Podcast by Dr. Rolando D. Aguirre
En el año 2005, en Texas, un hombre condenado a muerte por asesinato pidió hablar con un capellán semanas antes de su ejecución. Entregó su vida a Jesús, pidió ser bautizado y escribió cartas de perdón a los familiares de sus víctimas. Una de ellas respondió públicamente: “No sé si puedo perdonarte, pero sé que Dios puede y si Él lo hizo, no me opongo”. Aquel hombre murió con paz. Su historia fue documentada por el ministerio que lo acompañó hasta el final. El testimonio conmovió a miles y fue usado por Dios para hablar de Su gracia escandalosa. El ladrón en la cruz fue salvo en sus últimos minutos. No importa cuán lejos hayas ido, si hay arrepentimiento sincero, hay redención segura. No dejes para mañana lo que hoy puedes entregar a Dios y si sientes que ya es tarde, recuerda: mientras hay vida, hay esperanza. La gracia no tiene horario de oficina. Llega tarde… pero llega. La Biblia dice en Lucas 23:43: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (RV1960).
En el año 2020, en plena pandemia de COVID-19, una enfermera italiana llamada Arianna escribió una carta abierta desde una UCI saturada en Milán. En ella narraba su agotamiento, sus miedos y su fe. Publicada en un diario local, fue traducida a más de diez idiomas y replicada en medios de todo el mundo. Terminaba diciendo: “No sé cómo terminará esta historia, pero sé que no estoy sola. Dios está conmigo”. No necesitas un púlpito para predicar. A veces, tu testimonio vivido con autenticidad y fe puede impactar más que mil sermones. En medio del caos, Arianna eligió confiar. Su carta se convirtió en refugio y consuelo para miles que también estaban luchando. El apóstol Pablo dijo que los creyentes somos “cartas abiertas”. Lo que escribimos con nuestras decisiones, actitudes y palabras es leído por quienes nos rodean. ¿Qué está leyendo el mundo a través de ti? ¿Qué carta estás escribiendo con tu fe? La Biblia dice en 2 Corintios 3:2: “Nuestras cartas sois vosotros… escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres” (RV1960).
En el año 2017, un niño de siete años en São Paulo, Brasil, compartió su lonchera con un compañero que lloraba por hambre. Al llegar a casa, le contó a su madre y le pidió llevar comida extra al día siguiente. El gesto fue notado por los maestros, quienes lo destacaron como ejemplo de empatía. Pronto, la historia se difundió por redes sociales y medios, recordando al mundo que el amor verdadero empieza en lo pequeño. Así también, el Señor Jesús multiplicó panes gracias a un niño que ofreció lo poco que tenía. No fue la cantidad lo que causó el milagro, sino la disposición. Su acto quedó registrado para siempre en el Evangelio como testimonio de que Dios puede hacer mucho con poco. Nunca subestimes lo que Dios puede hacer a través de tu generosidad. Un pequeño acto de amor puede transformar el día e incluso el destino de alguien. Tu merienda puede parecer pequeña, pero en las manos de Dios, alimenta multitudes. Ofrece tu tiempo, tus dones, tus recursos. Él hará lo imposible. La Biblia dice en Juan 6:9: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes… pero ¿qué es esto para tantos?” (RV1960).
En el año 2022, durante una cena de Acción de Gracias en Nueva York, una familia dejó intencionalmente una silla vacía en honor a su hijo militar desplegado en el extranjero. No era solo un gesto simbólico. Antes de cenar, oraron por él y por todos los ausentes. El acto fue visto por una vecina que replicó la idea en su iglesia. Pronto, cientos lo imitaron en sus comunidades como símbolo de memoria, amor y esperanza. A veces, una ausencia enseña más que mil palabras. Nos recuerda a quién extrañamos, pero también a quién esperamos. El Señor Jesús habló de Su regreso y nos enseñó a vivir con una “silla preparada” para Él: un corazón atento, una vida ordenada y una fe activa. Cada vez que dejamos espacio para Dios en nuestra rutina, en nuestra mesa, en nuestra conversación, estamos recordando que no todo está completo sin Él y al mismo tiempo, abrimos lugar para reconciliarnos con aquellos que hemos distanciado. ¿Hay alguna “silla vacía” en tu vida que debas llenar con oración, perdón o expectativa santa? Hoy puede ser el día para hacerlo. La Biblia dice en Apocalipsis 3:20: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo…” (RV1960).
En el año 1945, durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, soldados alemanes y estadounidenses se encontraron en un pequeño pueblo de Checoslovaquia. En vez de enfrentarse, decidieron construir un puente improvisado para evacuar civiles atrapados entre los frentes. Compartieron herramientas, madera y esfuerzo. Uno de los soldados escribió en su diario: “Ese día no fuimos enemigos… fuimos humanos”. Años después, algunos de ellos mantuvieron correspondencia como amigos. Esa historia poco conocida muestra que, incluso en medio de conflictos, la humanidad puede prevalecer cuando hay compasión. Así también, el Señor Jesús nos llama a ser pacificadores. No fuimos salvados para levantar muros, sino para tender puentes. El Evangelio reconcilia, sana y restaura. En Cristo, ya no hay barreras entre judíos y gentiles, entre culturas o historias. Somos un solo cuerpo. Si hay alguien con quien debes reconciliarte, da el primer paso. La paz no es pasividad, es una decisión activa y a veces valiente. Es un puente con nombre: gracia. La Biblia dice en Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (RV1960).
En el año 1890, Vincent Van Gogh pintó “Campo de trigo con cuervos”, una de sus últimas obras antes de morir. Aunque luchaba con depresión, su pintura reflejaba cielo, esperanza y movimiento. Cuando le preguntaron qué lo inspiró, dijo: “Veo más con el alma que con los ojos”. La fe también nos invita a ver lo invisible. Hebreos dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Aun cuando todo parezca oscuro, el creyente ve promesa. Aun cuando hay ruina, ve redención. Mirar con los ojos del Espíritu es recordar que el poder de Dios no está limitado a lo tangible. Es creer que detrás del silencio hay propósito. Que en medio del sufrimiento, hay redención. No te dejes llevar solo por lo visible. Mira con los ojos de la fe. Porque lo que ves no siempre define tu realidad. Dios obra más allá de lo aparente. La Biblia dice en 2 Corintios 5:7: “porque por fe andamos, no por vista” (RV1960).
El 4 de julio se celebra la independencia de los Estados Unidos, un día que conmemora la libertad nacional. Pero hay una libertad aún más profunda: la que solo Cristo puede dar. En 1830, un hombre llamado George Wilson fue sentenciado a muerte en EE. UU., pero recibió un perdón presidencial. Increíblemente, lo rechazó. La Corte Suprema falló que un perdón no tiene efecto si no es aceptado. Así también, el Señor Jesús murió para ofrecernos libertad del pecado, pero ese regalo debe ser recibido. La cruz es el decreto, pero la fe es la llave que abre la celda. No basta con saber que hay perdón. Hay que abrazarlo. La verdadera libertad no es hacer lo que quiero, sino poder hacer lo correcto gracias al poder de Cristo. No es independencia de todo, sino dependencia de Aquel que libera. Hoy, mientras muchos celebran independencia, celebra tú la libertad más alta: la de vivir sin condenación, con propósito y con esperanza eterna. La Biblia dice en Juan 8:36: “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres” (RV1960).
En el año 2013, una joven llamada Claire Lomas completó una maratón en Londres 16 días después de empezar. Estaba paralizada desde el pecho hacia abajo por un accidente, pero usó un exoesqueleto robótico. Cada paso era lento y doloroso, pero no se rindió. Cuando cruzó la meta, miles aplaudieron de pie. A veces, en la vida espiritual también tenemos que caminar heridos. No todos avanzan a la misma velocidad. Algunos necesitan más tiempo, más gracia, más ánimo. Pero lo importante no es la rapidez, sino la determinación. Dios no está evaluando cuán rápido corres, sino cuán fiel eres en el camino. Perseverar es caminar cuando ya no hay aplausos. Es seguir orando cuando parece que no hay respuesta. Es confiar cuando no ves avance. Tal vez tú también estás caminando con dificultad. No te compares con los demás. Solo da un paso más, con fe. Dios no mide velocidad; Él celebra tu perseverancia. La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (RV1960).
En el año 2019, en medio de las protestas en Hong Kong, un grupo de cristianos comenzó a cantar el himno “Canten Aleluya al Señor” en las calles. Sorprendentemente, las tensiones disminuyeron en aquellos momentos. El canto fue tan poderoso que incluso los medios lo llamaron “la canción que desarmó el caos”. En la Biblia, los muros de Jericó cayeron tras un grito de fe. Pablo y Silas cantaron en la cárcel, y las cadenas se rompieron. La alabanza no es solo música; es una declaración espiritual de quién es Dios, incluso cuando todo alrededor se tambalea. Cuando todo es incertidumbre, la alabanza es certeza. Cuando no tenemos control, tenemos una canción. Adorar no es negar el caos, sino declarar que hay un Rey sobre él. El canto que proviene de un corazón rendido tiene el poder de transformar atmósferas, calmar tormentas y fortalecer almas. Tal vez no puedas cambiar tu entorno hoy, pero puedes cambiar tu actitud. Por eso, adora, canta y declara quién es tu Dios, porque a veces, la alabanza es más poderosa que la protesta. La Biblia dice en Salmos 22:3: “Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel” (RV1960).
En el año 1956, durante los Juegos Olímpicos de Invierno en Cortina d'Ampezzo en Italia, la antorcha olímpica casi se apagó por una ventisca inesperada. Sin embargo, un atleta improvisó un escudo con su chaqueta, protegiéndola hasta llegar al estadio. Años después, al preguntarle por qué arriesgó tanto, respondió: “Porque esa llama no era solo fuego… era un mensaje”. De la misma manera, el fuego del Espíritu Santo en nuestra vida no debe apagarse por las tormentas externas. Pablo le dijo a Timoteo: “Aviva el fuego del don de Dios que está en ti”. A veces el viento de la crítica, la duda o el cansancio amenaza con apagar nuestro fervor. Pero cuando protegemos la llama con fe, oración y obediencia, Dios la mantiene viva. Las circunstancias adversas no apagan el llamado de Dios; lo refinan. Cada día tenemos la opción de reavivar o descuidar esa llama. Entonces, ¿Estás cultivando tu comunión con Dios? ¿Estás sirviendo con pasión o dejando que el frío de la indiferencia la apague? No importa cuán hostil sea tu entorno. Si la llama de Dios arde en ti, hay propósito. Cuídala. Protégela y deja que otros vean su luz. La Biblia dice en 2 Timoteo 1:6: “Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti...” (RV1960).
En el año 1972, durante los Juegos Paraolímpicos de Heidelberg, Alemania, una joven atleta llamada Neroli Fairhall compitió en tiro con arco desde su silla de ruedas. A pesar de quedar parapléjica por un accidente, no abandonó su sueño. Años más tarde, se convirtió en la primera atleta paralímpica en competir en unos Juegos Olímpicos convencionales. “Mi cuerpo cambió, pero mi espíritu se fortaleció”, dijo. Su historia inspiró a millones. En la vida, no siempre podemos controlar lo que perdemos, pero sí cómo respondemos. El Señor Jesús fue herido, traicionado y crucificado, pero no se rindió. Su cruz, símbolo de dolor, se convirtió en símbolo de redención. De igual forma, tus cicatrices pueden ser testimonio, no vergüenza. Lo que parecía tu límite, puede ser el inicio de tu llamado. Dios no descarta lo roto; él lo transforma. Por lo tanto, si hoy te sientes limitado, recuerda que tu historia no termina en el quebranto. En Cristo, comienza allí. La Biblia dice en 2 Corintios 12:9: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad...” (RV1960).
En el año 2011, tras el terremoto y tsunami en Japón, casi todo el bosque costero de Rikuzentakata fue arrasado. Más de 70,000 árboles desaparecieron... menos uno. Un pino solitario quedó en pie. Los sobrevivientes comenzaron a llamarlo “el Árbol Milagroso”. Aunque su raíz fue dañada, su imagen se convirtió en símbolo de esperanza para una nación en duelo. Por años, miles viajaron solo para verlo y recordar: “aún queda algo de pie”. Ese pino nos recuerda que, aunque la vida sacude con fuerza, el alma anclada en Dios no cae. El Señor Jesús dijo que el sabio edifica sobre la roca y aunque vengan vientos, no será derribado. Quizá perdiste mucho. Por ejemplo, relaciones, oportunidades, salud, etc. No obstante, si tu fe permanece, aún tienes todo para comenzar de nuevo, no por tus fuerzas, sino por la gracia que te sostiene. Por eso, si quedaste de pie, no es suerte, es propósito. Agradece, confía y vuelve a florecer. La Biblia dice en 2 Corintios 4:8–9: “Estamos atribulados... mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados... derribados, pero no destruidos” (RV1960).
En el año 2020, en una zona rural de Colombia, un profesor llamado Luis Soriano se hizo viral por llevar libros a niños en áreas remotas usando un burro llamado “Alfa”. En medio de la pandemia, cuando las escuelas cerraron y muchos perdieron acceso a la educación, él no se detuvo. Cruzó montañas y caminos peligrosos para leerles cuentos, enseñarles matemáticas y animarlos a soñar. Su proyecto, “Biblioburro”, inspiró a millones y fue reconocido por la UNESCO. Este hombre entendió algo fundamental: cuando uno tiene una misión, no espera las condiciones ideales, simplemente responde. El Señor Jesús predicó bajo el sol, en tormentas, en barcos y en casas ajenas. Nada lo detuvo, porque cuando hay compasión, siempre hay camino. Tú también tienes algo que compartir: tu fe, tus talentos y tu testimonio. No necesitas plataformas grandes, ni recursos ilimitados. Solo un corazón dispuesto. Así que no esperes el momento perfecto. Sirve hoy, donde estés. Dios usará lo poco para hacer mucho. La Biblia dice en Marcos 9:41: “Y cualquiera que os dé un vaso de agua en mi nombre... no perderá su recompensa” (RV1960).
En el año 2012, en Filipinas, un joven llamado Ryan Mendoza fue noticia tras ganar una beca completa en una universidad de Manila. Al recibir su diploma, corrió al hospital donde su madre agonizaba por una enfermedad terminal. Con toga y birrete, le entregó el título y le dijo: “Tú hiciste esto posible”. Su madre murió minutos después sonriendo ante tal gesto. La imagen fue compartida miles de veces. Un periodista escribió: “Él no se olvidó de quién lo crio”. En una sociedad que promueve el olvido y la independencia sin gratitud, actos como este conmueven y confrontan, porque el verdadero amor honra. El Señor Jesús, incluso desde la cruz, pensó en Su madre. La encomendó a Juan, asegurando que no quedara sola. Aun en Su dolor, cuidó de ella. De igual manera, Dios nos llama a honrar, agradecer, y recordar con amor a quienes han marcado nuestra vida. Por lo tanto, ser agradecidos es también una forma de adorar. Por eso, no esperes a los funerales para honrar. Hazlo hoy con palabras, gestos y decisiones que muestren tu gratitud. La Biblia dice en Éxodo 20:12: “Honra a tu padre y a tu madre... para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová Dios te da...” (RV1960).
En el año 2011, un devastador tornado azotó la ciudad de Birmingham, Alabama. Entre los escombros, rescatistas hallaron a una madre gravemente herida que había usado su cuerpo como escudo para proteger a sus tres hijos, a quienes abrazó hasta que el viento cesó y sobrevivieron. Cuando despertó en el hospital, lo primero que preguntó fue: “¿Mis hijos están bien?”. Uno de ellos testificó: “Ella fue nuestro refugio cuando todo se desmoronaba”. Ese es el amor que refleja, en pequeña escala, el amor de Dios por nosotros. Él no siempre evita la tormenta, pero sí nos cubre en medio de ella. El Señor Jesús no prometió una vida sin pruebas, pero aseguró que nunca nos dejaría. David lo entendió cuando escribió: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”. Esa presencia cambia todo. Por lo tanto, si estás atravesando un momento de crisis, no olvides que debajo de las alas de Dios hay refugio, paz y protección. Él te cubre, incluso cuando no lo ves. La Biblia dice en Salmos 91:4: “Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro...” (RV1960).
En el año 2020, una familia inglesa recibió por correo una carta fechada en 1943. Fue escrita por un soldado durante la Segunda Guerra Mundial y dirigida a su madre. Nunca llegó por causa de un bombardeo, pero fue hallada en un antiguo almacén postal. La carta hablaba del deseo del soldado de volver a casa. La madre ya había muerto, pero la carta fue entregada a su nieta, quien entre lágrimas dijo: “Es como si su voz cruzara el tiempo para recordarnos que no todo está perdido”. De igual manera, las promesas de Dios nunca se pierden. Aunque parezca que se han demorado, llegarán a su destino. Su Palabra no expira. Su fidelidad no se oxida. Sus planes siguen vigentes, incluso cuando no vemos señales. El Señor Jesús vino al mundo siglos después de las profecías, pero vino. Aún hoy, Él sigue cumpliendo promesas a aquellos que esperan en fe. Por lo tanto, si sientes que tu oración no ha sido respondida, no desistas. Dios sabe cuándo, cómo y por qué. La Biblia dice en 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda su promesa... sino que es paciente para con nosotros” (RV1960).
En el año 2011, tras el devastador terremoto que sacudió Christchurch, Nueva Zelanda, una comunidad entera encontró consuelo en un gesto sencillo pero poderoso que fue colocar flores en el río Avon. Esta iniciativa, llamada Río de Flores, nació espontáneamente como una forma de recordar a las víctimas y afirmar que la esperanza aún florece. Miles participaron, arrojando flores al agua o dejándolas entre los escombros. Un periódico local tituló: “Una ciudad herida lanza flores al río... y al futuro”. Ese acto no cambió la devastación, pero sí transformó el dolor en un símbolo de vida, porque cuando todo se desmorona, aún es posible plantar belleza. El Señor Jesús, incluso desde la cruz, sembró compasión. Mientras sufría, ofreció perdón, cuidado y promesa de vida eterna. Tú también puedes hacer eso. No necesitas tener todas las respuestas, pero puedes ofrecer actos sencillos de fe. Por ejemplo, una palabra, una oración, una flor, etc. Dios puede usar lo pequeño para recordar lo eterno. Así que si estás rodeado de ruinas, no te rindas. Planta esperanza. El cielo la verá. La Biblia dice en Habacuc 3:17–18: “Aunque la higuera no florezca y en la vides no haya fruto... con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (RV1960).
En el año 1992, Dinamarca no tenía planeado jugar la Eurocopa. Su selección no había clasificado. Sin embargo, a días de iniciar el torneo, fue llamada para reemplazar a Yugoslavia, que fue descalificada por conflictos políticos. Los jugadores estaban en vacaciones, sin entrenar, sin ilusiones, pero aceptaron. Contra todo pronóstico, vencieron a Francia, luego a Holanda y en la final, derrotaron a Alemania. Siendo campeones de Europa. Un jugador dijo: “No estábamos listos, pero estuvimos disponibles”. De igual forma, el Reino de Dios no se mueve por méritos humanos, sino por corazones dispuestos. El Señor Jesús llamó a pescadores, a cobradores de impuestos, a jóvenes sin renombre. No eran los mejores capacitados, pero fueron los primeros en seguirlo. Quizá no te sientes listo(a). Tal vez crees que no sabes lo suficiente o que fallaste demasiado. Pero Dios no te llama porque eres perfecto; te llama porque quiere usarte. Así que, si Él abre una puerta hoy, no respondas con excusas. Responde con fe. Disponibilidad vale más que habilidad. La Biblia dice en Isaías 6:8: “Entonces oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré...? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (RV1960).
En el año 2019, una iglesia cristiana fue atacada durante la celebración del domingo de resurrección. Decenas murieron. Entre los sobrevivientes estaba un joven músico que, días después, regresó al templo destruido y tocó el piano entre cenizas. Interpretó un himno que decía: “Aun cuando no lo veo, estás obrando”. Su gesto silencioso fue transmitido por todo el mundo. “Nos pueden quitar todo”, dijo, “menos la fe”. Ese testimonio nos recuerda que la fe verdadera no depende de las circunstancias, sino de la convicción. El Señor Jesús, en Su resurrección, no prometió comodidad, sino victoria. Prometió que Su presencia permanecería... incluso en medio del fuego. En la Biblia, los tres jóvenes en el horno ardiente no fueron librados del fuego, sino en el fuego y allí, alguien más apareció con ellos. Dios no siempre nos saca del fuego, pero siempre entra con nosotros. Por eso, si tu altar está entre ruinas, no dejes de adorar. Porque aún allí, Su gloria desciende. La Biblia dice en Isaías 43:2: “Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (RV1960).
En el año 1985, un joven violinista llamado Joshua Bell tocó con su Stradivarius en el metro de Washington D.C., disfrazado como un músico callejero. Miles pasaron sin notar quién era. Solo siete personas se detuvieron. Días antes, él había llenado un teatro con entradas de más de $100 cada una. Su música era la misma, pero el ambiente la hizo invisible. Un crítico escribió: “A veces lo más sublime pasa desapercibido por el ruido de la vida”. De la misma manera, la voz de Dios a menudo no se escucha porque estamos demasiado ocupados, distraídos o llenos de ruido interior. El Señor Jesús buscaba lugares apartados para orar. Elías lo oyó en un silbo apacible y aún hoy, Dios sigue hablando... pero pocos se detienen a escuchar. Quizá estás esperando una señal, pero lo que necesitas es silencio. No de Dios, sino tuyo. Apaga el ruido. Haz una pausa. Allí, en lo quieto, hallarás dirección, consuelo y propósito. La Biblia dice en Salmos 46:10: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios...” (RV1960).
En el año 1812, durante el ataque británico al fuerte McHenry en Baltimore, los soldados estadounidenses resistieron por horas bajo fuego constante. Al amanecer, los enemigos esperaban ver la bandera destruida. Sin embargo, aún ondeaba, sostenida por los sobrevivientes. Ese momento inspiró a Francis Scott Key a escribir lo que hoy es el himno nacional de los Estados Unidos. La bandera no representaba solo una nación, sino una fe firme en medio del fuego. Así también, la fe del creyente no es frágil si está anclada en el Señor Jesús. Las tormentas pueden arremeter, pero no deben derribarnos. El sufrimiento puede doler, pero no apagar nuestra confianza. Cuando todo se ve oscuro, la fe firme sigue ondeando. El apóstol Pablo escribió desde la cárcel sobre gozo. El profeta Habacuc cantó mientras todo a su alrededor colapsaba y el Señor Jesús confió en el Padre incluso desde la cruz. Por eso, si hoy estás bajo ataque, recuerda: “la bandera de tu fe no se quema. Se fortalece en la prueba”. La Biblia dice en 1 Pedro 1:7: “...la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro... sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (RV1960).
En el año 2018, un joven en Argentina robó el bolso de una mujer mayor. Al huir, tropezó y fue capturado por vecinos. Lo que ocurrió después sorprendió a todos: la mujer robada se acercó, lo abrazó y le dijo: “Yo también me equivoqué muchas veces. Dios puede darte otra oportunidad”. Ella no presentó cargos. Días después, él regresó a pedir perdón y comenzó a asistir a la iglesia de la mujer. Cuando le preguntaron qué lo cambió, respondió: “Fue ese abrazo. Nunca nadie me trató así”. De la misma manera, el Señor Jesús extendió Su gracia a personas rotas. No les gritó, no los rechazó. Les habló con ternura, con verdad, y con una segunda oportunidad. Al ladrón en la cruz, le dio el paraíso. A la mujer sorprendida en adulterio, le regaló perdón y futuro. La gracia no ignora el pecado, pero ofrece redención. Por lo tanto, cuando tú y yo decidimos actuar con esa misma compasión, participamos del milagro del cambio. De modo que, si tienes la oportunidad de extender misericordia, hazlo. Tal vez ese gesto sencillo cambie un destino. La Biblia dice en Romanos 2:4: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad... ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (RV1960).
En el año 2004, tras el devastador tsunami en Asia, rescatistas encontraron a un niño pequeño en la costa de Sri Lanka. Estaba solo, cubierto de lodo, pero ileso. Cuando lo alzaron, tenía las manos juntas en oración. Uno de los médicos dijo: “Estaba orando cuando lo hallamos. Lo primero que dijo fue: ‘¿Dios me escuchó?'”. Sí. Dios escucha. Incluso el susurro más débil en medio del desastre llega a Su trono. El Señor Jesús escuchó el clamor de ciegos en multitudes, de madres angustiadas y de ladrones en la cruz. Él nunca está distraído. Su oído no está cerrado. Su corazón no está lejos. La oración no necesita palabras perfectas, solo un corazón sincero. A veces no tienes fuerzas para hablar, pero puedes susurrar. A veces no sabes qué decir, pero puedes llorar y aun así, Dios responde. Por eso, si te sientes a la deriva, sin fuerzas, ni palabras, solo ora. Donde hay oración, hay esperanza. Y donde hay esperanza, hay vida. La Biblia dice en Salmos 34:17: “Claman los justos, y Jehová oye, y los libra de todas sus angustias” (RV1960).
En el año 2003, un grupo de arqueólogos encontró una antigua fortaleza en medio del desierto en Jordania. Entre las grietas de sus muros desgastados, crecía una rosa roja, viva y vibrante. A pesar del clima extremo, la flor había echado raíces en la roca. Un periodista que documentó el hallazgo escribió: “No hay terreno estéril para la vida cuando la raíz es profunda”. De la misma manera, en el terreno seco de nuestras vidas, el Señor Jesús puede hacer florecer algo nuevo. Donde otros ven ruina, Él ve potencial. Donde tú ves abandono, Él ve propósito. La Palabra dice que Él “hace florecer el desierto como la rosa”. No importa cuán reseco esté tu corazón. Su Espíritu puede hacer brotar belleza en medio del quebranto. Por eso, si te sientes árido, no pierdas la fe. El jardín que Dios planea no necesita condiciones perfectas, solo un corazón dispuesto. Lo que parece una grieta puede ser la cuna de Su gloria. La Biblia dice en Isaías 35:1: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa” (RV1960).
En el año 1995, durante un acto de reconciliación en Sudáfrica, Nelson Mandela invitó a su carcelero a sentarse en primera fila de su toma de posesión como presidente. Al final del evento, lo abrazó públicamente. Aquel hombre había sido parte del sistema que lo oprimió por 27 años. Sin embargo, Mandela eligió perdonar. Su gesto no fue solo político, fue espiritual. “El odio es una prisión”, declaró. “El perdón es libertad”. De la misma manera, el perdón no se basa en la justicia humana, sino en la gracia divina. El Señor Jesús perdonó desde la cruz. No esperó que lo merecieran. No exigió explicación. Simplemente amó. Cuando decides perdonar, no estás excusando el mal, sino eligiendo vivir libre del peso que te encadena. No solo bendices al otro, sanas tu propio corazón. Por lo tanto, si llevas una carga de rencor, permite que Dios te libere. Tal vez el acto más poderoso que hagas esta semana no sea predicar, sino perdonar. La Biblia dice en Colosenses 3:13: “...soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros... De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (RV1960).
En el año 2010, durante una competencia atlética en España, un corredor cayó lesionado a pocos metros de la meta. Se agarró la pierna con dolor y lágrimas. De pronto, desde las gradas, un hombre saltó las vallas, corrió hacia él y lo ayudó a levantarse. Era su padre. Lo abrazó y lo acompañó hasta cruzar la línea final. El público aplaudió de pie. El atleta dijo después: “No gané la medalla… pero crucé con mi papá”. Así también es el amor del Padre celestial. Cuando caemos, no se queda en las gradas. Desciende. Nos levanta. Nos abraza y camina con nosotros hasta el final. El Señor Jesús lo llamó “Abba”, un término íntimo que significa “Papá”. En un mundo con tantas heridas paternales, Dios se presenta como el Padre que no falla, no abandona, no castiga por rencor, sino que disciplina por amor. Por eso, hoy en el Día del Padre, honra a quien te crio, recuerda a quien te formó, y si tu padre ya no está o fue ausente, vuelve tu corazón al único Padre eterno: Dios La Biblia dice en Salmos 103:13: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (RV1960).
En el año 2019, una joven llamada Sarah intentó quitarse la vida. Justo cuando estaba por hacerlo, su teléfono sonó. Era un número desconocido. Atendió con desesperación. Era una voluntaria de una línea de oración que había marcado mal el número. Al oír la voz quebrada de Sarah, supo que no era un error. Oró con ella durante casi una hora. Esa llamada “accidental” cambió su historia. Hoy, Sarah comparte su testimonio como sobreviviente y seguidora del Señor Jesús. De la misma manera, Dios tiene formas misteriosas y precisas de intervenir. A veces no lo vemos venir. Puede ser una canción en la radio, una conversación en el pasillo, o un mensaje inesperado. Nada es casualidad cuando Dios está obrando. El Señor Jesús encontró a personas en pozos, caminos, sinagogas y playas. Nunca llegó tarde. Siempre llegó justo a tiempo. Así también quiere encontrarse contigo y usarte para alcanzar a otros. Por eso, si hoy sientes un impulso de llamar, servir o simplemente estar presente, no lo ignores. Tal vez Dios quiere usarte para interrumpir la oscuridad de alguien. La Biblia dice en Romanos 11:33: “¡Oh profundidad de las riquezas... cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (RV1960).
En el año 1940, durante un ataque aéreo en Londres, una casa fue reducida a escombros. Días después, los rescatistas encontraron entre los restos una Biblia abierta, sin una sola quemadura, en medio de vigas carbonizadas. Estaba abierta en el Salmo 46. La historia fue publicada por el London Times como “el libro que ni el fuego logró destruir”. Muchos dijeron que era una simple coincidencia, pero para quienes creían, fue una señal viva de esperanza. La Palabra de Dios ha sobrevivido persecuciones, censuras, guerras y dictaduras. Lo han intentado quemar, esconder y silenciar. Pero sigue de pie, transformando vidas en cada generación. No es un libro común. Es la voz viva de Dios. De la misma manera, cuando tu vida parece estar en ruinas, la Palabra permanece. Cuando las circunstancias te golpean, ella te sostiene. Cuando todo lo demás falla, la promesa de Dios sigue firme. Por lo tanto, no descuides tu tiempo con la Biblia. En ella encontrarás la verdad que no se quema, no cambia y no falla. La Biblia dice en Mateo 24:35: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (RV1960).
En el año 1935, durante una epidemia de fiebre tifoidea en China, un joven médico misionero llamado Paul Carlson se ofreció como voluntario en un pueblo abandonado por el miedo. No había recursos, ni hospitales, ni seguridad. Sin embargo, él permaneció allí para atender enfermos, aun sabiendo que podría contagiarse. Muchos sobrevivieron gracias a sus cuidados, y cuando finalmente murió, fue enterrado como un héroe. Un anciano de la aldea dijo: “Nunca había visto a alguien amar tanto sin pedir nada”. De la misma manera, el amor verdadero se demuestra cuando se da, no cuando se recibe. El Señor Jesús lavó pies, tocó leprosos y lloró con los dolientes. Su compasión no fue selectiva ni condicionada; fue total y visible. Hoy, más que nunca, el mundo necesita personas dispuestas a amar con acciones. Tal vez no se te pida ir a una zona de guerra, pero sí perdonar al que te hirió, visitar al que está solo o servir al que no puede devolverte el favor. Recuerda: tu amor visible puede ser la medicina que alguien está esperando. La Biblia dice en Juan 13:35: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (RV1960).
“Si Dios ya ha respondido todas tus oraciones, ha puesto a prueba tu fe. Si todavía no lo ha hecho, está probando tu paciencia”. ¿Cuántas veces esta afirmación se manifiesta en nuestras vidas? Creo que muchas veces. Clamamos una y otra vez, pero parece que no hay respuesta. Nuestras oraciones parecen no traspasar el techo y nos sentimos desamparados, desprotegidos y angustiados. Esperamos un sí inmediato, pero nos encontramos con un constante no. Confiamos, esperamos, pero parece que nada sucede. La verdad es que algo está sucediendo. Dios está obrando. Él está presente y no nos ha olvidado. El salmista pasó por muchas situaciones similares: clamó, esperó desesperadamente, se frustró constantemente y se quejó continuamente. Sin embargo, llegó a la conclusión de que “Pacientemente había esperado a Jehová y Él se había inclinado hacia él” (Salmo 40:1). Por eso, la próxima vez que sientas que tus oraciones no son escuchadas, recuerda que Dios está realizando tres cosas: “poniendo a prueba tu fe, moldeando tu carácter y obrando a tu favor, incluso cuando tú no lo percibas así”. La Biblia dice en Salmos 34:19-20 “La persona íntegra enfrenta muchas dificultades, pero el Señor llega al rescate en cada ocasión. Pues el Señor protege los huesos de los justos; ¡ni uno solo es quebrado!” (TLA).
En el año 2010, treinta y tres mineros quedaron atrapados a más de 600 metros bajo tierra en la mina San José, en Chile. Por 69 días, vivieron sin saber si saldrían con vida. Sin embargo, durante ese tiempo, oraban, cantaban himnos y leían la Biblia que les enviaron por un tubo de rescate. Cuando finalmente emergieron, uno de ellos exclamó: “Estuvimos con Dios y con el diablo... y Dios ganó”. De la misma manera, hay temporadas en la vida en las que sentimos que estamos sepultados por el dolor, la soledad o la desesperanza. Pero el Señor Jesús no se quedó en la tumba; resucitó para recordarnos que en Él, la última palabra nunca la tiene la oscuridad. Por lo tanto, si te sientes enterrado por las circunstancias, levanta la mirada. Dios no ha terminado contigo. Su poder puede levantarte del abismo más profundo. Confía. Clama. Espera. Él está obrando, incluso cuando todo parece perdido. La Biblia dice en Juan 11:25: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (RV1960).
En el año 2006, un hombre armado ingresó a una escuela Amish en Pensilvania y asesinó a cinco niñas inocentes. Lo que impactó al mundo no fue solo la tragedia, sino la respuesta: al día siguiente, los padres de las víctimas visitaron a la viuda del agresor para consolarla y perdonarla. Uno de ellos declaró: “No queremos que el odio gane. El Señor Jesús nos enseñó a perdonar, y eso haremos”. Ese acto de perdón conmovió naciones. Los medios lo llamaron “el día que el amor desarmó al mundo”. Porque el perdón auténtico no es debilidad; es la expresión más poderosa del Reino de Dios. En la cruz, el Señor Jesús perdonó a quienes lo crucificaban. Esteban, mientras era apedreado, clamó por misericordia para sus agresores. La fe cristiana se construye sobre la roca del perdón inmerecido. Por lo tanto, si hoy guardas rencor, entrégaselo a Dios. Perdonar no es olvidar, es liberar. No para minimizar lo que ocurrió, sino para maximizar lo que Dios quiere hacer. La Biblia dice en Efesios 4:32: “...perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (RV1960).
060825 - El Diario Que Sobrevivió al Horror by Dr. Rolando D. Aguirre
En el año 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, un prisionero llamado Tomás fue seleccionado para morir en un campo de concentración. Cuando escuchó su nombre, cayó de rodillas llorando suplicando: “¡Tengo esposa e hijos!”. Sorprendentemente, otro prisionero se acercó al oficial y dijo: “Yo no tengo familia. Déjelo vivir. Yo tomaré su lugar”. El oficial aceptó. El hombre que se ofreció murió días después, pero el que fue perdonado vivió para contar la historia durante décadas. Con lágrimas, siempre decía: “Estoy vivo porque alguien ocupó mi lugar”. De la misma manera, tú y yo teníamos una sentencia. El pecado nos había separado de Dios. No teníamos cómo pagar, ni con qué justificar nuestra culpa. Pero el Señor Jesús se ofreció voluntariamente a tomar nuestro lugar en la cruz. No lo hizo por obligación, sino por amor eterno. Su sacrificio no fue simbólico. Fue real, sangriento y necesario. Él murió para que tú vivas. Fue castigado para que tú seas perdonado. Por eso, nunca olvides lo que vales. Eres profundamente amado. Tu vida tiene sentido porque el Señor Jesús decidió ocupar tu lugar. La Biblia dice en Juan 15:13: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (RV1960).
En el año 1989, el Muro de Berlín, símbolo de opresión y división, cayó ante los ojos del mundo. Tras décadas separando familias, culturas y libertades, miles de ciudadanos del Este se acercaron con martillos y manos desnudas. Lo que parecía indestructible se vino abajo no solo por presión política, sino por una convicción compartida: “la libertad vale cualquier riesgo”. Un joven cruzó la frontera llorando y dijo: “El muro cayó, pero nosotros ya nos habíamos levantado”. De la misma manera, en nuestra vida también hay muros: “barreras emocionales, espirituales o relacionales que parecen inamovibles”. Nos sentimos atrapados por el pasado, por fracasos o por heridas que han endurecido el corazón. Sin embargo, Dios es especialista en derribar lo que limita. En la Biblia, los muros de Jericó no cayeron por fuerza militar, sino por obediencia y fe. El pueblo no empujó el muro, solo obedeció la voz de Dios. Por lo tanto, si hoy enfrentas una barrera imposible, recuerda que no estás solo. El Dios que derriba muros aún pelea tus batallas. Solo debes creer, avanzar y obedecer. La Biblia dice en Josué 6:20: “...el pueblo gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó...” (RV1960).
En 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, un soldado estadounidense llamado Harold escribió una carta a su esposa mientras estaba en Europa. Nunca la pudo enviar. Fue encontrada décadas después en una chaqueta donada a una tienda de segunda mano en Ohio. La carta decía: “Si no regreso, recuerda que viví para amarte”. La esposa ya había fallecido, pero la carta conmovió a miles que la leyeron en redes sociales. El amor escrito, aunque no fue leído en su momento, aún impactó generaciones. Así son muchas oraciones. Crees que Dios no las escuchó, que quedaron olvidadas en algún rincón del cielo. Pero cada palabra, cada suspiro, cada lágrima derramada en fe fue recibida por el Dios eterno. En Apocalipsis, las oraciones de los santos son presentadas como incienso ante el trono de Dios. Nada se pierde. Nada se olvida. Por lo tanto, si alguna petición parece sin respuesta, no desmayes. La carta de fe que enviaste a Dios será abierta en Su tiempo perfecto. La Biblia dice en Apocalipsis 5:8: “Y las copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos” (RV1960).
En el año 2020, tras los incendios forestales que devastaron Australia, una historia se volvió viral. En medio de las ruinas de su casa calcinada, una mujer llamada Maree tocó un viejo piano ennegrecido por las llamas. Aunque estaba desafinado, tocó un himno cristiano mientras las lágrimas recorrían su rostro. Su video fue compartido por millones. Cuando le preguntaron por qué lo hizo, respondió: “Todo se perdió, pero mi fe quedó intacta”. A veces creemos que adorar solo es posible cuando todo está bien. Pero el verdadero acto de fe ocurre cuando adoramos en medio de las cenizas. Cuando no tenemos respuestas, pero sí confianza. Cuando todo parece perdido, pero aún queda una canción. En la Biblia, Job se postró y adoró justo después de perderlo todo. Pablo y Silas cantaron en prisión. Jesús oró en Getsemaní, sabiendo que la cruz venía en camino. Por consiguiente, si estás entre ruinas, no te calles. Eleva tu oración, aunque sea un susurro. Toca tu canción, aunque parezca desafinada. Dios se glorifica en los altares construidos con cenizas. La Biblia dice en Isaías 61:3: “A ordenar que a los afligidos... se les dé gloria en lugar de ceniza” (RV1960).
En el año 2015, en medio de la crisis migratoria en Europa, una imagen estremeció al mundo: el cuerpo sin vida del pequeño Aylan Kurdi, de tres años, apareció en una playa de Turquía tras naufragar con su familia. La fotografía desató una ola de compasión y acción. Entre quienes respondieron, un pastor alemán que servía como voluntario en Grecia dejó su iglesia por seis meses para atender a familias desplazadas. Su testimonio: “Cuando vi esa imagen, supe que Dios me estaba llamando a actuar”. La compasión auténtica no se queda en emoción; se convierte en acción. En la Biblia, el buen samaritano no solo sintió lástima, sino que se detuvo, vendó heridas y proveyó sustento. Jesús mismo fue movido a compasión y alimentó multitudes, sanó enfermos y lloró con los que lloraban. Por lo tanto, no ignores las necesidades que te rodean. Tal vez Dios te está mostrando algo no solo para conmoverte, sino para moverte. La compasión que transforma no es pasiva, es activa y cuando respondes, tú también eres transformado. La Biblia dice en 1 Juan 3:18: “No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (RV1960).
En el año 1991, durante la erupción del Monte Pinatubo en Filipinas, un misionero estadounidense y su familia desaparecieron mientras ayudaban a comunidades locales. Durante días no hubo contacto. Mientras otros pensaban lo peor, ellos estaban refugiados en una cabaña remota, orando y esperando en Dios. Cuando fueron finalmente encontrados, sus primeras palabras fueron: “Él nunca nos dejó solos”. Muchas veces confundimos el silencio de Dios con Su ausencia. Oramos y no escuchamos nada. Clamamos y no sentimos una respuesta. Sin embargo, el silencio no significa que Dios no esté obrando; a menudo es cuando Él más profundamente está trabajando en nosotros. Elías también esperó a Dios en el fuego y el terremoto, pero lo halló en un silbo apacible. En esos momentos silenciosos, Dios no deja de hablar; solo nos está enseñando a escuchar con el corazón. Por eso, si estás en un tiempo donde todo parece callado, no te desesperes. La fe madura en el silencio. La esperanza se forja en la espera y el carácter se fortalece en la quietud. Dios no está ausente. Está presente en formas más profundas de lo que imaginas. La Biblia dice en Lamentaciones 3:26: “Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová” (RV1960).
El 6 de junio de 1944, más de 150,000 soldados aliados desembarcaron en las playas de Normandía. Fue el famoso “Día D”, una de las operaciones militares más decisivas de la historia moderna. Aunque muchos sabían que morirían, avanzaron con coraje. No lo hicieron por gloria personal, sino por la libertad de generaciones futuras. Ese día marcó el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial. En la vida espiritual, también hay “Días D”. No se libran con armas, sino con decisiones de obediencia, sacrificio y fe. Son esos momentos donde decides perdonar lo imperdonable, creer cuando todo parece perdido o empezar de nuevo, aunque el pasado grite lo contrario. Dios no está buscando perfección, sino disposición. Tal vez hoy no parezca un día especial. Pero puede convertirse en uno que marque tu historia, y la de otros, si lo pones en las manos de Dios. Los días ordinarios en las manos de un Dios extraordinario se transforman en eternos. Por lo tanto, actúa con fe. Lo que haces hoy puede resonar por generaciones. La Biblia dice en el Salmo 118:24: “Este es el día que hizo Jehová; nos gozaremos y alegraremos en él” (RV1960).
Al concluir este mes, es oportuno reflexionar sobre la fidelidad de Dios en cada etapa de nuestra vida. A lo largo de las Escrituras, vemos cómo Dios ha sido constante en Su amor y en Sus promesas hacia Su pueblo. Por ejemplo, Moisés, al final de su vida, le recordó al pueblo de Israel que Dios había sido su refugio y protector en todo momento. Esta verdad sigue siendo relevante hoy. Dios es nuestro refugio eterno y Su fidelidad no cambia. Por lo tanto, al cerrar este mes, agradece a Dios por Su fidelidad. Reconoce Su mano en cada logro, en cada desafío superado y en cada bendición recibida. De modo que, entra en el nuevo mes con confianza, sabiendo que el mismo Dios que te ha sostenido hasta ahora, continuará guiándote y fortaleciéndote. La Biblia dice en Lamentaciones 3:22-23: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (RV1960).
Salomón, al comenzar su reinado, no pidió riquezas ni poder, sino sabiduría para gobernar al pueblo con justicia. Dios, complacido con su petición, le concedió no solo sabiduría, sino también bendiciones adicionales. Este relato nos enseña la importancia de buscar la sabiduría divina en nuestras decisiones. En un mundo lleno de opciones y caminos, necesitamos la guía de Dios para tomar decisiones que honren Su voluntad. Por consiguiente, antes de tomar decisiones importantes, acude a Dios en oración. Pide Su dirección y confía en que Él te mostrará el camino correcto. Así que, valora la sabiduría por encima de las riquezas o el éxito. La sabiduría divina te conducirá a una vida plena, significativa y llena de propósito. La Biblia dice en Proverbios 3:5-6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (RV1960).
El testimonio de Juan Newton, autor del himno “Sublime Gracia”, es un poderoso recordatorio del poder transformador de la gracia de Dios. Antiguo traficante de esclavos, su encuentro con Cristo cambió radicalmente su vida, llevándolo a convertirse en un ferviente defensor de la abolición de la esclavitud. La gracia de Dios no solo perdona, sino que transforma. No importa cuán lejos hayamos caído; Su amor tiene el poder de redimir y renovar. Cada historia de redención es un testimonio de Su misericordia infinita. Por lo tanto, si sientes que tus errores te definen, recuerda que en Cristo hay una nueva identidad esperándote. Su gracia es suficiente para cubrir tu pasado y darte un futuro lleno de propósito. De modo que, permite que la gracia de Dios transforme tu vida. Ríndete a Su amor y experimenta la libertad que solo Él puede ofrecer. La Biblia dice en 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (RV1960).
En tiempos de exilio y desolación, el profeta Jeremías escribió una carta al pueblo de Israel, recordándoles que, a pesar de las circunstancias, Dios tenía planes de bienestar y esperanza para ellos. Les instó a establecerse, a buscar el bienestar de la ciudad y a confiar en las promesas divinas. Esta exhortación sigue vigente hoy. En medio de desafíos y pruebas, Dios nos llama a mantener la esperanza viva, confiando en que Sus planes son para nuestro bien. La esperanza en Dios no es una ilusión, sino una certeza basada en Su fidelidad. Por ende, si te encuentras en una etapa difícil, no pierdas la esperanza. Dios está obrando, incluso cuando no lo percibes. Sus promesas son firmes, y Su amor, inquebrantable. Así que, renueva tu esperanza cada día, alimentándola con la Palabra y la oración. Dios es especialista en transformar el dolor en propósito y la prueba en testimonio. La Biblia dice en Jeremías 29:11: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (RV1960).
Durante una travesía en barco, el Señor Jesús y Sus discípulos enfrentaron una tormenta violenta. Mientras las olas azotaban la embarcación, Jesús dormía tranquilamente. Alarmados, los discípulos lo despertaron, y Él, con autoridad, calmó el viento y el mar. Esta escena revela una verdad profunda: la presencia de Jesús no garantiza la ausencia de tormentas, pero sí asegura paz en medio de ellas. Su autoridad sobre las circunstancias nos invita a confiar, incluso cuando todo parece desmoronarse. Por consiguiente, si atraviesas momentos de incertidumbre o dificultad, recuerda que Jesús está contigo en la barca. Su presencia es tu ancla y Su Palabra, tu seguridad. Así que, en lugar de ceder al temor, aférrate a la fe. Permite que la paz de Cristo gobierne tu corazón, sabiendo que Él tiene el control absoluto. La Biblia dice en Marcos 4:39: “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (RV1960).
Durante la construcción del Puente Golden Gate en San Francisco, se invirtieron meses en instalar los cimientos bajo el agua antes de que los primeros cables fueran visibles en la superficie. Lo interesante es que la parte más importante de la estructura, la que sostiene todo lo demás, quedó completamente oculta. Sin embargo, sin ella, el puente jamás se habría sostenido. Del mismo modo, en la vida espiritual, muchas de las cosas que realmente nos fortalecen no se ven a simple vista: la oración en lo secreto, el carácter formado en el silencio, la fe que crece en las pruebas. Dios trabaja en lo profundo antes de exponer lo visible. De modo que, si hoy te encuentras en una etapa donde parece que nada está avanzando, no lo tomes como un retroceso. Tal vez Dios está cimentando tu vida con raíces firmes para que el fruto futuro sea duradero. Recuerda: lo que está oculto ante los ojos humanos puede ser lo más firme a los ojos de Dios. La Biblia dice en Mateo 6:6: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (RV1960).
Beethoven comenzó a perder el oído en su juventud. Llegó a componer sus más grandes obras sin poder escuchar su propia música. Cuando se estrenó su Novena Sinfonía, el público aplaudió de pie, pero él no lo oyó. Fue una mujer la que lo tocó suavemente y le señaló la ovación. Solo entonces entendió que su obra había tocado el alma de una generación. Muchas veces, nuestras mayores contribuciones no son plenamente visibles mientras las vivimos. Pero Dios no necesita que lo sientas todo para usarte. A veces, lo mejor que Dios produce en ti ocurre cuando más silencio parece haber. Así que, no interpretes la ausencia de aplausos como ausencia de propósito. Dios sigue componiendo, aunque tú no escuches la melodía completa aún. Recuerda lo siguiente: “lo eterno no siempre se aplaude aquí, pero resuena allá”. La Biblia dice en Gálatas 6:9: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (RV1960).
En una pequeña comunidad en África Occidental, un pastor local sirvió por más de treinta años sin ver grandes multitudes ni reconocimientos. Cuando murió, se descubrió que más de 100 pastores activos habían surgido directa o indirectamente de su influencia. Ninguno había sido formado por casualidad; todos habían sido discipulados por su ejemplo. No todos los frutos se ven en esta vida y no todo legado se mide por cifras o plataformas. El Reino de Dios se expande en silencio, en la fidelidad constante de aquellos que siembran donde otros no quieren ir. Así que, si hoy sientes que tu trabajo para Dios es “invisible”, recuerda que estás sembrando más de lo que imaginas. A veces no verás la cosecha, pero alguien la recogerá gracias a tu obediencia. Por eso, sigue enseñando, sirviendo, orando. Tu recompensa no está en manos humanas, sino en el cielo. La Biblia dice en 1 Corintios 15:58: “Estad firmes y constantes... sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (RV1960).
En el año 2022, un joven japonés no vidente fue guiado por su perro por las rutas del Monte Fuji. La prensa internacional lo siguió con asombro. Al llegar a la cima, dijo: “Aunque no vi el paisaje, sentí cada paso, y eso me bastó”. Su experiencia nos recuerda que Dios no siempre se revela con visiones, sino con dirección firme en medio de nuestra limitación. Elías esperó oír a Dios en el viento fuerte, el terremoto y el fuego. Pero el Señor se manifestó en un silbo apacible. Muchas veces buscamos a Dios en los lugares espectaculares, pero Él decide hablar en lo inesperado: un susurro, una conversación, una canción, una pausa, etc. Así que, si sientes que no lo ves, no concluyas que está ausente. Tal vez te está guiando de manera más íntima de lo que imaginas. No todo lo que se siente es real, y no todo lo real se siente. Dios está contigo. La Biblia dice en 1 Reyes 19:12: “Y tras el fuego un silbo apacible y delicado” (RV1960).
Un maestro de secundaria escribió una sola frase en la libreta de su alumno más problemático. Las palabras decían: “Creo en ti”. Décadas más tarde, ese alumno, ya adulto y exitoso, compartió en una conferencia: “Esa fue la primera vez que alguien me miró con esperanza. No cambié de inmediato, pero esa frase nunca se me borró”. Las palabras tienen poder. Pueden levantar o destruir, sanar o herir, sembrar vida o sembrar miedo. Jesús habló y los ciegos vieron, los muertos se levantaron y los corazones se encendieron. Una sola palabra Suya bastaba. Así también, tus palabras hoy pueden ser la diferencia entre alguien rendido y alguien que vuelve a intentar. No necesitas discursos largos; a veces un “te valoro”, “sigo orando por ti”, o “no estás solo(a)”, es suficiente. Por eso, cuida lo que sale de tu boca. Usa tu voz para sembrar fe, para recordar promesas, para edificar el alma de otros. La Biblia dice en Proverbios 25:11: “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (RV1960).
En el año 1978, la NASA seleccionó a una joven mujer para su programa espacial. Sally Ride se convirtió en la primera astronauta estadounidense. Sin embargo, lo que pocos recuerdan es que había sido rechazada dos veces antes por razones técnicas y físicas. Ella no dejó que un “no” definiera su destino. Perseveró, estudió más, mejoró sus habilidades y, en su momento, fue enviada al espacio. En la vida cristiana también enfrentamos rechazos y fracasos. Pedro negó al Señor tres veces, pero fue restaurado y se convirtió en pilar de la iglesia. Moisés mató a un egipcio y huyó, pero regresó como libertador. Dios no cancela a quienes caen; redime a quienes se levantan. Así que, si alguna vez tropezaste, no pienses que todo terminó. Tal vez ese fracaso fue el taller donde Dios estaba formando tu carácter. Levántate con fe. La historia no termina en el error, sino en la gracia que transforma. La Biblia dice en Proverbios 24:16: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (RV1960).