a aquella turbadonde están todavía las manos manchadas de sangreque mataron a Cristo:'¡Ustedes lo mataron!'Aunque le iba a costar también la vida por esta denuncia,la proclama.Es el evangelio valiente;es la buena nuevadel que vino a quitar los pecados del mundo.No son sólo palabras, son la profecía de lo que estaba por venir. Monseñor Romero sabía lo que se jugaba -la vida- y la puso al servicio de los más necesitados en nombre de Dios. Ojalá que este nuevo santo nos obtenga la gracia del amor, la valentía y la coherencia. Ojalá lleguemos a ser, como él, las manos de Dios en la tierra trabajando por aquellos que sufren y se sientes desamparados.
Hoy se celebrará en Roma la canonización -entre otros- de Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador cuya vida fue segada de un balazo mientras celebraba la que sería su última eucaristía el 24 de marzo de 1980.No quiero hoy repetir lo que ya dije sobre él con motivo de su beatificación ni sobre la acusación que algunos vertieron sobre él de simpatizar con el comunismo. No, esos post ahí están para quien quiera recuperarlos.Prefiero recuperar hoy un rasgo de Monseñor Romero -a partir de hoy San Óscar Romero- que, tal y como lo veo, considero que ha influido poderosamente en el Papa Francisco: la idea de que el evangelio es preciso que inquiete, que nos mueva, que nos lleve a hacer lío, a ser la levadura que permita que se desarrolle un mundo mejor, más fraternal y humano.Recupero el texto de una homilía que el nuevo santo pronunció el 16 de abril de 1978, y que todavía remueve mi conciencia cada vez que la leo:Una sociedad que no provoca crisis,un evangelio que no inquieta,una palabra de Dios que no levanta roncha-como decimos vulgarmente-una palabra de Dios que no toca el pecado concretode la sociedad en que está anunciándose,¿qué evangelio es ése?Consideraciones piadosas muy bonitasque no molestan a nadie,y así quisieran muchos que fuera la predicación.Y aquellos predicadores que por no molestarse,por no tener conflictos y dificultades,evitan toda cosa espinosa.No iluminan la realidad en que se vive.No tienen el valor de Pedro de decirle a aquella turbadonde están todavía las manos manchadas de sangreque mataron a Cristo:'¡Ustedes lo mataron!'Aunque le iba a costar también la vida por esta denuncia,la proclama.Es el evangelio valiente;es la buena nuevadel que vino a quitar los pecados del mundo.No son sólo palabras, son la profecía de lo que estaba por venir. Monseñor Romero sabía lo que se jugaba -la vida- y la puso al servicio de los más necesitados en nombre de Dios. Ojalá que este nuevo santo nos obtenga la gracia del amor, la valentía y la coherencia. Ojalá lleguemos a ser, como él, las manos de Dios en la tierra trabajando por aquellos que sufren y se sientes desamparados.
Cada latido de nuestro corazón es una ocasión de Vivir -con mayúscula-, de tomar las riendas de nuestra existencia para dirigirla a buen puerto. Vivir es una lucha constante entre el Sentido y la Nada. Vivir es elegir, es escoger lo que conviene a nuestra naturaleza más profunda en lugar de ceder a la superficialidad que nos aliena con sus nimiedades. Vivir es pulirse a uno mismo hasta lograr que florezca la Virtud, por el bien propio y de todos los seres.Virtud -del latín virtutem- nos habla de la fuerza propia del guerrero, del potencial realizado. Virtuoso es quien focaliza su voluntad en ser el que está llamado a ser. Virtuoso no es el santo angelical que vive alejado del mundo sino el que realiza su humanidad. La virtud no se vive desde la distancia sino en la amistad. La virtud exige delicadeza de corazón y reciedumbre de carácter.No se es virtuoso por hablar del Bien, ni por exigirlo, sino por vivir en comunión con él, dejando que nos fecunde. Me gusta especialmente cómo lo expresa Lao-Tse en su Tao-Te-King:La persona virtuosa cumple con su deber; la persona sin virtud sólo sabe imponer cargas a los demás.Sólo el que lucha constantemente contra lo peor de sí mismo es plenamente conocedor de sus luces y sombras. Y sólo el que ha convivido con las propias fortalezas y debilidades es capaz de comprenderlas y tolerarlas en los demás. Por ese motivo, el más virtuoso de los hombres es también el más misericordioso... Y el más rígido e intransigente el menos digno de confianza.Roguemos y trabajemos por nuestra virtud... Y por el corazón compasivo que la acompaña como la sombra al cuerpo cuando es bañado por la luz.
Cada latido de nuestro corazón es una ocasión de Vivir -con mayúscula-, de tomar las riendas de nuestra existencia para dirigirla a buen puerto. Vivir es una lucha constante entre el Sentido y la Nada. Vivir es elegir, es escoger lo que conviene a nuestra naturaleza más profunda en lugar de ceder a la superficialidad que nos aliena con sus nimiedades. Vivir es pulirse a uno mismo hasta lograr que florezca la Virtud, por el bien propio y de todos los seres.Virtud -del latín virtutem- nos habla de la fuerza propia del guerrero, del potencial realizado. Virtuoso es quien focaliza su voluntad en ser el que está llamado a ser. Virtuoso no es el santo angelical que vive alejado del mundo sino el que realiza su humanidad. La virtud no se vive desde la distancia sino en la amistad. La virtud exige delicadeza de corazón y reciedumbre de carácter.No se es virtuoso por hablar del Bien, ni por exigirlo, sino por vivir en comunión con él, dejando que nos fecunde. Me gusta especialmente cómo lo expresa Lao-Tse en su Tao-Te-King:La persona virtuosa cumple con su deber; la persona sin virtud sólo sabe imponer cargas a los demás.Sólo el que lucha constantemente contra lo peor de sí mismo es plenamente conocedor de sus luces y sombras. Y sólo el que ha convivido con las propias fortalezas y debilidades es capaz de comprenderlas y tolerarlas en los demás. Por ese motivo, el más virtuoso de los hombres es también el más misericordioso... Y el más rígido e intransigente el menos digno de confianza.Roguemos y trabajemos por nuestra virtud... Y por el corazón compasivo que la acompaña como la sombra al cuerpo cuando es bañado por la luz.