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La final masculina de Roland Garros 2025 enfrentará al número 1 y al número 2 de la ATP, Jannik Sinner y Carlos Alcaraz. El español logró el pase tras la retirada de su rival, Lorenzo Musetti. Sinner venció a Novak Djokovic, quien tras el choque aseguró que este podría haber sido su último partido en el grand slam parisino. La final masculina en Roland Garros enfrentará nada menos que a las dos primeras raquetas del mundo, Jannik Sinner y Carlos Alcaraz.Alcaraz defenderá su título tras dejar atrás en semifinales a Lorenzo Musetti, que se retiró, aunque eso sí, cuando el español ya iba ganando dos sets a uno.Un problema muscular en el muslo izquierdo fue en principio el causante del abandono del italiano, que había dado la sorpresa llevándose el primer set. No obstante, Alcaraz remontó y en el momento en el que el transalpino dijo basta, el marcador reflejaba un 4/6 7/6 6/0 y 2/0 para el número dos mundial, que jugará su quinta final en un Gran Slam. Hasta la fecha, ha ganado todas las disputadas.Por la Copa de los Mosqueteros, el domingo, Alcaraz se batirá con Sinner, que logró una trabajada victoria en semis ante Novak Djokovic. El italiano, que no ha cedido un solo set en este torneo, ganó por 3-0, aunque con marcadores bien ajustados: 6/4, 7/5 y 7/6, llevándose el choque en el tie-break. Sinner buscará así su primer título de Roland Garros. Nole por su parte, tras el choque, declaró que este podría haber sido su último partido sobre el polvi de arcilla de París, aunque dejo la puerta abierta a dispotar la cita en 2026.Sabalenka y Gauff, por el título este sábadoEste sábado tendremos a los primeros campeones de Roland Garros 2025. A las tres de la tarde tendrá lugar la gran final femenina, entre Aryna Sabalenka y Coco Gauff, números 1 y 2 de la WTA. La europea llega en un momento increíble tras derrotar en semifinales a la triple defensora del título, Iga Swiatek, mientras que la estadounidense eliminó en la penúltima ronda a la revelación del torneo, la francesa Loïs Boisson.Además, un poco más tarde, el argentino Horacio Zeballos y el español Marcel Granollers buscarán su primer Roland Garros juntos en dobles. Se disputarán el título masculino por parejas ante Nial Skupski y Joe Salisbury. Después de caer en semifinales en las tres últimas ediciones, el dúo hispano rompió por fin esa barrera y luchará por el título.Quien se quedó sin opciones, fue Gustavo Fernández, doble campeón individual de Roland Garros en tenis adaptado, en silla de ruedas. El argentino cayó en semifinales por dos sets a uno con el alemán Alfie Hewett.
Álex Clavero confiesa que estos gigantes insectos lo tratan como banco de sangre ambulante
Sección de actualidad con mucho sentido de Humor inteligente en el programa El Remate de La Diez Capital radio con el periodista socarrón y palmero, José Juan Pérez Capote, El Nº 1.
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Cuando Aaron Judge, Giancarlo Stanton y Juan Soto dan jonrones, los Yankees no pierden y en nuestro noticiero de hoy, analizamos el impacto de estos "Tres Mosqueteros" y lo que pueden conseguir de mantenerse sano para los Bombarderos del Bronx. Repasamos los mejores resultados de ayer en el beisbol de las Grandes Ligas y recibimos llamadas de nuestros fans.Conviértete en un seguidor de este podcast: https://www.spreaker.com/podcast/con-las-bases-llenas-podcast-de-beisbol--2742086/support.
Podcast de los Yankees en español: La Semana de los Bombarderos
Una anormalidad! El home run de Giancarlo Stanton ha dejado a todos tratando de entender el nivel de poder que posee este slugger de los Yankees de Nueva York. En nuestro episodio de hoy, analizamos los partidos de la semana para los Bombarderos del Bronx y los debates calientes que existen entre nuestros fans, tomando sus llamadas y leyendo sus mensajes.Conviértete en un seguidor de este podcast: https://www.spreaker.com/podcast/podcast-de-los-yankees-en-espanol-la-semana-de-los-bombarderos--2880298/support.
El equipo uruguayo campeón sudamericano de 1923 había recibido la promesa del presidente de la AUF de llevarlo a los juegos Olímpicos de París si salía campeón.
El flamante campeón de Roland Garros atendió a Manu Carreño en El Larguero un día después de levantar la Copa de los Mosqueteros en París.
Con el Amado Líder en su faceta de estrella del rock, Ivan vuelve para ponerse a la mesa con los habituales, Aïda i JJ para turrear sobre los estrenos, criticar a todo el mundo, incluida Zendaya para variar y espoilear a gusto, pero avisando, Sugar y Materia Oscura, las dos series mas recientes de Apple, y la secuela que nadie vio venir, Vigilante Nocturno: Los Demonios son para Siempre (Nightwatch: Demons are Forever)
Guillermo Balmori nos lleva hoy de viaje hasta 1948 para hablarnos de otro clásico del cine: Los tres mosqueteros
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXXIII Doncella y señora Entre tanto, como hemos dicho, pese a los gritos de su conciencia y a los sabios consejos de Athos, D'Artagnan se enamoraba más de hora en hora de Milady; por eso no dejaba de ir ningún día a hacerle una corte a la que el aventurero gascón estaba convencido de que tarde o temprano no podía dejar ella de corresponderle. Una noche que llegaba orgulloso, ligero como hombre que espera una lluvia de oro, encontró a la doncella en la puerta cochera; pero esta vez la linda Ketty no se contentó con sonreírle al pasar: le cogió dulcemente la mano. —¡Bueno! —se dijo D'Artagnan—. Estará encargada de algún mensaje para mí de parte de su señora; va a darme alguna cita que no habrá osado darme ella de viva voz. Y miró a la hermosa niña con el aire más victorioso que pudo adoptar. —Quisiera deciros dos palabras, señor caballero… —balbuceó la doncella. —Habla, hija mía, habla —dijo D'Artagnan—, te escucho. —Aquí, imposible: lo que tengo que deciros es demasiado largo y sobre todo demasiado secreto. —¡Bueno! Entonces, ¿qué se puede hacer? —Si el señor caballero quisiera seguirme —dijo tímidamente Ketty. —Donde tú quieras, hermosa niña. —Venid entonces. Y Ketty, que no había soltado la mano de D'Artagnan, lo arrastró por una pequeña escalera sombría y de caracol, y tras haberle hecho subir una quincena de escalones, abrió una puerta. —Entrad, señor caballero —dijo—, aquí estaremos solos y podremos hablar. —¿Y de quién es esta habitación, hermosa niña? —preguntó D'Artagnan. —Es la mía, señor caballero; comunica con la de mi ama por esta puerta. Pero estad tranquilo no podrá oír lo que decimos, jamás se acuesta antes de medianoche. D'Artagnan lanzó una ojeada alrededor. El cuartito era encantador de gusto y de limpieza; pero, a pesar suyo, sus ojos se fijaron en aquella puerta que Katty le había dicho que conducía a la habitación de Milady. Ketty adivinó lo que pasaba en el alma del joven, y lanzó un suspiro. —¡Amáis entonces a mi ama, señor caballero! —dijo ella. —¡Más de lo que podría decir! ¡Estoy loco por ella! Ketty lanzó un segundo suspiro. —¡Ah, señor —dijo ella—, es una lástima! —¿Y qué diablos ves en ello que sea tan molesto? —preguntó D'Artagnan. —Es que, señor —prosiguió Ketty— mi ama no os ama. —¡Cómo! —dijo D'Artagnan—. ¿Te ha encargado ella decírmelo? —¡Oh, no, señor! Soy yo quien, por interés hacia vos, he tomado la decisión de avisaros. —Gracias, mi buena Ketty, pero sólo por la intención, porque comprenderás la confidencia no es agradable. —Es decir, que no creéis lo que os he dicho, ¿verdad? —Siempre cuesta creer cosas semejantes, hermosa niña, aunque no sea más que por amor propio. —¿Entonces no me creéis? —Confieso que hasta que no te dignes darme algunas pruebas de lo que me adelantáis.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXXII Una cena de procurador Mientras tanto, el duelo en el que Porthos había jugado un papel tan brillante no le había hecho olvidar la cena a la que le había invitado la mujer del procurador. Al día siguiente, hacia la una, se hizo dar la última cepillada por Mosquetón, y se encaminó hacia la calle Aux Ours, con el paso de un hombre que tiene dos veces suerte. Su corazón palpitaba, pero no era, como el de D'Artagnan, por un amor joven e impaciente. No, un interés más material le latigaba la sangre, iba por fin a franquear aquel umbral misterioso, a subir aquella escalinata desconocida que habían construido, uno a uno, los viejos escudos de maese Coquenard. Iba a ver, en realidad, cierto arcón cuya imagen había visto veinte veces en sus sueños; arcón de forma alargada y profunda, lleno de cadenas y cerrojos, empotrado en el suelo; arcón del que con tanta frecuencia había oído hablar, y que las manos algo secas, cierto, pero no sin elegancia, de la procuradora, iban a abrir a sus miradas admiradoras. Y luego él, el hombre errante por la tierra, el hombre sin fortuna, el hombre sin familia, el soldado habituado a los albergues, a los tugurios; a las tabernas, a las posadas, el gastrónomo forzado la mayor parte del tiempo a limitarse a bocados de ocasión, iba a probar comidas caseras, a saborear un interior confortable y a dejarse mimar con esos pequeños cuidados que cuanto más duro es uno más placen, como dicen los viejos soldadotes. Venir en calidad de primo a sentarse todos los días a una buena mesa, desarrugar la frente amarilla y arrugada del viejo procurador, desplumar algo a los jóvenes pasantes enseñándoles la baceta, el passedix y el lansquenete[152] en sus jugadas más finas, y ganándoles a manera de honorarios por la lección que les daba en una hora sus ahorros de un mes, todo esto hacía sonreír enormemente a Porthos. El mosquetero recordaba bien, de aquí y de allá, las malas ideas que corrían en aquel tiempo sobre los procuradores y que les han sobrevivido: la tacañería, los recortes, los días de ayuno, pero como después de todo, salvo algunos accesos de economía que Porthos había encontrado siempre muy intempestivos, había visto a la procuradora bastante liberal, para una procuradora, por supuesto, esperó encontrar una casa montada de forma halagüeña. Sin embargo, a la puerta el mosquetero tuvo algunas dudas: el comienzo era para animar a la gente: alameda hedionda y negra, escalera mal aclarada por barrotes a través de los cuales se filtraba la luz de un patio vecino; en el primer piso una puerta baja y herrada con enormes clavos como la puerta principal de Grand Chátelet. Porthos llamó con el dedo: un pasante alto, pálido y escondido bajo una selva virgen de pelo, vino a abrir y saludó con aire de hombre obligado a respetar en otro al mismo tiempo la altura que indica la fuerza, el uniforme militar que indica el estado, y la cara bermeja que indica el hábito de vivir bien. Otro pasante más pequeño tras el primero, otro pasante más alto tras el segundo, un mandadero de doce años tras el tercero. En total, tres pasantes y medio; lo cual, para la época, anunciaba un bufete de los más surtidos. Aunque el mosquetero sólo tenía que llegar a la una, desde medio día la procuradora tenía el ojo avizor y contaba con el corazón y quizá también con el estómago de su adorador para que adelantase la hora.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXX Milady D'Artagnan había seguido a Milady sin ser notado por ella; la vio subir a su carroza y la oyó dar a su cochero la orden de ir a Saint-Germain. Era inútil tratar de seguir a pie un coche llevado al trote por dos vigorosos caballos. D'Artagnan volvió, por tanto, a la calle Férou. En la calle de Seine encontró a Planchet que se hallaba parado ante la tienda de un pastelero y que parecía extasiado ante un brioche de la forma más apetecible. Le dio orden de ir a ensillar dos caballos a las cuadras del señor de Tréville, uno para él, D'Artagnan, y otro para Planchet, y venir a reunírsele a casa de Athos, porque el señor de Tréville había puesto sus cuadras de una vez por todas al servicio de D'Artagnan. Planchet se encaminó hacia la calle del Colombier y D'Artagnan hacia la calle Férou. Athos estaba en su casa vaciando tristemente una de las botellas de aquel famoso vino español que había traído de su viaje a Picardía. Hizo señas a Grimaud de traer un vaso para D'Artagnan y Grimaud obedeció como de costumbre. D'Artagnan contó entonces a Athos todo cuanto había pasado en la iglesia entre Porthos y la procuradora, y cómo para aquella hora su compañero estaba probablemente en camino de equiparse. —Pues yo estoy muy tranquilo —respondió Athos a todo este relato—; no serán las mujeres las que hagan los gastos de mi arnés. —Y, sin embargo, hermoso, cortés, gran señor como sois, mi querido Athos, no habría ni princesa ni reina a salvo de vuestros dardos amorosos. —¡Qué joven es este D'Artagnan! —dijo Athos, encogiéndose de hombros. E hizo señas a Grimaud para que trajera una segunda botella. En aquel momento Planchet pasó humildemente la cabeza por la puerta entreabierta y anunció a su señor que los dos caballos estaban allí. —¿Qué caballos? —preguntó Athos. —Dos que el señor de Tréville me presta para el paseo y con los que voy a dar una vuelta por Saint-Germain. —¿Y qué vais a hacer a Saint-Germain? —preguntó aún Athos. Entonces D'Artagnan le contó el encuentro que había tenido en la iglesia, y cómo había vuelto a encontrar a aquella mujer que, con el señor de la capa negra y la cicatriz junto a la sien, era su eterna preocupación. —Es decir, que estáis enamorado de ella, como lo estáis de la señora Bonacieux —dijo Athos encogiéndose desdeñosamente de hombros como si se compadeciese de la debilidad humana. —¿Yo? ¡Nada de eso! —exclamó D'Artagnan—. Sólo tengo curiosidad por aclarar el misterio con el que está relacionada. No sé por qué, pero me imagino que esa mujer, por más desconocida que me sea y por más desconocido que yo sea para ella, tiene una influencia en mi vida. —De hecho, tenéis razón —dijo Athos—. No conozco una mujer que merezca la pena que se la busque cuando está perdida. La señora Bonacieux está perdida, ¡tanto peor para ella! ¡Que ella misma se encuentre! —No, Athos, no, os engañáis —dijo D'Artagnan—; amo a mi pobre Constance más que nunca, y si supiese el lugar en que está, aunque fuera en el fin del mundo, partiría para sacarla de las manos de sus verdugos; pero lo ignoro, todas mis búsquedas han sido inútiles. ¿Qué queréis? Hay que distraerse.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXXI Ingleses y franceses Llegada la hora, se dirigieron con los cuatro lacayos hacia el Luxemburgo, a un recinto abandonado a las cabras. Athos dio una moneda al cabrero para que se alejase. Los lacayos fueron encargados de hacer de centinelas. Inmediatamente una tropa silenciosa se aproximó al mismo recinto, penetró en él y se unió a los mosqueteros; luego tuvieron lugar las presentaciones según las costumbres de ultramar. Los ingleses eran todas personas de la mayor calidad, los nombres extraños de sus adversarios fueron, pues, para ellos tema no sólo de sorpresa sino aun de inquietud. —Pero a todo esto —dijo lord de Winter cuando los tres amigos hubieron dado sus nombres—, no sabemos quiénes sois, y nosotros no nos batiremos con nombres semejantes; son nombres de pastores. —Como bien suponéis, milord, son nombres falsos —dijo Athos. —Lo cual nos da aún mayor deseo de conocer los nombres verdaderos —respondió el inglés. —Habéis jugado de buena gana contra nosotros sin conocerlos —dijo Athos—, y con ese distintivo nos habéis ganado nuestros dos caballos. —Cierto, pero no arriesgábamos más que nuestras pistolas; esta vez arriesgamos nuestra sangre: se juega con todo el mundo, pero uno sólo se bate con sus iguales. —Eso es justo —dijo Athos. Y llevó aparte a aquel de los cuatro ingleses con el que debía batirse y le dijo su nombre en voz baja. Porthos y Aramis hicieron otro tanto por su lado. —¿Os basta eso —dijo Athos a su adversario—, y me creéis tan gran señor como para hacerme la gracia de cruzar la espada conmigo? —Sí, señor —dijo el inglés inclinándose. —Y bien, ahora, ¿queréis que os diga una cosa? —repuso fríamente Athos. —¿Cuál? —preguntó el inglés. —Nunca deberíais haberme exigido que me diese a conocer. —¿Por qué? —Porque se me cree muerto, porque tengo razones para desear que no se sepa que vivo, y porque voy a verme obligado a mataros, para que mi secreto no corra por ahí. El inglés miró a Athos, creyendo que éste bromeaba; pero Athos no bromeaba por nada del mundo. —Señores —dijo dirigiéndose al mismo tiempo a sus compañeros y a sus adversarios—, ¿estamos? —Sí —respondieron todos a una, ingleses y franceses. —Entonces, en guardia —dijo Athos. Y al punto, ocho espadas brillaron a los rayos del crepúsculo, y el combate comenzó con un encarnizamiento muy natural entre gentes dos veces enemigas. Athos luchaba con tanta calma y método como si estuviera en una sala de armas. Porthos, corregido sin duda de su excesiva confianza por su aventura de Chantilly, hacía un juego lleno de sutileza y prudencia. Aramis, que tenía que terminar el tercer canto de su poema, se apresuraba como hombre muy ocupado. Athos fue el primero en matar a su adversario: no le había lanzado más que una estocada, pero como había avisado, el golpe había sido mortal, la espada le atravesó el corazón.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXIX La caza del equipo El más preocupado de los cuatro amigos era, por supuesto, D'Artagnan, aunque D'Artagnan, en su calidad de guardia, fuera más fácil de equipar que los señores mosqueteros, que eran señores; pero nuestro cadete de Gascuña era, como se habrá podido ver, de un carácter previsor y casi avaro, aunque también fantasioso hasta el punto (explicad los contrarios) de poderse comparar con Porthos. A aquella preocupación de su vanidad D'Artagnan unía en aquel momento una inquietud menos egoísta. Pese a algunas informaciones que había podido recibir sobre la señora Bonacieux, no le había llegado ninguna noticia. El señor de Tréville había hablado de ello a la reina: la reina ignoraba dónde estaba la joven mercera y habría prometido hacerla buscar. Pero esta promesa era muy vaga y apenas tranquilizadora para D'Artagnan. Athos no salía de su habitación: había decidido no arriesgar una zancada para equiparse. —Nos quedan quince días —les decía a sus amigos—; pues bien, si al cabo de quince días no he encontrado nada mejor, si nada ha venido a encontrarme, como soy buen católico para romperme la cabeza de un disparo, buscaré una buena pelea a cuatro guardias de su Eminencia o a ocho ingleses y me batiré hasta que haya uno que me mate, lo cual, con esa cantidad, no puede dejar de ocurrir. Se dirá entonces que he muerto por el rey, de modo que habré cumplido con mi deber sin tener necesidad de equiparme. Porthos seguía paseándose con las manos a la espalda, moviendo la cabeza de arriba abajo y diciendo: —Sigo en mi idea. Aramis, inquieto y despeinado, no decía nada. Por estos detalles desastrosos puede verse que la desolación reinaba en la comunidad. Los lacayos, por su parte, como los corceles de Hipólito[149], compartían la triste pena de sus amos. Mosquetón hacía provisiones de mendrugos de pan; Bazin, que siempre se había dado a la devoción, no dejaba las iglesias; Planchet miraba volar las moscas, y Grimaud, al que la penuria general no podía decidir a romper el silencio impuesto por su amo, lanzaba suspiros como para enternecer a las piedras. Los tres amigos, porque, como hemos dicho, Athos había jurado no dar un paso para equiparse, los tres amigos salían, pues, al alba y volvían muy tarde. Erraban por las calles mirando al suelo para saber si las personas que habían pasado antes que ellos no habían dejado alguna bolsa. Se hubiera dicho que seguían pistas, tan atentos estaban por donde quiera que iban. Cuando se encontraban, tenían miradas desoladas que querían decir: ¿Has encontrado algo? Sin embargo como Porthos había sido el primero en dar con su idea y como había persistido en ella, fue el primero en actuar. Era un hombre de acción aquel digno Porthos. D'Artagnan lo vio un día encaminarse hacia la iglesia de Saint-Leu, y lo siguió instintivamente: entró en el lugar santo después de haberse atusado el mostacho y estirado su perilla, lo cual anunciaba de su parte las intenciones más conquistadoras. Como D'Artagnan tomaba algunas precauciones para esconderse, Porthos creyó no haber sido visto. D'Artagnan entró tras él; Porthos fue a situarse al lado de un pilar; D'Artagnan, siempre sin ser visto, se apoyó en otro. Precisamente había sermón, lo cual hacía que la iglesia estuviera abarrotada. Porthos aprovechó la circunstancia para echar una ojeada a las mujeres; gracias a los buenos cuidados de Mosquetón, el exterior estaba lejos de anunciar las penurias del interior: su sombrero estaba ciertamente algo pelado, su pluma descolorida, sus brocados algo deslustrados, sus puntillas bastante raídas, pero a media luz todas estas bagatelas desaparecían y Porthos seguía siendo el bello Porthos.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXVIII El regreso D'Artagnan había quedado aturdido por la horrible confesión de Athos; sin embargo, muchas de las cosas parecían oscuras en aquella semirrevelación; en primer lugar, había sido hecha por un hombre completamente ebrio a un hombre que lo estaba a medias, y no obstante, pese a esa ola que hace subir al cerebro el vaho de dos o tres botellas de borgoña, D'Artagnan, al despertarse al día siguiente, tenía cada palabra de Athos tan presente en su espíritu como si a medida que habían caído de su boca se hubieran impreso en su espíritu. Toda aquella duda no hizo sino darle un deseo más vivo de llegar a una certidumbre, y pasó a la habitación de su amigo con la intención bien meditada de reanudar su conversación de la víspera; pero encontró a Athos con la cabeza completamente sentada, es decir, el más fino y más impenetrable de los hombres. Por lo demás, el mosquetero, después de haber cambiado con él un apretón de manos, se le adelantó con el pensamiento. —Estaba muy borracho ayer, mi querido D'Artagnan —dijo—; me he dado cuenta esta mañana por mi lengua, que estaba todavía muy espesa y por mi pulso, que aún estaba muy agitado; apuesto a que dije mil extravagancias. Y al decir estas palabras miró a su amigo con una fijeza que lo embarazó. —No —replicó D'Artagnan—, y si no recuerdo mal, no habéis dicho nada muy extraordinario. —¡Ah, me asombráis! Creía haberos contado una historia de las más lamentables. Y miraba al joven como si hubiera querido leer en lo más profundo de su corazón. —A fe mía —dijo D'Artagnan—, parece que yo estaba aún más borracho que vos, puesto que no me acuerdo de nada. Athos no se fió de esta palabra y prosiguió: —No habréis dejado de notar, mi querido amigo, que cada cual tiene su clase de borrachera: triste o alegre; yo tengo la borrachera triste, y cuando alguna vez me emborracho, mi manía es contar todas las historias lúgubres que la tonta de mi nodriza me metió en el cerebro. Ese es mi defecto, defecto capital, lo admito; pero, dejando eso a un lado, soy buen bebedor. Athos decía esto de una forma tan natural que D'Artagnan quedó confuso en su convicción. —Oh, de algo así me acuerdo, en efecto —prosiguió el joven tratando de volver a coger la verdad—, me acuerdo de algo así como que hablamos de ahorcados, pero como se acuerda uno de un sueño. —¡Ah, lo veis! —dijo Athos palideciendo y, sin embargo, tratando de reír—. Estaba seguro, los ahorcados son mi pesadilla. —Sí, sí —prosiguió D'Artagnan—, y, ya está, la memoria me vuelve: sí, se trataba…, esperad…, se trataba de una mujer. —¿Lo veis? —respondió Athos volviéndose casi lívido—. Es mi famosa historia de la mujer rubia, y cuando la cuento es que estoy borracho perdido. —Sí, eso es —dijo D'Artagnan—, la historia de la mujer rubia, alta y hermosa, de ojos azules. —Sí, y colgada. —Por su marido, que era un señor de vuestro conocimiento continuó D'Artagnan mirando fijamente a Athos. —¡Y bien! Ya veis cómo se compromete un hombre cuando no sabe lo que se dice —prosiguió Athos encogiéndose de hombros como si tuviera piedad de sí mismo—. Decididamente, no quiero emborracharme más, D'Artagnan, es una mala costumbre.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXVII La mujer de Athos –Ahora sólo queda saber nuevas de Athos —dijo D'Artagnan al fogoso Aramis, una vez que lo hubo puesto al corriente de lo que había pasado en la capital después de su partida, y mientras una excelente comida hacía olvidar a uno su tesis y al otro su fatiga. —¿Creéis, pues, que le habrá ocurrido alguna desgracia? —preguntó Aramis—. Athos es tan frío, tan valiente y maneja tan hábilmente su espada… —Sí, sin duda, y nadie reconoce más que yo el valor y la habilidad de Athos; pero yo prefiero sobre mi espada el choque de las lanzas al de los bastones; temo que Athos haya sido zurrado por el hatajo de lacayos, los criados son gentes que golpean fuerte y que no terminan pronto. Por eso, os lo confieso, quisiera partir lo antes posible. —Yo trataré de acompañaros —dijo Aramis—, aunque aún no me siento en condiciones de montar a caballo. Ayer ensayé la disciplina que veis sobre ese muro, y el dolor me impidió continuar ese piadoso ejercicio. —Es que, amigo mío, nunca se ha visto intentar curar un escopetazo a golpes de disciplina; pero estabais enfermo, y la enfermedad debilita la cabeza, lo que hace que os excuse. —¿Y cuándo partís? —Mañana, al despuntar el alba; reposad lo mejor que podáis esta noche y mañana, si podéis, partiremos juntos. —Hasta mañana, pues —dijo Aramis—; porque por muy de hierro que seáis, debéis tener necesidad de reposo. Al día siguiente, cuando D'Artagnan entró en la habitación de Aramis, lo encontró en su ventana. —¿Qué miráis ahí? —preguntó D'Artagnan. —¡A fe mía! Admiro esos tres magníficos caballos que los mozos de cuadra tienen de la brida; es un placer de príncipe viajar en semejantes monturas. —Pues bien, mi querido Aramis, os daréis ese placer, porque uno de esos caballos es para vos. —¡Huy! ¿Cuál? —El que queráis de los tres, yo no tengo preferencia. —¿Y el rico caparazón que te cubre es mío también? —Claro. —¿Queréis reíros, D'Artagnan? —Yo no río desde que vos habláis francés. —¿Son para mí esas fundas doradas, esa gualdrapa de terciopelo, esa silla claveteada de plata? —Para vos, como el caballo que piafa es para mí, y como ese otro caballo que caracolea es para Athos. —¡Peste! Son tres animales soberbios. —Me halaga que sean de vuestro gusto. —¿Es el rey quien os ha hecho ese regalo? —A buen seguro que no ha sido el cardenal; pero no os preocupéis de dónde vienen, y pensad sólo que uno de los tres es de vuestra propiedad. —Me quedo con el que lleva el mozo de cuadra pelirrojo. —¡De maravilla!
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXVI La tesis de Aramis D'Artagnan no había dicho a Porthos nada de su herida ni de su procuradora. Era nuestro bearnés un muchacho muy prudente, aunque fuera joven. En consecuencia, había fingido creer todo lo que le había contado el glorioso mosquetero, convencido de que no hay amistad que soporte un secreto sorprendido, sobre todo cuando este secreto afecta al orgullo; además, siempre se tiene cierta superioridad moral sobre aquellos cuya vida se sabe. Y D'Artagnan, en sus proyectos de intriga futuros, y decidido como estaba a hacer de sus tres compañeros los instrumentos de su fortuna, D'Artagnan no estaba molesto por reunir de antemano en su mano los hilos invisibles con cuya ayuda contaba dirigirlos. Sin embargo, a lo largo del camino, una profunda tristeza le oprimía el corazón; pensaba en aquella joven y bonita señora Bonacieux, que debía pagarle el precio de su adhesión; pero, apresurémonos a decirlo, aquella tristeza en el joven provenía no tanto del pesar de su felicidad perdida cuanto de la inquietud que experimentaba porque le pasase algo a aquella pobre mujer. Para él no había ninguna duda: era víctima de una venganza del cardenal y, como se sabe, las venganzas de Su Eminencia eran terribles. Cómo había encontrado él gracia a los ojos del ministro, es lo que él mismo ignoraba y sin duda lo que le hubiese revelado el señor de Cavois si el capitán de los guardias le hubiera encontrado en su casa. Nada hace marchar al tiempo ni abrevia el camino como un pensamiento que absorbe en sí mismo todas las facultades del organismo de quien piensa. La existencia exterior parece entonces un sueño cuya ensoñación es ese pensamiento. Gracias a su influencia, el tiempo no tiene medida, el espacio no tiene distancia. Se parte de un lugar y se llega a otro, eso es todo. Del intervalo recorrido nada queda presente a vuestro recuerdo más que una niebla vaga en la que se borran mil imágenes confusas de árboles, de montañas y de paisajes. Fue así, presa de una alucinación, como D'Artagnan franqueó, al trote que quiso tomar su caballo, las seis a ocho leguas que separan Chantilly de Crèvecceur, sin que al llegar a esta ciudad se acordase de nada de lo que había encontrado en su camino. Sólo allí le volvió la memoria, movió la cabeza, divisó la taberna en que había dejado a Aramis y, poniendo su caballo al trote, se detuvo en la puerta. Aquella vez no fue un hostelero, sino una hostelera quien lo recibió; D'Artagnan era fisonomista, envolvió de una ojeada la gruesa cara alegre del ama del lugar, y comprendió que no había necesidad de disimular con ella ni había nada que temer de parte de una fisonomía tan alegre. —Mi buena señora —le preguntó D'Artagnan—, ¿podríais decirme qué ha sido de uno de mis amigos, a quien nos vimos forzados a dejar aquí hace una docena de días? —¿Un guapo joven de veintitrés a veinticuatro años, dulce, amable, bien hecho? —¿Y además herido en un hombro? —Eso es. —Precisamente. —Pues bien, señor sigue estando aquí. —¡Bien, mi querida señora! —dijo D'Artagnan poniendo pie en tierra y lanzando la brida de su caballo al brazo de Planchet—. Me devolvéis la vida. ¿Dónde está mi querido Aramis, para que lo abrace? Porque, lo confieso, tengo prisa por volverlo a ver. —Perdón, señor, pero dudo de que pueda recibiros en este momento. —¿Y eso por qué? ¿Es que está con una mujer? —¡Jesús! ¡No digáis eso! ¡El pobre muchacho! No, señor, no está con una mujer.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXIV El pabellón Alas nueve, D'Artagnan estaba en el palacio de los Guardias; encontró a Planchet armado. El cuarto caballo había llegado. Planchet estaba armado con su mosquetón y una pistola. D'Artagnan tenía su espada y pasó dos pistolas a su cintura, luego los dos montaron cada uno en un caballo y se alejaron sin ruido. Hacía noche cerrada, y nadie los vio salir. Planchet se puso a continuación de su amo, y marchó a diez pasos tras él. D'Artagnan cruzó los muelles, salió por la puerta de la Conférence[120] y siguió luego el camino, más hermoso entonces que hoy, que conduce a Saint-Cloud. Mientras estuvieron en la ciudad, Planchet guardó respetuosamente la distancia que se había impuesto; pero cuando el camino comenzó a volverse más desierto y más oscuro, fue acercándose lentamente; de tal modo que cuando entraron en el bosque de Boulogne, se encontró andando codo a codo con su amo. En efecto, no debemos disimular que la oscilación de los corpulentos árboles y el reflejo de la luna en los sombríos matojos le causaban viva inquietud. D'Artagnan se dio cuenta de que algo extraordinario ocurría en su lacayo. —¡Y bien, señor Planchet! —le preguntó—. ¿Nos pasa algo? —¿No os parece, señor, que los bosques son como iglesias? —¿Y eso por qué, Planchet? —Porque tanto en éstas como en aquéllos nadie se atreve a hablar en voz alta. —¿Por qué no te atreves a hablar en voz alta, Planchet? ¿Porque tienes miedo? —Miedo a ser oído, sí, señor. —¡Miedo a ser oído! Nuestra conversación es sin embargo moral, mi querido Planchet, y nadie encontraría nada qué decir de ella. —¡Ay, señor! —repuso Planchet volviendo a su idea madre—. Ese señor Bonacieux tiene algo de sinuoso en sus cejas y de desagradable en el juego de sus labios. —¿Quién diablos te hace pensar en Bonacieux? —Señor, se piensa en lo que se puede y no en lo que se quiere. —Porque eres un cobarde, Planchet. —Señor, no confundamos la prudencia con la cobardía; la prudencia es una virtud. —Y tú eres virtuoso, ¿no es así, Planchet? —Señor, ¿no es aquello el cañón de un mosquete que brilla? ¿Y si bajáramos la cabeza? —En verdad —murmuró D'Artagnan, a quien las recomendaciones del señor de Tréville volvían a la memoria—, en verdad, este animal terminará por meterme miedo. Y puso su caballo al trote. Planchet siguió el movimiento de su amo, exactamente como si hubiera sido su sombra, y se encontró trotando tras él. —¿Es que vamos a caminar así toda la noche, señor? —preguntó. —No, Planchet, porque tú has llegado ya. —¿Cómo que he llegado? ¿Y el señor? —Yo voy a seguir todavía algunos pasos. —¿Y el señor me deja aquí solo? —¿Tienes miedo Planchet? —No, pero sólo hago observar al señor que la noche será muy fría, que los relentes dan reumatismos y que un lacayo que tiene reumatismos es un triste servidor,...
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXV Porthos En lugar de regresar a su casa directamente, D'Artagnan puso pie en tierra ante la puerta del señor de Tréville y subió rápidamente la escalera. Aquella vez estaba decidido a contarle todo lo que acababa de pasar. Sin duda, él daría buenos consejos en todo aquel asunto; además, como el señor de Tréville veía casi a diario a la reina, quizá podría sacar a Su Majestad alguna información sobre la pobre mujer a quien sin duda se hacía pagar su adhesión a su señora. El señor de Tréville escuchó el relato del joven con una gravedad que probaba que había algo más en toda aquella aventura que una intriga de amor; luego, cuando D'Artagnan hubo acabado: —¡Hum! —dijo—. Todo esto huele a Su Eminencia a una legua. —Pero ¿qué hacer? —dijo D'Artagnan. —Nada, absolutamente nada ahora sólo abandonar París como os he dicho, lo antes posible. Yo veré a la reina, le contaré los detalles de la desaparición de esa pobre mujer, que ella sin duda ignora; estos detalles la orientarán por su lado, y a vuestro regreso, quizá tenga yo alguna buena nueva que deciros. Dejadlo en mis manos. D'Artagnan sabía que, aunque gascón el señor de Tréville no tenía la costumbre de prometer, y que cuando por azar prometía, mantenía, y con creces, lo que había prometido. Saludó, pues, lleno de agradecimiento por el pasado y por el futuro, y el digno capitán, que por su lado sentía vivo interés por aquel joven tan valiente y tan resuelto, le apretó afectuosamente la mano deseándole un buen viaje. Decidido a poner los consejos del señor de Tréville en práctica en aquel mismo instante, D'Artagnan se encaminó hacia la calle des Fossoyeurs, a fin de velar por la preparación de su equipaje. Al acercarse a su casa, reconoció al señor Bonacieux en traje de mañana, de pie ante el umbral de su puerta. Todo lo que le había dicho la víspera el prudente Planchet sobre el carácter siniestro de su huésped volvió entonces a la memoria de D'Artagnan que lo miró más atentamente de lo que hasta entonces había hecho. En efecto, además de aquella palidez amarillenta y enfermiza que indica la filtración de la bilis en la sangre y que por el otro lado podía ser sólo accidental, D'Artagnan observó algo de sinuosamente pérfido en la tendencia a las arrugas de su cara. Un bribón no ríe de igual forma que un hombre honesto, un hipócrita no llora con las lágrimas que un hombre de buena fe. Toda falsedad es una máscara, y por bien hecha que esté la máscara, siempre se llega, con un poco de atención, a distinguirla del rostro. Le pareció pues, a D'Artagnan que el señor Bonacieux llevaba una máscara, e incluso que aquella máscara era de las más desagradables de ver. En consecuencia, vencido por su repugnancia hacia aquel hombre, iba a pasar por delante de él sin hablarle cuando, como la víspera, el señor Bonacieux lo interpeló: —¡Y bien, joven —le dijo—, parece que andamos de juerga! ¡Diablos, las siete de la mañana! Me parece que os apartáis de las costumbres recibidas y que volvéis a la hora en que los demás salen. —No se os hará a vos el mismo reproche, maese Bonacieux —dijo el joven—, y sois modelo de las gentes ordenadas. Es cierto que cuando se pone una mujer joven y bonita, no hay necesidad de correr detrás de la felicidad; es la felicidad la que viene a buscaros, ¿no es así, señor Bonacieux? Bonacieux se puso pálido como la muerte y muequeó una sonrisa. —¡Ah, ah! —dijo Bonacieux—. Sois un compañero bromista. Pero ¿dónde diablos habéis andado de correría esta noche, mi joven amigo? Parece que no hacía muy buen tiempo en los atajos.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXIII La cita D'Artagnan volvió a su casa a todo correr, y aunque eran más de las tres de la mañana y aunque tuvo que atravesar los peores barrios de París, no tuvo ningún mal encuentro. Ya se sabe que hay un dios que vela por los borrachos y los enamorados. Encontró la puerta de su casa entreabierta, subió su escalera, y llamó suavemente y de una forma convenida entre él y su lacayo. Planchet, a quien dos horas antes había enviado del palacio del Ayuntamiento recomendándole que lo esperase, vino a abrirle la puerta. —¿Alguien ha traído una carta para mí? —preguntó vivamente D'Artagnan. —Nadie ha traído ninguna carta, señor —respondió Planchet—; pero hay una que ha venido totalmente sola. —¿Qué quieres decir, imbécil? —Quiero decir que al volver, aunque tenía la llave de vuestra casa en mi bolsillo y aunque esa llave no me haya abandonado, he encontrado una carta sobre el tapiz verde de la mesa, en vuestro dormitorio. —¿Y dónde está esa carta? —La he dejado donde estaba, señor. No es natural que las cartas entren así en casa de las gentes. Si la ventana estuviera abierta, o solamente entreabierta, no digo que no; pero no, todo estaba herméticamente cerrado. Señor, tened cuidado, porque a buen seguro hay alguna magia en ella. Durante este tiempo, el joven se había lanzado a la habitación y abierto la carta; era de la señora Bonacieux y estaba concebida en estos términos: Hay vivos agradecimientos que haceros y que transmitiros. Estad esta noche hacia las diez en Saint-Cloud, frente al pabellón que se alza en la esquina de la casa del señor D'Estrées.[116] C. B. Al leer aquella carta, D'Artagnan sentía su corazón dilatarse y encogerse con ese dulce espasmo que tortura y acaricia el corazón de los amantes. Era el primer billete que recibía, era la primera cita que se le concedía. Su corazón, henchido por la embriaguez de la alegría, se sentía presto a desfallecer sobre el umbral de aquel paraíso terrestre que se llamaba el amor. —¡Y bien, señor! —dijo Planchet, que había visto a su amo enrojecer y palidecer sucesivamente—. ¿No es justo lo que he adivinado y que se trata de algún asunto desagradable? —Te equivocas, Planchet —respondió D'Artagnan—, y la prueba es que ahí tienes un escudo para que bebas a mi salud. —Agradezco al señor el escudo que me da, y le prometo seguir exactamente sus instrucciones; pero no es menos cierto que las cartas que entran así en las casas cerradas… —Caen del cielo, amigo mío, caen del cielo. —Entonces, ¿el señor está contento? —preguntó Planchet. —¡Mi querido Planchet, soy el más feliz de los hombres! —¿Puedo aprovechar la felicidad del señor para irme a acostar? —Sí, vete. —Que todas las bendiciones del cielo caigan sobre el señor, pero no es menos cierto que esa carta…
La trepidante vida del escritor francés Alejandro Dumas encuentra su eco en su literatura. Sus experiencias personales, llenas de pasión y desafíos, aparecen en algunas de sus obras como “Los tres Mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”. A través de sus personajes explora temas de intriga, amor y coraje, dibujando paralelismos con su vida real. Te contamos su historia. Y descubre más historias curiosas en el canal National Geographic y en Disney +.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXI La condesa de Winter Durante el camino, el duque se hizo poner al corriente por D'Artagnan no de cuanto había pasado, sino de lo que D'Artagnan sabía. Al unir lo que había oído salir de la boca del joven a sus recuerdos propios, pudo, pues, hacerse una idea bastante exacta de una situación, de cuya gravedad, por lo demás, la carta de la reina, por corta y poco explícita que fuese, le daba la medida. Pero lo que le extrañaba sobre todo es que el cardenal, interesado como estaba en que aquel joven no pusiera el pie en Inglaterra, no hubiera logrado detenerlo en ruta. Fue entonces, y ante la manifestación de esta sorpresa, cuando D'Artagnan le contó las precauciones tomadas, y cómo gracias a la abnegación de sus tres amigos, que había diseminado todo ensangrentados en el camino, había llegado a librarse, salvo la estocada que había atravesado el billete de la reina y que había devuelto al señor de Wardes en tan terrible moneda. Al escuchar este relato hecho con la mayor simplicidad, el duque miraba de vez en cuando al joven con aire asombrado, como si no hubiera podido comprender que tanta prudencia, coraje y abnegación hubieran venido a un rostro que no indicaba todavía los veinte años. Los caballos iban como el viento y en algunos minutos estuvieron a las puertas de Londres. D'Artagnan había creído que al llegar a la ciudad el duque aminoraría la marcha del suyo, pero no fue así: continuó su camino a todo correr, inquietándose poco de si derribaba a quienes se hallaban en su camino. En efecto, al atravesar la ciudad, ocurrieron dos o tres accidentes de este género; pero Buckingham no volvió siquiera la cabeza para mirar qué había sido de aquellos a los que había volteado. D'Artagnan le seguía en medio de gritos que se parecían mucho a maldiciones. Al entrar en el patio del palacio, Buckingham saltó de su caballo y, sin preocuparse por lo que le ocurriría, lanzó la brida sobre el cuello y se abalanzó hacia la escalinata. D'Artagnan hizo otro tanto, con alguna inquietud más sin embargo, por aquellos nobles animales cuyo mérito había podido apreciar; pero tuvo el consuelo de ver que tres o cuatro criados se habían lanzado de las cocinas y las cuadras y se apoderaban al punto de sus monturas. El duque caminaba tan rápidamente que D'Artagnan apenas podía seguirlo. Atravesó sucesivamente varios salones de una elegancia de la que los mayores señores de Francia no tenían siquiera idea, y llegó por fin a un dormitorio que era a la vez un milagro de gusto y de riqueza. En la alcoba de esta habitación había una puerta, oculta en la tapicería, que el duque abrió con una llavecita de oro que llevaba colgada de su cuello por una cadena del mismo metal. Por discreción, D'Artagnan se había quedado atrás; pero en el momento en que Buckingham franqueaba el umbral de aquella puerta, se volvió, y viendo la indecisión del joven: —Venid —le dijo—, y si tenéis la dicha de ser admitido en presencia de Su Majestad, decidle lo que habéis visto. Alentado por esta invitación, D'Artagnan siguió al duque, que cerró la puerta tras él. Los dos se encontraron entonces en una pequeña capilla tapizada toda ella de seda de Persia y brocada de oro, ardientemente iluminada por un gran número de bujías. Encima de una especie de altar, y debajo de un dosel de terciopelo azul coronado de plumas blancas y rojas, había un retrato de tamaño natural representando a Ana de Austria, tan perfectamente parecido que D'Artagnan lanzó un grito de sorpresa: se hubiera creído que la reina iba a hablar. Sobre el altar, y debajo del retrato, estaba el cofre que guardaba los herretes de diamantes. El duque se acercó al altar, se arrodilló como hubiera podido hacerlo un sacerdote ante Cristo; luego abrió el cofre.
Los tres mosqueteros (Les trois mousquetaires) Alexandre Dumas Capítulo XXII El ballet de la Merlaison Al día siguiente no se hablaba en todo París más que del baile que los señores regidores de la villa darían al rey y a la reina, y en el cual sus Majestades debían bailar el famoso ballet de la Merlaison[111], que era el ballet favorito del rey. En efecto, desde hacía ocho días se preparaba todo en el Ayuntamiento para aquella velada solemne. El carpintero de la villa había levantado los estrados sobre los que debían permanecer las damas invitadas; el tendera del Ayuntamiento había adornado las salas con doscientas velas de cera blanca, lo cual era un lujo inaudito para aquella época; en fin, veinte violines habían sido avisados, y el precio que se les daba había sido fijado en el doble del precio ordinario, dado que, según este informe, debían tocar durante toda la noche. A las diez de la mañana, el señor de La Coste, abanderado de los guardias del rey, seguido de dos exentos y de varios arqueros del cuerpo, vino a pedir al escribano de la villa, llamado Clément, todas las llaves de puertas, habitaciones y oficinas del Ayuntamiento. Aquellas llaves le fueron entregadas al instante; cada una de ellas llevaba un billete que debía servir para hacerla reconocer, y a partir de aquel momento el señor de La Coste quedó encargado de la guardia de todas las puertas y todas las avenidas. A las once vino a su vez Duhallier, capitán de los guardias, trayendo consigo cincuenta arqueros que se repartieron al punto por el Ayuntamiento, en las puertas que les habían sido asignadas. A las tres llegaron dos compañías de guardias, una francesa, otra suiza. La compañía de los guardias franceses estaba compuesta: la mitad por hombres del señor Duhallier[112], la otra mitad por hombres del señor des Essarts. A las seis de la tarde, los invitados comenzaron a entrar. A medida que entraban, eran colocados en el salón, sobre los estrados preparados. A las nueve llegó la señora primera presidenta. Como era después de la reina la persona de mayor consideración de la fiesta, fue recibida por los señores del Ayuntamiento y colocada en el palco frontero al que debía ocupar la reina. A las diez se trajo la colación de confituras para el rey en la salita del lado de la iglesia Saint-Jean, y ello frente al aparador de plata del Ayuntamiento, que era guardado por cuatro arqueros. A medianoche se oyeron grandes gritos y numerosas aclamaciones: era el rey que avanzaba a través de las calles que conducen del Louvre al palacio del Ayuntamiento, y que estaban iluminadas con linternas de color. Al punto los señores regidores, vestidos con sus trajes de paño y precedidos por seis sargentos, cada uno de los cuales llevaba un hachón en la mano, fueron ante el rey, a quien encontraron en las gradas, donde el preboste de los comerciantes le dio la bienvenida, cumplida la cual Su Majestad respondió excusándose de haber venido tan tarde, pero cargando la culpa sobre el señor cardenal, que lo había retenido hasta las once para hablar de los asuntos del Estado. Su Majestad, en traje de ceremonia, estaba acompañado por S. A. R. Monsieur[113], por el conde de Soissons, por el gran prior[114], por el duque de Longueville, por el duque D'Elbeuf, por el conde D'Harcourt, por el conde de La Roche-Guyon, por el señor de Liancourt, por el señor de Baradas[115], por el conde de Cramail y por el caballero de Souveray. Todos observaron que el rey tenía aire triste y preocupado.
Un FanFiction muy especial en el que hablamos de la carrera de Yorgos Lanthimos, los premios Feroz, la polémica con Carlos Vermut y más. Contenido: Los tres mosqueteros: Milady Cine Miller´s Girl Cine El último soldado Cine Cazadores en tierra inhóspita Netflix Un mal día lo tiene cualquiera Cine Griselda Netflix Filmografía Yorgos Lanthimos Escucha el episodio completo en la app de iVoox, o descubre todo el catálogo de iVoox Originals
En este episodio tenemos a varias heroínas que subvierten los modelos clásicos del cine y las novelas. Eva Green encabeza el reparto de la segunda parte de 'Los tres mosqueteros', la saga que ha recuperado el cine francés con la actriz en el papel de Milady. Emma Stone busca su segundo Oscar con 'Pobres criaturas', un papel kamikaze con el que Yorgos Lanthimos triunfó en Venecia. Y además tenemos una mirada al motocross urbano en la periferia de Francia, música y compromiso con Little Richard y nuevas series para hacer un maratón.
#campaña #elecciones2020 #pesquisafederal. Tres abogados, incluido el cuñado del Gobernador, Andrés Guillemard Noble, parecen estar entre los cuentos reales que se dieron ante investigación de caso financiamiento campaña 2020 del hoy gobernador, Pedro Pierluisi. Conoce quienes son y qué se alega que hicieron. Uno de ellos le contestó a Bonita Radio. La incidencia criminal y Antonio López Figueroa insiste en culpar a las víctimas sin hablar de planes de trabajo para combatir la inseguridad social. La Procuradora de las Personas de Edad Avanzada trae la voz de alerta: explotan financieramente a los viejos.
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Fecha de Grabación: Lunes 8 de enero de 2024. Algunas noticias y temas comentados: 2001: A Space Oddyssey y The Prisoner, las adaptaciones hechas por Kirby Stray Bullets y otros cómics de Dave Lapham A Complete Lowlife, los cómics autobiográficos de Ed Brubaker Lo mejor de la línea America's Best Comics, de Alan Moore Los muchos méritos de Usagi Yojimbo, de Stan Sakai Algunas recomendaciones de grandes cómics y cómics inspiradores 30 Days of Night y su adaptación a la pantalla ¡...y mucho más! Comentario de series y películas: Percy Jackson and the Olympians, serie basada en los libros de Rick Riordan, adaptada por el propio Riordan y Jonathan E Steinberg, con las actuaciones de Walker Scobell, Leah Sava Jeffries y Aryan Simhadri. (Disney+). Gojira Mainasu Wan (Godzilla Minus One), película de kaiju escrita y dirigida por Takashi Yamazaki, con las actuaciones de Ryunosuke Kamiki, Minami Hamabe, Yuki Yamada, Munetaka Aoki, Hidetaka Yoshioka, Sakura Ando y Kuranosuke Sasaki. (Toho Studios) Les Trois Mousquetaires: D'Artagnan y Les Trois Mousquetaires: Milady, películas de acción y aventura dirigidas por Martin Bourboulon, con las actuaciones de François Civil, Vincent Cassel, Romain Duris, Pio Marmaï, Eva Green, Lyna Khoudri, Louis Garrel, Vicky Krieps y Jacob Fortune-Lloyd. (Pathé/Chapter 2) Pueden escuchar el podcast en este reproductor: Descarga Directa MP3 (Botón derecho del mouse y "guardar enlace como"). Peso: 88,3 MB; Calidad: 128 Kbps. El episodio tiene una duración de 1:36:29, y la canción de cierre es "Para No Olvidar" de los Rodríguez. Además de nuestras redes sociales (Twitter, Facebook, Instagram), ahora tenemos una nueva forma de interactuar con nosotros: un servidor en Discord. Es un espacio para compartir recomendaciones, dudas, memes y más, y la conversación gira alrededor de muchos temas además de cómics, y es una forma más inmediata de mantenerse en contacto con Esteban y Alberto, así como con otros escuchas. ¡Únete a nuestro servidor en Discord! También tenemos un Patreon. Cada episodio del podcast se publica allí al menos 24 horas antes que en los canales habituales, y realizamos un especial mensual exclusivo para nuestros suscriptores en esa plataforma. Tú también puedes convertirte en uno de nuestros patreoncinadores™ con aportaciones desde 1 dólar, que puede ser cada mes, o por el tiempo que tú lo decidas, incluyendo aportaciones de una sola vez. También puedes encontrar nuestro podcast en los siguientes agregadores y servicios especializados: Comicverso en Spotify Comicverso en iVoox Comicverso en Apple Podcasts Comicverso en Google Podcasts Comicverso en Amazon Music Comicverso en Archive.org Comicverso en I Heart Radio Comicverso en Overcast.fm Comicverso en Pocket Casts Comicverso en RadioPublic Comicverso en CastBox.fm ¿Usas alguna app o servicio que no tiene disponible el podcast de Comicverso? En la parte alta de la barra lateral está el feed del podcast, el cual puedes agregar al servicio de tu preferencia. Nos interesa conocer opiniones y críticas para seguir mejorando. Si te gusta nuestro trabajo, por favor ayúdanos compartiendo el enlace a esta entrada, cuéntale a tus amigos sobre nuestro podcast, y recomiéndalo a quien creas que pueda interesarle. Deja tus comentarios o escríbenos directamente a comicverso@gmail.com
P. Federico (Guatemala)Hoy celebramos a todos los hombres y mujeres, cuyos nombre no conocemos, que siguieron a Cristi aquí en la tierra y se encuentran ya en el Cielo. En la carrera hacia la santidad no estás solo, están todos ellos y también estás tú para ellos.[Ver Meditación Escrita] https://www.10minconjesus.net/meditacion_escrita/todos-para-uno-y-uno-para-todos/
Alejandro Dumas (1802-1870) es el autor de 'El conde de Montecristo', 'El tulipán negro', 'La reina Margot' o 'La guerra de las mujeres'. En la segunda parte de 'Los tres mosqueteros' os contamos el desenlace de muchas de las tramas, como la de Milady, aunque otras continuarán en 'Veinte años después' y en 'El vizconde de Bragelonne'.
Alejandro Dumas (1802-1870) fue una figura dominante en la escena literaria del siglo XIX francés. Es el autor de novelas inolvidables como 'El conde de Montecristo', 'El tulipán negro', 'Veinte años después', 'La reina Margot' o 'La guerra de las mujeres'. 'Los tres mosqueteros' se publicó en el diario Le Siècle por entregas del 14 de marzo al 11 de julio de 1844. En esta primera parte del podcast os contamos el viaje de D'Artagnan hasta Inglaterra para salvar a la reina, cuando por el camino pierde a los tres mosqueteros.
La alianza Mosqueteros realizó una serie de encuestas para medir la intención de votos de los ciudadanos de cara a las elecciones territoriales 2023 que se realizarán el próximo 29 de octubre.
Con Silvia Cruz Lapeña viajamos a la Francia de D'Artagnan para descubrir cómo los mosqueteros eran más de uno, pero también los autores que idearon una de las obras por excelencia acuñadas a Aleixandre Dumas.
La Alianza Nacional de Firmas Encuestadoras consultó a los colombianos sobre los escándalos que actualmente permean a la Presidencia del país, la intención de voto y la perspectiva sobre la oposición.
Ya llegó a las salas la nueva adaptación del clásico de Alexandre Dumas: “Los tres mosqueteros: D´Artagnan”. Una producción francesa dirigida por Martin Bourboulon, protagonizada por François Civil, y con un elenco que reúne a lo más selecto del cine galo: Vincent Cassel, Pio Marmaï, Romain Duris, Louis Garrel, Lyna Khoudri y Eva Green. ¿Por qué verla? En este episodio, Joel Poblete te cuenta las razones.
Abrimos con una película muy esperada, Los tres mosqueteros: D'Artagnan. Es el último trabajo de Martin Bourboulon fiel al clásico Alejandro Dumas y que tendrá una segunda parte: ‘Los tres mosqueteros: Milady’. Athos, Vincent Cassel y Martin Bourboulon el director pasan por De película para hablar de esta intriga palaciega con tintes históricos. Las cosas de Elio Castro nos llevan a conocer al quinto mosquetero. Ellos son también cuatro, Edu Soto, Antonio Resines, Fele Martínez y Coque Malla protagonistas de En temporada baja de David Marqués, con él hablamos de su último trabajo y consigue llevarnos a una temporada muy alta. Ellas sin embargo son tres, cuatro con el padre Girón. Fenómenas es la comedia paranormal en donde las encontramos y que dirige Carlos Theron. Con él y dos de sus protagonistas Emilio Gutiérrez Caba y Gracia Olayo compartimos micrófonos para hablar de esta comedia de fenómenos extraños basada en hechos reales. Otra de las cintas que llega a las salas y que tuvimos oportunidad de ver en el Festival de Sevilla es Scarlet, la última película de Pietro Marcello, la tercera tras la aclamada Martín Eden. Es la adaptación libre de 'El velero rojo' de Alexander Grin, una cinta sobre el poder de las mujeres con un cierto toque de fábula. Y nos detenemos con Ángeles González Sinde en November del director Cédric Jiménez, basada en los hechos reales que rodearon los ataques terroristas ocurridos en París en noviembre de 2015. Todo esto además del resto de la cartelera dónde hay títulos para todos los gustos y edades, las mejores series con Pedro Calvo, las secciones habituales y su participación. Escuchar audio
Min 5: EL FILTRO LUCHINI Más de 10 millones de euros en las salas de España en solo siete días. El mundo del cine regresa a la normalidad tras una Semana Santa gloriosa para las salas y con un héroe taquillero indiscutible: Super Mario Bross. Ahora toca mantener el pulso con el duelo prometedor que reina en la cartelera. La Universal rescata de sus cenizas el mito del Drácula de Browning en “Renfield”, en la que Nicholas Cage brutaliza el recuerdo de Bela Lugosi en una comedia gore cargada de referencias llamada a mantener el tirón del terror entre el público. Alberto Luchini y Raquel Hernández ponderan los pros y contras de uno de los estrenos destacados de la semana, que se ve las caras con “Los Tres Mosqueteros: Dartagnan”. Ambiciosa producción francesa que se atreve con la obra maestra de Alejandro Dumas amparándose en un reparto de altura que lideran Vincent Cassel y Eva Green. Una primera entrega de altos vuelos que tendrá su continuación con una segunda parte ya rodada y que podremos ver en los próximos meses. Completan la estimulante cartelera de esta semana la comedia española “En temporada baja”, con un gran Resines; la japonesa “Suzume”, que viene ya como una de las películas de anime más taquilleras de la historia, o la comedia francesa “Champagne”. Min 40: ESPECIAL BSO TRIBUTO A SAKAMOTO Y en la sección de música de cine, Ángel Luque coloca hoy su diván en el Japón de Ryuichi Sakamoto para rendir el merecido y prometido tributo al compositor de bandas sonoras como “Feliz Navidad, Mr. Lawrence”, “El Cielo Protector”, “Tacones Lejanos”, “El Pequeño Buda” o “El último Emperador”. Música de altura para disfrutar del intimismo y de la capacidad contemplativa que nos dejó como herencia el versátil y comprometido artista nipón.
Luis Herrero analiza con Juanma González los estrenos de la semana.
La cartelera se llena de estrenos, pero también la nueva temporada empieza a tomar forma con el anuncio de las películas que competirán en Cannes. Muchos veteranos, estrellas de Hollywood y cine español con Víctor Erice y Almodóvar. Lo comentamos y también las películas que llegan a las salas, como ‘Renfield' con Nicolas Cage de Drácula gamberro, la nueva versión de ‘Los Tres mosqueteros', dos thrillers que nos gustan mucho y el precioso cuento de Pietro Marcello. En televisión, charlamos con los protagonistas de la serie que adapta la novela de Almudena Grandes, ‘Los pacientes del doctor García', y os recomendamos dos comedias furiosas.
En una nueva edición de Página 13, que en los viernes está dedicado al cine, Iván Valenzuela analizó junto a Antonio Martínez y Ascanio Cavallo, los estrenos de películas en las distintas plataformas, como por ejemplo, “Con amor y furia”, “Eo”, “Soy niño”, “Los tres mosqueteros: D'Artagnan”, “Misterio a la vista” y “Apolo 10 ½: Una infancia espacial”. Además, en el obituario de este programa, hablaron de Ryuichi Sakamoto, el compositor japonés más influyente del último medio siglo, quien falleció a los 71 años.
En una nueva edición de Página 13, que en los viernes está dedicado al cine, Iván Valenzuela analizó junto a Antonio Martínez y Ascanio Cavallo, los estrenos de películas en las distintas plataformas, como por ejemplo, “Con amor y furia”, “Eo”, “Soy niño”, “Los tres mosqueteros: D'Artagnan”, “Misterio a la vista” y “Apolo 10 ½: Una infancia espacial”. Además, en el obituario de este programa, hablaron de Ryuichi Sakamoto, el compositor japonés más influyente del último medio siglo, quien falleció a los 71 años.
Endor´s Cut es el mini-podcast de La Órbita de Endor. Una reseña sin spoilers, pero con opiniones sinceras y sin influencias ajenas de ningún tipo. Hoy reseñamos LOS TRES MOSQUETEROS: D´ARTAGNAN, la película francesa más ambiciosa de todos los tiempos, que pretende adaptar a lo grande el clásico de Alejandro Dumas. ¿Estamos ante la mejor película de Los 3 Mosqueteros jamás realizada? Descúbrelo. Escucha el episodio completo en la app de iVoox, o descubre todo el catálogo de iVoox Originals
Repasamos la genial aventura de Los tres mosqueteros, que interpretaron Gene Kelly, Lana Turner y Vincent Price entre otros y que sigue viéndose maravilla más de 70 años después. Su argumento, curiosidades y conexiones con las aventuras literarias que ideó Alejandro Dumas. Con Javier Iborralieu y Luis Roberto de la Constancia Escucha el episodio completo en la app de iVoox, o descubre todo el catálogo de iVoox Originals
Los resultados de la más reciente encuesta de Mosqueteros de cara a la segunda vuelta electoral muestran una estrecha diferencia entre los candidatos Rodolfo Hernández y Gustavo Petro.
Rafa Nadal tiene una nueva cita con la historia. Este domingo a partir de las 15:00h de la tarde buscará agrandar su leyenda en Roland Garros con su Decimocuarta Copa de los Mosqueteros. De ganarla, sumará 22 Grand Slams a sus vitrinas, dos de ellos conseguidos en 2022. En el último tramo de Carrusel Deportivo hablamos con su entrenador Carlos Moyá.
El tenista balear que siempre ha conseguido la Copa de los Mosqueteros en los años en los que el Real Madrid ha vencido la Champions espera seguir la racha frente a Casper Ruud. Además, analizamos el derbi canario que se nos viene y hablamos con Luis de la Fuente.
La encuesta realizada por los Mosqueteros, una alianza de tres firmas encuestadoras, midió la intención de voto para la Presidencia en el marco de las elecciones 2022 en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga.
La encuesta realizada por los Mosqueteros, una alianza de tres firmas encuestadoras, midió la intención de voto para la Presidencia en el marco de las elecciones 2022 en Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga.
Alejandro Dumas tuvo una vida aventurera como sus obras repletas de espadachines, héroes y proezas. Su condición de mulato no le impidió triunfar en los salones parisinos y escribió de todo y sobre todo en más de un millar de libros (que ahora sabemos no escribió solo). “Los tres mosqueteros” es su obra más famosa, la primera de una serie protagonizada por D'Artagnan y sus inseparables compañeros Athos, Porthos y Aramis: “todos para uno y uno para todos”. Adaptación de Alonso Cueto y dirección de Alonso Alegría.