Podcast by Dr. Rolando D. Aguirre
Durante la Segunda Guerra Mundial, Helena, una joven polaca profundamente creyente, escribió en su diario: “El sufrimiento no apaga la luz, la intensifica”. Vivía rodeada de escasez, miedo y violencia, pero su fe la mantenía firme. Años después, sus escritos serían conocidos en todo el mundo como testimonio de esperanza en medio de la oscuridad. Su historia refleja una verdad espiritual profunda: cuando todo a tu alrededor se apaga, lo que Dios ha encendido en tu interior sigue brillando. No necesitas una vida sin pruebas para reflejar la gloria de Dios. De hecho, la fe resplandece mejor cuando la noche es más oscura. Hoy, si te encuentras en una etapa difícil, recuerda que tu luz puede ser guía para otros. No la apagues. No te escondas. Dios brilla en ti. La Biblia dice en Mateo 5:16: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (RV1960).
En el año 2014, en Turkana, al norte de Kenia, miles sufrían una sequía severa. Pero una exploración satelital reveló algo inesperado: bajo la tierra reseca se escondía un enorme acuífero. Lo llamaron el “pozo perdido”. En medio del desierto, brotó agua. Comunidades enteras florecieron nuevamente. Lo que parecía una tierra muerta escondía una fuente de vida. Esta historia fue registrada por la UNESCO y medios internacionales. En nuestra vida, también hay temporadas secas. Momentos en los que oramos y sentimos silencio. Donde servir a Dios parece pesado y avanzar, imposible. Pero debajo de esa sequía, hay depósitos de gracia listos para ser activados. No vivas solo en la superficie. Cava más profundo en oración, en la Palabra, en fe. Lo que hoy ves como desierto, mañana puede ser huerto si no te rindes. La Biblia dice en Isaías 41:18: “En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles... y pondré en el desierto fuentes de aguas” (RV1960).
En el año 1992, la atleta canadiense Silken Laumann sufrió una lesión devastadora que casi la deja fuera de las Olimpiadas. Su pierna fue gravemente dañada en un accidente de entrenamiento, pero semanas después, regresó a competir y ganó medalla de bronce en Barcelona. En entrevistas, dijo: “Mi cuerpo no era perfecto, pero mi corazón sí estaba listo”. Su historia fue registrada por la prensa internacional como un testimonio de resiliencia. También en la vida cristiana, muchas veces no llegamos con todas las fuerzas, pero sí con el corazón dispuesto. Dios no busca atletas espirituales sin cicatrices, sino personas que aún heridos, siguen remando. Quizás hoy sientes que apenas avanzas. Pero cada remada en fe, aunque lenta, te acerca a la meta. Dios no te mide por velocidad, sino por fidelidad. No te rindas. Remar con lágrimas también cuenta como adoración. La Biblia dice en Filipenses 3:14: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (RV1960).
No todos los escudos están hechos de metal. En una vitrina del Imperial War Museum en Londres se exhibe una Biblia con una bala incrustada en sus páginas. Perteneció a William Thomas, un soldado británico durante la Primera Guerra Mundial. Mientras servía en el frente occidental, fue alcanzado por una bala enemiga en el pecho. Sin embargo, el proyectil no perforó su cuerpo, sino que se detuvo al impactar el pequeño Nuevo Testamento que llevaba en el bolsillo de su uniforme. Su vida fue preservada, y su familia guardó la Biblia como un símbolo del poder protector de Dios. Décadas después, su nieto la donó al museo como testimonio histórico y espiritual. Este acontecimiento no es simplemente una coincidencia; es una invitación a reflexionar sobre la importancia de llevar la Palabra de Dios no solo cerca del cuerpo, sino del alma. En tiempos de guerra o paz, la Escritura sigue siendo escudo, espada, luz y fundamento. No basta con poseer una Biblia. Es necesario atesorarla, meditarla y permitir que transforme nuestra mente y corazón. Hoy más que nunca, necesitamos una fe que se mantenga firme ante los ataques del enemigo. Eso comienza guardando Su Palabra. La Biblia dice en Salmos 119:11: “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (RV1960).
En el año 1960, la fotógrafa estadounidense Diane Arbus comenzó a retratar personas que vivían en los márgenes de la sociedad. Su estilo era directo, sin retoques. Al preguntarle por qué no embellecía sus imágenes, respondió: “Porque el espejo no miente. Solo muestra lo que muchos no quieren ver”. Su obra fue reconocida por mostrar la verdad sin filtros. De la misma manera, la Palabra de Dios actúa como un espejo para el alma. Santiago dice que quien escucha la Palabra y no la pone en práctica es como el que se mira al espejo y se olvida de cómo es. La Biblia revela no solo nuestras debilidades, sino también el potencial que Dios ve en nosotros. Nos muestra pecado, pero también promesa. En un mundo donde muchos maquillan la verdad, necesitamos volver al espejo de la Escritura. No para sentirnos mal, sino para ser transformados. Dios no revela para humillar, sino para sanar. Mírate en Su Palabra y permite que te forme a Su imagen. La Biblia dice en Santiago 1:25, “Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace”.
En julio del año 1969, durante la misión Apolo 11, el astronauta Buzz Aldrin se convirtió en el segundo ser humano en pisar la superficie lunar. Sin embargo, antes de salir del módulo lunar, hizo algo que muy pocos conocen: tomó la Santa Cena. Llevó consigo pan y vino en un pequeño contenedor y leyó en silencio Juan 15:5: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos”. Fue su manera de honrar a Dios en el momento más trascendental de su carrera. Este acto fue confirmado por Aldrin mismo en entrevistas y registrado en su autobiografía. En medio del logro científico más grande del siglo XX, él reconoció que aún en la luna, necesitaba comunión con Dios. La verdadera grandeza no está en cuánto asciendes, sino en cuán conectado estás con Aquel que te sostiene. No importa qué metas alcances, si no estás unido al Señor, todo es vacío. Pero si permaneces en Él, incluso lo imposible cobra sentido. No es incompatible alcanzar lo alto y mantenerse humilde. De hecho, es esencial. La Biblia dice en Juan 15:5: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (RV1960).
En el año 2011, en Ciudad Juárez, una madre perdió a su hijo adolescente en un tiroteo. Podría haberse quedado en la amargura, pero hizo algo extraordinario. Regresó al lugar de la tragedia con flores y comenzó a limpiar la zona. Con la ayuda de vecinos, convirtió ese terreno baldío en un jardín comunitario llamado “El Jardín de la Esperanza”. Niños y adultos colaboraron sembrando, pintando murales y cuidando las plantas. El proyecto fue destacado por medios nacionales y se convirtió en símbolo de transformación urbana. Donde hubo sangre, ahora hay vida. Donde hubo balas, ahora hay belleza. Esta historia recuerda que Dios puede hacer lo mismo en el corazón humano. El dolor que parecía definitivo puede ser el inicio de una nueva obra. Así fue con la cruz: el lugar de muerte se transformó en el epicentro de vida eterna. Quizás llevas una herida profunda. Dios no te pide que la ignores, sino que la entregues. A partir de ella, Él puede sembrar algo nuevo que bendiga a otros. La Biblia dice en Isaías 61:3: “A ordenar que a los afligidos… se les dé gloria en lugar de ceniza” (RV1960).
En el año 1960, durante la Guerra Fría, dos hermanos intentaron cruzar el río Elba para escapar de Alemania Oriental hacia la Alemania Occidental. Uno logró llegar a la orilla, el otro fue arrastrado por la corriente y murió. Décadas después, el sobreviviente, ya anciano, compartió públicamente su historia en una iglesia luterana de Hamburgo. Él dijo: “He vivido con el peso de ese río por años… hasta que conocí a Cristo”. Fue bautizado a los 64 años y declaró que, por fin, su culpa había sido sanada. Muchos viven atrapados en las aguas del remordimiento. Las decisiones pasadas, los errores o las pérdidas ahogan el alma y se convierten en barreras invisibles. Pero el Señor Jesús vino a construir puentes sobre ríos imposibles. Él no solo nos perdona, también nos ayuda a perdonarnos. La cruz es más que un símbolo religioso. Es el lugar donde toda culpa puede hundirse y donde toda alma puede cruzar a una nueva vida. El río de tu pasado no tiene que ahogarte si dejas que Dios te tome de la mano. La Biblia dice en Isaías 43:2: “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo… ni la corriente te anegará” (RV1960).
En el año 2008, una fotografía recorrió el mundo. Un niño filipino, Daniel Cabrera, hacía la tarea bajo la luz de un poste de alumbrado público frente a un restaurante en Cebú. Su familia no tenía electricidad y vivía en condiciones precarias, pero eso no lo detuvo. Estudiaba cada noche en la acera, decidido a salir adelante. La imagen fue tomada por una transeúnte y se viralizó. Años después, Daniel recibió becas y apoyo y expresó su deseo de convertirse en médico para ayudar a otros niños como él. Su historia es un recordatorio de que la luz verdadera no siempre viene del techo, sino del alma. Muchas veces esperamos las condiciones ideales para avanzar, cuando Dios solo nos pide fidelidad con lo que tenemos. En la Biblia, José interpretó sueños en prisión, Pablo escribió cartas desde una celda y David adoró en cuevas. No necesitas más recursos para brillar, necesitas más determinación. Cuando haces lo correcto aun en la oscuridad, te conviertes en una lámpara viva. La Biblia dice en Filipenses 2:15: “Para que seáis irreprensibles y sencillos… en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (RV1960).
En el año 1989, semanas antes de la caída del Muro de Berlín, una joven llamada Anna, residente en Alemania Oriental, escribió una carta a su abuela que vivía del otro lado del muro. Como el correo era censurado, escondió el mensaje dentro de una caja de té y se la entregó a un turista extranjero con la esperanza de que pudiera enviarla. Contra todo pronóstico, la abuela recibió la carta días después y, al poco tiempo, el muro cayó. Anna cruzó la frontera para abrazarla por primera vez en años. La carta fue guardada como testimonio de fe, amor y esperanza. Cuando Dios tiene un mensaje que debe llegar, no hay sistema, muro ni censura que pueda detenerlo. Su palabra siempre encuentra camino. La Biblia fue escrita en prisiones, cuevas, desiertos y palacios y aun así ha llegado a cada rincón del mundo. Nada ha podido silenciar su verdad. Por lo tanto, si hoy te sientes separado(a) de alguien, de una promesa o incluso de Dios, recuerda que el Señor sigue enviando cartas de esperanza. A veces llegan en silencio, pero siempre llegan a tiempo. La Biblia dice en Isaías 55:11: “Así será mi palabra... no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero...” (RV1960).
En el año 1924, en Tokio, Japón, un profesor universitario llamado Hidesaburo Ueno salía todos los días a trabajar desde la estación de Shibuya, acompañado por su perro akita, Hachikō. Una tarde, Ueno falleció inesperadamente en su lugar de trabajo. Sin embargo, Hachikō lo esperó en la estación cada día durante nueve años, hasta su propia muerte en 1935. Su historia conmovió a muchas personas. Los periódicos documentaron su lealtad y en el año 1934, se erigió una estatua en su honor. Hasta hoy, sigue siendo un símbolo nacional de fidelidad. En un mundo donde la lealtad es cada vez más rara, esta historia nos recuerda la importancia de permanecer, incluso cuando otros ya no están. Así también, Dios honra a quienes son fieles en lo poco, constantes en lo invisible y leales cuando nadie los ve. La fidelidad no siempre es reconocida aquí en la tierra… pero sí en el cielo. El Señor Jesús prometió acerca de la fidelidad. La Biblia dice en Apocalipsis 2:10: “...sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (RV1960).
En el año 2021, en Wellington, Nueva Zelanda, un jardín público instaló una réplica del “Teléfono del Viento”, originalmente creado en Japón tras el tsunami del año 2011. Era un teléfono sin línea, donde personas podían hablar simbólicamente con seres queridos fallecidos. Aunque no transmitía sonido, miles lo visitaron. Una mujer escribió: “No me contestó… pero me sentí escuchada”. Este acto de duelo simbólico llamó la atención de medios internacionales como la BBC y el New York Times. Aunque el teléfono no tenía conexión, generó consuelo en medio del silencio. En contraste, el Dios de la Biblia sí escucha. Él no solo recibe nuestras palabras; las recoge, las responde y las transforma. La oración no es terapia vacía, es conexión con el trono celestial, porque no hay buzón de voz en el cielo, ni línea ocupada en Su trono. ¿Has orado hoy? No importa si no tienes palabras bonitas, lo importante es que hables con el corazón. La Biblia dice en Jeremías 33:3: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (RV1960).
En el año 1940, en medio de la Segunda Guerra Mundial, un joven judío alemán llamado Walter Kohn logró escapar a Canadá como refugiado. Huérfano y sin recursos, ingresó a una escuela pública. Años después, se convirtió en físico teórico y en 1998, recibió el Premio Nobel de Química. En su discurso, dijo: “Alguien creyó que mi vida tenía valor… por eso sobreviví”. Su testimonio, documentado por la Fundación Nobel y universidades internacionales, no solo honra el poder de la oportunidad, sino de la esperanza sostenida en medio del trauma. Dios también ve valor en ti, incluso cuando el mundo te rechaza. Él no solo te rescata; te forma, te capacita y te envía. Lo que parecía una vida perdida, puede ser una historia de impacto eterno. Quizá sientes que estás apenas sobreviviendo. Pero si estás en las manos de Dios, también estás en formación. Tu historia no termina con el dolor; puede comenzar con la fe. La Biblia dice en Jeremías 29:11: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros… pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (RV1960).
En el año 2019, durante una restauración en una iglesia del sur de Francia, albañiles descubrieron una antigua Biblia escondida dentro de una pared. El libro, de más de 300 años, contenía en su interior un mapa dibujado a mano por un refugiado hugonote que huía de la persecución religiosa. El mapa indicaba rutas hacia Suiza, junto con anotaciones escritas en los márgenes: salmos de confianza, oraciones de protección y frases como “Dios es mi refugio”. Este hallazgo fue reportado por medios culturales locales y valorado como un testimonio de cómo la fe no solo guía el alma, sino también el camino físico en tiempos de peligro. De la misma forma, la Palabra de Dios es nuestro mapa seguro en tiempos inciertos. Es lámpara cuando hay oscuridad, brújula cuando no hay dirección y refugio cuando hay persecución. Quien camina con la Escritura como guía, siempre encuentra destino. Por eso, ¿Qué estás usando como mapa en tu vida? ¿Te guían tus emociones, tu experiencia o la verdad eterna de Dios? La Biblia dice en Salmos 119:105: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (RV1960).
En el año 1824, Beethoven dirigió el estreno de su Novena Sinfonía en Viena. Para ese momento, ya estaba completamente sordo. Cuando la pieza terminó, el público estalló en una ovación de pie. Sin embargo, Beethoven seguía de espaldas, sin poder escuchar nada. Una de las solistas se acercó y lo giró suavemente para que viera los aplausos. Solo entonces comprendió lo que había logrado. Su historia está documentada en biografías oficiales y cartas personales. ¿Por qué? Simplemente porque compuso una de las obras más influyentes de la historia sin poder escucharla. Así también, muchas veces tú estás sembrando, obedeciendo o sirviendo sin ver los frutos. Sigues escribiendo, pero no “oyes” los aplausos. Enseñas, oras, das… y parece que nada pasa. Pero el cielo sí está de pie. Dios te invita a seguir componiendo tu obediencia, aunque no veas los resultados inmediatos, porque Él escucha lo que el mundo aún no aplaude. Así que, no vivas para el reconocimiento humano. Vive para el “bien, buen siervo y fiel”. La Biblia dice en Hebreos 6:10: “Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre...” (RV1960).
Durante el hundimiento del Titanic en el año 1912, cientos de pasajeros murieron, pero un número significativo de sobrevivientes fue hallado aferrado a puertas, maderas o incluso objetos flotantes improvisados. Uno de ellos fue Violet Jessop, quien escribió: “No sabía si viviría, pero me aferré a lo único que podía”. Aunque el barco más avanzado de su tiempo se hundió, hubo quienes sobrevivieron porque encontraron algo a qué aferrarse. En la vida diaria, los “Titanics” también se hunden. Por ejemplo, relaciones, planes, salud, seguridad. La diferencia está en si tienes un ancla que permanece. Hebreos dice que tenemos un “ancla del alma” segura y firme que es Cristo. De modo que, no pongas tu esperanza en lo que se hunde. Aférrate a Aquel que no cambia. La Biblia dice en Hebreos 6:19: “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma...” (RV1960).
En 2005, en Wisconsin, EE. UU., un joven llamado Charlie Roberts atacó una escuela causando la muerte de varias niñas. Lo que conmovió al mundo fue la respuesta de los padres de las víctimas. Ellos visitaron a la familia del agresor para consolarla y la invitaron al funeral de sus hijas. Uno de los padres declaró: “Perdonamos, porque nosotros también hemos sido perdonados”. Ese acto no fue débil, sino profundamente cristiano. Mostró que el perdón no minimiza el dolor, pero sí maximiza la gracia. En la cruz, el Señor Jesús oró por sus agresores. Por lo tanto, perdón no es olvidar lo ocurrido, sino decidir no ser esclavo del rencor. Es liberar al otro... y liberarte a ti. Tal vez tú también debes tomar esa decisión hoy. El perdón que das puede ser el inicio de la sanidad que necesitas. La Biblia dice en Efesios 4:32: “...perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (RV1960).
En el año 2015, tras un fuerte terremoto en Nepal, muchos pueblos quedaron sin acceso a agua potable. Sin embargo, en el distrito de Sindhupalchok, un antiguo pozo cavado por misioneros cristianos décadas atrás siguió proveyendo agua limpia. Mientras los manantiales naturales colapsaban, ese pozo se volvió el sustento de cientos. El alcalde local declaró: “Lo que ellos dejaron fue más que infraestructura... fue esperanza”. El Señor Jesús le dijo a la mujer samaritana que Él podía dar “agua viva”. Esa agua no se contamina ni se agota. Brota aún en el desierto más árido de la vida. Por lo tanto ¿Estás bebiendo del pozo correcto o estás intentando saciar tu sed con fuentes rotas? Una vida fundamentada en la Palabra y en la comunión con Dios es un pozo profundo. De modo que cuando llegan los temblores de la vida, tu pozo permanece. La Biblia dice en Juan 4:14: “...el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás...” (RV1960).
En el año 2014, en Medellín, Colombia, un hombre ciego llamado José Ríos se volvió conocido por tocar su violín cada día en la estación de metro San Antonio. Aunque no pedía dinero, muchos lo bendecían. Su música llenaba el lugar de esperanza. Cuando le preguntaron por qué tocaba, respondió: “Porque aunque no veo con mis ojos, sí veo con mi fe”. Su historia fue documentada en medios locales y en redes, con miles de comentarios de personas que afirmaban haber sido impactadas por su perseverancia y gozo. En un mundo enfocado en lo que falta, José nos recuerda que se puede servir a Dios desde la limitación. Como el apóstol Pablo, quien en su debilidad fue fuerte. Como el ciego de nacimiento que dijo: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”. Por eso, tu testimonio puede tocar vidas incluso sin palabras. Tu constancia puede ser el violín que suena esperanza en la estación de alguien más. La Biblia dice en 2 Corintios 12:9: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad...” (RV1960).
En el año 2001, en Tamil Nadu, India, un hombre llamado Shivappa notó que una vía del tren estaba rota tras un deslizamiento de tierra. Al ver que un tren se acercaba a gran velocidad, corrió hacia las vías, ondeando su camisa. Cuando el maquinista no reaccionó, se arrodilló directamente sobre los rieles. El tren se detuvo a pocos metros. Posteriormente, 2,000 pasajeros fueron evacuados y su valentía fue reconocida nacionalmente. Este acto heroico ilustra el corazón de intercesión que colocarse entre el peligro y quienes aún no ven el riesgo. Así hizo Moisés al interceder por el pueblo. Así oró Esteban mientras era apedreado, y así actuó el Señor Jesús, poniéndose entre nuestra culpa y el juicio. Interceder no es solo orar, es comprometerse, exponerse y clamar cuando otros no pueden. Es estar dispuesto a detener el “tren” del dolor, la destrucción o el pecado por amor a otro. Entonces ¿Estás intercediendo por alguien hoy? ¿Te estás poniendo en la brecha? La Biblia dice en Ezequiel 22:30: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí... y no lo hallé” (RV1960).
En el año 2005, en Texas, un hombre condenado a muerte por asesinato pidió hablar con un capellán semanas antes de su ejecución. Entregó su vida a Jesús, pidió ser bautizado y escribió cartas de perdón a los familiares de sus víctimas. Una de ellas respondió públicamente: “No sé si puedo perdonarte, pero sé que Dios puede y si Él lo hizo, no me opongo”. Aquel hombre murió con paz. Su historia fue documentada por el ministerio que lo acompañó hasta el final. El testimonio conmovió a miles y fue usado por Dios para hablar de Su gracia escandalosa. El ladrón en la cruz fue salvo en sus últimos minutos. No importa cuán lejos hayas ido, si hay arrepentimiento sincero, hay redención segura. No dejes para mañana lo que hoy puedes entregar a Dios y si sientes que ya es tarde, recuerda: mientras hay vida, hay esperanza. La gracia no tiene horario de oficina. Llega tarde… pero llega. La Biblia dice en Lucas 23:43: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (RV1960).
En el año 2020, en plena pandemia de COVID-19, una enfermera italiana llamada Arianna escribió una carta abierta desde una UCI saturada en Milán. En ella narraba su agotamiento, sus miedos y su fe. Publicada en un diario local, fue traducida a más de diez idiomas y replicada en medios de todo el mundo. Terminaba diciendo: “No sé cómo terminará esta historia, pero sé que no estoy sola. Dios está conmigo”. No necesitas un púlpito para predicar. A veces, tu testimonio vivido con autenticidad y fe puede impactar más que mil sermones. En medio del caos, Arianna eligió confiar. Su carta se convirtió en refugio y consuelo para miles que también estaban luchando. El apóstol Pablo dijo que los creyentes somos “cartas abiertas”. Lo que escribimos con nuestras decisiones, actitudes y palabras es leído por quienes nos rodean. ¿Qué está leyendo el mundo a través de ti? ¿Qué carta estás escribiendo con tu fe? La Biblia dice en 2 Corintios 3:2: “Nuestras cartas sois vosotros… escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” (RV1960).
En el año 2017, un niño de siete años en São Paulo, Brasil, compartió su lonchera con un compañero que lloraba por hambre. Al llegar a casa, le contó a su madre y le pidió llevar comida extra al día siguiente. El gesto fue notado por los maestros, quienes lo destacaron como ejemplo de empatía. Pronto, la historia se difundió por redes sociales y medios, recordando al mundo que el amor verdadero empieza en lo pequeño. Así también, el Señor Jesús multiplicó panes gracias a un niño que ofreció lo poco que tenía. No fue la cantidad lo que causó el milagro, sino la disposición. Su acto quedó registrado para siempre en el Evangelio como testimonio de que Dios puede hacer mucho con poco. Nunca subestimes lo que Dios puede hacer a través de tu generosidad. Un pequeño acto de amor puede transformar el día e incluso el destino de alguien. Tu merienda puede parecer pequeña, pero en las manos de Dios, alimenta multitudes. Ofrece tu tiempo, tus dones, tus recursos. Él hará lo imposible. La Biblia dice en Juan 6:9: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes… pero ¿qué es esto para tantos?” (RV1960).
En el año 2022, durante una cena de Acción de Gracias en Nueva York, una familia dejó intencionalmente una silla vacía en honor a su hijo militar desplegado en el extranjero. No era solo un gesto simbólico. Antes de cenar, oraron por él y por todos los ausentes. El acto fue visto por una vecina que replicó la idea en su iglesia. Pronto, cientos lo imitaron en sus comunidades como símbolo de memoria, amor y esperanza. A veces, una ausencia enseña más que mil palabras. Nos recuerda a quién extrañamos, pero también a quién esperamos. El Señor Jesús habló de Su regreso y nos enseñó a vivir con una “silla preparada” para Él: un corazón atento, una vida ordenada y una fe activa. Cada vez que dejamos espacio para Dios en nuestra rutina, en nuestra mesa, en nuestra conversación, estamos recordando que no todo está completo sin Él y al mismo tiempo, abrimos lugar para reconciliarnos con aquellos que hemos distanciado. ¿Hay alguna “silla vacía” en tu vida que debas llenar con oración, perdón o expectativa santa? Hoy puede ser el día para hacerlo. La Biblia dice en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…” (RV1960).
En el año 1945, durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, soldados alemanes y estadounidenses se encontraron en un pequeño pueblo de Checoslovaquia. En vez de enfrentarse, decidieron construir un puente improvisado para evacuar civiles atrapados entre los frentes. Compartieron herramientas, madera y esfuerzo. Uno de los soldados escribió en su diario: “Ese día no fuimos enemigos… fuimos humanos”. Años después, algunos de ellos mantuvieron correspondencia como amigos. Esa historia poco conocida muestra que, incluso en medio de conflictos, la humanidad puede prevalecer cuando hay compasión. Así también, el Señor Jesús nos llama a ser pacificadores. No fuimos salvados para levantar muros, sino para tender puentes. El Evangelio reconcilia, sana y restaura. En Cristo, ya no hay barreras entre judíos y gentiles, entre culturas o historias. Somos un solo cuerpo. Si hay alguien con quien debes reconciliarte, da el primer paso. La paz no es pasividad, es una decisión activa y a veces valiente. Es un puente con nombre: gracia. La Biblia dice en Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (RV1960).
En el año 1890, Vincent Van Gogh pintó “Campo de trigo con cuervos”, una de sus últimas obras antes de morir. Aunque luchaba con depresión, su pintura reflejaba cielo, esperanza y movimiento. Cuando le preguntaron qué lo inspiró, dijo: “Veo más con el alma que con los ojos”. La fe también nos invita a ver lo invisible. Hebreos dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Aun cuando todo parezca oscuro, el creyente ve promesa. Aun cuando hay ruina, ve redención. Mirar con los ojos del Espíritu es recordar que el poder de Dios no está limitado a lo tangible. Es creer que detrás del silencio hay propósito. Que en medio del sufrimiento, hay redención. No te dejes llevar solo por lo visible. Mira con los ojos de la fe. Porque lo que ves no siempre define tu realidad. Dios obra más allá de lo aparente. La Biblia dice en 2 Corintios 5:7: “porque por fe andamos, no por vista” (RV1960).
El 4 de julio se celebra la independencia de los Estados Unidos, un día que conmemora la libertad nacional. Pero hay una libertad aún más profunda: la que solo Cristo puede dar. En 1830, un hombre llamado George Wilson fue sentenciado a muerte en EE. UU., pero recibió un perdón presidencial. Increíblemente, lo rechazó. La Corte Suprema falló que un perdón no tiene efecto si no es aceptado. Así también, el Señor Jesús murió para ofrecernos libertad del pecado, pero ese regalo debe ser recibido. La cruz es el decreto, pero la fe es la llave que abre la celda. No basta con saber que hay perdón. Hay que abrazarlo. La verdadera libertad no es hacer lo que quiero, sino poder hacer lo correcto gracias al poder de Cristo. No es independencia de todo, sino dependencia de Aquel que libera. Hoy, mientras muchos celebran independencia, celebra tú la libertad más alta: la de vivir sin condenación, con propósito y con esperanza eterna. La Biblia dice en Juan 8:36: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (RV1960).
En el año 2013, una joven llamada Claire Lomas completó una maratón en Londres 16 días después de empezar. Estaba paralizada desde el pecho hacia abajo por un accidente, pero usó un exoesqueleto robótico. Cada paso era lento y doloroso, pero no se rindió. Cuando cruzó la meta, miles aplaudieron de pie. A veces, en la vida espiritual también tenemos que caminar heridos. No todos avanzan a la misma velocidad. Algunos necesitan más tiempo, más gracia, más ánimo. Pero lo importante no es la rapidez, sino la determinación. Dios no está evaluando cuán rápido corres, sino cuán fiel eres en el camino. Perseverar es caminar cuando ya no hay aplausos. Es seguir orando cuando parece que no hay respuesta. Es confiar cuando no ves avance. Tal vez tú también estás caminando con dificultad. No te compares con los demás. Solo da un paso más, con fe. Dios no mide velocidad; Él celebra tu perseverancia. La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (RV1960).
En el año 2019, en medio de las protestas en Hong Kong, un grupo de cristianos comenzó a cantar el himno “Canten Aleluya al Señor” en las calles. Sorprendentemente, las tensiones disminuyeron en aquellos momentos. El canto fue tan poderoso que incluso los medios lo llamaron “la canción que desarmó el caos”. En la Biblia, los muros de Jericó cayeron tras un grito de fe. Pablo y Silas cantaron en la cárcel, y las cadenas se rompieron. La alabanza no es solo música; es una declaración espiritual de quién es Dios, incluso cuando todo alrededor se tambalea. Cuando todo es incertidumbre, la alabanza es certeza. Cuando no tenemos control, tenemos una canción. Adorar no es negar el caos, sino declarar que hay un Rey sobre él. El canto que proviene de un corazón rendido tiene el poder de transformar atmósferas, calmar tormentas y fortalecer almas. Tal vez no puedas cambiar tu entorno hoy, pero puedes cambiar tu actitud. Por eso, adora, canta y declara quién es tu Dios, porque a veces, la alabanza es más poderosa que la protesta. La Biblia dice en Salmos 22:3: “Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel” (RV1960).
En el año 1956, durante los Juegos Olímpicos de Invierno en Cortina d'Ampezzo en Italia, la antorcha olímpica casi se apagó por una ventisca inesperada. Sin embargo, un atleta improvisó un escudo con su chaqueta, protegiéndola hasta llegar al estadio. Años después, al preguntarle por qué arriesgó tanto, respondió: “Porque esa llama no era solo fuego… era un mensaje”. De la misma manera, el fuego del Espíritu Santo en nuestra vida no debe apagarse por las tormentas externas. Pablo le dijo a Timoteo: “Aviva el fuego del don de Dios que está en ti”. A veces el viento de la crítica, la duda o el cansancio amenaza con apagar nuestro fervor. Pero cuando protegemos la llama con fe, oración y obediencia, Dios la mantiene viva. Las circunstancias adversas no apagan el llamado de Dios; lo refinan. Cada día tenemos la opción de reavivar o descuidar esa llama. Entonces, ¿Estás cultivando tu comunión con Dios? ¿Estás sirviendo con pasión o dejando que el frío de la indiferencia la apague? No importa cuán hostil sea tu entorno. Si la llama de Dios arde en ti, hay propósito. Cuídala. Protégela y deja que otros vean su luz. La Biblia dice en 2 Timoteo 1:6: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti...” (RV1960).
En el año 1972, durante los Juegos Paraolímpicos de Heidelberg, Alemania, una joven atleta llamada Neroli Fairhall compitió en tiro con arco desde su silla de ruedas. A pesar de quedar parapléjica por un accidente, no abandonó su sueño. Años más tarde, se convirtió en la primera atleta paralímpica en competir en unos Juegos Olímpicos convencionales. “Mi cuerpo cambió, pero mi espíritu se fortaleció”, dijo. Su historia inspiró a millones. En la vida, no siempre podemos controlar lo que perdemos, pero sí cómo respondemos. El Señor Jesús fue herido, traicionado y crucificado, pero no se rindió. Su cruz, símbolo de dolor, se convirtió en símbolo de redención. De igual forma, tus cicatrices pueden ser testimonio, no vergüenza. Lo que parecía tu límite, puede ser el inicio de tu llamado. Dios no descarta lo roto; él lo transforma. Por lo tanto, si hoy te sientes limitado, recuerda que tu historia no termina en el quebranto. En Cristo, comienza allí. La Biblia dice en 2 Corintios 12:9: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad...” (RV1960).
En el año 2011, tras el terremoto y tsunami en Japón, casi todo el bosque costero de Rikuzentakata fue arrasado. Más de 70,000 árboles desaparecieron... menos uno. Un pino solitario quedó en pie. Los sobrevivientes comenzaron a llamarlo “el Árbol Milagroso”. Aunque su raíz fue dañada, su imagen se convirtió en símbolo de esperanza para una nación en duelo. Por años, miles viajaron solo para verlo y recordar: “aún queda algo de pie”. Ese pino nos recuerda que, aunque la vida sacude con fuerza, el alma anclada en Dios no cae. El Señor Jesús dijo que el sabio edifica sobre la roca y aunque vengan vientos, no será derribado. Quizá perdiste mucho. Por ejemplo, relaciones, oportunidades, salud, etc. No obstante, si tu fe permanece, aún tienes todo para comenzar de nuevo, no por tus fuerzas, sino por la gracia que te sostiene. Por eso, si quedaste de pie, no es suerte, es propósito. Agradece, confía y vuelve a florecer. La Biblia dice en 2 Corintios 4:8–9: “Estamos atribulados... mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados... derribados, pero no destruidos” (RV1960).
En el año 2020, en una zona rural de Colombia, un profesor llamado Luis Soriano se hizo viral por llevar libros a niños en áreas remotas usando un burro llamado “Alfa”. En medio de la pandemia, cuando las escuelas cerraron y muchos perdieron acceso a la educación, él no se detuvo. Cruzó montañas y caminos peligrosos para leerles cuentos, enseñarles matemáticas y animarlos a soñar. Su proyecto, “Biblioburro”, inspiró a millones y fue reconocido por la UNESCO. Este hombre entendió algo fundamental: cuando uno tiene una misión, no espera las condiciones ideales, simplemente responde. El Señor Jesús predicó bajo el sol, en tormentas, en barcos y en casas ajenas. Nada lo detuvo, porque cuando hay compasión, siempre hay camino. Tú también tienes algo que compartir: tu fe, tus talentos y tu testimonio. No necesitas plataformas grandes, ni recursos ilimitados. Solo un corazón dispuesto. Así que no esperes el momento perfecto. Sirve hoy, donde estés. Dios usará lo poco para hacer mucho. La Biblia dice en Marcos 9:41: “Y cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre... no perderá su recompensa” (RV1960).
En el año 2012, en Filipinas, un joven llamado Ryan Mendoza fue noticia tras ganar una beca completa en una universidad de Manila. Al recibir su diploma, corrió al hospital donde su madre agonizaba por una enfermedad terminal. Con toga y birrete, le entregó el título y le dijo: “Tú hiciste esto posible”. Su madre murió minutos después sonriendo ante tal gesto. La imagen fue compartida miles de veces. Un periodista escribió: “Él no se olvidó de quién lo crio”. En una sociedad que promueve el olvido y la independencia sin gratitud, actos como este conmueven y confrontan, porque el verdadero amor honra. El Señor Jesús, incluso desde la cruz, pensó en Su madre. La encomendó a Juan, asegurando que no quedara sola. Aun en Su dolor, cuidó de ella. De igual manera, Dios nos llama a honrar, agradecer, y recordar con amor a quienes han marcado nuestra vida. Por lo tanto, ser agradecidos es también una forma de adorar. Por eso, no esperes a los funerales para honrar. Hazlo hoy con palabras, gestos y decisiones que muestren tu gratitud. La Biblia dice en Éxodo 20:12: “Honra a tu padre y a tu madre... para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová Dios te da...” (RV1960).
En el año 2011, un devastador tornado azotó la ciudad de Birmingham, Alabama. Entre los escombros, rescatistas hallaron a una madre gravemente herida que había usado su cuerpo como escudo para proteger a sus tres hijos, a quienes abrazó hasta que el viento cesó y sobrevivieron. Cuando despertó en el hospital, lo primero que preguntó fue: “¿Mis hijos están bien?”. Uno de ellos testificó: “Ella fue nuestro refugio cuando todo se desmoronaba”. Ese es el amor que refleja, en pequeña escala, el amor de Dios por nosotros. Él no siempre evita la tormenta, pero sí nos cubre en medio de ella. El Señor Jesús no prometió una vida sin pruebas, pero aseguró que nunca nos dejaría. David lo entendió cuando escribió: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Esa presencia cambia todo. Por lo tanto, si estás atravesando un momento de crisis, no olvides que debajo de las alas de Dios hay refugio, paz y protección. Él te cubre, incluso cuando no lo ves. La Biblia dice en Salmos 91:4: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro...” (RV1960).
En el año 2020, una familia inglesa recibió por correo una carta fechada en 1943. Fue escrita por un soldado durante la Segunda Guerra Mundial y dirigida a su madre. Nunca llegó por causa de un bombardeo, pero fue hallada en un antiguo almacén postal. La carta hablaba del deseo del soldado de volver a casa. La madre ya había muerto, pero la carta fue entregada a su nieta, quien entre lágrimas dijo: “Es como si su voz cruzara el tiempo para recordarnos que no todo está perdido”. De igual manera, las promesas de Dios nunca se pierden. Aunque parezca que se han demorado, llegarán a su destino. Su Palabra no expira. Su fidelidad no se oxida. Sus planes siguen vigentes, incluso cuando no vemos señales. El Señor Jesús vino al mundo siglos después de las profecías, pero vino. Aún hoy, Él sigue cumpliendo promesas a aquellos que esperan en fe. Por lo tanto, si sientes que tu oración no ha sido respondida, no desistas. Dios sabe cuándo, cómo y por qué. La Biblia dice en 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda su promesa... sino que es paciente para con nosotros” (RV1960).
En el año 2011, tras el devastador terremoto que sacudió Christchurch, Nueva Zelanda, una comunidad entera encontró consuelo en un gesto sencillo pero poderoso que fue colocar flores en el río Avon. Esta iniciativa, llamada Río de Flores, nació espontáneamente como una forma de recordar a las víctimas y afirmar que la esperanza aún florece. Miles participaron, arrojando flores al agua o dejándolas entre los escombros. Un periódico local tituló: “Una ciudad herida lanza flores al río... y al futuro”. Ese acto no cambió la devastación, pero sí transformó el dolor en un símbolo de vida, porque cuando todo se desmorona, aún es posible plantar belleza. El Señor Jesús, incluso desde la cruz, sembró compasión. Mientras sufría, ofreció perdón, cuidado y promesa de vida eterna. Tú también puedes hacer eso. No necesitas tener todas las respuestas, pero puedes ofrecer actos sencillos de fe. Por ejemplo, una palabra, una oración, una flor, etc. Dios puede usar lo pequeño para recordar lo eterno. Así que si estás rodeado de ruinas, no te rindas. Planta esperanza. El cielo la verá. La Biblia dice en Habacuc 3:17–18: “Aunque la higuera no florezca y en la vides no haya fruto... con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (RV1960).
En el año 1992, Dinamarca no tenía planeado jugar la Eurocopa. Su selección no había clasificado. Sin embargo, a días de iniciar el torneo, fue llamada para reemplazar a Yugoslavia, que fue descalificada por conflictos políticos. Los jugadores estaban en vacaciones, sin entrenar, sin ilusiones, pero aceptaron. Contra todo pronóstico, vencieron a Francia, luego a Holanda y en la final, derrotaron a Alemania. Siendo campeones de Europa. Un jugador dijo: “No estábamos listos, pero estuvimos disponibles”. De igual forma, el Reino de Dios no se mueve por méritos humanos, sino por corazones dispuestos. El Señor Jesús llamó a pescadores, a cobradores de impuestos, a jóvenes sin renombre. No eran los mejores capacitados, pero fueron los primeros en seguirlo. Quizá no te sientes listo(a). Tal vez crees que no sabes lo suficiente o que fallaste demasiado. Pero Dios no te llama porque eres perfecto; te llama porque quiere usarte. Así que, si Él abre una puerta hoy, no respondas con excusas. Responde con fe. Disponibilidad vale más que habilidad. La Biblia dice en Isaías 6:8: “Entonces oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré...? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (RV1960).
En el año 2019, una iglesia cristiana fue atacada durante la celebración del domingo de resurrección. Decenas murieron. Entre los sobrevivientes estaba un joven músico que, días después, regresó al templo destruido y tocó el piano entre cenizas. Interpretó un himno que decía: “Aun cuando no lo veo, estás obrando”. Su gesto silencioso fue transmitido por todo el mundo. “Nos pueden quitar todo”, dijo, “menos la fe”. Ese testimonio nos recuerda que la fe verdadera no depende de las circunstancias, sino de la convicción. El Señor Jesús, en Su resurrección, no prometió comodidad, sino victoria. Prometió que Su presencia permanecería... incluso en medio del fuego. En la Biblia, los tres jóvenes en el horno ardiente no fueron librados del fuego, sino en el fuego y allí, alguien más apareció con ellos. Dios no siempre nos saca del fuego, pero siempre entra con nosotros. Por eso, si tu altar está entre ruinas, no dejes de adorar. Porque aún allí, Su gloria desciende. La Biblia dice en Isaías 43:2: “Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (RV1960).
En el año 1985, un joven violinista llamado Joshua Bell tocó con su Stradivarius en el metro de Washington D.C., disfrazado como un músico callejero. Miles pasaron sin notar quién era. Solo siete personas se detuvieron. Días antes, él había llenado un teatro con entradas de más de $100 cada una. Su música era la misma, pero el ambiente la hizo invisible. Un crítico escribió: “A veces lo más sublime pasa desapercibido por el ruido de la vida”. De la misma manera, la voz de Dios a menudo no se escucha porque estamos demasiado ocupados, distraídos o llenos de ruido interior. El Señor Jesús buscaba lugares apartados para orar. Elías lo oyó en un silbo apacible y aún hoy, Dios sigue hablando... pero pocos se detienen a escuchar. Quizá estás esperando una señal, pero lo que necesitas es silencio. No de Dios, sino tuyo. Apaga el ruido. Haz una pausa. Allí, en lo quieto, hallarás dirección, consuelo y propósito. La Biblia dice en Salmos 46:10: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios...” (RV1960).
En el año 1812, durante el ataque británico al fuerte McHenry en Baltimore, los soldados estadounidenses resistieron por horas bajo fuego constante. Al amanecer, los enemigos esperaban ver la bandera destruida. Sin embargo, aún ondeaba, sostenida por los sobrevivientes. Ese momento inspiró a Francis Scott Key a escribir lo que hoy es el himno nacional de los Estados Unidos. La bandera no representaba solo una nación, sino una fe firme en medio del fuego. Así también, la fe del creyente no es frágil si está anclada en el Señor Jesús. Las tormentas pueden arremeter, pero no deben derribarnos. El sufrimiento puede doler, pero no apagar nuestra confianza. Cuando todo se ve oscuro, la fe firme sigue ondeando. El apóstol Pablo escribió desde la cárcel sobre gozo. El profeta Habacuc cantó mientras todo a su alrededor colapsaba y el Señor Jesús confió en el Padre incluso desde la cruz. Por eso, si hoy estás bajo ataque, recuerda: “la bandera de tu fe no se quema. Se fortalece en la prueba”. La Biblia dice en 1 Pedro 1:7: “...la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro... sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (RV1960).
En el año 2018, un joven en Argentina robó el bolso de una mujer mayor. Al huir, tropezó y fue capturado por vecinos. Lo que ocurrió después sorprendió a todos: la mujer robada se acercó, lo abrazó y le dijo: “Yo también me equivoqué muchas veces. Dios puede darte otra oportunidad”. Ella no presentó cargos. Días después, él regresó a pedir perdón y comenzó a asistir a la iglesia de la mujer. Cuando le preguntaron qué lo cambió, respondió: “Fue ese abrazo. Nunca nadie me trató así”. De la misma manera, el Señor Jesús extendió Su gracia a personas rotas. No les gritó, no los rechazó. Les habló con ternura, con verdad, y con una segunda oportunidad. Al ladrón en la cruz, le dio el paraíso. A la mujer sorprendida en adulterio, le regaló perdón y futuro. La gracia no ignora el pecado, pero ofrece redención. Por lo tanto, cuando tú y yo decidimos actuar con esa misma compasión, participamos del milagro del cambio. De modo que, si tienes la oportunidad de extender misericordia, hazlo. Tal vez ese gesto sencillo cambie un destino. La Biblia dice en Romanos 2:4: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad... ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (RV1960).
En el año 2004, tras el devastador tsunami en Asia, rescatistas encontraron a un niño pequeño en la costa de Sri Lanka. Estaba solo, cubierto de lodo, pero ileso. Cuando lo alzaron, tenía las manos juntas en oración. Uno de los médicos dijo: “Estaba orando cuando lo hallamos. Lo primero que dijo fue: ‘¿Dios me escuchó?'”. Sí. Dios escucha. Incluso el susurro más débil en medio del desastre llega a Su trono. El Señor Jesús escuchó el clamor de ciegos en multitudes, de madres angustiadas y de ladrones en la cruz. Él nunca está distraído. Su oído no está cerrado. Su corazón no está lejos. La oración no necesita palabras perfectas, solo un corazón sincero. A veces no tienes fuerzas para hablar, pero puedes susurrar. A veces no sabes qué decir, pero puedes llorar y aun así, Dios responde. Por eso, si te sientes a la deriva, sin fuerzas, ni palabras, solo ora. Donde hay oración, hay esperanza. Y donde hay esperanza, hay vida. La Biblia dice en Salmos 34:17: “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (RV1960).
En el año 2003, un grupo de arqueólogos encontró una antigua fortaleza en medio del desierto en Jordania. Entre las grietas de sus muros desgastados, crecía una rosa roja, viva y vibrante. A pesar del clima extremo, la flor había echado raíces en la roca. Un periodista que documentó el hallazgo escribió: “No hay terreno estéril para la vida cuando la raíz es profunda”. De la misma manera, en el terreno seco de nuestras vidas, el Señor Jesús puede hacer florecer algo nuevo. Donde otros ven ruina, Él ve potencial. Donde tú ves abandono, Él ve propósito. La Palabra dice que Él “hace florecer el desierto como la rosa”. No importa cuán reseco esté tu corazón. Su Espíritu puede hacer brotar belleza en medio del quebranto. Por eso, si te sientes árido, no pierdas la fe. El jardín que Dios planea no necesita condiciones perfectas, solo un corazón dispuesto. Lo que parece una grieta puede ser la cuna de Su gloria. La Biblia dice en Isaías 35:1: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa” (RV1960).
En el año 1995, durante un acto de reconciliación en Sudáfrica, Nelson Mandela invitó a su carcelero a sentarse en primera fila de su toma de posesión como presidente. Al final del evento, lo abrazó públicamente. Aquel hombre había sido parte del sistema que lo oprimió por 27 años. Sin embargo, Mandela eligió perdonar. Su gesto no fue solo político, fue espiritual. “El odio es una prisión”, declaró. “El perdón es libertad”. De la misma manera, el perdón no se basa en la justicia humana, sino en la gracia divina. El Señor Jesús perdonó desde la cruz. No esperó que lo merecieran. No exigió explicación. Simplemente amó. Cuando decides perdonar, no estás excusando el mal, sino eligiendo vivir libre del peso que te encadena. No solo bendices al otro, sanas tu propio corazón. Por lo tanto, si llevas una carga de rencor, permite que Dios te libere. Tal vez el acto más poderoso que hagas esta semana no sea predicar, sino perdonar. La Biblia dice en Colosenses 3:13: “...soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros... De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (RV1960).
En el año 2010, durante una competencia atlética en España, un corredor cayó lesionado a pocos metros de la meta. Se agarró la pierna con dolor y lágrimas. De pronto, desde las gradas, un hombre saltó las vallas, corrió hacia él y lo ayudó a levantarse. Era su padre. Lo abrazó y lo acompañó hasta cruzar la línea final. El público aplaudió de pie. El atleta dijo después: “No gané la medalla… pero crucé con mi papá”. Así también es el amor del Padre celestial. Cuando caemos, no se queda en las gradas. Desciende. Nos levanta. Nos abraza y camina con nosotros hasta el final. El Señor Jesús lo llamó “Abba”, un término íntimo que significa “Papá”. En un mundo con tantas heridas paternales, Dios se presenta como el Padre que no falla, no abandona, no castiga por rencor, sino que disciplina por amor. Por eso, hoy en el Día del Padre, honra a quien te crio, recuerda a quien te formó, y si tu padre ya no está o fue ausente, vuelve tu corazón al único Padre eterno: Dios La Biblia dice en Salmos 103:13: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (RV1960).
En el año 2019, una joven llamada Sarah intentó quitarse la vida. Justo cuando estaba por hacerlo, su teléfono sonó. Era un número desconocido. Atendió con desesperación. Era una voluntaria de una línea de oración que había marcado mal el número. Al oír la voz quebrada de Sarah, supo que no era un error. Oró con ella durante casi una hora. Esa llamada “accidental” cambió su historia. Hoy, Sarah comparte su testimonio como sobreviviente y seguidora del Señor Jesús. De la misma manera, Dios tiene formas misteriosas y precisas de intervenir. A veces no lo vemos venir. Puede ser una canción en la radio, una conversación en el pasillo, o un mensaje inesperado. Nada es casualidad cuando Dios está obrando. El Señor Jesús encontró a personas en pozos, caminos, sinagogas y playas. Nunca llegó tarde. Siempre llegó justo a tiempo. Así también quiere encontrarse contigo y usarte para alcanzar a otros. Por eso, si hoy sientes un impulso de llamar, servir o simplemente estar presente, no lo ignores. Tal vez Dios quiere usarte para interrumpir la oscuridad de alguien. La Biblia dice en Romanos 11:33: “¡Oh profundidad de las riquezas... cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (RV1960).
En el año 1940, durante un ataque aéreo en Londres, una casa fue reducida a escombros. Días después, los rescatistas encontraron entre los restos una Biblia abierta, sin una sola quemadura, en medio de vigas carbonizadas. Estaba abierta en el Salmo 46. La historia fue publicada por el London Times como “el libro que ni el fuego logró destruir”. Muchos dijeron que era una simple coincidencia, pero para quienes creían, fue una señal viva de esperanza. La Palabra de Dios ha sobrevivido persecuciones, censuras, guerras y dictaduras. Lo han intentado quemar, esconder y silenciar. Pero sigue de pie, transformando vidas en cada generación. No es un libro común. Es la voz viva de Dios. De la misma manera, cuando tu vida parece estar en ruinas, la Palabra permanece. Cuando las circunstancias te golpean, ella te sostiene. Cuando todo lo demás falla, la promesa de Dios sigue firme. Por lo tanto, no descuides tu tiempo con la Biblia. En ella encontrarás la verdad que no se quema, no cambia y no falla. La Biblia dice en Mateo 24:35: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (RV1960).
En el año 1935, durante una epidemia de fiebre tifoidea en China, un joven médico misionero llamado Paul Carlson se ofreció como voluntario en un pueblo abandonado por el miedo. No había recursos, ni hospitales, ni seguridad. Sin embargo, él permaneció allí para atender enfermos, aun sabiendo que podría contagiarse. Muchos sobrevivieron gracias a sus cuidados, y cuando finalmente murió, fue enterrado como un héroe. Un anciano de la aldea dijo: “Nunca había visto a alguien amar tanto sin pedir nada”. De la misma manera, el amor verdadero se demuestra cuando se da, no cuando se recibe. El Señor Jesús lavó pies, tocó leprosos y lloró con los dolientes. Su compasión no fue selectiva ni condicionada; fue total y visible. Hoy, más que nunca, el mundo necesita personas dispuestas a amar con acciones. Tal vez no se te pida ir a una zona de guerra, pero sí perdonar al que te hirió, visitar al que está solo o servir al que no puede devolverte el favor. Recuerda: tu amor visible puede ser la medicina que alguien está esperando. La Biblia dice en Juan 13:35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (RV1960).
“Si Dios ya ha respondido todas tus oraciones, ha puesto a prueba tu fe. Si todavía no lo ha hecho, está probando tu paciencia”. ¿Cuántas veces esta afirmación se manifiesta en nuestras vidas? Creo que muchas veces. Clamamos una y otra vez, pero parece que no hay respuesta. Nuestras oraciones parecen no traspasar el techo y nos sentimos desamparados, desprotegidos y angustiados. Esperamos un sí inmediato, pero nos encontramos con un constante no. Confiamos, esperamos, pero parece que nada sucede. La verdad es que algo está sucediendo. Dios está obrando. Él está presente y no nos ha olvidado. El salmista pasó por muchas situaciones similares: clamó, esperó desesperadamente, se frustró constantemente y se quejó continuamente. Sin embargo, llegó a la conclusión de que “Pacientemente había esperado a Jehová y Él se había inclinado hacia él” (Salmo 40:1). Por eso, la próxima vez que sientas que tus oraciones no son escuchadas, recuerda que Dios está realizando tres cosas: “poniendo a prueba tu fe, moldeando tu carácter y obrando a tu favor, incluso cuando tú no lo percibas así”. La Biblia dice en Salmos 34:19-20 “La persona íntegra enfrenta muchas dificultades, pero el Señor llega al rescate en cada ocasión. Pues el Señor protege los huesos de los justos; ¡ni uno solo es quebrado!” (TLA).
En el año 2010, treinta y tres mineros quedaron atrapados a más de 600 metros bajo tierra en la mina San José, en Chile. Por 69 días, vivieron sin saber si saldrían con vida. Sin embargo, durante ese tiempo, oraban, cantaban himnos y leían la Biblia que les enviaron por un tubo de rescate. Cuando finalmente emergieron, uno de ellos exclamó: “Estuvimos con Dios y con el diablo... y Dios ganó”. De la misma manera, hay temporadas en la vida en las que sentimos que estamos sepultados por el dolor, la soledad o la desesperanza. Pero el Señor Jesús no se quedó en la tumba; resucitó para recordarnos que en Él, la última palabra nunca la tiene la oscuridad. Por lo tanto, si te sientes enterrado por las circunstancias, levanta la mirada. Dios no ha terminado contigo. Su poder puede levantarte del abismo más profundo. Confía. Clama. Espera. Él está obrando, incluso cuando todo parece perdido. La Biblia dice en Juan 11:25: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (RV1960).