Este podcast está dedicado a los cuentos, mitos y leyendas del mundo.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en En el principio de las eras una divinidad que vivía en la inmensidad del silencio en esos tiempos .era luz, era conciencia, pero también sentía el peso de una soledad infinita. No había voces que le respondieran, ni miradas que compartieran su eternidad. Entonces, movido por un deseo puro de compañía, decidió crear seres que pudieran reflejar su esencia y llenar el vacío de su existencia.Así nacieron los primeros seres: luminosos, perfectos, plenos de armonía. Durante un tiempo, todo fue gozo. El ser Divino los contemplaba y ellos, en su inocencia, danzaban en la luz. Pero un día, aquellos seres descubrieron algo inesperado: la llave de la felicidad. Era un símbolo, un conocimiento secreto que les mostraba el camino de regreso al origen. Uno tras otro, siguieron ese sendero y se fundieron nuevamente con el Divino, como gotas que vuelven al océano.El ser Divino quedó solo otra vez. Una tristeza profunda lo envolvió, porque había creado para compartir, no para perder. Reflexionó largamente. Si volvía a crear, ¿no ocurriría lo mismo? ¿No encontrarían también el camino y lo dejarían en la misma soledad?Entonces surgió una idea audaz: crear al ser humano. Pero esta vez debía asegurarse de que la llave de la felicidad no fuera hallada tan fácilmente. Si el hombre la encontraba, todo volvería al punto inicial. ¿Dónde ocultarla? Esa pregunta lo desveló.Primero pensó en el fondo del mar, en las regiones más oscuras donde ni la luz penetra. Pero imaginó al hombre, curioso, descendiendo con máquinas y luces hasta lo más profundo. No, allí no estaría segura.Luego pensó en una caverna secreta en los Himalayas, entre glaciares y nieblas eternas. Pero también vio al hombre escalando montañas, conquistando cumbres, explorando cada rincón. Tampoco era el lugar.Después miró hacia el espacio sideral, hacia los confines donde las estrellas apenas titilan. ¿Y si la escondía allí? Pero el Divino conocía la sed infinita del hombre por descubrir, por viajar más allá de los límites. Algún día, también llegaría allí.Pasó la noche en vela, sumido en una meditación sin fin. ¿Dónde ocultar la llave para que el hombre no la busque? ¿Dónde ponerla para que, aun teniéndola cerca, no la vea? Cuando el amanecer comenzó a disipar la bruma, la respuesta surgió como un relámpago: “La esconderé dentro del hombre mismo.”Allí, en lo más profundo de su ser, donde rara vez mira, donde casi nunca busca. En su corazón, en su conciencia, en ese espacio íntimo que se revela solo cuando deja de mirar afuera. Y así lo hizo: creó al ser humano y colocó en su interior la llave de la felicidad.Desde entonces, el hombre la lleva consigo, sin saberlo. La busca en mares, en montañas, en estrellas, sin sospechar que siempre ha estado dentro de él.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez una niña llamada Jessie Macrae Jessie era muy vivaz con una curiosidad sin límites que la llevaba a explorar más allá de los confines de su hogar en las Tierras Altas de Escocia. Sus padres solían advertirle sobre los peligros del bosque, contándole historias de espíritus antiguos y seres misteriosos que habitaban entre los árboles. Pero el espíritu aventurero de Jessie no conocía el miedo.Una cálida tarde de verano mientras su padre estaba trabajando en la hacienda de lord Mackenzie y su madre había salido a comprar comida, Jessie decidió adentrarse en los bosques cercanos a Loch Gairloch en busca de bayas silvestres. Con una cesta de mimbre en mano, caminaba alegremente por senderos conocidos, disfrutando de la luz del sol que se filtraba entre las hojas. En aquellos bosques había muchos pájaros y Jessie escucho el sonido de algunos y salió a tratar de observarlos. Caminando finalmente se encontró muy lejos de su casa. El eco de las advertencias de sus padres resonaba en su mente mientras la penumbra envolvía el bosque y el sonido de los búhos comenzaba a dominar el paisaje desde lo alto de los arboles. . Jessie intentó regresar, pero cada paso la llevaba más lejos de lo familiar. El miedo se apoderó de ella, y las lágrimas comenzaron a brotar.Asustada se sentó y puso su espalda contra el tronco de un árbol y allí se puso a llorar sintiéndose perdida y alejada de sus padres. La luna comenzaba a salir y su luz comenzó a llenar aquel lugar donde Jessie se encontraba. De pronto escucho algunos pasos extranos y Jessie cerro sus ojos esperando que esos pasos se alejaran. Entonces, una voz suave como el susurro del viento entre las hojas rompió el silencio. Jessie se giró, sobresaltada, y vio emerger de detrás de un abedul a una figura envuelta en sombras: el Ghillie Dhu, el espíritu del bosque. Su cabello oscuro se confundía con la penumbra, y su cuerpo estaba cubierto de hojas y musgo. Sus padres le había hablado alguna vez de aquel ser del bosque pero ella siempre creyó que era una fantasía. Sin embargo allí estaba junto a ella. —¿Por qué lloras, pequeña? —preguntó con voz serena, como el murmullo de un arroyo.Jessie, aún temblando, respondió: —Me he perdido. No sé cómo volver a casa antes de que caiga la noche.El Ghillie Dhu la miró con ternura. —No temas. Conozco este bosque como la palma de mi mano. Te llevaré a casa.Con renovada esperanza, Jessie siguió al espíritu entre los árboles. Él se movía con la gracia de un ser encantado, mientras ella tropezaba tratando de mantener el ritmo. Durante el trayecto, el Ghillie Dhu le contó historias de magia antigua, de secretos escondidos en el corazón del bosque, y de criaturas que solo los puros de corazón podían ver.Finalmente, salieron del bosque, y la casa de Jessie se alzaba bajo la luz plateada de la luna. Cuando se volvió para agradecerle, el Ghillie Dhu ya se desvanecía entre las sombras.—No me olvides, Jessie Macrae —susurró el viento—. Soy el Ghillie Dhu, guardián de estos bosques. Llámame si alguna vez vuelves a perderte.Paso el tiempo y Jessie vio morir a sus padres cuando ya era adulta. Se había encargado de la posada que sus padres tenían a la vera del camino que va entre Gairloch y Poolewe. Un día oyo voces recorriendo el camino frente a la posada y vio como un grupo de cazadores se aproximaban a su posada. Era el lord Mackenzie y un grupo acompañante. Todos estaban hablando de la próxima caceria cuando entraron al lugar pidiendo que se les sirviera bebidas y comida. Era la hora de la comida y todos querían comer algo antes de aventurarse en el bosque,. Entre los visitantes algunos estaba

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en un mundo entre lo que hoy es conocido como el tapon del darien entre Colombia y panama una civilización que vivía en armonía con la selva, los ríos y el mar. Esta sivilizacion eran los indios Cuna. Para ellos todo estaba conectado por un delicado equilibrio que los dioses les habían fabricado. ya que estos habían tejido las relaciones entre los seres humanos con hilos invisibles. Para proteger ese equilibrio, enviaron a una criatura especial: el Anfibio Sagrado, una rana que dorada y que era considerada como un animal magico, con ojos que brillaban como esmeraldas bajo la luna. Este ser no era solo guardián de la naturaleza, sino también mensajero entre los mundos. Podía hablar con los árboles, entender el canto de los pájaros y sumergirse en las aguas profundas para conversar con los espíritus del océano. Su presencia aseguraba que las lluvias llegaran a tiempo, que los peces abundaran y que la tierra diera frutos generosos. Además era el mensajero entre los mundo espirituales y el físico. Su veneracion era la clave para obtener prosperidad, fertilidad y buena fortuna. Pero con el paso de los años, los humanos comenzaron a olvidar. Dejaron de hacer las ofrendas, ignoraron los cantos sagrados y cazaron y pescaron más de lo necesario. Los ríos se enturbiaron, los animales huyeron y la selva comenzó a marchitarse. El Anfibio Sagrado, consiente de que los hombres habían olvidado su importancia y herido por la indiferencia, se retiró a lo más profundo de la tierra, donde ni los sabios podían alcanzarlo.Poco tiempo después se noto el impcato de su ausencia. Al no estará este guardián el mundo comenzó a cambiar y esto trajo sequías, enfermedades y hambre. Los ancianos, desesperados, reunieron a los sabios y chamanes para realizar el Gran Ritual del Recuerdo. Durante siete noches, cantaron, danzaron y ofrecieron objetos sagrados: plumas de guacamayo, semillas de cacao, y agua pura de los manantiales. En la última noche, bajo una luna llena, el Anfibio emergió de una laguna envuelta en niebla.Con voz profunda, dijo: "He escuchado su llamado. Pero el equilibrio no se restaura con palabras, sino con actos. Respeten la tierra como a su madre, escuchen a los animales como a sus hermanos, y recuerden que todo lo que toman debe ser devuelto."Desde entonces, los Cuna celebran cada año el Ritual del Anfibio, donde niños y ancianos se reúnen para contar esta historia, cantar los cantos antiguos y renovar su compromiso con la naturaleza. Porque saben que mientras el Anfibio Sagrado los observe desde las aguas, el mundo seguirá girando en armonía. Por esta razón el pueblo cuna tiene una profunda conexión espiritual con la naturaleza que los rodea y se preocupan por conservar sus tradiciones. Desde el año 2010 Panama erigio a la rana dorada como su símbolo nacional y su se ha declarado una especie en via de extinción lo que para los indios cuna habitantes del valle de anton están dedicado a su protección.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez en algun rincón escondido del mundo, entre montañas azules y nieblas suaves, un valle muy extraño. En este valle nada tenía colores. Todos los colores de las montanas, ríos, bosques y flores habían desaparecido. Los habitantes de aquel valle no recordaban exactamente el momento en que eso había sucedido y menos porque había sucedido. Aquel lugar era muy extraño porque si bien las flores crecían todas eran grises como ceniza. El cielo siempre estaba cubierto por un cortina que no dejaba que el sol brillara y los arboles aunque fuertes y altos no tenían ningun color. Las hojas todas eran simplemente negras. Era un mundo en que todos los tonos eran apagados y tristesComo los niños nacidos en aquel paraje nunca habían visto los colores, cuando deseaban dibujar algo simplemente tomaban una pedazo de carbón y con ello pintaban los arboles, los ríos y las flores. Solo unos cuantos ancianos recordaban algunos colores y cuando se reuniand alrededor un un fuelo color blanco contaban historias y leyendas de cuando todo el valle estaba lleno de colores. Todos los niños reian cuando les contaban que el valle antes tenía decenas de colores y que desafortunadamente todos los coleres había escapado cuando una gran tormenta que venia de las montanas había caido sobre ellos por más de 10 anos. Todos pensaban que eso era imposible y que eran simplemente cuentos de los viejos. Pero había una anciano que contaba una leyenda más extraña. El decía que en lo alto de la montana más alta vivía un dragón que, y que tenía el poder de devolver los colores al mundo. Todos creían que eso era imposible pero el viejo seguía diciendoCuando yo era joven tuve la oportunidad de subir a esa montana y allí me encontré con este ser mágico llamado Tilo. Y les puedo asegurar que es el ser más fantástico del mundo. Y no es como los dragones de los cuentos que tienen fuego en sus bocas y producen miedo. Tilo es muy diferente el es pequeño, con alas de tela cosidas por las nubes, y escamas suaves como hojas de otoño. Vive en una cueva redonda, llena de madejas de hilo que él mismo creaba cada vez que suspiraba.Cuando Tilo se sentía feliz, suspiraba hilos dorados. Cuando soñaba, salían hilos azules. Cuando recordaba algo triste, tejía hilos violetas. Y así, sin saberlo, había creado un arcoíris entero, guardado en cestas de mimbre, esperando ser compartido.Se que Tilo no sabía que era especial. Pensaba que todos los dragones tejían colores. Nunca había visto a nadie más. Nunca había salido de su cueva.Cuando el alciano contó esta historia una niña llamada Luna, que tenía el corazón lleno de preguntas.le pregunto Y donde están el dragón y porque no les regala los colores si estos están guardados en sus cestas. El anciano simplemente le contesto que nadie lo había invitado a bajar al valle. Luna era curiosa, valiente y soñadora. Tenía una capa gris con bolsillos secretos, donde guardaba piedras lisas, hojas raras y dibujos que nadie entendía. Un día, decidió que no podía esperar más. Se puso su capa, tomó una mochila con pan, agua y una brújula rota, y comenzó a subir la montaña.El camino era empinado, lleno de piedras que parecían susurrar secretos. El viento la empujaba, pero ella seguía. Caminó durante tres días y tres noches, entre niebla, silencio y estrellas, hasta que llegó a la cima.Allí encontró la cueva de Tilo, rodeada de flores que, curiosamente, sí tenían color.—¿Quién eres tú? —preguntó Tilo, asomando su hocico curioso.—Soy Luna, y busco los colores. ¿Tú los tienes?Tilo se sonrojó. Nunca nadie le había hablado. Le mostró sus tejidos: bufandas que brillaban como el amanecer, mant

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en lo más profundo del Amazonas una joven llamada Lara. Era la mejor guerrera de su tribu: veloz como el jaguar, precisa como el colibrí, silenciosa como la sombra de un árbol. Su padre, el gran chamán, la admiraba más que a nadie, y eso despertó la envidia de sus hermanos quienes no entendían como ella podía ser la favorita si no era tan ágil como ellos.Una noche, cuando la selva dormía y los espíritus de las hojas danzaban entre los arboles de la selva, sus hermanos se reunieron fuera de el bohío donde ella dormía y con gran sigilo entraron con cuchillos en sus manos. Pero Lara tenía el oído fino como el de un búho. Y en un instante se despertó y se dispuso a enfrentarlos. Su padre le había ensenado a defenderse y a luchar contra cualquiera y finalmente después de mucho esfuerzo pudo derrotar a cada uno de sus hermanos. Sin embargo sabía que su padre no estaría de acuerdo de que hubiera matado a todos y cada uno de sus posibles descendientes. Temiendo el juicio de su padre y el dolor de su tribu, huyó. Su padre había organizado una caceria para poderla castigar pero no la podían encontrar. Lara Corrió por la selva durante días, hasta que llegó al lugar donde el Río Negro se encuentra con el Solimões, donde las aguas no se mezclan, como si guardaran secretos distintos y allí Lara se dio cuenta que no podría cruzar el rio debido a que este estaba muy caudaloso. Su padre, herido por la pérdida y la vergüenza, convocó a los espíritus del agua cuando le informaron que su hija estaba atrapada entre los río. Cuando llego alli no hubo juicio ni palabras. Solo un gesto: Ordeno que la arrojaran al rio allí mismo justo en el punto donde los dos gigantes ríos se miran sin tocarse.Pero el Amazonas no castiga sin transformar. En aquel momento y oculta a los ojos de su padre que la daba por muerta, Los peces la rodearon, la elevaron, y bajo la luz de la Luna llena, los dioses acuáticos la tocaron con sus cantos. Lara se convirtió en una sirena, de cabello negro como la noche sin estrellas, ojos oscuros como la profundidad del río, y una voz que podía romper el corazón de un jaguar cuando cantaba de dolor.Desde entonces, Lara vive en una fuente escondida en medio del bosque, donde el agua canta y las hojas tiemblan. En noches de luna, su canto se eleva como humo sagrado. Nadie entiende sus palabras, porque canta en la lengua de los peces, de los árboles, y de los que ya no caminan sobre la tierra.Dicen que su voz es tan bella, tan triste y tan dulce, que los hombres que la escuchan mueren de amor. Y cuando algún insensato es atrapado por la voz melodiosa pierde el juicio hasta el extremo que puede ser arrastrado al fondo del lago, donde Lara lo transforma en sirenos, La versión masculina de una sirena.. Se dice que Lara lo envuelve en su cabello para pierda la razon y que luego lo acariciara por tres días transformanolo en un ser servil que luego poseera carnalmente para finalmente dejarlo partir de regreso a la superficie. Pero ahí comienza el mayor dolor porque los hombres de regreso a la civilización , ya no pueden vivir sin ella… y mueren con el corazón destrozado y la mente perdida.Otros mitos dicen que Lara tiene un palacio de cristal bajo el río, donde los marineros desaparecen. Allí, entre corales y raíces, ella los recibe como amantes. Su piel morena brilla como el sol sobre el agua, y sus ojos verdes guardan la memoria de los que se han ido.Todos las tribus del borde del amazonas tienen una advertencia para los jóvenes que se aventuran más allá de los predios de sus aldeas. Les dicen que si caminan cerca del

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un sabio Rabí que vivía en una ciudad de piedra dorada por el sol del mediterraneo, donde las sinagogas cantaban al amanecer y los muros guardaban siglos de plegarias, Este rabi llamado Eliezer era ya casi centenario. y todos lo conocían por su devoción incansable al estudio de la Ley de dios y por algo extraño. Nunca sonreía.No había día ni noche para él. Solo páginas, letras, silencios y preguntas. Su mesa estaba siempre encendida con una lámpara de aceite, y sobre ella se apilaban volúmenes antiguos, algunos escritos por sus propios maestros, otros por sabios que ya eran polvo.Eliezer no temía a la muerte. Pero tampoco la invitaba. Decía:—Mientras haya un versículo que no comprenda del todo, no puedo partir. Mi destino esta ligado al conocimiento y solo podre pasar a otra vida cuando todo se sepa. Y así, la muerte lo esperaba. Año tras año ella lo miraba pasar por entre los umbrales, a la vuelta de las esquinas, en las historias de otros que habían partido. Pero el rabí seguía leyendo, escribiendo y preguntando por el conocimiento.Cada tarde, su nieta Miriam, una niña de ocho años con trenzas oscuras y voz dulce, venía a visitarlo. Le traía pan fresco, agua con miel, y a veces flores del jardín. El rabí la recibía con ternura, pero nunca dejaba de leer, ella era el mayor consuelo para su larga vida.—¿Puedo sentarme contigo, abuelo?—Claro, pequeña. Pero no hagas ruido. Las letras escuchan y los libros pueden ofenderse.Miriam lo observaba como se observa a un árbol antiguo: con respeto, con curiosidad, con amor.Una tarde, mientras Miriam recogía flores en el jardín, vio algo que nunca había visto antes: una rosa perfecta, de pétalos rojos como vino, con un perfume que parecía saltar hacia el firmamento. La flor no estaba allí el día anterior. Había brotado sola, en medio de una piedra y eso la hacia más maravillosa.Lo que Miriam no sabía era que la muerte, cansada de esperar, había decidido disfrazarse. Se convirtió en esa rosa, suave, irresistible, y esperó a que la niña la llevara al rabí.—¡Abuelo! —dijo Miriam al entrar—. Hoy te traigo algo especial. Una rosa que huele como el cielo.Eliezer levantó la vista. Sus ojos, cansados pero brillantes, se posaron en la flor. Realmente era un flor extraordinaria, tenía un color rojo como el más oscuro de los rubies y cada una de sus pétalos tenía un terminar de color negro. La tomó con manos temblorosas, ciertamente su belleza era cautivadora pero su perfume era más atractivo aún, Invitaba a ser experimentado y guardado en la memoria. Así que la acercó a su rostro lentamente … y aspiró.El perfume lo envolvió. No era solo aroma: era memoria, era descanso, era eternidad. En ese instante, el rabí vio todo lo que había leído, todo lo que había preguntado, todo lo que había amado. Vio a sus maestros, a sus padres, a los versículos que aún no comprendía… y los entendió. Todo el conocimiento que había explorado y había tratado de encontrar estaba allí en un solo segundo. Y todo su cuerpo y su alma se hicieron una . Y finalmente Sonrió. Cerró los ojos. Y se inclinó hacia atrás, como una hoja que cae sin ruido.Miriam no lloró de inmediato. El silencio era tan profundo que parecía sagrado. El aire estaba lleno del perfume de la rosa, que ya no era una flor sino un brillo de eternidad. Los sabios del pueblo dijeron que el rabí había partido en paz, llevado por la belleza, por la inocencia, por el gesto más puro. Y que su alma había ascendido envuelta en letras doradas, como un pergamino que se enrolla hacia el cielo.Dese aquellos dias su nieta Miriam, cada

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en la india un sabio brahmán que paseaba tranquilo cerca de una fuente. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y el agua hacía música al caer. De pronto, vio un cuervo dando vueltas alrededor de una roca. El sabio se acercó a la roca y allí escondido y temeroso estaba un: ratoncitoEl brahmán lo recogió con cuidado, lo llevó a su casa y pensó:—Este ratón ha llegado a mí por algo especial.Entonces, pidió a los dioses que lo transformaran en una niña. Y como los dioses escuchan los corazones buenos… ¡el ratón se convirtió en una niña hermosa y alegre!El brahmán la crió como su hija. Le enseñó cuentos, canciones, y a mirar las estrellas. Pasaron los años, y cuando la niña creció, el brahmán le dijo:—Hija mía, ha llegado el momento de buscarte un esposo. Puedes elegir a quien tú quieras, de toda la Naturaleza.La niña pensó y dijo:—Quiero casarme con alguien tan fuerte que nadie pueda vencerlo.—¡Entonces debe ser el Sol! —dijo el brahmán.Y fue a hablar con el Sol:—¿Quieres casarte con mi hija?Pero el Sol respondió:—Yo soy fuerte, sí… pero la nube me tapa. Ella me vence.El brahmán fue a la nube:—¿Quieres casarte con mi hija?La nube dijo:—El viento me empuja donde quiere. Él es más fuerte.El brahmán fue al viento:—¿Quieres casarte con mi hija?El viento respondió:—La montaña me detiene. No puedo pasar. Ella me vence.El brahmán fue a la montaña:—¿Quieres casarte con mi hija?La montaña dijo:—El ratón me hace agujeros y vive dentro de mí. Él es más fuerte.Entonces el brahmán buscó un ratón. Lo encontró en el campo, y el ratón dijo:—¡Claro que quiero casarme! Hace tiempo que busco una compañera.El brahmán volvió a casa y preguntó a su hija:—¿Quieres casarte con el ratón, que vence a la montaña, que detiene al viento, que empuja a la nube, que tapa al sol?La niña sonrió y dijo:—Sí. Él es el más fuerte.Y entonces el brahmán pensó:—¿Para qué la convertí en niña, si su destino era ser ratón?Pidió a los dioses que la devolvieran a su forma original. Y así fue: la niña volvió a ser ratoncita, y se casó feliz con su igual.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez una mujer llamada Freida que tenía unos ojos que no eran de este mundo. Sus ojos eran verdes pero no ese verde común que puede tener una bella mujer. No. Eran como los de los gatos: intensos, profundos, con ese brillo misterioso que parecía encenderse cuando caía la noche y que es tan característico en los felinos. Y no era metáfora. Literalmente, brillaban. Tenían una fluorescencia como si llevaran dentro dos luciérnagas inquietas.Su pareja, un hombre tranquilo y algo distraído, se había acostumbrado a esa rareza con una naturalidad sorprendente. Incluso Le parecían útiles En vez de encender la luz para ver la hora, miraba los ojos de Freida. Y si el insomnio lo atacaba, solo decía:—Freida, mi amor, ¿me enfocás los ojitos al libro?Ella, sin decir palabra, giraba la cabeza y lo iluminaba como si fuera una lámpara de lectura. Era una escena tan cotidiana como mágica.Pero Freida no solo tenía ojos de gato. Tenía alma de gato. Le encantaba echarse el borde mismo de la chimenea, donde el calor le envolvía el cuerpo como una manta invisible. Se quedaba ahí horas, inmóvil, con la mirada fija en algún punto que nadie más podía ver. El pescado la volvía loca. Lo olía desde la cocina, desde la calle, desde el mercado. Y cuando se molestaba, ¡ay!, soltaba unos arañazos que dejaban marcas por días.Aun así, él la adoraba. Porque Freida tenía algo que lo hipnotizaba. Era como vivir con un misterio envuelto en piel suave.Pero había algo que no podía perdonarle.Cada enero, cuando el frío se colaba por las rendijas y la luna se alzaba redonda y blanca, Freida se levantaba en plena madrugada. Sin hacer ruido, se escabullía por la ventana y trepaba al tejado. Allí, bajo la luz lunar, caminaba descalza, con los ojos brillando como dos faros verdes. Paseaba como si estuviera en su reino, como si la ciudad dormida fuera su territorio.Él la observaba desde abajo, temblando de frío y de inquietud. Nunca entendía qué buscaba allá arriba. ¿Era nostalgia? ¿Instinto? ¿Locura?Una noche, decidió seguirla. Se puso un abrigo, subió con cuidado por la escalera del patio y llegó al tejado. Freida estaba allí, de espaldas, mirando la luna. Sus ojos brillaban más que nunca.—Freida… —susurró él.Ella se giró lentamente. Y entonces lo vio.No eran solo sus ojos. Su rostro había cambiado. Tenía rasgos más afilados, la piel más pálida, y una expresión que no era humana. En ese momento, él entendió que Freida no era una mujer con alma de gato.Era un gato que había aprendido a ser mujer.Y justo cuando iba a decir algo, Freida dio un salto elegante, silencioso, y desapareció entre los tejados. Nunca volvió.Solo quedó el recuerdo de sus ojos verdes, que a veces, en noches de luna llena, se ven brillar entre las sombras del tejado.y algunas veces siente una presencia silenciosa y delicada caminando por el tejado de su casaPero un día decidido subio al tejado y mientras contemplaba desde allí las luces de la ciudad sintió algo rozarle la pierna. Era un gato. Pequeño, de pelaje gris plateado, con unos ojos verdes que brillaban como los de Freida.El gato lo miró, se acercó, y se acurrucó en su regazo.Él lo acarició con ternura, y en ese instante, lo supo.Freida no se había ido. Solo había vuelto a su forma original. Y aunque ya no podía hablarle, ni iluminarle los libros, ni dormir a su lado como antes… estaba allí. Con él. En silencio. En forma de amor que no necesita palabras.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez un hombre que con aspecto cansado y mirada distraída se sentaba en el patio trasero de su casa. El hombre de edad adulta ya se movia lento y algunas veces sentía que algunas de sus fuerzas ya no eran lo que había sido anteriormente. Aquella tarde soleada la veía como apropiada para leer un libro. Abriendo el libro se dispuso a comenzar su lectura pero una mosca comenzó a molestarlo. La mosca le zumbaba cerca de su oído causándole mucha molestia. Con su mano trato de ahuyentarla pero la mosca simplemente se poso en su brazo, el hombre trato de atraparla con su otro brazo pero la mosca volaba y le seguía dando vueltas a su cabeza. Por mucho que el hombre trataba de salir de ella, la mosca siempre retornaba a su alrededor. Siempre volvía. Al principio la trato como a cualquier insecto molesto, pero a medida que la observaba algo en su vuelo le parecio distinto. Su movimiento no era erratico o torpe. El vuelo era muy coordinado y deliberado. Se podría decir que era preciso como si la mosca lo estuviera examinando y estudiando. Extranado trato de espantarla con más fuerza utilizando para ello el libro que sostenia en su mano. Pero la mosca era muy ágil y nunca se dejo atrapar. Frustrado el hombre se paro de su silla y trato de capturarla saltando hacia donde la mosca estaba volando pero ella simplemente volo más alto y desde allí se dirigió al borde del patio. El hombre vio como la mosca finalmente se posaba sobre algo que el inicialmente no distinguia. Curioso se acercó hasta ese lugar y allí lo reconoció La mosca estaba sobre el cuerpo sin vida de un pequeño ratón. Allí había otras moscas pero esta en particular lo observaba fijamente a el.La mosca lo estaba mirando. Con sus ojos de multiples facetas. El hombre sintió que la mosca comenzaba a comunicarse con el y sintió una voz en su mente. Era la voz de la mosca que le decía. Aquí estaré. Aquí esperare no te preocupes. El hombre tenso su cuerpo y dijo dirigiéndose a la mosca. Esperaras a que.. Ya sabes sucederá pronto no tengo ningun afan. Sintió la mosca diciendole. El hombre perturbado no quiso insistir, porque en el fondo había entendido. Lo supo con una certeza que le helaba la sangre.Ella simplemente esperaba que sucediera y ellas siempre saben cuando va a suceder.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez enn los salones celestiales, donde los pensamientos se convierten en melodía, la luz no proyecta sombra y el tiempo se pliega como pétalos dejando que las emociones floten libres, un ángel sin nombre que fue convocado por el Consejo de la Alegría. Allí frente al consejo oyo como el anciano del viento le decía. Los humanos han olvidado como recibir alegría sin condiciones La tierra, necesita un nuevo tipo de consuelo: no uno que hablara, ni que predicara, sino uno que simplemente estuviera, irradiando dicha sin palabras.—Escoge tu forma —le dijeron—. Debes vivir entre los humanos, ser parte de sus días, de sus hogares, de sus silencios. El ángel escuchó. Su misión no era salvar, ni corregir, ni iluminar. Era estar. Ser presencia. Ser pausa. Ser caricia.El ángel descendió por la espiral de los vientos y observó. Vio niños llorando en rincones, ancianos solos en parques, parejas que discutían por cosas pequeñas. Vio también risas, abrazos, juegos... pero notó que la felicidad era frágil, como una pompa de jabón.Entonces, en una plaza en una tarde de otoni, vio a una anciana sentada en un banco. A su lado, un pequeño perro de pelaje blanco y dorado, ojos redondos como botones y hocico chato, la miraba con devoción. No pedía nada. Solo estaba allí. La mujer le hablaba como si fuera su nieto, su confesor, su memoria. y el perro, sin decir palabra, parecía entenderlo todo.El ángel supo.—Quiero ser eso —dijo—. Quiero ser un Shih Tzu.Y así fue.Nació en una camada de cinco, en una casa modesta. Lo llamaron Lilo sin saber que su nombre era más antiguo que las estrellas. Tenía el andar saltarín, la lengua siempre afuera, y una mirada que parecía decir: “Estoy aquí para ti”.Donde iba, dejaba una estela de calma. Los niños dejaban de llorar al acariciarlo. Los adultos, al mirarlo dormir hecho ovillo, recordaban que la ternura también es una forma de resistencia. Los ancianos lo sentían como un guardián silencioso, un compañero que no juzga ni exige.Lilo no ladraba mucho, pero cuando lo hacía, era como si dijera: “Estoy contigo. Todo está bien”.Cada noche, cuando todos dormían, Lilo se sentaba frente a la ventana y miraba las estrellas. En su interior, aún recordaba el Reino de la Luz. A veces, sus ojos brillaban como si recibiera mensajes. A veces, sus patas se movían como si danzara con seres invisibles.Dicen que los niños que lo miraban fijamente podían ver cosas que no sabían nombrar: recuerdos de otras vidas, promesas de futuros dulces, abrazos que aún no habían ocurrido. Fue tal la experiencia que estaban teniendo en la tierra con aquel Angel llamado Lilo que los sabios del consejo de la felicidad en el cielo decidieron que a partir de aquel momento todos los ángeles que fueran enviados a la tierra tendrían que tener la forma de un cachorro ya que nada en el mundo podía transmitir tal alegría como un perrito. . Y una grupo de ángeles han vivido en muchos hogares, siempre llegando justo cuando alguien más lo necesitaba. Un niño con pesadillas. Una mujer que acababa de perder a su madre. Un hombre que había olvidado cómo reír. A todos les enseñan a jugar de nuevo, a detenerse, a mirar el mundo con ojos de botón.Y así cuando Lilo recorre las calles con su familia claramente sabe reconocer a otro ángel y se le acerca a olerlo como un saludo de una logia secreta. Todos vienen del cielo. Y sabe lilo que cuando su cuerpo de Shih Tzu sea como las hojas del otono, cuando sus patitas ya no corran como antes, se recostara bajo un árbol y mirara al cielo agradeciendo los anos de felicidad que habrá regalado. Y desapar

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez un hombre llamado Julian que vivía una vida muy tranquila . A sus 40 años todo le había salido bien, pero hacia varios días estaba teniendo algunos sueños perturbadores durante la noche. Había estado soñando que estaba en algún otro lado y que nada de lo que hacia se parecía a lo que usualmente hacia. Esto le pareció extraño y gracias a un consejo de un buen amigo decidio visitar a un psiquiatra. Con la dirección apuntada en un pequeño papel llego al edificio donde el doctor tenía su consultorio y decidido entro en la oficina del psiquiatra para comentarle un poco de sus extraños sueños. Después de auscultarlo y escucharle la narración el psiquiatra le hizo algunos test y después de algunos momentos le dijo. Mi amigo usted sufre de un severo caso de desdoblamiento de la personalidad que se manifiesta durante la noche. Déjeme lo hipnotizo para regresarlo a una de sus personalidades Julian oyó estas palabras y no podía creerlo. Soltó una carcajada y dijo. Que disparate esta diciendo yo se quien soy y no acepto su diagnostico. Al salir del consultorio empezó a preguntarse a si mismo. Como podía ese medico decir eso. Como podía no ser el mismo. Como podía existir otro yo que viviera su vida sin que el lo supiera. Y como era posible que el no supiera nada. Indignado decidio olvidar aquella consulta tan absurda. Pero el destino y el mundo no estaba dispuesto a dejarlo en paz. Mientras caminaba por la calle vio como una pareja se le acercaba y lo saludan con mucho entusiasmo. Ernesto que bueno que te encontramos. Hace días no nos veíamos. Como has estado. Que ha sido de ti en estos últimos meses. Julian extrañado les dijo. Ernesto quien es Ernesto. Yo soy Julian. La pareja solto una risa y dijeron. Que bromista eres Ernesto. Nos tenemos que ir pero te esperamos en nuestra casa para comer algún día. Julian los vio partir y siguió caminando pensando que seguramente lo habían confundido con otro. Pero al llegar a la plaza del pueblo vio como un hombre se le acercaba y le decía. Ernesto como te atreves a estar en la calle, deberías estar trabajando, tu jefe se va a enterar y te va a despedir. Julian que no trabajaba no entendio como le decían eso pero de nuevo pensó que simplemente lo habían confundido con un tal Ernesto de nuevo. Acelero el paso deseando llegar a su casa, pero al llegar a su puerta y tratar de abrirla se dio cuenta que su llave no funcionaba. Trato varias veces pero nunca funciono. Así que alterado toco el timbre de la puerta. La puerta se abrio y una mujer que el claramente reconoció como su madre le dijo. Buenas tardes, digame quien es usted y en que le puedo ayudar. Julian no podía creer lo que estaba sucediendo. Allí estaba frente a su madre y ella no lo reconocia. Desesperado le dijo. Madre soy Julian, Pero la mujer le dijo. Lo siento joven no soy su madre y no se quien es Julian. Le propongo que se aleje antes de que mi hijo Ernesto llegue. Allí todo fue oscuro en la mente de Julian. Todos hablaban de un tal Ernesto y nadie lo reconocia como Julian e inmediatamente recordó lo que el psiquiatra le había dicho. Seguramente si tenía un problema de doble personalidad y que ahora estaba convertido en otro que el no reconocia. Asustado retrocedio y salió corriendo. Y corrio y Corrio hasta que llego al edificio del siquiatra y empujando la puerta de consultorio lo enfrento. Doctor devuélvame mi otra personalidad Yo no soy Ernesto yo soy Julian El medico lo miro con mucho desconcierto y le dijo. Disculpeme quien es usted, mientras pulsaba discretamente el boton de emergencia que tenía bajo su

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez En una pequeña aldea, un matrimonio anciano, humilde pero muy bondadoso.Un día, cuando el abuelo estaba arrancando las hierbaz del campo, oyó el triste quejido de una grulla en el arrozal vecino y se acercó para ver lo que ocurría...-¡Caramba! Parece que no puede volar...Era una gran grulla que estaba forcejeando para escaparse de la trampa en la que había caído.El anciano se acercó enseguida para desenredar el lazo que apresaba la pata del pobre animal.-¡Pobrecita! debía de hacerte mucho daño.Con mucho cuidado, la sacó de la trampa y le curó la herida de la zanca vendándosela con un pañuelo. La grulla no tardó en recuperar sus fuerzas.-A ver, prueba ahora si puedes volar...La grulla empezó a volar muy contenta, dando vueltas a su alrededor hasta desaparecer en el firmamento azul.El abuelo se sintió satisfecho por haber realizado una buena acción. Al volver a casa, se lo contó a su esposa que, al tener también muy buen corazón, sonrió diciendo:-Has hecho bien en soltarla de la trampa, no es bueno hacer sufrir a los animales.Después de cenar, la casa estaba en calma; mientras la abuela lavaba los cacharros en la cocina, se oyó a alguien llamar a la puerta.-¡Toc, toc!-¿Quién será, tan tarde? -susurró el abuelo, levantándose y abriendo sigilosamente la puerta.Afuera había una bonita niña desconocida. La niña dijo:-Vengo de un lugar lejano y como está nevando mucho y se me han roto los zapatos de paja no puedo seguir andando. Por favor déjenme pasar esta noche con ustedes.-Claro que puedes quedarte, faltaría más, entra y te calentarás con el fuego del fogón -dijeron los dos ancianos amablemente.El abuelo se apresuró a añadir leña a la chimenea para que se reanimara y después empezó a zurcirle los zapatos con paja de arroz; la abuela, por su parte, estaba atareada haciéndole una sopita caliente. La niña no sabía cómo agradecerles tanta bondad, huérfana de padre y madre desde su tierna infancia, nadie la había mimado así.Al día siguiente, como todavía no paraba de nevar, los abuelos le propusieron que se quedara a vivir con ellos que la tratarían como a su propia hija.La niña aceptó de buen grado. Aquel día, hacia la madrugada, la chica se levantó y se dirigió de puntillas a la cocina para preparar el desayuno pero..., no quedaba ni un grano de arroz ni pizca de pasta de soja para la sopa.-¿Qué puede hacer? Yo que pensaba ser un poco de ayuda para estos cariñosos vejetes...Recorrió la casa y vio que en una de las habitaciones había un telar lleno de polvo que debió de usar la abuela cuando era joven. Pensó que cuando se levantara el abuelo le pediría que lo engrasara y podría cooperar tejiendo un poco.El anciano no tardó en limpiar y preparar el telar para que la niña pudiera utilizarlo.-¡Qué bien, abuelitos! Voy a tejer tela para kimono para que la vendáis. Y diciendo esto entró en la habitación, no sin antes darles las «Buenas noches».Mientras ellos estaban acostados se oía el ruido de la máquina.-KI TON, KA RA RA. KI TON, KA RA RA.Esperó a que se despertaran para presentarles la tela que había tejido durante la noche.-Tenga usted esta pieza de tejido abuelito, y no la venda por menos de 100 monedas-¡Oh! ¡Qué hermosa!Era un tejido precioso de una seda blanca y brillante con el dibujo de unas grullas. Los dos se sorprendieron al verlo.-¡Hasta ahora no habíamos visto nada igual!El abuelo inmediatamente fue a la ciudad y le dieron por la tela más de 100 monedas Se sorprendió de haberla vendido tan cara. Después,

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez en lo que hoy es la isla del príncipe de gales en la parte norte de canada un mundo donde todo lo existente estaba envuelto en la más completa oscuridad y allí vivía la tribu Haida. En esa época no existía el sol, ni la la luna, ni las estrellas. Por lo tanto todos aquellos habitantes no podían explorar el mundo. Solo existía silencio.y frio. En medio de esa oscuridad vivía el un ser de plumaje negro como el vacío, pero con ojos brillantes llenos de inteligencia y curiosidad. Era el Cuervo. El Cuervo no era como los demás animales: podía cambiar de forma, hablar, pensar, y sobre todo, soñar con un mundo diferente.Un día, mientras volaba por los cielos oscuros, el Cuervo escuchó rumores provenientes de las aguas del mar. Estos rumores decían que que en una cabaña escondida junto a un río vivía un anciano sabio que guardaba la luz del mundo. Las mareas decían que Esta luz estaba encerrada en una serie de cajas mágicas, cada una más pequeña que la anterior. Dentro de la última caja, estaba el sol, la luna y las estrellas, que eran prisioneros de la codicia del anciano.El Cuervo que era un ser mágico y bueno deseaba liberar esa luz, por pura curiosidad y deseo de cambio. Pero sabía que el anciano era desconfiado y no permitía que nadie se acercara. El cuervo finalmente ideó un plan audaz para liberar la luz de las entranas de aquellas cajas que la tenía prisionera. Con la capacidad que tenía de cambiar de forma decidio Transformárse en una gota de agua cristalina que dejo que el viento la elevara y la dejara caer sobre una nube, luego espero hasta que la nube llegara sobre la casa del anciano y con precisión se dejo caer dentro de un cuenco de madera que la hija del anciano usaba para beber. Después de un tiempo la joven se acercó a su cuento y bebió sin notar nada extraño, El cuervo una vez en el cuerpo de la joven decidio transformarse dentro del vientre de la joven y luego de algunos meses la joven tuvo una criatura con forma humana. Dentro de aquel bebe estaba el cuervo esperando una oportunidad para cumplir con su cometido. El niño creció rápidamente, y aunque parecía humano, tenía una mirada traviesa y una risa que resonaba como el aleteo de un cuervo y algunas veces su voz era estridente como la de aquel animal. Un día, mientras jugaba en la cabaña de su abuelo, el niño cuervo , pidió ver las cajas que su abuelo guardaba con tanto celo. El anciano, encantado por su nieto, inicialmente se sentía receloso de dejar ver el contenido de la caja pero era tal el amor por aquel pequeño que decido acceder a su petición poco a poco.Primero le mostró la caja exterior, y el joven solo pudo ver otra caja. Decepcionado pidió que le dejaran ver el contenido de la siguiente caja pero su abuelo se negó y solo le prometio que al día siguiente le dajaria ver esa caja más pequeña. El niño al siguiente día despertó muy temprano y rogándole a su abuelo finalmente logro que le abriera la siguiente caja y allí encontró otra caja. Y la historia se repitió. Por muchos dias el muchacho lograba que su abuelo le abriera una caja más hasta que después de muchos diasl llegó a la última caja. En ese momento, el Cuervo reveló su verdadera forma, rompió la caja, y la luz escapó con fuerza.El sol salió disparado hacia el cielo, iluminando por primera vez los bosques, los ríos y las montañas. La luna lo siguió, trayendo consigo el misterio de la noche. Y las estrellas se esparcieron como semillas de fuego por el firmamento, cada una contando una historia ancestral.El Cuervo, bañado por la luz, ya no era solo una criatura de sombras. Su plumaje brillab

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez una niña llamada Elizabeth. Elizabeth tenía ocho anos y vivía en una pequeña casa de campo rodeada de colinas verdes y un huerto que su familia cuidaba con esmero. Desde muy pequeña, Elizabeth había sentido una admiración y fascinación por los relojes. No sabía exactamente por qué, pero el sonido del tic-tac le parecía como el latido de un corazón invisible que movía su alma. Por esta razón le encantaba. Ver en los almacenes de su pueblo los relojes de pulsara, los de pared, los de cucú y todos ellos le parecían mágicos.Sus padres que siempre estaban atentos a ella un dial decidieron regalarle un reloj dorado con una correa de cuero muy suave. Ella les había ayudado todo el verano a sembrar el huerto y siempre se había portado muy bien. Por ello pensaron que un reloj sería un gran regalo. Elizabeth un día llego del colegio en el día de su cumpleaños y sus padres la estaban esperando con un pequeño paquete dorado con un gran mono de color rojo. Ella excitada la abrió y sus ojos no podían creer lo que estaba viendo. Era un reloj de pulsera con una esfera dorada, números delicados grabados en su cara y una bella correa color marrón. Su cara reflejaba la alegría que sentía. Tomo el reloj entre sus manos y lo abrazo como si fuera una joya mágica. Lo llevaba puesto todos los días y todas las noches lo limpiaba. Con un pañito suave y antes de dormir lo guardaba en una cajita acolchada que siempre tenía en la mesita junto a su cama. Era su compañero que protegía el tiempo ya que sus padres le habían dicho. Debes cuidar este reloj ya que el es el que cuida el tiempo que es un bien muy precioso. Pero un día aquel reloj dejo de funcionar. Y Elizabeth sintió que era su culpa. Realmente no había hecho nada malo pero aquella joya ya no daba vueltas y no marcaba las horas del día y la noche. Avergonzada de pensar que algo había hecho mal le había ocultado a sus padres que su reloj ya no funcionaba. Pero aquella misma noche pensó. Si las semillas que ella plantaba en el huerto crecían formando una mata de donde salían los tomates y lo mismo sucedía con otros vegetales, es posible que si ella enteraba el reloj de allí crecería un árbol que produciría relojes. Su lógica de niña era impecable. Sembraría el reloj en el huerto y esperaría hasta que un bello árbol de relojes le trajera nuevos relojes. Y así lo hizo. Al día siguiente, cuando sus padres estaban ocupados en la cocina, Elizabeth fue al huerto con su reloj. Buscó un rincón entre las matas de albahaca y los girasoles, cavó un pequeño hoyo con sus manos y colocó el reloj dentro, como si fuera una semilla mágica. Lo cubrió con tierra, lo regó con cuidado y le susurró:—Crece, por favor. Quiero que haya muchos relojes, para que el tiempo nunca se me escape.Pasaron los días, y Elizabeth seguía regando el lugar en secreto. Pero sus padres notaron que ya no llevaba el reloj.—¿Dónde está tu reloj, Elizabeth? —preguntó su madre.Elizabeth bajó la mirada, nerviosa pero decidida a contar la verdad.—Lo planté en el huerto. Pensé que podría crecer un árbol de relojes.Sus padres se miraron sorprendidos. Su padre se agachó junto a ella y le dijo con dulzura:—Elizabeth , los relojes no crecen en árboles. Son hechos por personas, no por la tierra. Al enterrarlo, probablemente se ha estropeado.Elizabeth sintió una punzada de tristeza. Había perdido su reloj. Pero en el fondo, algo le decía que no todo estaba perdido.Pasaron los días, las Semanas y los meses. El huerto floreció como siempre. Las tomateras estaban llenas, las zanahorias saltaban crujientes de su lecho de tierra , y los girasoles se mecí

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez En un rincón brillante y lleno de vida de África, una tortuga llamada Ijapa. Ijapa no era una tortuga cualquiera. Ella quería ser la más sabía de todo el universo, quería llegar a saber más cosas que cualquier otro animal. Pero tenía un pequeño problema: no quería que nadie más fuera tan sabio como él y además generalmente no escuchaba consejos de otros seres. Un día, decidió que la mejor manera de demostrar su sabiduría era reunir todo el conocimiento del mundo para sí mismo. Así que, con mucha determinación y su paso lento pero constante, comenzó a viajar por toda la Tierra. Ijapa visitó las montañas más altas, cruzó ríos caudalosos, habló con los ancianos árboles, y analizo a las estrellas en el cielo nocturno. Poco a poco fue recogiendo pedacitos de sabiduría, secretos, consejos y cuentos, y los guardaba en una enorme calabaza mágica que colgó alrededor de su cuello. Tenía una gran ventaja Ijapa podía vivir cientos de años así que no tenía ninguna prisa. Pasados muchos pero muchos años Cuando finalmente sintió que había recogido todo el conocimiento posible, pensó que tenía que proteger esa calabaza para que nadie más pudiera robar su sabiduría. Después de recorrer muchos sitios pensando si podría depositar allí su calabaza finalmente encontró una palmera muy alta tan alta que parecía realmente tocar el cielo. Y pensó … Mmmm a esta palmera ningun animal podrá subir, así que nunca nadie conocerá todo lo que tengo en esta calabaza. Este es el lugar perfecto para esconder mi calabaza llena de sabiduría. Pero subir a la palmera no era tan fácil como parecía. La calabaza la empujaba pesadamente delante de ella, con su cabeza trababa de empujar rodando la calabaza pero esto era casi que imposible. Luego trato de hacerlo con sus patitas delanteras pero igualmente no le fue posible. Por mucho que intentaba no lo lograba.. Ijapa intentó una y otra vez trepar, ayudándose de una cuerda al árbol para no caer, pero cada vez que subía un poquito, la calabaza la hacía resbalar y caía hacia abajo.Mientras luchaba contra la gravedad, un pequeño caracol que caminaba despacio por el suelo se detuvo a mirar la escena. Observó con atención a la tortuga que resbalaba y se decía a sí mismo:—¡Pobrecito, está haciendo todo más difícil con esa calabaza delante!Entonces, con voz suave pero sabia, el caracol se acercó y le dijo:—Ijapa, quieres que te de una idea.Ijapa bruscamente le dijo. No yo tengo toda la sabiduría del mundo conmigo y no necesito ningun consejo. Además tu no eres más que un humilde caracol que no sabe mucho y es más lento que yo. Sin embargo el caracol que era también inteligente le dijo. Si no me quieres escuchar mi idea esta bien…. Y siguio su caminoIjapa siguió luchando por un buen rato tratando de subir la calabaza pero no era capaz. Antes de que se hiciera de noche el caracol paso de nuevo por el lugar donde se encontraba Ijapa y la vio todavía tratando de trepar la palmera pero igualmente volvía a caer. Así que le dijo. Ijapa escúchame una sola vez. ¿por qué no intentas colgar la calabaza detrás de ti en lugar de delante? Así no te estorbará para subir.Ijapa, un poco cansado, pensó que no tenía nada que perder, y decidió probar el consejo del caracol. Aunque en su interior se sentía humillada de hacer lo que un simple caracol le decía. Pero utilizando la cuerda coloco la calabaza colgando de su caparazón y finalmente esa solución funciono. ¡Y vaya que funcionó! Al cambiar la calabaza a su espalda, la tortuga pudo trepar fácilmente y llegó a la cima de la palmera.Desde esa altura, mirando todo el mundo a su alrededor, Ijapa enten

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez, en un rincón olvidado un universo en el que todos los elementos tenían uso de la razón y donde cada uno de los conceptos posibles caminaban como seres vivos. Uno de estos seres era la oscuridad que pese a haber reinado en silencio por eones sentía que su poder sobre el universo se iba desvaneciendo. La oscuridad había envuelto al universo con un manto que pese a ser absoluto podía ser eliminado si algo la confrontaba. Y Eso sucedió en algún momento que nadie esperaba. En las fronteras de aquel universo oscuro apareció unn pequeño fulgor que nadie sabía de donde venia pero era claro que se iba expandiendo con cada segundo que pasaba. Su paso era arrogante y conquistador y con ella nuevos seres iban apareciendo. Rapidamente la luz llego hasta los más remotos confines de aquel universo formando astros que la transmitían a todos los otros mudos que no la tenían anteriormente. Era pues un momento apoteósico para el universo ya que cada planeta teria ya la visita de la luz cada día en forma de amaneceres y así los habitantes de aquellos mundos podían tambier crearla con chispas de fuego. La Oscuridad, herida en su orgullo, decidió que ya era suficiente, no podría seguier soportando que aquellos mundos que antes eran suyos se pasaran de bando y se fueran aunque fuera temporalmente con la luz. Se decidio hacer lo que cualquier desesperado hace. .—¡Le pondré un pleito! —exclamó con voz grave, que resonó como eco en una caverna vacía. Y todos los seres viviente comenzaron a analizar las implicaciones que esto tendría s su vida y deseosos esperaron el resultado de aquel juicio.Así fue como se fijó una fecha para el juicio cósmico. El Gran Tribunal de los Elementos se preparó para recibir a los dos rivales. La sala era majestuosa, construida en mármol de tiempo y columnas de equilibrio. En el centro, el Juez, una figura de rostro cambiante, esperaba con su mazo de sabiduría y verdad.La Luz llegó temprano, como siempre como llegaba cada mañana cuando la oscuridad le daba el tiempo para que se dedicara a iluminar cada mundo. Su presencia iluminó cada rincón de la sala, haciendo brillar los bellos vitrales de aquel palacio de justicia y reflejándose en los rostros de los asistentes. Vestía un traje de rayos dorados y caminaba con paso firme, dejando tras de sí un rastro de claridad.Los abogados de ambas partes tomaron sus lugares. El de la Luz era un sabio anciano con ojos como estrellas; el de la Oscuridad, una figura encapuchada que parecía absorber el color del aire ya que estaba todo vestido de negro de pies a cabeza y tenía un tocado tan poderoso que todos sentían la necesidad de arrodillarse frente a el. El juez celestial revisó los documentos, ajustó su toga de neutralidad y esperó.Pasaron los minutos. Luego las horas. La Oscuridad no llegaba.Los murmullos crecían entre los asistentes: ¿Dónde estaba? ¿Se habría arrepentido? ¿Temía perder?Finalmente, el juez, con voz solemne, se levantó:—La parte demandante no se ha presentado. Por lo tanto, fallo a favor de la Luz.Hubo aplausos, destellos, y una sensación de alivio. Pero también una pregunta flotaba en el aire como humo: ¿Por qué no vino la Oscuridad?Un mensajero fue enviado a buscarla. La encontró justo fuera de la sala, sentada plácidamente en en el umbral. No era miedo lo que la detenía, sino certeza. Sabía que si cruzaba esa puerta, si se atrevía a entrar en el dominio de la Luz, sería disipada al instante. No por violencia, sino por naturaleza misma de la luz creada por el Dios supremo. Había comprendido que ella no pertenecia a aquellos lugares donde la gente se reunia o simplemente deambulaba

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Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en un rincón olvidado del amazonas donde los arboles al moverse producen un sonido de susurro en lenguas antiguas y donde la selva se siente respirar no como lo hacen los hombres sino como lo hace la tierra misma, con vapor y con calor. Allí el rio que todos veneran refleja el color del cielo al pasar cerca a los poblados como si se creara un marea de misterio cada día. En algunos días aquel rio influenciado por la luna se desborda como queriendo tocar el cielo y los arboles se inclinan para escuchar los secretos que trae consigo. Durante lo que se llama la luna de las aguas altas los aldeanos de la frontera del rio celebran la fiesta del tambor. Esa noche la música de cientos de tambores sonaban a lo largo y ancho de la playa rivereña y todos se preparaban para recibir a los espíritus del rio. Al caer la tarde el canto del tucan se mesclaban con los ruidos profundos de la selva y el clamor de un chaman llamaba a estar atento de la presencia de aquellos que se presentían pero que no se veían. La fogata de resina de copaiba con su olor dulce y penetrante atraía a los seres que acompañaban los misterios de la vida y la muerte. Todos los humanos se adornaban para la ocasión, las mujeres usaban las plumas de guacamayo en sus tunica y los hombres se pintaban sus rostros con colores extraídos de los tallos y frutos del bosque. Era pues una noche muy especial. Aquella noche en aquella población de rio apareció un hombre vestido de lino blanco con un sombrero que parecía tejido con niebla. De perfectos modales tenía un caminar como si el suelo lo reconociera . Al entrar las jóvenes trataron de reconocerlo pero como su sombrero le cubría gran parte de la cara su misteriosa presencia se acentuaba aún más. Su voz era suave como el canto de los pájaros en el amanecer y sus pasos marcaban el ritmo de los tambores que sonaban. Nadie sabía de donde venia pero todos sabían que traía un aire de encantamiento que se debía respetar. Las jóvenes lo miraban con aquella mezcla de deseo y temor que las hacia evitar el contacto directo y solo esperaban que aquel hombre las invitara a bailar. De pronto el hombre se acercó decidido a la más bella de las bellas, Yara la hija del curandero. Ella una joven de piel canela, ojos almendrados y pelo azabache representaba a la perfección la belleza de la selva. La invito a bailar y entre la música ella fue dejandose llevar y se fue enredando en el suave murmullo de las palabras gentiles de aquel al que todos miraban con envidia. Su tacto era fresco como la brisa que sube del rio y su bailar era como de un jaguar que se desplaza sigiloso en la espesura. Todo en el era mágico y seductor.En medio de el baile el le ofrecio a la joven Yara que lo siguiera que el conocía un lugar donde los sueños se convierten en peces dorados y que allí sentiría sobre su piel la profundidad del rio. El corazón de yara latia con furia y su voluntad estaba poseída por aquel ser que la tomaba de la mano y la apartaba hasta la orilla misma del rio, de pronto sin saber como se encontraban juntos bajo el agua y el le mostraba sus dominios, Allí había una palacio multicolor donde los peces bailaban a su alrededor. Sorprendida miro de nuevo a su acompañante y este con un movimiento suave retiro su sombrero. Yara vio entonces la verdadera figura de aquel hombre. Era un delfin rosado del amazonas. O Boto cor de rosa. Su piel era suave y brillante y sus ojos eran tristes. El boto le contó que estaba condenado a vivir en solitario pero que siempre en las fiestas salia a la tierra firme a buscar a una mujer que lo hiciera feliz. Yara y el boto vivieron una noche de amor bajo la sup

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un pueblo en las montañas de de un país latinoamericano que se ufanaba por ser el pueblo más respetuoso y cívico de todo el país. El pueblo era un ejemplo porque seguían a raja tabla las leyes y normas de la sociedad. Allí en aquel pueblo los certificados eran lo más respetado y por eso se tenía un notario que con su rúbrica podía dar fe de todo asunto público. Allí en el pueblo vivía un hombre de edad incierta que era conocido por su habilidad para divertir a sus amigos y para ser siempre el que más historias contaba en la taberna. Era pues un hombre muy querido por todos. Pero una mañana lo encontraron tendido en su cama, inmóvil y con la mirada perdida en el techo. La ama de llaves lo había encontrado así temprano y corriendo fue a llamar un médico. La noticia se propago rápido como suele hacerlo en los pequeños pueblos de montaña y casi todos los habitantes corrieron hasta la casa del infortunado. El medico jadeando llego hasta la casa y entro apresurado con su maletín de instrumentos y allí después de revisar el pulso y examinarlo declaro con solemnidad que el hombre había muerto, el notario tomo nota y lo certifico y luego el sacerdote lo roció con agua bendita y murmuro las oraciones de rigor. Con prontitud se redacto el acta de defunción, la cual se le paso al notario quien la leyó detenidamente y luego estampo su sello y firma y luego el sacerdote coloco dos sellos de la diosesis y de la archidiócesis y dibujo una cruz al lado de su firma. El hombre había sido declarado oficialmente muerto. El secretario de la alcaldía rápidamente llevo este documento a la oficina de registro civil y el todo fue registrado en el libro de la alcaldía con una firma por parte del alcalde. Luego se promulgo una orden de duelo de un día que fue leída por la emisora del pueblo aquella misma mañana. Todo en aquel pueblo fluía sin contratiempos y antes del mediodía todos los tramites oficiales de certificación se habían cumplido a tiempo y con una eficiencia de la cual el pueblo se sentía orgulloso. Solo restaba el entierro. Los vecinos consternados organizaron el velorio y para ellos vistieron al muerto con su mejor traje y mandaron a traer el féretro de madera con sus almohadones blancos. Con gran respeto colocaron al hombre en el ataúd y luego colocaron flores fresca. Allí en la sala de velación todo el pueblo se reunió y todos podían sentir el olor a incienso mientras comentaban en voz baja las travesuras del difunto. Sonrisas y alguna risa se permitía en tal evento. Al día siguiente después de una noche de vigilia con los rezos y las plegarias de rigor por parte de las matronas del pueblo y el acompañamiento del cura, todos se reunieron para acompañar el féretro hasta el cementerio. El cortejo fúnebre fue bastante solemne con todos los vecinos parados en las puertas de sus casas esperando el paso de la comitiva de dolientes para luego incorporarse a la procesión hasta el camposanto. Después de casi media hora finalmente llegaron al cementerio y allí el sepulturero que ya había abierto el hoyo en la tierra se había colocado estratégicamente para ayudar a bajar el ataúd. De pronto se escuchó un golpe dentro de aquel féretro, un golpe que se repitió y luego se sintió una serie de golpes rápidos, desesperados y una voz que decía….. Deténgase Tontos estoy vivo. Los asistentes todos se miraron entre si paralizados. Con premura el alcalde y el médico y el monaguillo saltaron y abrieron el ataúd tirando las flores al piso. De aquel féretro se incorporó el hombre con cara de asustado y mirada perdida. Que hacen, porque me entierran si todavía respiro. Dijo el hombre totalmente agitado.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez un viejo sabio que vivia en la antigua Persia. Este sabio tenía un hijo con el cual salia a pescar al menos una vez a la semana. El sabio no tenía más que una vieja barca que tenía muchos maderos podridos y astillados. Aquella mañana el sabio había salido muy temprano con su hijo y el agua de aquel lago estaba calma y quieta. El hijo un joven de solo 15 anos había crecido fuerte y vigoroso pero todavía su padre lo vería muy inmaduro e impulsivo por lo que el sabio aprovechaba las salidas a pescar para proyectar algunos consejos en el alma del joven. A media mañana el hijo lanzaba la red con entusiasmo mientras su padre contemplaba el horizonte con serenidad y agudeza. De pronto el muchacho pregunto. Padre será que hoy atraparemos algo más que silencio. El viejo sonrio y dijo. Hijo mio el silencio es el más escurridizo de los peces, si lo pescas podras alimentar el alma por semanas. Siempre trata de que tu vida te lleve al disfrute del silencio. Pero solo el creador de todo nos dira si podremos pescar un pez el día de hoy. Sigue adelante que esa es nuestra prioridad. Y que esperamos pescar hoy. Truchas, carpas o simplemente respuestas a nuestras preguntas. El viejo le contesto. Si el dios es bondadoso nos enviara las respuestas pero si pescamos alguna trucha o carpa me sentiré dichoso y podremos comer hoy tranquilamente. El joven lanzo de nuevo la red y de pronto el viento comenzó a cambiar. Primero fue un suspiro, luego un rugido y todo alrededor de la barca se comenzó a sacudir. El viento bamboleaba la barca y el joven comenzaba a temer por su vida y la de su padre. De pronto un torbellino se elevo en medio del lago y se dirigió hacia los dos pescadores El sabio sin perder la calma dijo. Dios salva nuestra barca y nuestra vida y te prometo que cuando estemos en tierra buscare un hombre necesitado y le regalare un camello del tamaño de una casa. El hijo miraba extrañado a su padre y le dijo. Padre donde vas a encontrar un camello tan grande. El viejo simplemente le respondió. Es un asunto de prioridades. Me preocupare de eso en tierra firme. Empieza a remar con todas tus fuerzas y yo utilizare el velamen para tratar de alejarnos lo más posible. Anda hijo rema. El viento arrecio y cuando el torbellino estaba a solo algunos metros de la barca viró su rumbo y se alejo sin tocar la barca y sus navegantes y minutos más tarde el lago estaba en total calma y el silencio había regresado. El hijo todavía agitado y temblando simplemente le dijoPadre has prometido un camello del tamaño de una casa. Sabes que tienes una promesa pendiente. Que vas a hacer. El padre sabio le contesto. Cuando el lago amenaza con tragarte no es momento para medir el tamaño de la promesa que has hecho. La prioridad es sobrevivir. Las promesas que se hacen pueden ser exageradas pero son como las velas en la oscuridad. No alumbran mucho pero te sirven para no rendirte. Y gracias a eso pudimos pensar que Dios nos salvaría una vez comenzáramos a remar. La promesa es un acto que nos da el coraje para seguir confiando en que dios nos haya oído y nos libre, pero el remar es la acción que cuando se hace con claridad lleva a disminuir el riesgo. Recuerda esto hijo mio, reza y pídele a dios que te ayude pero siempre actúa ya que las decisiones sabias no se toman por lo que prometemos ino por lo que podemos hacer. Por ahora lleguemos a tierra remando y después si dios lo permite encontraremos un camello del tamaño de una casa.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez en la antigua Persia un joven llamado Zahhak que era hijo de un regente llamado Mardas. En aquellos tiempos Zahhak tenía un pasatiempo. Le gustaba salir a caminar por los bosques del castillo de su padre a quien el respetaba profundamente.Una noche, mientras Zahhak caminaba por los jardines encantados del palacio, alcanzo a ver un hombre que caminaba hacia el lo cual era extraño porque el jardín era un sitio exclusivo para la familia real. El hombre tenía una túnica negra y ojos como carbones encendidos. Cuando se acercó el hombre se presento diciendo que su nombre era Ahriman y que era un cocinero que venia de otras tierras y que quería ofrecerle sus servicios. Zahhak emocionado acepto inmediatamente y lo llevo al palacio para que trabajara como su cocinero personal. En su mente estaba la esperanza de poder probar manjares exóticos. Pero lo que no sabía Zahhak era que Ahriman era en realidad el espíritu del caos, disfrazado de cocinero. Allí en el palacio el cocinero comenzo a ofrecerle comidas que no venían de sus dominios: frutas que brillaban como gemas, carnes que cantaban al fuego, vinos que mostraban visiones de otros mundos. Pero con bocado se debilitaba la voluntad del príncipe. Una noche mientras el Zahhak se deleitaba con un faisan de sabor mágico, Ahriman le susurró: “Tu padre es un muro entre tú y el destino. Derríbalo.” Zahhak, embriagado por la ambición y los hechizos que provenían de aquellos manjares comenzo a pensar que su padre no lo dejaba progresar ya que todos lo veían solamente como el hijo. Así que impulsado por las ideas de su cocinero maligno tramo un plan y , asesinó a su padre Mardas y tomó el trono. Cuando el príncipe ya convertido en regente se acercó al trono con la sangre aún en sus manos , Ahriman su cocinero besó sus hombros, y de allí brotaron dos serpientes negras, vivas, eternas, que se enroscaban como guardianas de su alma corrompida. Las serpientes no eran simples criaturas: eran manifestaciones de la codicia y el miedo, alimentadas por el dolor humano. Estas serpientes daban vueltas sobre el trono y se acercaban a sus oídos exigiendo cada día el cerebro de dos jóvenes. Zahhak, incapaz de resistirse, ordenó sacrificios diarios para complacer a las demoniacas criaturas. Así, el reino se convirtió en un campo de lamentos, donde las madres lloraban la perdida de sus hijos y peor aún donde los sabios atemorizados simplemente callaban.Pero en secreto, dos cocineros que conocían las intensiones de el cocinero personal de Zahhak comenzaron a engañar al rey: y Así cada noche cuando los jóvenes eran tradidos para ser degollados mezclaban cerebros humanos con cerebros de oveja, y así pocian liberar a uno de los jóvenes cada noche. Estos sobrevivientes se refugiaron en las montañas, donde aprendieron magia, resistencia y el arte de la espera.Entre los padres que perdieron hijos estaba Kaveh, un herrero que forjaba espadas con inscripciones ocultas y martillaba con furia ritual. Cuando su último hijo fue reclamado, Kaveh se negó. Alzó su delantal manchado de hierro y lo convirtió en un estandarte mágico, el Derafsh-e Kaviani, símbolo de rebelión y justicia entre los antiguos persasGuiado por sueños proféticos, Kaveh subio a la montaña donde los jóvenes refugiados vivían y se entrenaban y encontró a Fereydun, un joven liberado por los sabios cocineros, que hablaba con los animales y tenía el don de la luz. Fereydun impulsado por los sueños profeticos de Kaveh montó un toro sagrado de fuego que recorria las montañas , y con una espada forjada en el corazón de una estrella caída, bajo al reino de Zahhak y lo enfren

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez una hombre llamado Elias que acababa de llegar a un barrio que no había visitado antes y que incluso no sabía donde quedaba ubicado. La primera impresión de Elias era que el barrio estaba situado en las afueras de la ciudad. La ciudad donde elias había vivido por muchos anos era realmente antigua y sus callejuelas eran bastante desordenadas. Por el contrario este barrio estaba organizado en una forma más estructurada. Desde su nuevo hogar podía ver como las ventanas de las casas siempre estaban cerradas y si bien algunas casas tenían flores la gran mayoría de ellas no tenían flores o las pocas que habían estaban hace mucho tiempo marchitas. Su primera sensación fue que aquellas habitaciones parecían tristes incluso cuando el sol brillaba. No había muchos colores en las paredes y había una sensación de tristeza en todo el barrio. Durante el día las personas que recorrían sus callejuelas caminaban siempre con los hombros caidos como si una carga invisible e invencible los acompanara en su existencia. Nadie reia, nadie cantaba y pese a que algunos de ellos llevaban relojes se sentía como si el tiempo allí no avanzara y permaneciera estancado. Los niños siempre estaban acompañados de sus padres y no se les dejaba jugar, y si por alguna razón comenzaban a caminar solos y a jugar sus padres siempre los regañaban y los cogían de la mano sin dejarlos apartarse de su lado. Los que caminaban por el barrio siempre tenían una mirada triste y siempre hablaban en voz baja como si la alegría hubiera sido desalojada de las casas y de las calles. Pero lo que no sabían los transeúntes es que no todo era si cuando caída la noche. La noche era bien diferente. Apenas el sol se ocultaba detrás de los cerros y las estrellas comenzaban a brillar, una luz cálida comenzaba a cubrir todas las calles y avenidas del barrio. Esta no era un luz eléctrica era más bien una luz profundamente antigua que salia de la superficie y de todas las paredes de las casas y habitaciones. Luego las multiples puertas y ventanas se abrían y de todas las habitaciones los habitantes del barrio salían con ropas brillantes, instrumentos musicales y sonrisas que se entrelazaban con las voces de miles de historias contadas al unisono. Era un barrio vivo y vibrante. Había bailes en las esquinas y aquí si los muy pocos niños podían correr y divertirse solos sin que nadie los acompañara. Pero los que más disfrutaban eran los ancianos, ellos eran los más importantes en este barrio. Todos se disputaban por el privilegio de escuchar sus consejos.. Elias sorprendido por aquella primera noche en su nuevo barrio no podía comprender lo que sucedia a su alrededor. Comenzó a recorrer las calles y a entablar conversación con los habitantes. Todos eran bien diferentes pero todos vivían una misma vida allí en el barrio. Nadie presumía de nada, Nadie pretendía ser más que los otros y por el contrario todos quería ayudar y servir en la medida de los posible. El por ser nuevo recibió la bienvenida de todos y cada uno de ellos y sus palabras eran siempre de consideración. No sentía envidia, no sentía resentimiento, no sentía temor y no sentía recelo hacia el. Era realmente un lugar fantástico lleno de personas fantásticas. Pero si había algo que le pareció extraño en sus primeras conversaciones con los habitantes del barrio. Cuando por alguna razón alguien le preguntaba quien era o de donde había venido. Elias no lo recordaba. No podía decir nada sobre su pasado y cuando esto sucedia todos a su alrededor simplemente soltaban una carcajada y le decían que era simplemente una broma. Que ellos tampoco sabían de donde venían o como había sido su pasado.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.com Habia una vez en las tierras altas de lo que hoy es escocia una anciana llamada Maerla. Maerla tenía su hogar en las montanas donde el manto de las nieblas se posaba y donde las gotas de rocio brillaban con la luz del sol sobre el pasto verde. Maerla había construido su casa de piedra cerca a un bosque que le ofrecia la madera para calentar su hogar. De maerla se decía que hablaba con los cuervos , que sabía leer el viento para descubrir cuando se acercaban las tormentas y que era capaz de hablar con el alma de los arboles del bosque. De una tormenta de nieve venia la mayor tristeza de Maerla. Su hijo Eoin se había perdido entre las montanas durante una de estas tormentas y Maerla no había podido superar su pena.Desde ese amargo día ella salia de noche sola hasta llegar al circulo de las piedras susurrante. Estas era un claro entre los robles centenarios donde grandes rocas antiguas de origen desconocido se presentaban erguidas formando un circulo perfecto. Allí en aquella desolación y rodeada por el susurro de aquellos monolitos, Maerla se sentaba en la piedra central llamada la piedra del eco. Allí sus pensamientos se convertían en recuerdos de su hijo perdido. Una noche de luna nueva, cuando el cielo parecía un lago oscuro salpicado de estrellas, Maerla lloró como nunca antes. Su dolor era tan profundo que la piedra sobre la que estaba sentada comenzó a brillar con una luz azulada, como si absorbiera su pena. De repente El viento se detuvo. Los árboles se inclinaron. Y de la piedra surgieron pequeñas figuras luminosas, flotando como polvo de estrellas.Eran las hadas. Tenían alas de helecho, ojos como gotas de rocío, y sus voces eran como campanas lejanas. Algunas eran tan pequeñas como una semilla de cardo, otras del tamaño de una mariposa. Había llegado allí atraídas por el dolor de una madre.Las hadas hablaron en un idioma que no era de palabras, sino de emociones. Le mostraron imágenes: bosques que cantaban, lagos que curaban, piedras que recordaban. Le ofrecieron un pacto:“Tu pena nos ha llamado a este mundo desde nuestro mundo en lo profundo de la tierra. Desde ahora, cuidaremos este bosque. Pero los humanos deberán respetarlo. No cortar sin pedir permiso a la madre tierra . No tomar sin agradecer antes a los seres de los bosques. Maerla aceptó. Y desde entonces, las hadas se ocultaron en los reflejos del agua, en los círculos de hongos, en los suspiros del viento. Solo los que han perdido algo muy querido pueden verlas, porque solo el dolor verdadero revela su presencia.Maerla vivió muchos años más. Se convirtió en guardiana del bosque, en narradora de lo invisible. Enseñó a los niños a dejar ofrendas: leche en cuencos de piedra, pétalos sobre los troncos, canciones al amanecer. Cuando murió, su cuerpo fue enterrado bajo la piedra central, y se dice que cada vez que alguien llora allí con sinceridad, una nueva hada nace.Hoy, en los bosques de Escocia, algunos aún dejan flores en los claros, no por superstición, sino por memoria. Porque saben que las hadas no piden adoración, sino respeto. Que cada piedra puede ser una puerta, y cada sombra, una promesa.Pero más importante aún las hadas representa la esperanza de que todos los dolores que se llevan en el alma están siendo resguardados en el bosque para que poco a poco a poco el alma se recupere y queden como un recuerdo lejano dando paso a nuevas alegrías.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un pueblo en que que se vio un hombre caminando con siete maletas No eran maletas comunes: una parecía hecha de viento, otra de recuerdos, otra de promesas rotas, y las demás… nadie se atrevía a preguntar para no atraer sus pesadillas. Era una mañana de niebla y el hombre simplemente apartaba la niebla con sus paso lento. En aquel pueblo relojes no marcaban la hora y los caminos se curvaban llegando siempre al mismo lugar de donde había iniciado. Allí en el campo vacío, justo allí donde había una banca de piedra y el camino se ensanchaba, el hombre se sentó mirando hacia el horizonte como si esperara algo. A su alrededor jugaban a esconderse y a buscarse y uno de ellos se acercó a preguntarle que hacia allí. El simplemente Decía que por allí pasaría el tren en algún momento y Que lo llevaría lejos. Que tenía boletos para todos los destinos, incluso para los que no existían en sus mentes. Los niños replicaron que allí no había tren y que no había rieles de tren en aquel pueblo. El simplemente sonrio y les dijo que las vias del tren estaban bajo la hierba y que finalmente en algún momento estas despertarían. Los vecinos al enterarse de su presencia comenzaron a observarlo, inicialmente con reselo y después con simple curiosidad. lo miraban desde sus ventanas. Las matronas del pueblo que habían visto todo durante su vida, se compadecían de el y Le llevaban pan, café, y alguna manta cuando llovía. Pero nadie quería decirle la verdad: que en ese pueblo nunca hubo una estación, ni vías, ni trenes. Solo aquel pasto alto, grillos y el eco de las almas de aquello que alguna vez soñaron con partir del pueblo pero nunca se atrevieron. .Una noche cuando la luna ya había salido detrás de el bosque cercano una niña se acercó a el. Ella tenía consigo un farol hecho con luciérnagas y se quedo mirándolo con la curiosidad que solo una pequeña niña puede tener en su cara. El hombre le sonrio y luego le pregunto. Quien eres tu niña. Mi nombre es Cristina y tengo 10 años. El hombre volvió a sonreir y le pregunto. Que te gusta hacer. Ella sonrio y el dijo que le gustaba ir a la biblioteca del pueblo a recoger palabras olvidadas que encontraba en los libros viejos. El hombre solto una sonora carcajada y tomando una una de sus maletas la más pequeña se la ofrecio a la niña diciendo. Toma esta maleta te servirá en tu vida. Ella le pregunto Que hay en ella. El hombre simplemente le dijo. En ella esta tu y—Nada pero tu la llenaras con tus vida y tu historia llena de palabras. La niña la abrió y en ella encontró una frase que decía. Tu destino. Gracias dijo la nina y luego le pregunto A donde quiere ir usted. El la miro y con una lagrima en sus ojos de conntesto. A donde me esperen. Pasaron los días y lo meses y luego los años. El viajero seguía allí, más encorvado, más silencioso y más olvidado ya que su cuerpo no era más que parte del paisaje del pueblo. Las maletas se habían vuelto más ligeras y eteras. Una mañana, la banca estaba vacía. Solo quedaban las maletas, alineadas como soldados dormidos.Asombrados los habitantes del pueblo se preguntaban que había sucedido porque aquel hombre había partido sin despedirse, porque había dejado las maletas y algunos dijeron que a altas horas de la noche habían despertado al oír el traqueteo de un tren. Pero simplemente se volvieron a dormir. Todos se reunieron alrededor de aquel banco vacío donde había 6 maletas. El alcalde del pueblo dio un paso y tomando una a una las abrieron. Dentro encontraron cartas sin destinatario, mapas antiguos sin rutas marcadas y , relojes sin manecillas. Y en una de ellas, una nota escrita con tinta azul:“No esperen el tre

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.uan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un pueblo que estaba rodado de montañas y arboles de colores. Estos árboles no solo ofrecían un arcoíris de colores también susurraban y cantaban cuando el viento de la tarde los movía lentamente. Allí en aquel pueblo había una niña que se llamaba luna. Su madre la había nombrado así porque había nacido en luna llena y sus ojos eran grandes como ella. La niña había crecido en aquel pueblo y cuando ya tenía 10 años su madre le había dado permiso de explorar un poco más allá de su casa. La niña tomo a su perrita Zhitzu llamada lilo y se dirigió al bosque cercano. El bosque la recibió con cantos y melodías que ella desconocía pero que su perrita lilo seguía. Lilo no era una perrita cualquiera era especial. Si bien no hablaba humano si tenía su propio lenguaje que solo Luna entendía. Era capaz de expresar con pequeños sonidos lo que quería decir. Cuando Luna entro al bosque noto que sus boticas rojas de piedras brillantes comenzaban a producir cientos de brillos que iluminaban el camino por donde iban. Lilo por su parte saltaba y corría feliz de poder estar en un bosque lleno de olores que ella no conocía. De pronto lilo se paro y señalando una luz que salía debajo de una piedra comenzó a llamar a Luna con sus sonidos de perrita. Luna corrió hasta donde estaba luna y vio con sus propios ojos que había un farol de apariencia muy antigua que producía una luz suave pero que en su interior no había ninguna vela. Al estirar la mano par tocar aquella luz oyó una voz que le dijoSoy el farol de los deseos. Y solo los corazones buenos y puros pueden verme. Tu y tu perrita han llegado a mi gracias a sus buenos sentimientos Die que deseas. Luna sin pensarlo dijo . He soñado siempre conocer un dragón. Pero no un dragón cualquiera. Quiero que este dragón no produzca miedo con su llamarada, quiero que de su boca salgan burbujas multicolores que floten y se puedan ver en todas partes. Inmediatamente el farol comenzó a brillar más y más y de entre los arboles salió un bello dragón multicolor con su boca abierta y de ella miles de burbujas de colores llenaron el bosque y flotaron hasta la copa de los arboles donde se dispersaron por todo el valle. Y cientos de niños del pueblo salieron a jugar con ellas. Luna vio que efectivamente ese farol era mágico así que lo tomo y regresando a su casa comenzó a pensar que nuevos deseos podría pedir. Sin embargo cuando Luna y Lilo regresaron a su casa con el farol en su mano este dejo de brillar. Luna no entendía que era lo que sucedía y al día siguiente le pidió otro deseo al farol pero esto no encendía ni respondía a sus deseos. Lilo había notado igualmente que aquel farol que habían encontrado en el bosque había perdido su brillo. De pronto su cabecita de perrita tuvo una idea. El farol no debía salir del bosque. Su ambiente natural era allí debajo de los arboles y cuando Luna lo saco del bosque este perdió su magia. Debía hacerle entender a Luna que debían regresar el farol al bosque. Lilo comenzó a producir los sonidos que solo ella sabía producir y Luna comenzó a escucharlos hasta que vio que su perrita había cogido en su boca el farol y había corrido hasta la puerta parándose allí mientras producía esos sonidos tiernos como de marranito que ella sabía producir. Luna entendió que había hecho algo indebido había querido llevarse la luz a su hogar sin entender que la luz tenía su propio hogar. El bosque encantado. Debía regresarla de nuevo a aquel mágico lugar. Tomo la lampara, abrió la puerta y corriendo entro al bosque. Allí en el sitio exacto donde había encontrado aquel farol lo dejo. Y este inmediatamente volvió a

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en la Barcelona del siglo XIV un rey llamado Pedro el ceremonioso que decidio construir una iglesia que tuviera el campanario más alto de la región. El proyecto tenía pues un campanario de forma octagonal con una altura que fácilmente superaría cualquier otra construcción de aquella Barcelona del los años 1300. Habiéndose recibido el donativo del rey Pedro III la institución decide contratara lo antes posible a los constructores y la obra inicia conmemorando el espíritu religioso de la ciudad. Aquella iglesia se erigiría como símbolo de fe y poder y se consagraría a la virgen del pino. Llamándola santa Maria del PI. Nombre que conserva en la actualidad. Se dice que las obras de construcción de la torre de la iglesia se comenzaron en el año 1379 gracias a la donación del Rey Pedro y se contrato un primer arquitecto. Cuando la construcción de la torre inicio, los obreros notaron que permanentemente comenzaban a aparecer problemas en la construcción. Cada vez que los obreros empezaban a levantar la estructura, algo ocurría: grietas, derrumbes, accidentes inexplicables Alguna vez la torre se cayo por su propio peso, se agrietaban sus paredes o simplemente no mantenía la armonía necesaria para mantenerse en pie. . Finalmente después de el intento de varios arquitectos fue contratado El maestro de obras, un hombre llamado Bartome más quien desde el inicio comenzó a obsesionarse con la obra. Decía que el monte de piedra que venia de las canteras de Montjuïc, con el que se construía la torre, tenía memoria y que por esta razón la torre no quería ser terminada. Sin embargo era tal su resolución que decidio encontrar una manera para superar estos problemas. Una noche sin luna, Bartome subió solo a la torre inacabada. Encendió velas negras, trazó símbolos en la piedra y pronunció palabras que no aprendió en ningún libro cristiano. Invocó al diablo, El diablo interesado siempre en quien lo invocara se hizo presente allí mismo y preguntándole a Bartome por que era invitado este respondió. Quiero tener tu ayuda en la construcción de esta torre del campanario. Te daría mi alma a cambio de que las piedras se presten para trabajar juntas en este proyecto. El diablo sonriendo escucho claramente que Bartome Más le ofrecía el alma y como el diablo nunca rechaza un trato así, acepto de inmediato pero colocando una garantía más. Le ayudaría a Bartome pero no esperaría a que el campanario se terminara. Debía recibir el alma del arquitecto cuando la escalera de caracol que se encontraría dentro de aquella torre octagonal llegara al peldaño 100. Allí cuando llegara el diablo reclamaría el alma de aquel hábil constructor. Y así comenzaron de nuevo la construcción de campanario. Y todo comenzó a salir a la perfección. Tanto así que los trabajadores no entendían como ahora si su construcción crecía y crecía sin ningun problema. Ellos pensaban que aquella torre no se construiría jamás y que estaba realmente maldecida. Lo que no sabía es que el bueno de Bartome realmente se estaba jugando su alma en dicha torre. Pero metro a metro la torre iba creciendo y en su interior escalón a escalón la escalera iba igualmente creciendo acercándose al numero 100 que se había pactado con el demonio. Bartome veía su obra creciendo y en su alma un plan comenzaba a fraguarse. Sabía que debido al pacto en cuanto la escalera llegara al escalón 100 perdería el alma y el amaba su vida como era actualmente. Así que tramo un trampa al demonio.. Construyó la torre hasta el escalón noventa y nueve, y luego sin dar explicaciones a los obreros detuvo la obra. Y Dedicó el resto de su vida a trabajar

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un joven noble llamado Raymondin de poitier que regresaba a su casa cruzando los bosques de Coulombiers, pero aquel caballero regresaba con el alma rota. Durante una caceria había accidentalmente atravezado con su lanza a su tio el conde de poitier, y el peso del crimen lo hundía en la desesperación. La luna llena filtraba su luz entre los robles del bosque , y el viento parecía murmurar palabras antiguas que sonaban a recriminación por aquel crimen. Allí en medio del bosque vio algo que parecía una mujer. Al acercarse la vio con más detalles y sus ojos no podían creer lo que tenían al frente: una mujer de cabellos dorados como el trigo maduro, piel pálida como la niebla, y ojos que brillaban con un fulgor azul profundo, como si contuvieran un lago en su interior, el Joven Raimondo nunca había visto una mujer más bella y bajándose de su caballo se acercó a la fuente de mármol donde la joven estaba apoyada. La joven con voz angelical dijo —Soy Mélusine Y puedo darte fortuna, poder y redención.Y especialmente la redención que tu alma necesita en este momento. Pero debes prometerme una cosa: cada sábado, no me buscaras, no me veras y no me nombraras.Deberas dejarme a solas y no intentaras estar conmigo. Como recompensa te construire el más bello palacio que te puedas imaginar y vivire contigo. Pero recuerda los sábados no me tendrás. El joven Raymondin, que ya se encontraba totalmente hechizado por la belleza y el misterio de aquella mujer, aceptó sin dudar aquel extraño pacto que la mujer le ofrecia. De regreso a poitier Mélusine cumplió su promesa. En una sola noche, con ayuda de fuerzas invisibles, levantó el castillo de Lusignan, que tiene torres que parecen brotar de la tierra como si fueran espigas de piedra. No era un castillo común. Las torres tenían formas espirales, como caracoles de piedra. Las ventanas eran ojivales, pero en cada vitral se dibujaban escenas que aún no habían ocurrido. Las columnas estaban talladas con serpientes, dragones, lunas y mujeres aladas. En el centro, una fuente de mármol blanco brotaba agua que nunca se secaba.Los aldeanos decían que el castillo había sido construido por manos invisibles, que por la noche se oyeron cantos en lenguas perdidas, y que Mélusine hablaba con las piedras. La pareja se traslado a esl castillo y dicen que vivieron años maravillosos. Que tuvieron muchos hijos. Mélusine los amaba con ternura, y Raymondin los protegía con orgullo. El pueblo veneraba a la pareja aunque algo raro notaban de ella. La dama del Castillo nunca asistía a misa y que nadie, absolutamente nadie la había visto un sábado. Ella simplemente desaparecía como humo los sábados. Pero la duda es una sombra que crece en silencio en el alma de los incautos. Así que Un sábado Raymondin impulsado por los rumores de su pueblo y la curiosidad propia de un hombre decidí que debía espiar a su mujer cuando ella se encerraba en la más alta de las torres. En aquella torre había una habitación que se cerraba por dentro y desde la cual algunas veces se oían ruidos extraños, La puerta de aquella habitación era de grueso roble y por casualidad solo tenía una pequeña fisura que dejaba salir la luz interior. Raymondin acercó sus ojos a la fisura y allí pudo observar que sucedia en la habitación de la torre. Lo que vio lo dejó sin aliento: Mélusine estaba sumergida en la fuente de mármol, su cuerpo desnudo y resplandeciente... pero desde la cintura hacia abajo, su cuerpo era el de una una serpiente alada, con escamas de esmeralda y una cola que se enroscaba como un río encantado.Aquella visión lo lleno de espanto y de un salto retrocedio haciendo

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez hombre llamado Elias que siempre habia vivido de acuerdo a lo que la vida esperaba de el. Pero el no sabía si había vivido de acuerdo a lo que el había esperado de la vida. Y ahora Elias estaba muriendo. Realmente Elias agradecia de que sus momentos finales no fueran dramáticos, que simplemente se fuera apagando lentamente como quien apaga lentamente una lámpara al final de una larga noche. Había vivido mucho, amado bien, y claramente había cometido suficientes errores como para llenar horas y horas de confesionario en la iglesia a la que solía asistir. Ahora, en su lecho de muerte, no pensaba en arrepentimientos ya que era tarde, pensaba más bien en los destinos que tendría.Frente a él en aquellos momentos finales , dos puertas flotaban en el aire. Una estaba hecha de nubes suaves con un marco dorado y de ella salia una briza que olía a jazmín. Sobre la puerta un letrero que decía Cielo: Clima perfecto, silencio eterno. La otra, de hierro forjado, tenía llamas que bailaban como si tuvieran vida propia y desde la cual salia un olorcillo como a azufre. Sobre ella en letra más o menos burdas un letrero con la siguiente inscripción : Infierno: Clima complicado, risas garantizadas.Elías que había sido católico desde niño frunció el ceño y costernado ijo . “¿Y si quiero un poco de ambos?”, En ese preciso momento Apareció entonces un ser vistiendo una túnica gris que por su apariencia no era ángel ni tampoco un demonio era indescifrable. Se prenento a Elias con mucha cortesia y le dijo. Mi nombre es hiatus y estoy aquí para ayudarte a tomar la decisión de cual umbral quieres cruzar. Tenemos muchos indecisos siempre. Dime porque tienes esa cara de no saber hacia donde coger.Elias dijo —El cielo tiene buen clima, pero creo que todos allá quieren ser virtuosos permanentemente lo que creo que los hace un poco serios y poco dado a divertirse. Y yo creo haber tenido suficiente de tratar de ser como otros en la vida de la que vengo. Esta bien… dijo hiatus. Te entiendo pero debes decidir lo antes posible. Por su parte El infierno… bueno, he oído que los poetas, los músicos malditos, los humoristas y y los filósofos que preguntaban demasiado están todos allí ya que poco se preocuparon por que esperaban los otros de ellosHiatus sonrió mientras una expresión de impaciencia crecía en el. —Bueno ¿Y qué buscas tú, Elías?—La verdad yo quisiera tener una buena conversación por toda la eternidad. Ahh Y café. Si hay café en alguno de los dos, me inclino por ese.Hiatus sorprendido por la respuesta tomo a Elias de la mano y lo condujo a un lugar que no aparecía en los mapas celestiales ni en los registros infernales: Allí sobre una pequeña puerta de madera oscura estaba un aviso que decía .La Cafetería del Umbral. Allí, entre mesas y tazas, se reunían los que aún no habían decidido aún el camino. En una esquina, Dante discutía con Nietzsche sobre el sentido del castigo. En otra, Dali y Picaso pintaban retratos de almas que aún no sabían quiénes eran y ciertamente las imágenes hacían honor a su fama de pintores y del alma de los retratados.Elías pidió un café oscuro, sin azúcar. Lo bebió lentamente, mientras observaba que a su alrededor estaban todos contando sus historias particulares. Aquellos que habían amado demasiado, los que habían odiado con intensidad pero se arrepentían de haberlo hecho, los que habían vivido con curiosidad y que ahora se dedicaban a contar cuentos a los que los querían oír. En fin había mucha gente que no se decidían. Al final, cuando hiatus volvió a preguntarle , Elías respondió:—No quiero elegir. Quiero quedarme

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comEn lo mas profundo de océano existe un reino llamado salmarina. Este reino no es como los reinos que existen en la superficie. Este reino marino esta construido de columnas de nacar y techos de coral milenario. Sus palacios no tienen muros sino membranas de agua que vibran con las mareas y crean una música que solo los peces pueden oír. En las puertas hay pulpos que con sus multiples tentáculos se abren y cierran a deseo de los habitantes de los palacios. Los pasillos de los palacios están iluminados por cardúmenes de peces que irradian una luz tan brillante que todos pueden seguir los multiples corredores que llevan a los cientos de aposentos del palacio. Allí en aquel reino marítimo de Salmarina vive una reina llamada Thesalia que es descendiente de los seres más antiguos de la tierra. Su corona esta hecha de estrellas de mar y se dice que su capa esta hecha de algas marinas que se entretejen hasta formar una tela de multiples colores. La reina tenía tres hijas sirenae que era capaz de generar tormentas con su voz. Y que era la responsable de mantener la superficie del mar libre de todos aquellos seres que podrían crearles problemas a los peces. Coral la encargada de cuidar la memoria del mar tejiendo los surcos de los corales para que todos los recuerdos se almacenen allí por toda la eternidad. Y ondina. La más pequeña y más silenciosa de las tres. Ondina era curiosa desde que nacio pero aún no sabía cual seria su super poder. Un día se presento ante su madre la reina y le dijo. Madre quiero saber porque el mar llora. Quiero saber porque las olas cuando llegan a la playa producen aquel gemido que nos hace recordar la tristeza. La madre comprendió que su hija ondina tenía un don especial. Podia profundizar en los más profundos secretos y encontrar una razón para todo lo que sucedia. Ondina podía leer las corrientes de el mar como si fueran versos que nade más entendía y buscar en ellos las verdades ocultas. Su madre entonces decidio enviar a su hija a lo más profundo del océano, donde vivía el guardián del abismo. El ser que mantenía los secretos. Allí en el abismo las corrientes del mar arrastraban todas las tristeza que los hombres de la superficie creaban. Hasta allí llegaban las cartas tristes, las promesas rotas, las lagrima de despedida y en especial las mentiras de todos los colores y formas. Se guardaban allí en el abismo porque estas no debian ser compartidas con los seres del mar ya que los podían contaminar. Ondina llego entonces donde el guardián del abismo y le pregunto. Me ha dicho mi madre la reina que tu conoces porque las olas del mar lloran y gimen como si tuvieran un gran dolor. El guardián del abismo abrio sus grandes ojos, sorprendido de ver una niña allí en las profundidades y con voz lenta le dijo. Mi niña me estas preguntando algo que nadie antes me había preguntado y he de decirte que la respuesta es difícil de escuchar pero igualmente importante para todos los seres de la tierra. Aquí en el abismo se almacenan todos las tristezas que se crean en la superficie, pero estas tristezas no llegan aquí por si solas, hay que traerlas. La única manera es ir por ellas y arrebatarlas desde las orillas de las playas para que así el alma de los que sufren puedan olvidarlas. Has oído como el mar golpea las rocas de las playas y produce un sonido de dolor. Ese es realmente el grito de las tristezas cuando saben que ya no podrán vivir más en la superficie. Ellas quieren continuar en el alma de los hombres pero la función del mar es traer las tristezas al abismo para que la alegría pueda nacer. Por eso oyes aquel gemido pero no e

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez una pareja que por una convicción profunda con la naturaleza había decidido vivir en un bosque en una casa solar inteligente. Ambos tenían profesiones que les permitía trabajar remoto y que habían diseñado su casa con autonomía energética su única conexión con el mundo era su antena satelital para el servicio de internet. Ambos trabajaban como influencers y tenía cada uno su propio canal de youtube y sus propias cuentas de Instagram, X, Facebook, whatsapp, tiktok, telegram, pinteres y linkedln. En fin su vida desde aquel bosque era idealmente virtual. Después de varios años tuvieron una hija a la que llamaron Aurora, en honor a aquel amanecer que siempre veían desde su balcon con vista al valle. Aurora les recordaba los hermosos colores de aquellos primeros momentos del día. La niña de carita preciosa y pelo como el sol mismo mostro desde los primeros días una alegría que contagiaba a todos los que la conocían. Sus padres decidieron hacer un baby shower virtual por Google meet y para ello mandaron cientos de e vites para que todos aquellos que conocían pudieran asistir y conocer a la bella aurora. Pero como siempre pasa por error o por olvido programado, dejaron por fuera de sus lista de invitados a una tia lejana que era medio bruja y que su vida era medio oscura, como quien dice tenía una mala vibración. El día del babi shower virtual por Google Meet todos los invitados se hicieron presentes y todos se manifestaron con algún detalle para la niña que la mayoría de las veces era un translado de dinero por Zelle. Pero en medio de la reunión y sin saberse como apareció la imagen de la tia lejana que debió hackear el sistema para auto invitarse. Esta familiar lejana medio bruja entro a la reunión y como quien no quiere la cosa dijo. Que niña linda es aurora lastima que cuando cumpla 15 anos se pinchara y caera en un mundo profundo sin wifi.Sin Wifi gritaron todos al unisono. Como puede ser posible. Pero en ese momento la tia bruja se desconecto y no fue posible reestablecer la señal con ella. Los padres un poco perturbados consultaron con una guru de bienestar y esta les dijo que no se preocuparan que no había forma en este mundo de que alguien no tuviera acceso a la red virtual o al wifi. Así que los padres se relajaron y siguieron produciendo contenido virtual para sus canales de social media. Los padres de todas maneras decidieron bloquear a la tía enviándola a la blacklist del servidor y por simple precaución eliminaron todas las agujas del hogar (incluyendo las de los cursos de bordado digital), y criaron a Aurora en una burbuja de mindfulness y playlists curadas donde su vida era documentada con filtros calidos y hashtags cuidadosamente seleccionados tales como #auroracrece, #niñadelsol, etc.Pero el tiempo paso y después de 15 anos llegaba el dia de su cumpleaños, Aurora emocionada por llegar a se quinceañera comenzó a revisar su Instagram, su Facebook y comenzo a prepararse para leer todos los comentarios de sus amigos, seguidores y admiradores. Así que cuando comenzo a revisar sus mensajes y a contar sus likes vio que un popup apareció de improviso en su teléfono celular. Este popup decía "¿Quieres saber quién eres realmente?" dale click a este boto (el boton tenía la forma de una nota clavada con un alfiler) La joven Aurora dio clic y algo en su interior sucedió. Su mente cayo en un eterno Scroll, si bien estaba viva sus pensamientos y recuerdos eran vividos mensajes que ella trataba de leer y entender. Sus ojos se movían de arriba abajo como si estuviera leyendo la pantalla de su teléfono mientras con sus dedos abria y cerraba apli

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en el Quito colonial una joven de nombre Bella Aurora. La joven vivía en el corazón mismo de Quito, desde su balcón se podían escuchar claramente las campanas de la Catedral cuando estas tocaban a misa marcando los ritmos de aquella población. Su belleza era tal que los vecinos decían que el sol se demoraba en salir solo para verla despertar. Era hija única, criada entre tapices bordados, libros de canto y jardines de geranios. Su voz, dulce y clara, voz que cruzaba sin dificultad los muros gruesos y llegaba a los oídos de todos aquellos que pasaban por debajo del balcón de la casa 1028.En el medio de la ciudad estaba la plaza mayor, que luego se conocería como la plaza de la independencia. Allí como era la costumbre de la época se celebraban las más importantes de las fiestas y entre ellas las muy tradicionales corridas de toro que enmarcaban las múltiples fiestas religiosas de la señorial ciudad. Durante una de aquellas fiestas se programa una gran corrida de toros y como era costumbre la crema y nata de la sociedad debía hacerse presente en los palcos alrededor del ruedo. Siendo que ya Bella aurora ya había sido presentada en sociedad sus padres decidieron llevarla a la corrido para mostrarle a toda la gente prestante de Quito cuan bella era sus hija Aurora. Ella aunque tímida acepto y gracias al acompañamiento de su madre que le escogió un bello mantón de color marfil y una preciosa peineta de nácar que le hacia juego con su vestido de núbil doncella, salió simplemente radiante hacia la plaza. Camino junto a sus padre por las calles empedradas de la sin igual Quito. Los transeúntes paraban y se enmudecían al ver la belleza de aquella joven que iluminaba su paso con su sonrisa y su gracia al caminar..La plaza estaba llena. Con prontitud se dirigieron a su palco que se encontraba en el lado sur de la plaza, justo debajo de la gran catedral de quito. Desde allí podrían observan en detalle los acontecimientos taurinos. El aire olía a pólvora, sudor y flor de naranjo y la expectación crecía con cada segundo mientras los toreros desfilaban por la arena. Finalmente los primeros clarines sonaron, y de la puerta de toriles emergió un toro negro, enorme, de pelaje brillante como obsidiana y ojos que no parecían de este mundo. Aquel astado era realmente imponente y al salir todos los asistentes simplemente callaron. Pero aquella bestia negra No corrió. No embistió. Simplemente caminó con lentitud, como si cada paso fuera parte de un ritual antiguo. Todos miraban con estupor sin comprender porque ese animal recorría la plaza tomando su tiempo e ignorando la presencia de el torero que ya se acercaba a el con el capote desplegado con sus dos brazos extendidos. Pero el Toro negro siguió dando la vuelta a la plaza mirando al público allí presente. De pronto al llegar frente a la catedral se detuvo, justo al frente del palco donde Aurora lo observaba curiosa. Y en ese instante sus ojos de animal se cruzaron con la mirada dulce de la joven. El toro estaba mirando a Aurora y solo a ella. Pero no era una mirada animal. Fue una mirada larga, profunda, como si la conociera desde antes de nacer. Como si supiera que el destino le tenía preparado aquel encuentro. .La joven sintió un escalofrío en todo su cuerpo. No podía apartar su mirada de aquel toro negro que se encontraba a escaso metros de ella. Su respiración se cortó. El mundo se volvió borroso. Y cayó al suelo, desmayada.Sus padres, alarmados, la tomaron en brazos y salieron de la plaza entre murmullos y miradas. La llevaron a casa, donde los criados encendieron velas, prepararon agua de toronjil y rezaron oraciones antiguas. Bella Aurora no

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un hombre hombre de edad madura y alma contenida que vivía en una casa de piedra y madera que parecía construida para guardar secretos. Este hombre llamado Nuri cultivaba el respeto como otros cultivan jardines: Con paciencia y silencio. Su esposa, joven y de belleza inquieta, se movía por los pasillos como una melodía que no terminaba de encajar en la partitura de aquel hogar, sus gestos siempre parecían contener algo más que no se rebelaba. La diferencia de edad entre ellos no era solo cronológica: era atmosférica. Él vivía en la pausa que producen los años y ella en el vértigo de la juventud. Él en la contemplación, ella en la urgencia.Una tarde, Nuri regresó antes de lo habitual. El sol aún no se había escondido del todo, y los corredores de la casa estaban teñidos de un dorado melancólico y el aire tenía ese aroma espeso que traen los secretos que aún no se han descubierto. Al entrar, fue recibido por su sirviente más antiguo, un hombre que había servido a tres generaciones de la familia. —Señor —dijo con voz baja, como si temiera que las paredes escucharan—. Vuestra esposa está en sus aposentos con el cofre de la señora madre, aquel que podría esconder un hombre. El grande, el que tiene doble fondo. No permite que nadie se acerque. He oído susurros. Y pasos. Pero no los suyos. Nuri lo miró largo rato. No dijo nada. Subió las escaleras con la calma de quien sabe que está a punto de perder algo ya que puede encontrar una verdad que no quiere reconocer.La puerta de la habitación estaba entreabierta. Dentro, su esposa estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra el cofre con rostro pálido y ojos humedos. Su cabello caía desordenado, y sus manos temblaban sobre sus rodillas. El cofre, de madera oscura y herrajes antiguos, parecía más un altar que un mueble.Y el silencio entre ambos era más pesado que el mismo mueble.—¿Me mostrarías qué hay dentro? —preguntó Nuri, sin levantar la voz.Ella lo miró. Sus ojos no eran de culpa, sino de tristeza.—¿Lo preguntas por lo que te dijo el sirviente, o porque ya no confías en mí?—Lo pregunto porque el silencio entre nosotros se ha vuelto insoportable y necesito conocer la verdad de nuestra relación. —Está cerrado —dijo ella.—¿Y la llave?Ella la sacó de su escote, con un gesto lento, casi ritual.—Despide al sirviente —pidió—. Solo entonces te la daré.Nuri bajó. Le pidió al sirviente que se fuera. No por obedecer a su esposa, sino porque entendía que el juego en el que se había metido tenía otras reglas que el debía obedecer. Cuando volvió, ella le entregó la llave sin decir palabra. Luego salió de la habitación, caminando como quien deja atrás una parte de sí, mientras su alma lloraba por no saber que le esperaba en el futuro. Nuri se quedó solo. El cofre frente a él. La llave en su mano.y un silencio se apodero de todo el aposento. .Con pasos lentos se acercó al cofre decidido a enfrentar su destino. Y con resolución decidio no abrir aquel cofre que retaba su vida. Pero No por miedo. No por debilidad. Sino porque entendía que hay verdades que, al ser vistas, destruyen más que el engaño mismo.Desde el balcon de su habitación llamo a a cuatro jardineros. Les pidió que trajeran una carreta. Y que con mucho cuidado bajaran el cofre y luego lo llevaran hasta el rincón más alejado posible de su finca, allí donde los árboles crecían torcidos y la tierra olía a humedad. En ese lugar debían abrir un hoyo lo suficientemente profundo para enterrar aquel cofre que podría llevar su destino. Y así lo hicieron los empleados. Allí lo enterraron. Sin abrirlo. Sin preguntar.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un hombre que entro al despacho de el párroco del pueblo. Su cara era de un dolor profundo, un dolor que posiblemente no era causado por algo físico, era un dolor del alma. El hombre apenas se sentó comenzo a decir Padre Anoche, ya entrada la bruma, cuando los perros del pueblo ladraban a sombras que no se veían, vino a visitarme un arcángel. El sacerdote extranado solo alcanzo a decir…. Dices que un arcángel te visito Si padre era un arcángel. Pero Para no espantarme, tomó la forma de una mujer joven, vestida con una tunica que flotaba con cada paso como si no necesitara caminar y con un brillo que básicamente la cubria por completo. Entró sin tocar la puerta. El viento le abrió paso, y ella se sentó junto a mi en un sillón de mimbre que siempre cruje como si recordara los cuerpos que lo han habitado. Su rostro estaba fatigado, con aquella expresión que tienen las almas cuando han cruzado siglos y silencios.Quise contarle mis penas: hablarle de mi hijo que partió sin decir adiós, de mi esposa que murió hace tanto, de la tierra que he cultivado pero que ya no da lo que daba, o de el miedo a que mi alma se oxide de tanto esperar a que el día final me llegue. Pero bastó que me mirara para sentir que ella sabía y conocía cada una de mis penurias. Sus ojos eran como miel tibia, y en ellos había una ternura que no pedía explicaciones. Me miró con amor limpio, como quien ama sin poseer, como quien acompaña sin pedir nada a cambio.Permanecia en silencio junto a mi. Allí sentada. Pero su silencio era más elocuente que cualquier sermón. En él se sentía la pesadumbre de la derrota , el dolor de los que rezan sin respuesta, la esperanza de los que siembran sin saber si habrá cosecha.Entonces comprendí. Ella no venía a consolarme, ni a salvarme. Venía a compartir la soledad. La suya era una soledad antigua, como la de los campanarios que ya no llaman a misa, como la de los santos que nadie recuerda. Y sin embargo, su presencia era un acto de solidaridad profunda que comenzo a cubrirme el alma.Pensé que venía a ofrecerme la muerte que era la que había estado esperando. Pero esta no traía espada ni trompeta como en sus homilías suele describir la parca. Solo tenía una mano suave y un gesto leve. Pense que quizá había olvidado sus armas, o quizás había entendido que para ciertos hombres, la muerte no necesita ceremonia.De pronto se levanto sin ruido, la silla en la que estaba no crujio como lo suele hacer el mimbre y eso me parecio muy extraño. Alzó la mano derecha y con el índice me tocó el costado, justo donde el alma se asoma al cuerpo. Fue un roce suave, como el de una hoja que cae después de desprenderse de un arbol. Pero ese toque fue definitivo.Desde entonces, llevo en el pecho un escozor que no se cura. No es dolor, ni nostalgia. Es la marca de la ausencia. La certeza de que fui tocado por algo que no pertenece a este mundo y que abrio la herida de la soledad sin muerte. Y aunque nadie me crea, padre yo sé que anoche, , un arcángel cansado vino a visitarme disfrazado de mujer.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comEn el corazón de la Sierra de los Ecos, donde los cerros se alzan como guardianes de los secretos del tiempo, vivía una comunidad de animales que caminaban. No volaban, no nadaban, no trepaban más allá de lo necesario. Caminaban. Eran criaturas del suelo, del polvo, de la rutina. El llano era su mundo, y el cielo, apenas una promesa lejana.Entre ellos vivía un mono distinto. No por su especie, sino por su deseo. Se llamaba Turi, y desde joven había sentido que el mundo lo ignoraba. No era fuerte como el jaguar, ni sabio como la tortuga, ni ágil como el venado. Pero tenía algo que pocos tenían: ambición . Quería ser visto como un artista. No por lo que hacía, sino por lo que decía haber hecho.Una mañana, mientras paseaba por la ladera del Cerro del Silencio, Turi encontró un tronco caído. Era viejo, retorcido, con raíces expuestas como dedos de un cadáver vegetal. Nadie lo había tocado en años. Pero Turi lo miró con otros ojos. Su instinto lo llevo a ver algo que posiblemente otros que habían pasado por allí no habían visto. La oportunidad de sobresalir de forma inmediata sin mayor esfuerzo. —No necesito transformarlo —murmuró—. Solo necesito elevarlo.Y así nació su plan. No tallaría, no pintaría, no esculpiría aquel tronco ya que no sabría como hacerlo. Solo colocaría el tronco en un lugar inaccesible, y dejaría que la distancia hiciera el resto.Durante tres días, Turi empujó el tronco cuesta arriba. Lo hizo en secreto, evitando que otros lo vieran. El camino era arduo: piedras sueltas, espinas, niebla espesa. A veces se detenía a hablar consigo mismo:—Cuando lo vean allá arriba, no verán un tronco. Verán lo que yo les diga que es. Ese es el plan.Finalmente, llegó a la cima. El Cerro del Silencio era un lugar sagrado, donde el viento no hablaba y las aves no cantaban. Allí, colocó el tronco de pie, como si fuera una figura ancestral. Lo rodeó de piedras, lo limpió un poco, y lo dejó.Al regresar al llano, Turi convocó a todos los animales. Se subió a una roca y habló con voz firme:—¡Amigos! Durante años me he dedicado a cultivar un nuevo arte. Lejos de la vista de todos ustedes le he dedicado días enteros a aprender el difícil arte de la escultura. Inicie con barro y y luego con mucho cuidado he aprendido como moldear figuras a partir de la madera y finalmente pase a trabajar con herramientas que yo mismo he creado para extraer imágenes de los bloques de granito que tenemos en lo alto del cerro del silencio . Hoy y después de casi un año de trabajo arduo, les presento mi obra maestra. Miren hacia el Cerro. ¿Ven esa figura que se alza entre las nubes? ¡Es una estatua! ¡Una creación única! ¡La hice yo!Los animales miraron. Desde tan lejos, solo se veía una silueta oscura, apenas distinguible. Pero el tono del mono era solemne, casi místico y con sus seguridad les transmitía la creencia. Y así comenzaron los murmullos entre aquellos animales que nunca habían visto una obra de arte. —¡Qué artista! —¡Qué visión! —¡Qué genio! Claramente se ve el esfuerzo del creador. El jaguar asintió. La tortuga cerró los ojos en señal de respeto. El venado dijo que había sentido “una energía especial” que emanaba de aquella figura en lo alto del cerro. Y así, Turi fue celebrado. Los animales comenzaron a sentirse afortunados de tene a Turi viviendo con ellos. Le ofrecieron los frutos más dulces, lo invitaron a danzas nocturnas, y hasta le pidieron que enseñara su “técnica”.Turi ya convertido en una celebridad entre los animales se dedicaba a hablaba de inspiración, de forma, de trascendencia. Pero aunque Nadie entendía, todos asentían y movían la cabeza para lucir interesantes e

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez En una granja con más drama que una telenovela venezolana una pata que en sus tiempos libres se dedicaba a ser Influencer . La pata en cuestión que realmente se creía muy global aunque solo tenía 3000 mil seguidores estaba muy emocionada. Hacia unos días había recibido 4 huevos por el servicio de delivery. Lo había hecho así porque una amiga le había dicho que la mejor manera para mantener la línea de juventud era encargar los huevos en vez de tenerlos directamente. Pues después de recibir los huevos finalmente los puso en su nido hecho con productos reciclables y allí los puso al cuidado de una lamparita que les diera calor y luz. Ella estaba demasiada ocupada con sus clases de pilates para dedicarle el tiempo a sus huevitos. Después de unos días Sus huevos estaban por eclosionar ( que es como llaman los habitantes del siglo pasado a la acción de reventarse internamente para nacer. Y esto la hacia demasiado feliz. Tanto que ya tenía los nombres listos: Sunny, Honey, Cutie otro que ella no sabía de donde había salido ya que era un poco rarito y diferente. Siempre sospecho que el servicio de delivery se habia equivocado., en fin este huevo no tenía nombre aún Cuando por fin eclosionaron (de nuevo esa palabreja horrible) y los patitos nacieron eran sencillamente adorables y ella preparo su cámara y sus luces para tomarles las fotos de instagram. Amarillos, redonditos, con ese look de “recién salidos del spa”. Pero el último... el último parecía un glitch. Ya que era Gris, desgarbado, con cara de “no me cargó bien la textura que deseaba y tampoco me funciono el filtro que queria”.Sunny lo miró y dijo: —¿Ese es nuestro hermano o un NPC que se nos metio sin saber? Honey soltó: —Literalmente no da vibes de pato. Cutie solo lo grabó para subirlo a sus stories con el sticker de “diferentico”.La mamá Pata intentó defenderlo: —Cada uno tiene su belleza interior. Pero incluso ella dudaba mientras lo colocaba con el tag #DiferentePeroEspecial en su Instagram.El patito, que aún no tenía nombre porque nadie se lo quiso dar, empezó a sentir que no encajaba. En la granja lo ignoraban, lo empujaban en la fila del maíz, y hasta el gallo le decía: —Bro, tu estética es muy low-res para este corral.Intentó hacer amigos con las gallinas nada que ver, pero ellas solo aceptaban aves con plumas brillantes y posturas perfectas. —Tu aura está desalineada —le dijeron mientras hacían la postura del huevo cósmico.Un día salió a caminar por su propia cuenta y Pasó por un estanque donde nadaban cisnes, elegantes como si fueran modelos de perfume francés. Se acercó tímido, pero ellos lo miraron como si fuera un pop-up de antivirus. —No aceptamos patitos con energía de “antes del cambio”.El patito se alejó, triste, y se refugió en un rincón del bosque. Ahí, sin Wi-Fi ni likes, empezó a conocerse. Leía hojas como si fueran libros, hablaba con el viento, y se grababa monólogos que nadie veía. Pero algo dentro de él empezaba a florecer. Se sentía raro pero como no tenía social media no había nadie que le hiciera ciber bulling y su su autoestima se libero de lo toxico del ambiente social en que vivía anteriormente. Pasó el invierno. Frío, largo, introspectivo. El patito sobrevivió comiendo lo que encontraba y soñando con ser aceptado. Pero en primavera, algo cambió.Se miró en el agua y... ¡plot twist! Ya no era gris ni torpe. Era absolutamente hermoso. Ya no tenía figurita de pato, era grande y esbelto y era blanco como la nieve del invierno. Era realmente un cisne. Un cisne de esos que parecen salidos de una campaña de Dior. Cuello largo, plumaje blanco con reflejos dorados, mirada profunda como

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en un pueblo del centro mismo del pais una tradición que después de muchas generaciones aún se conservaba en aquella región dedicada exclusivamente a la agricultura. Era la mañana del 27 de junio y esta amaneció clara y soleada con el calor lozano de un día de pleno estío; las plantas mostraban profusión de flores y la hierba tenía un verdor intenso. La gente del pueblo empezó a congregarse en la plaza, entre la oficina de correos y el banco, alrededor de las diez; en algunos pueblos había tanta gente que la lotería duraba dos días y tenía que iniciarse el día 26, pero en aquel pueblecito, donde apenas había trescientas personas, todo el asunto ocupaba apenas un par de horas, de modo que podía iniciarse a las diez de la mañana y dar tiempo todavía a que los vecinos volvieran a sus casas a comer.Los niños fueron los primeros en acercarse, por supuesto. La escuela acababa de cerrar para las vacaciones de verano y la sensación de libertad producía inquietud en la mayoría de los pequeños; tendían a formar grupos pacíficos durante un rato antes de romper a jugar con su habitual bullicio, y sus conversaciones seguían girando en torno a la clase y los profesores, los libros y las reprimendas. Bobby Martin ya se había llenado los bolsillos de piedras y los demás chicos no tardaron en seguir su ejemplo, seleccionando las piedras más lisas y redondeadas; Bobby, Harry Jones y Dickie Delacroix acumularon finalmente un gran montón de piedras en un rincón de la plaza y lo protegieron de las incursiones de los otros chicos. Las niñas se quedaron aparte, charlando entre ellas y volviendo la cabeza hacia los chicos, mientras los niños más pequeños jugaban con la tierra o se agarraban de la mano de sus hermanos o hermanas mayores.Pronto empezaron a reunirse los hombres, que se dedicaron a hablar de sembrados y lluvias, de tractores e impuestos, mientras vigilaban a sus hijos. Formaron un grupo, lejos del montón de piedras de la esquina, y se contaron chistes sin alzar la voz, provocando sonrisas más que carcajadas. Las mujeres, con descoloridos vestidos de andar por casa y suéteres finos, llegaron poco después de sus hombres. Se saludaron entre ellas e intercambiaron apresurados chismes mientras acudían a reunirse con sus maridos. Pronto, las mujeres, ya al lado de sus maridos, empezaron a llamar a sus hijos y los pequeños acudieron a regañadientes, después de la cuarta o la quinta llamada. Bobby Martin esquivó, agachándose, la mano de su madre cuando pretendía agarrarlo y volvió corriendo, entre risas, hasta el montón de piedras. Su padre lo llamó entonces con voz severa y Bobby regresó enseguida, ocupando su lugar entre su padre y su hermano mayor. La lotería -igual que los bailes en la plaza, el club juvenil y el programa de la fiesta de Halloween- era dirigida por el señor Summers, que tenía tiempo y energía para dedicarse a las actividades cívicas.El señor Summers era un hombre jovial, de cara redonda, que llevaba el negocio del carbón, y la gente se compadecía de él porque no había tenido hijos y su mujer era una gruñona. Cuando llegó a la plaza portando la caja negra de madera, se levantó un murmullo entre los vecinos y el señor Summers dijo: «Hoy llego un poco tarde, amigos». El administrador de correos, el señor Graves, venía tras él cargando con un taburete de tres patas, que colocó en el centro de la plaza y sobre el cual instaló la caja negra el señor Summers. Los vecinos se mantuvieron a distancia, dejando un espacio entre ellos y el taburete, y cuando el señor Summers preguntó: «¿Alguno de ustedes quiere echarme una mano?», se produjo un instante de vacilación hasta que dos de los hombres, el señor Martin y su hijo mayor, Bax

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez hace algunos siglos en el corazón de las Tierras Altas, un diminuto pueblo llamado Advie. Este pueblo quedaba donde Irlanda se funde con la bruma y los suspiros del viento que provienen del mar del norte. Advie No aparecía en los mapas, y quienes lo conocían decían que estaba protegido por los antiguos, por espíritus del bosque y pactos olvidados. Las colinas verdes se ondulaban como un mar dormido, y los bosques eran tan espesos que la luz del sol apenas tocaba el suelo.En ese rincón encantado vivía Aine, una joven cuya belleza no era solo física, sino profundamente espiritual. Su cabello dorado parecía tejido por el sol del equinoccio, y sus ojos azules contenían la nostalgia de los lagos antiguos. Aine no caminaba: danzaba entre los árboles, hablaba con los ciervos, y tejía coronas de flores que duraban más allá de su estación. Era la hija del bosque, la guardiana de la esperanza.Un día, el destino le presentó a Eamon, un pastor de mirada clara y manos curtidas por el trabajo. Él tocaba una flauta de madera que había tallado él mismo, y sus melodías hacían que los pájaros se acercaran y los lobos se alejaran. Su amor fue inmediato, como si sus almas se reconocieran de vidas anteriores. Se encontraban en un claro secreto, donde los robles formaban un círculo perfecto, y allí juraron amor eterno bajo la luna de Samhain.Pero la guerra llegó como una sombra que cubrió toda Irlanda. Eamon fue llamado a luchar, y en la víspera del Día de Todos los Santos, prometió regresar un año después, al anochecer, en el mismo claro donde se habían jurado amor. Aine esperó. Y esperó. Cada año, en esa misma fecha, vestida de blanco, con una corona de flores silvestres, se sentaba en la roca del claro, mirando hacia el sendero por donde él debía volver.Los aldeanos comenzaron a acompañarla en silencio, dejando velas encendidas y canciones suaves. Pero el año prometido llegó, y Eamon no volvió. Las noticias hablaban de muerte, de traición, de cuerpos sin nombre. Aine, devastada, caminó sola al bosque en una noche sin luna. Nunca regresó.Desde entonces, cada 1 de noviembre, cuando la niebla cubre Advie como un sudario, aparece una figura entre los árboles. La llaman La Dama de Advie. Su vestido blanco parece hecho de luz y rocío, con encajes que se desvanecen como humo. Su rostro está cubierto por un velo, pero sus ojos brillan con una tristeza que atraviesa el alma.Los que la han visto juran que ella camina sin tocar el suelo. Que su caminar le permite flotar entre los helechos y las flores del bosque. Que cuando canta es un gaelico antiguo que no permite ser traducido por los habitantes modernos de la isla pero que se siente como un lamento profundo por un amor perdido. En ocasiones extiende la mano haciendo un gesto de invitación a los viajeros que encuentra invitándolos a seguirlas bosque adentro. Se cuenta que quienes en una arrebato de locura deciden seguirla son llevados a un claro en el bosque donde el tiempo se detiene y que una vez allí la dama de Advie les pregunta si tienen algún deseo que no hubieran realizado. Los ingenuos que has osado responderle pueden ver cumplido su deseo cuando vuelven de aquel lugar pero que a cambio la dama les hace pagar un precio significativamente alto. Algunos narran como desde ese momento pierden la alegría y la esperanza y que luego comienzan a vivir una vida tan gris que solo es cubierta por un manto de tristeza que los hace pensar en quitarse la vida. Quienes han sido tocados por su mirada dicen que sienten una marca invisible en el alma. Sin embargo aquellos que resisten a los encantos de la Dama reconocen

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en un mundo previo al actual mundo un vasto océano de luz y la tierra aún no existía, En aquel océano de luz los orishas danzaban en armonía ya que vivían en el reino celeste donde todo era inmutable, donde también recidia el gran dios Olodumare, el que todo lo ve, el que todo lo sabe. Desafortunadamente bajo este mundo perfecto había otro donde solo había caos y oscuridad. Olodumare contemplaba el vacío bajo el cielo y pensó: —Es hora de crear un mundo donde la vida pueda florecer. Pero no lo haré solo.Llamó a Obatalá, el más sabio y sereno de los orishas. Su túnica era blanca como la espuma del mar, y su voz tenía el tono de la brisa que acaricia las hojas. Olodumare le habló:—Obatalá, tú eres justo, paciente y puro. Te encomiendo la creación de la tierra y de los seres humanos. Toma esta bolsa de arena sagrada, esta cadena de oro, y esta calabaza con barro divino. Desciende y da forma al mundoObatalá aceptó con humildad. Se colgó la bolsa al hombro, tomó la calabaza con ambas manos, y descendió por la cadena de oro que colgaba desde el cielo como si fuera una gota de luz y a medida que bajaba, el aire se volvía más denso, más oscuro, más silencioso.Cuando llegó al punto más bajo, arrojó la arena sagrada. La arena se expandió como una isla flotante el agua, formando la primera tierra firme: Ile Ife, el corazón del mundo, la ciudad sagrada, el ombligo del mundoEl viento sopló por primera vez. Las aves cantaron sin haber sido creadas aún y El tiempo comenzó a latir.Obatalá se arrodilló sobre la tierra virgen, Abrio la calabaza y vertió el barro sobre la arena, y con dedos suaves comenzó a moldear figuras humanas. Sus dedos danzaban como ramas en el viento, dando forma a cabezas, torsos, brazos, piernas. Cada figura era única, cada rostro tenía una expresión distinta: alegría, melancolía, asombro.Pero el sol ardía con fuerza, y Obatalá, agotado, decidió descansar bajo una palmera. Allí encontró una vasija con vino de palma que era dulce y embriagador. Bebió un poco… luego otro poco… y otro más. El vino de palma era un elixir que le llenaba todos los sentidos, y pronto Obatalá comenzó a moldear con manos torpes.Las figuras que creó en ese estado eran diferentes: unas tenían piernas más cortas, otras brazos torcidos, algunas rostros desfigurados. Cuando terminó, se tumbó bajo la palmera y cayó en un sueño profundo.Al despertar, vio lo que había hecho. Su corazón se llenó de tristeza, sentía vergüenza —¿Qué he hecho? —dijo—. He fallado en mi tarea. He creado seres incompletos.Subió al cielo por la cadena de oro y se presentó ante Olodumare, con lágrimas en los ojos. —Perdóname. He deshonrado tu encargo.Pero Olodumare no lo reprendió. En cambio, le habló con ternura:—Obatalá, tú no has fallado. Has revelado una verdad profunda: la vida no es perfecta, pero es sagrada. —Los que tú creaste en tu embriaguez no son errores. Son parte del equilibrio. Ellos enseñarán humildad, fortaleza y amor. Ellos también tienen alma, propósito y belleza.—Desde hoy, tú serás el protector de todos los que nacen diferentes. Serás su guía, su consuelo, su fuerza. Y para recordar este momento, nunca más beberás vino. Solo agua fresca será tu ofrenda.Las figuras moldeadas por Obatalá yacían sobre la tierra de Ife, inmóviles, como estatuas dormidas. Pero Olodumare, viendo que la forma estaba lista, envió a Orunmila, el orisha de la sabiduría y el destino, para que les soplara el aliento vital.Orunmila caminó entre los cuerpos de barro, y uno por uno, les susurró palabras antiguas, palabras que no se pronuncian, sino que se sie

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comEn las tierras de green wood donde los sauces lloraban sobre ríos de niebla había un reino donde la medición del tiempo había sido prohibida por decreto real ya que se decía que aquellos que median los meses y los anos perdían el interés en lo realmente importante. Su vida interna. En dicho reino los días se relacionaban solamente por el color del cielo al atardecer. Los mapas eran dibujados con tinta de luciérnaga para que solamente pudieran durar un corto tiempo y todo tuviera que ser descubierto de nuevo cada día ya que los caminos cambiaban de lugar según el humor de los arboles del bosque. Allí en aquel mundo vivía un joven llamado Sorin y tenía un tgrabajo muy importante. El era el escriba de la abadia y por ello debía siempre estar atento a todo lo que sucedia en la región y dentro de la abadia. Su oficio era copiar manuscritos en la abadía de San eustaquio, pero el alma de sorin tenía un secreto profundo. Dentro de si quería algo más que tinta y pergamino: deseaba cruzar el Umbral. El Umbral era una puerta de piedra negra, oculta en el bosque de los Susurros, que según las leyendas, conectaba el mundo visible con el Reino de las Verdades Olvidadas. Solo podía cruzarla quien respondiera correctamente al Guardián, una criatura que no era bestia ni hombre, sino una pregunta encarnada.Una noche de luna nueva, Sorin robó una lámpara de aceite y partió hacia el bosque. Tras horas de caminar entre árboles que murmuraban su nombre pudo finalmente llegar al lugar más oscuro y profundo del bosque y allí encontró el umbral. Era: una puerta de obsidiana flotante, sostenida por cadenas de luz líquida. Frente a ella, y allí frente a ella un ser extraño y misterioso El guardianl Guardián no tenía forma fija. Era una amalgama de máscaras flotantes, cada una representando una emoción humana. Su voz era como el eco de pensamientos no dichos. A veces parecía un anciano, otras veces un niño, y otras, una sombra sin rostro.. Todo era misterioso y cambiante a medida que cada una de las mascaras reemplazaba la anterior mientras las otras giraban sobre su cabeza como planetas alrededor del sol. —¿Qué buscas, escriba? —preguntó el Guardián, con voz que parecía venir de todas direcciones.—La verdad que se esconde tras las palabras —respondió sorin. Quiero conocer que se esconde detrás de cada una de las historias de los libros que copio. El guardián cambio de nuevo su mascara y dijo Qué es más real, lo que se recuerda o lo que nunca ocurrió pero se sueña cada noche?El joven Sorin recordó la frase que alguna vez su madre le dijo. La verdad eres tu y sus sueñosEl joven respondió. Lo que se sueña con fidelidad es más real que lo que se recuerda con duda.—Entonces dime: ¿qué pesa más, la mentira que salva una vida o la verdad que la condena?Elian dudó. recordó al abad, que decía que la verdad era luz, aunque quemara. Finalmente, respondió:—Pesa más la intención que la palabra. Una mentira que nace del amor es más liviana que una verdad que nace del orgullo.El Guardián se quitó una máscara: la de la duda. Y detrás, no había rostro, sino un espejo.sorin se vio a sí mismo, pero con ojos que no eran suyos: ojos antiguos, como si llevara siglos esperando ese momento.—Has respondido como quien ha vivido más de una vida —dijo el Guardián—. Puedes cruzar.Al cruzar,sorin no encontró oro ni monstruos, sino una biblioteca suspendida en el vacío, donde los libros flotaban como medusas en un océano infinito. Cada tomo tenía una cerradura que solo se abría con una emoción pura: un llanto sincero, una carcajada sin motivo, un miedo sin razón aparent

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez, en la era de los grandes reinos cuando los dioses aún caminaban entre los hombres y los ríos hablaban en sueños,, vivía el rey Sagara, poderoso y orgulloso. Deseando afirmar su supremacía, ordenó a sus 60,000 hijos que buscaran el caballo robado de un ritual sagrado.Este caballo había sido robado por Indra y llevado a Patala cerca de la ermita de el sabio Kapila. Los hijos de Sagara viajaron hasta la ermita de dicho sabio y rodearon y profanaron el santuario donde el sabio estaba meditando en silencio e ignorante de lo que estaba sucediendo Cuando Kapila abrio los ojos y vio los 60 mil hijos de Sagara alrededor Kapila, . Su mirada era fuego.“La ignorancia es la mayor ofensa,” dijo, y con un solo pensamiento, redujo a cenizas a los 60,000 hijos.Sus almas quedaron atrapadas en el mundo intermedio, sin poder ascender ni reencarnar. El linaje de Sagara quedó maldito.Generaciones después, nació Bhagiratha, último heredero de esa estirpe. No era guerrero ni conquistador, sino un hombre de profunda compasión. Al conocer el destino de sus ancestros, juró liberarlos. Bhagiratha, joven pero sabio, decidió romper el ciclo.Renunció al trono, vistió ropas de corteza, y se retiró a las montañas del Himalaya, donde el cielo toca la tierra donde el aire es delgado y los pensamientos se vuelven claros como cristal.. Allí, entre glaciares y vientos que hablan en lenguas antiguas, meditó durante mil años, inmóvil como una roca, su mente fija en la redención y alimentándose solo de luz y voluntadLos dioses lo observaron. Brahma, el creador, descendió en un rayo de luz.Los dioses lo observaron. Brahma, el creador, se conmovió por su devoción y le ofreció una solución: haría que Ganga, el río celestial que fluía entre las estrellas, descendiera a la tierra para purificar las cenizas de sus ancestros. Pero había un problema:“Si Ganga cae directamente, su fuerza destruirá la tierra. Solo Shiva, el señor de la transformación, puede contenerla.”Bhagiratha comenzó una nueva penitencia, esta vez dirigida a Shiva, el dios que habita en la frontera entre la vida y la muerte. Shiva, con su piel cenicienta y su cabello como raíces cósmicas, meditaba en el monte Kailash. Las plegarias llegaron hasta Shiva quien . Abrió su tercer ojo, y el universo tembló.Con voz profunda y grave el dios dijo “Acepto tu suplica ”, dijo. “Que Ganga caiga sobre mí.”Y así ocurrió. Los cielos se abrieronDesde los reinos celestiales, Ganga, la diosa del río, descendió. , Ganga descendió como una serpiente de luz, una corriente de agua que brillaba con estrellas. Su cuerpo era agua luminosa, su voz era canto, su mirada era compasión. Pero también era orgullosa.“¿Por qué debo descender al mundo de los hombres?”, preguntó. Bhagiratha respondió: “Para liberar a los que sufren. Para unir cielo y tierra.”Ganga aceptó. Cayó como un torrente de estrellas. Pero justo antes de tocar la tierra, Shiva la atrapó en su cabello, enredándola en sus trenzas como quien guarda una flor de una tormenta o un relámpago en una caja de madera.La diosa se agitó, furiosa. Shiva sonrió, y con un gesto, liberó una hebra de su cabello De esa hebra nació el río Ganga, que serpenteó por las montañas, siguió a Bhagiratha por valles y desiertos, hasta llegar al lugar donde yacían las cenizas de sus ancestros. Al tocar la tierra, el agua cantó.y Las almas de aquellos 60000 antepasados de Bhagiratha se elevaron como pájaros, libres al fin.Desde entonces, Ganges es más que un río. Es madre, es diosa, es puente e

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en el centro de las montañas antioqueñas un Pueblo llamado Santa Rosa de Osos donde los habitantes tenia un misterio que cubria a todos ellos. Allí en lo alto de las montañas antioqueñas, donde la neblina baja como un manto espeso al caer la tarde cubriendo las casas con techos de teja roja, mientras las gallinas cruzan las calles empedradas, y los faroles parpadean como si tuvieran miedo de la noche y donde el frio sube siempre acompañado de un manto que cubre el parque principal y la calle que conduce hasta el seminario donde los sacerdotes de la región son educados.Los habitantes viven tranquilos, pero hay una regla que nadie rompe: nadie entra al bosque que por el sendero viejo conduce hasta el pueblo de entrerios Y mucho menos cuando el sol se esconde detrás del cerro tutelar del pueblo. Y No es por superstición, sino por respeto y el miedo a el hojarrasquin del monte aquel ser legendario que todos conocen.Don Efraín era un hombre de manos duras y corazón terco. Leñador de toda la vida, conocía cada árbol por su nombre. Pero también tenía fama de arrogante. Decía que el monte era suyo, que los espíritus eran cuentos de viejas, y que el Hojarasquín no era más que una invención para mantener a los niños obedientes.Una tarde de agosto, cuando el cielo se puso gris como ceniza y el viento dejó de soplar, Don Efraín decidió entrar al bosque por el sendero viejo. Llevaba su machete afilado, una linterna de mano, y un costal para cargar leña. Ignoró las advertencias de doña Lola, la mujer sabia del pueblo que al verlo pasar le dijo con voz temblorosa:—Ese sendero no se pisa sin permiso. El monte tiene memoria, y el Hojarasquín no perdona.Don Efraín se rió, escupió al suelo y se perdió entre los árboles.Además aquella tarde Don Efraín cometio un error aún más grave. Entro al monte por el camino de Riogrande y debido a el afán que tenía para llegar a lo profundo del bosque antes de que el sol se ocultara no dejo ninguna ofrenda en la piedra de los rezos, como todo caminante lo hace, para congraciarse con la virgen para que los proteja o simplemente como señal de humildad ante el hojarrasquin del monte. Apenas entro a el bosque las campanas de la basílica se oyeron sonar llamando a misa o simplemente como una advertencia a Don Efrain que no quería reconocer lo que podía sucederle. Esa noche, el pueblo se quedó sin sueño. Los perros aullaban mirando hacia el monte. Las gallinas no se subieron a dormir. Y en la plaza, el farol del centro parpadeaba como si algo lo soplara desde lejos. Don Efrain no había regresado de su aventura y todos se miraban entre si sin saber que hacer. Nadie se atrevia entrar al bosque ya oscuro y todos sentían que debian esperar el amanecer para iniciar la búsqueda. Durante la noche alguien… un forastero que venia de la ciudad a visitar a su abuela pregunto. Y quien es el hojarrasquin del monte del que ustedes hablan. Todos los allí presentes en la plaza del pueblo lo miraron extranado y Dona Lola con voz baja le contesto. Mijito El hojarrasquin No es hombre ni una bestia, pero tiene algo de los dos. Su cuerpo es como un tronco viejo, cubierto de hojas secas, bejucos y musgo, y sus ojos brillan como brasas cuando se enoja.Nadie sabe de dónde salió, pero nuestros antepasados cuentan que nació del dolor de los árboles talados sin razón, del llanto de los animales cazados por deporte, y del silencio que dejó el río cuando lo contaminaron. El monte, cansado de tanto abuso, lo creó para que lo defendiera. El Hojarasquín no habla, pero se hace entender. Cuando alguien entra al bosque con malas intenciones —a tumbar ár

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez En los albores del mundo, cuando los dioses aún caminaban entre los hombres y el cielo era joven una diosa llamada Eos, que era la diosa del amanecer. Eos Hija de los titanes Hiperión (la luz celestial) y Tea (la visión divina), Eos era una de las deidades más radiantes del panteón griego. Su piel brillaba como el oro pálido del alba, y su cabello fluía como hilos de fuego rosado. Eos era tan bella que Cada mañana, montada en su carro tirado por corceles alados, y abría las puertas del cielo para anunciar la llegada del sol.Pero Eos no era solo una diosa de la luz. Era también una criatura de deseo, de anhelos profundos. Había sido maldecida por Afrodita, la diosa del amor, por haber amado al dios Ares. Como castigo, Afrodita la condenó a enamorarse eternamente de mortales, sabiendo que su amor siempre estaría marcado por la tragedia.Un día, mientras sobrevolaba las colinas de Frigia, Eos vio a un joven príncipe troyano llamado Titono. Estaba solo, tocando la lira bajo un olivo, y su voz era tan dulce como el canto de las aves al amanecer. Su belleza era serena, sin arrogancia, y su alma parecía brillar con una luz propia.Eos descendió del cielo como una brisa perfumada. El aire se volvió cálido, las flores se abrieron a su paso, y el tiempo pareció detenerse. Titono, al verla, cayó de rodillas, no por miedo, sino por asombro ya que nunca había visto un ser más hermonos.. Ella lo tomó de la mano y lo llevó consigo, envuelto en una nube de luz dorada, hasta su palacio en los confines del oriente, donde el día nace.El palacio de Eos era una maravilla más allá de la comprensión humana. Sus muros estaban hechos de nubes doradas, sus jardines flotaban sobre lagos de luz líquida, y las estrellas se apagaban suavemente al tocar sus torres. Allí, Eos y Titono vivieron un amor apasionado y tierno. Ella le enseñó los secretos del cielo, le cantó canciones antiguas, y lo colmó de placeres divinos.Pero Eos, aunque inmortal, no era ajena al miedo. Cada día que pasaba, veía una arruga más en el rostro de Titono, una cana más en su cabello. El tiempo, que no tocaba a los dioses, sí dejaba su huella en los mortales.Desesperada por conservar a su amado, Eos subió al Olimpo y se postró ante Zeus.—Padre de los dioses —suplicó—, concédele a Titono la inmortalidad, para que nunca me sea arrebatado por la muerte.Zeus, conmovido por su amor, accedió. Pero Eos, en su prisa, olvidó pedir la juventud eterna.Al principio, todo parecía perfecto. Pero los años pasaron, y Titono comenzó a envejecer sin cesar. Su cuerpo se encorvó, su voz se volvió temblorosa, sus ojos se nublaron. Eos lo cuidaba con ternura infinita, pero no podía detener la maldición que ella misma había provocado.Titono, inmortal pero cada vez más débil, se convirtió en una sombra de lo que fue. Ya no podía hablar, solo emitir un murmullo constante, como el canto de un insecto al atardecer. Eos, rota por el dolor, pidió a los dioses que lo liberaran de su sufrimiento.Algunas versiones dicen que lo encerró en una cámara dorada, donde vivía como un susurro. Otras, más simbólicas, cuentan que lo transformó en una cigarra, para que pudiera cantar eternamente bajo el sol, su voz un eco del amor que compartieron.Desde entonces, cada amanecer es más que el inicio de un nuevo día. Es el recuerdo de un amor que desafió al tiempo, pero que fue vencido por él. Eos sigue cruzando el cielo cada mañana, su carro iluminando el mundo, mientras el canto de las cigarras acompaña su paso, como un lamento suave y eterno.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez un pastor humilde que vivía en lidia en lo que hoy es Turquía. Aquel pastor se llamaba Gyges y era reconocido en toda la región como un hombre bueno dedicado únicamente a el cuidado de su rebano de ovejas. Gyges había sido pobre toda su vida pero siempre se decía a si mismo que nada necesitaba más allá de su humilde hogar y las ovejas que el daban la alimentación diaria y la lana para cubrir sus necesitades básicas. Pero Gyges estaba a punto de encontrarse consigo mismo sin saberlo. Una mañana cuando el pastor estaba cuidando a las ovejas se empezó a sentir un trepidar de la tierra. Las ovejas se movían asustadas y todos la tierra donde Gyges estaba parado salto. Gyges cayo al suelo y al pararse bien como delante de si había un gran agujero que se había formado justo allí. Con mucho cuidado se acercó y vio que el agujero era muy profundo y que en el fondo de aquella profundidad había algo que brillaba. Curioso decidio adentrarse en aquel agujero atraído por el brillo de aquel objeto que podía ver reflejado por los rayos de sol de aquel medio día. Con dificultad bajo las escarpadas paredes del agujero y al llegar a la base misma encontró algo que le sorprendió. Un enorme caballo de metal brillante se encontraba frente a sus ojos. El caballo era del tamaño de su humilde hogar y en su torso se veía una puerta entreabierta. Con algo de dificultad Gyges subio hasta la puerta y cruzándola vio un ser gigantesco con forma de hombre. El ser estaba muerto, y al examinarlo vio que tenía entre sus manos una anillo de oro. Gyges tomo el anillo y lo examino. Era un circulo perfecto, sin ninguna marca y con un brillo espectacular. Sabiendo que nadie había allí simplemente se puso el anillo en uno de sus dedos y salió de allí antes de que aquella gruta se cerrara. Al regresar a la superficie Gyges tomo sus pocas pertenencias y arreando las ovejas llego de nuevo a su hogar. Luego partió hacia el pueblo sabiendo que no podría contarle a nadie lo que le había pasado. Allí entro a una taberna y comenzó a departir con sus amigos como usualmente lo hacia. Sin embargo algo sorprendente sucedió. Mientras hablaba movió accidentalmente el anillo haciéndolo girar y de repente noto que sus amigos miraban hacia donde había estado y actuaban como si el no estuviera allí. Se dio cuenta que sus amigos ya no lo veían. Se aparto un poco y moviendo de nuevo el anillo vio como los otros asistentes al bar lo saludaban como si hubiera recién llegado. Se había hecho visible de nuevo. Comprendió lo que había sucedido. Este era un anillo mágico. Si lo movía se hacia invisible y si lo volvía a girar se hacia visible de nuevo. Regresando a su humilde hogar se acostó a analizar lo que le había sucedido y como podría servirle aquello que tenía . Su primer instinto era regresar el anillo a la grieta y olvidarse de ello, pero durante la noche su alma fue modificándose mientras pensaba que podía hacer si permanecía invisible. Gyges había sido siempre un hombre honrado y justo, pero ahora sabía que si nadie lo veía podría actuar sin que nadie se diera cuenta y nadie lo podría juzgar. Y en su ser comenzó a crecer un lucha interna entre el bien y el mal. Al amanecer ya tenía un plan en su mente. Probaría su invisibilidad en el sitio más resguardado de toda la región. En el palacio del Rey de Lidia. Allí habían cientos de guardias siempre atentos, pero quería probar si bajo el influjo de aquel anillo podría recorrer el palacio sin que nadie lo detectara. Y así se lo propuso y salió temprano rumbo al palacio. Al llegar a la puerta de aquel palacio movió el anillo y caminando entre los guardias de la puerta principal pudo entrar sin ningún problema ya

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez en la Cantabria de lo que hoy es espana un apacible pueblo llamado Liergarnes, este pueblo enclavado entre las montañas y que es bañado por el río Miera recuerda a que hace muchos siglos , vivía una familia trabajadora. Ellos eran Francisco de la Vega y María de Casar, quienes tenían cuatro hijos a los que estaban criando con todas las normas católicas que el tiempo ofrecia. Uno de los hijos se llamaba Francisco y se dice que era un joven de carácter tranquilo, pero algo distraído, pero sin duda era fuerte y sano. La desgracia llevo a que el padre muriera a temprana edad y así Su madre, al quedar viuda, decidió envia a Francisco a Bilbao para que aprendiera el oficio de carpintero, con la esperanza de que tuviera un futuro mejor Eran los anos de 1674 y en esas épocas ser carpintero era una ocupación noble y muy importante lo que le aseguraba un buen futuro., Resulta que Francisco establecido en Bilbao decidio convocar a algunos amigos para que se fueran a nadar al río Nervión .que cruza la ciudad de Bilbao. En la víspera de San Juan, una noche cargada de simbolismo mágico y supersticiones Con gran arrojo Francisco no lo pensó dos veces y de buenas a primeras se Se lanzó al agua dejando atrás a sus amigos y dicen las crónicas de ese tiempo que sus amigos pese a que esperaron y esperaron en la orilla no vieron salir a su compañero Francisco y ellos aseguraron que el nunca salió de allí. Simplemente desapareció. Todos asumieron que La corriente lo arrastró, y aunque lo buscaron intensamente, no hubo rastro. Se pensó que había muerto ahogado y llegando a lierganes le contaron la mala nueva a su madre que desconsolada, lo lloró como perdido para siempre.Pasaron Cinco años y en 1679, comenzaron a circular rumores extraños. En las costas del Canal de la Mancha, en Dinamarca, y finalmente en Cádiz, marineros y pescadores afirmaban haber visto a un ser humanoide nadando con increíble agilidad. Tenía aspecto de hombre, pero su piel parecía cubierta de escamas, y sus movimientos eran más de pez que de persona. Todos en estos lugares pensaron que no eran más que habladurías y cuentos de pescadores que como es sabido les gusta hablar de más y exagerar las historias cuando están tomando en los bares del puerto. Pero para sorpresa de todos unos pescadores en Cadiz tirando y recogiendo las redes alcanzaron a ver un ser que realmente tenía forma de hombre pero nadaba como pez, además siempre se escondia detrás de las redes y trataba de liberar a los peces que eran atrapadas .Los pescadores de Cadiz cansados de este juego decidieron capturarlo y tirando trozos de pan fueron acercándolo a la embarcación para finalmente tirarle encima las redes de pesca. Allí lo atraparon y para su asombro era ciertamente un hombre que poseía escamas y una piel como la de un ser del agua, tenía en sus manos y pies membranas que unian sus dedos y parecía capaz de respiran bajo el agua Lo sacaron del agua, lo pusieron en la barca y Lo llevaron al convento de San Francisco, donde los frailes intentaron comunicarse con él. El ser no hablaba, no comía más que pescado crudo, y parecía vivir en un estado de semiinconsciencia. los frailes intentaron arrancarle los espíritus malignos que pudieran estar poseyéndole, pero lo único que consiguieron sacarle fue una palabra tras varios días de intentos : “Liérganes”.Nadie en Cádiz conocía ese nombre, pero un hombre de la región de La Montaña (nombre el conocían en aquellas épocas a Cantabria) reconoció el topónimo. Tras llevar noticias al pueblo y preguntar si había tenido lugar alg

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez, en un tiempo muy antiguo, un mundo completamente distinto al que conocemos hoy. En aquella Tierra reinaba una paz verdadera. Los dioses y diosas de las selvas, seres sabios y poderosos, cuidaban con amor a los hombres. No solo los protegían, sino que también creaban todo lo necesario para que su vida fuera hermosa y plena.A estos dioses les encantaba transformarse en humanos. Lo hacían para caminar entre los indios, enseñarles, compartir con ellos y disfrutar de su compañía. Era su forma de mostrar cariño y de mantener el equilibrio entre el cielo y la Tierra.Una noche serena, la Luna —a quien los guaraníes llaman Yasi, su diosa protectora— decidió pasear por el cielo. Desde lo alto, contemplaba el sueño profundo del bosque. Las aguas se deslizaban en silencio, los árboles dormían, y la montaña vestía su manto azul de noche.Yasi se deleitaba con la belleza de la selva. Sus rayos plateados iluminaban los ríos, que brillaban como espejos encantados. Las arenas resplandecían como si fueran polvo de estrellas, y los arbustos parecían joyas de plata dormida. Todo respiraba una calma mágica, como si el mundo entero estuviera soñando con ella.La selva dormía profundamente, envuelta en el suave manto de la noche. Los animalitos del bosque, agotados tras un día de actividad, descansaban en sus escondites secretos. Durante las horas en que el Sol recorría los senderos del cielo, cada criatura tenía una misión que cumplir. Algunos debían recolectar frutos, otros construir nidos, y no faltaban quienes debían cuidar a los más pequeños o vigilar los caminos. Buscar el sustento diario no siempre era fácil, y muchos tenían que ingeniárselas con astucia y paciencia para lograrlo.En ese momento de calma, la Luna —la diosa Yasi— seguía su camino por el cielo, ya más allá de la mitad de su recorrido nocturno. Su luz plateada acariciaba las copas de los árboles y hacía brillar los ríos como si fueran hilos de cristal.De pronto, una pequeña nube se acercó flotando suavemente. Era Araí, a quien los guaraníes llaman “pequeño cielo”.—¡Hola, Yasi! —saludó la nube con alegría. —¡Hola, Araí! —respondió la Luna con una sonrisa luminosa—. ¿Qué haces a estas horas por los caminos del cielo?—Debo ir al otro lado del bosque, y como pronto amanecerá, he preferido caminar ahora. No me gusta encontrarme con el Sol. Siempre me deslumbra con su brillo y a veces me hace perder el rumbo.—Está bien, dijo Yasi con dulzura. —Si quieres, te acompaño. Cuando el Sol despierte y comience su viaje, ya estaremos casi al otro lado. Y si nos damos prisa, incluso podremos pasear un rato por allá.—¿Y cómo lo haremos? —preguntó Araí, intrigada.—Muy sencillo —respondió Yasi con picardía—. ¡Nos convertiremos en dos indias!Los ojos de Araí brillaron de emoción.—¡Qué divertido! Nunca he hecho eso. ¡Me encantaría!—Entonces no hay nada más que hablar. ¡Vamos! —exclamó Yasi.Y así, entre risas y destellos de magia, la Luna y la pequeña nube descendieron del cielo, dispuestas a vivir una aventura entre los hombres, con el corazón lleno de alegría y el espíritu de la selva guiando sus pasos.Cuando el Sol hizo su aparición, las sombras de la noche se desvanecieron como si nunca hubieran existido. Sus rayos dorados comenzaron a deslizarse entre las ramas de los árboles, iluminando cada rincón de la selva con su luz cálida y poderosa. El calor, su fiel compañero, salió también de su escondite, extendiéndose por la tierra húmeda, despertando a la vida que dormitaba bajo el rocío.La humed

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabia una vez En una ciudad lejana de un país muy lejano, tres hombres que venían de tres lugares diferentes de la Tierra, de pronto en el cruce de tres caminos llegaron al mismo tiempo y se encontraron una moneda de cobre. Primero pensaron en repartírsela en partes iguales, pero uno de ellos observó:-¿Repartir una moneda de cobre? ¡Sería una lástima! Ya que no valdría para nada lo que obtengamos de ella más bien Demosla a aquel de nosotros que sepa decir la mentira más gorda.Los otros dos aceptaron y él comenzó, entonces, a contar su historia. Hela aquí:-Mi tío es guardián de una mezquita. Ayer fui a reunirme con él porque necesitaba decirme algo y ¿qué pensáis que ocurrió? En cuanto nos fuimos a dormir mi tio y yo , se levantó una ventisca que sopló y resoplo cada vez más fuerte hasta que se transformó en un terrible ventarrón casi un huracan. Tan terrible era este viento que, en un momento determinado, toda la ciudad se elevo por los aires , toda la ciudad con sus mezquitas, sus casas, los jardines, las palmeras, las caravanas de camellos y hasta la tierra en la que estaba la ciudad y solamente dejo caer las casas muchos kilómetros lejos de allí. Despertamos por la mañana en nuestra casa y nadie se dio cuenta de nada. Pero yo subí a la torre más alta de la mezquita y, mirando a mi alrededor desde una distancia de varios kilómetros, divisé esta moneda en el cruce de estos 3 caminos así que . He venido aquí a propósito para recogerla ya que ciertamente esta en mi destino que sea mia. -De ninguna manera -dijo el segundo extranjero. Has contado una mentira muy gorda, pero la mía lo es más aún.- Veréis, mi abuelo vive en una pequeña aldea costera, donde el mar canta todo el día y las redes de pesca cuelgan como banderas al viento. Es un hombre sabio, de barba blanca y manos curtidas por la sal. Ayer fui a visitarlo, como suelo hacer de vez en cuando, y lo encontré en su cabaña de madera, justo al borde del agua.Pero esta vez, algo era distinto. La casa estaba impecable: el suelo relucía, las ollas brillaban, y un delicioso aroma a especias flotaba en el aire. Me sorprendí, porque mi abuelo nunca ha sido muy ordenado. Le pregunté qué había pasado, y con una sonrisa traviesa me dijo:—Tengo una nueva criada.—¿Una criada? —pregunté, extrañado.—Sí —respondió—. La pesqué hace diez días.Y entonces, de la cocina, salió nadando en el aire —como si el agua invisible del mar la envolviera— un pez plateado, con escamas que brillaban como espejos al sol. Tenía ojos grandes y expresivos, y se movía con una gracia que parecía casi humana.—¿Ese es… tu criada? —balbuceé.—¡Claro! —dijo mi abuelo, orgulloso—. La he amaestrado. Barre el suelo con su cola, friega los platos con sus aletas, cocina mejor que cualquier chef, y hasta va al mercado. La gente ya se ha acostumbrado a verla nadar por las calles con una cesta en la boca.No podía creer lo que veía. Pero lo más increíble vino después. Tras una jornada de pesca, regresamos a casa y encontramos la mesa puesta con una comida exquisita: arroz con azafrán, pescado al limón (¡no de su especie, por supuesto!), pan recién horneado y dátiles rellenos de nueces.Después de comer, el pez subió a la terraza de la casa, donde mi abuelo tiende sus redes. Desde allí, con su aguda vista marina, divisó a varios kilómetros de distancia esta ciudad y una pequeña moneda de cobre en el suelo.Bajó nadando por el aire y me dijo con voz burbujeante:—He visto algo brillante en el cruce de tres caminos. Es una moneda de cobre. Ve y cógela. Puede que te sirva para algo.Y así fue como emprendí el viaje. He ven

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comEn la antigua ciudad de El Cairo, donde las calles bullían de comerciantes, mendigos, sabios y charlatanes, vivía un cadí —un juez— que era la vergüenza de toda la ciudad. No había justicia que no se pudiera comprar con unas monedas, ni sentencia que no se pudiera torcer con un buen soborno. Era un hombre sin escrúpulos, hábil en el arte de la trampa y la mentira.Su fama de corrupto llegó tan lejos que un día fue destituido de su cargo. Sin el poder del tribunal, y sin ninguna intención de trabajar honestamente, se encontró en la miseria. Solo le quedaba un esclavo: Mubárik, un pícaro de lengua afilada y mente rápida, tan tramposo como su amo.Un día, desesperado por conseguir dinero, el cadí le dijo a Mubárik:—Sal a la calle y busca a alguien que necesite resolver un pleito. Aún hay quienes no saben que ya no soy juez. ¡Podemos sacarles unas monedas!Mubárik, que ya había hecho ese tipo de encargos, ideó un plan: provocaría a alguien rico, fingiría ser la víctima y lo llevaría ante su amo para sacarle dinero. Vio venir a un caballero elegante, apoyado en su bastón, y le hizo una zancadilla. El hombre cayó en un charco de barro. Furioso, se levantó, pero al reconocer a Mubárik como esclavo del cadí, prefirió evitar problemas.—¡Así Alá ahuyente a Satán! —murmuró, y se marchó.Mubárik comprendió que su plan no funcionaría: los que sabían que el cadí ya no era juez no caerían, y los que no lo sabían, le temerían. Mientras pensaba en otra trampa, vio pasar a un criado con una fuente en la cabeza. Llevaba un pato relleno, adornado con berenjenas, tomates y pepinillos. En aquella época, muchos no tenían horno en casa y llevaban su comida a hornear a panaderías.El criado dejó la fuente en el horno y dijo que volvería en una hora. Mubárik, que no podía quitarle los ojos al pato, se acercó al hornero y le dijo:—Entrégame ese pato. Es de mi amo.-¡Pero ese pato no es de tu amo! -dijo el hornero, que lo conocía bien.-¡Cómo que no! -se indignó Mubárik. Si yo mismo crié a su madre pata, la vi poner el huevo, contemplé como mi patito rompía el cascarón y lo cebé hasta que estuvo lo bastante grande. ¡Yo mismo lo sacrifiqué y lo rellené y lo adorné con verduras!-Por Alá que me has convencido -dijo el dueño del horno. Pero ¿qué le digo a la persona que me lo trajo cuando lo venga a buscar?-No vendrá -aseguró muy suelto Mubárik. Es uno de nuestros criados y ahora está haciendo otro encargo. Por eso me han enviado a mí. Quien te trajo el pato es un hombre muy bromista, siempre dispuesto a reírse. Si llegara a venir, (por error, claro) le dirás que al meter la fuente en el horno, el pato dio un salto y graznando como loco se echó a volar y se escapó. ¡Ya verás cómo se divierte!El dueño del horno no podía parar de reírse con la broma de Mubárik. Sacó el pato, que ya estaba bien dorado, y se lo entregó sin dudar. ¡Qué banquete se dieron Mubárik y su amo con tan delicioso platillo!Entretanto, el hombre que había entregado la fuente no tardó en volver a buscarlo. Y cuando escuchó la historia de que el pato se había escapado volando, no le hizo ni pizca de gracia. Estaba furioso, acusó al dueño del horno de ladrón y palabra va, palabra viene, terminaron a golpes.La situación se ponía cada vez más interesante y rápidamente se formó un corrillo de curiosos que no querían perderse la pelea. Entre ellos había una mujer embarazada. El dueño del horno tomó impulso para pegarle a su rival, el criado lo esquivó y la pobre mujer terminó recibiendo un puñetazo en pleno vientre.Algún comedido corrió a contarle a su marido lo que había pasado. El hombre tomó un g

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comErase una vez una familia muy pobre, compuesta por los padres, Florencio y Amaranta, y por sus dos hijos, Florencito y Amarantita. Tenía tal necesidad la familia, que todas las mañanas se veía obligado el buen Florencio a ir hasta el matadero para comprar a muy bajo precio las tripas de las reses allí sacrificadas. A la postre, y dada la destreza culinaria de Amaranta, las tripas se convertían en un alimento de grato sabor.Tenían una vecina, llamada Mariquita, que un día se dirigió a la choza de Florencio y Amaranta para pedirles un poco de sal. Al ver a Amaranta guisando aquellas repugnantes tripas, le dijo:-Las compra Florencio en el matadero que hay cerca del cemen-terio, ¿verdad?-Así es -respondió Amaranta.Entonces Mariquita les contó que aquellas tripas no eran de animales, sino de fantasmas.-¡Qué cosas dices! -exclamó el buen Florencio echándose a reír.-Es verdad -insistió Mariquita. El cura es el que hace eso; es un brujo.Poco después murió Mariquita.Una mañana en la que Florencio iba al matadero, vio venir hacia él una manada de toros. Cuando llegaron a su altura, oyó algo en extremo curioso: un toro le preguntaba a otro, en el idioma de los cristiapos, si era la primera vez que iba al matadero. El toro preguntado respondió que no; que era la tercera vez que lo mataban.Al poco rato vio pasar a una hermosa vaca, de cuyos ojos brotaban abundantes lágrimas que resbalaban por su hocico, y que lanzaba suspiros de mujer atribulada.Florencio se dirigió a ella y le preguntó qué le sucedía. La vaca contestó que lloraba porque estaba muerta.-¿No me conoces? -dijo. Soy Mariquita. He muerto por contaros que el cura convierte a la gente en 'reses.Entonces contó a Florencio cómo el cura, todas las noches, iba al camposanto y mediante un extraño poder que tenía convertía a los muertos en ganado, los llevaba al matadero y se enriquecía así vendiendo su carne.En cuanto llegó a su choza, Florencio contó a su Amaranta la conversación que tuviese con la vaca. Amaranta creyó todo aquello; mas como Florencio no terminara de creérselo, decidió ir a preguntárselo en persona al cura. A pesar de la oposición de ella, no cejó en su empeño.Al día siguiente, muy temprano, se encaminó a la iglesia en busca del cura. Amaranta le siguió hasta la puerta.El cura le recibió muy bien y le preguntó por el motivo de su visita.-¿Es verdad que usted convierte a los muertos en reses? -le preguntó el buen Florencio.El cura aseguró que aquello era una patraña. Luego trató de sonsacar a Florencio quién le había dicho semejante cosa. Al enterarse de que había sido la difunta Mariquita, frunció el ceño.Luego preguntó a Florencio si había comentado con alguien aquella falsa historia.-Sólo con mi Amaranta -dijo el buen hombre.Aquello supuso el fin del infeliz Florencio. Amaranta esperó mucho rato a la puerta de la iglesia, sin que su marido apareciese. Al cabo de un tiempo, vio a un precioso toro negro con manchas blancas en el rabo y en el pecho que salía de la iglesia y que se alejaba. Cansada de esperar, volvió a su casa. Florencio no regresó. Todos creyeron que había muerto y la gente empezó a llamar a su esposa la viuda Amaranta.Ella se tuvo que poner a trabajar para sacar adelante a sus hijos. Por ayudar a la recolección a sus vecinos, recibía algún dinero y con eso vivía.Una mañana, en la que se hallaba segando en el campo, se le acercó un hombre muy hermoso. Amaranta sintió gran extrañeza por aquella súbita presenpia de hombre tan bello.-Dedícate a tejer cintas -dijo el extraño, y también cinturones y fajas, que ya verá

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comEn un rincón verde y encantado del mundo, vivía un joven llamado Mateo. Tenía el cabello como el trigo al sol, una sonrisa que derretía corazones y un alma tan generosa que hasta los animales del bosque lo saludaban con cariño.Un día, con su hacha al hombro y una canción en los labios, Mateo se adentró en el bosque a cortar leña. Pero no había avanzado mucho cuando escuchó un "croac... croac..." muy débil. Se asomó a un hoyo y encontró a tres sapos completamente deshidratados, como si fueran pasas con patas.—¡Pobrecillos! —exclamó Mateo—. ¡El sol casi los convierte en pasasSin pensarlo, buscó hojas grandes y frescas, y los cubrió con cuidado, como si fueran bebés verdes. Luego, siguió su camino, sin saber que acababa de cambiar su destino.

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez al inicio de los tiempos, una Tierra que aún estaba aprendiendo a respirar, los árboles eran jóvenes, los ríos cantaban canciones nuevas y el cielo no tenía luna. En ese tiempo mágico, los seres que hoy forman parte del cuerpo humano vivían como amigos separados.El Brazo era fuerte y valiente. Le encantaba lanzar flechas, trepar árboles y construir cosas con ramas y piedras.El Pie era rápido y curioso. Corría por los campos, saltaba sobre los ríos y exploraba cada rincón del mundo.La nariz iba saltando de ser en ser experimentando el olor de todos los elementos de la creación. Y la Boca era alegre y sabia. Sabía contar historias, cantar canciones y hacer reír a todos con sus palabras dulces.Los cuatro eran inseparables. Iban juntos a todas partes, compartían frutas, aventuras y secretos. Pero, aunque se querían, el Brazo a veces sentía celos de la boca. Pensaba: "¿Por qué todos escuchan a la Boca? ¿Por qué todos la admiran por hablar, si yo soy el que trabaja y caza?" Un día, mientras paseaban por un bosque lleno de mariposas, llegaron a una charca muy extraña. El agua era tan quieta que parecía un espejo. No había ranas, ni peces saltando, ni pájaros cantando cerca. Todo estaba en silencio.El Pie se detuvo y dijo:—He oído que esta charca es mágica… pero peligrosa. Dicen que quien entra en ella, nunca vuelve.La Boca se acercó al borde y, de pronto, vio algo moverse bajo el agua. ¡Era un pez dorado! Sus escamas brillaban como el sol.—¡Qué hermoso! —exclamó—. Quiero atraparlo.Como no tenía arco ni flechas, le pidió al Brazo que le prestara los suyos. El Brazo, con una sonrisa que escondía un pensamiento oscuro, se los dio.La Boca apuntó… ¡y disparó! Pero la flecha falló y se hundió en el agua.—¡Oh no! Perdí tu flecha —dijo la Boca, preocupada.El Brazo frunció el ceño.—Entonces entra y búscala.—¿Qué? ¡Pero sabes que esta charca es peligrosa!—No me importa. Quiero mi flecha., no tus disculpas. Quiero Mi flecha.La Boca, asustada, pidió ir a su casa para hablar con su madre. El Brazo aceptó, pero solo por un momento. En la aldea, la familia de la Boca preparó regalos: collares de semillas, frutas dulces, telas tejidas con amor. Fueron a casa del Brazo y se arrodillaron.—Perdónanos. Te daremos todo esto por tu flecha.Pero el Brazo no aceptó nada. Solo quería que la Boca entrara en la charca.La Boca, con el corazón latiendo fuerte, miró a su madre. Ella la abrazó y le dijo:—Eres valiente. Haz lo correcto, pero cuídate.Y así, la Boca se despidió y caminó sola hacia la charca. La Boca se sumergió. El agua estaba fría y oscura, pero ella no se detuvo. Bajó y bajó y el agua enpezo a entrar en su cuerpo de boca… hasta que, de pronto, todo cambió.¡Había llegado a una aldea mágica bajo el agua! Las casas eran de conchas, las calles de arena brillante, y en el cielo submarino flotaban luces suaves como luciérnagas y curiosamente allí el agua no la ahogaba.Un demonio viejo, con barba de algas y ojos como faroles, la esperaba.—¿Qué haces aquí, pequeña?—Perdí una flecha. Vine a buscarla.El demonio la miró con sorpresa. Nadie había hablado con tanta sinceridad antes.—Eres valiente. Puedes ir a esa casa. Allí está tu flecha… y otras cosas hermosas. Elige lo que quieras.La Boca entró y vio muchas luces flotando como globos. Eran redondas, suaves, y cada una brillaba con una luz distinta de diferentes colores. Una de ellas, pequeña y plateada, le pareció especial.Tomó la

Hacer click aquí para enviar sus comentarios a este cuento.Juan David Betancur Fernandezelnarradororal@gmail.comHabía una vez En un rincón remoto de la costa ártica, donde el hielo se extiende hasta el horizonte y el viento canta canciones antiguas entre los témpanos, una anciana inuit con su nieto, Kautaluk. El muchacho era huérfano: sus padres habían muerto en una tormenta de nieve, y desde entonces, solo el calor del cuerpo de su abuela lo protegía de las noches heladas.Vivían en un pequeño iglú, construido con esfuerzo y amor, pero sin pieles para abrigarse ni carne para alimentarse. A veces, los vecinos más compasivos les dejaban un trozo de grasa o un poco de pescado seco. Pero la mayoría del tiempo, Kautaluk y su abuela sobrevivían con lo que otros desechaban.Kautaluk era menudo, de mirada profunda y silenciosa. Algunos lo respetaban por su dignidad, pero muchos lo despreciaban por su debilidad. Los niños lo empujaban, los adultos lo ignoraban. A veces, cuando entraba en un iglú, alguien lo levantaba del suelo tirándole de la nariz, como si fuera un muñeco. El dolor físico era fuerte, pero el desprecio dolía más.Una noche, tras regresar con el rostro enrojecido por las lágrimas y el frío, Kautaluk se acurrucó junto a su abuela. El silencio era absoluto. Entonces, una luz suave llenó el iglú. Una figura alta, envuelta en pieles de luz, apareció ante él: el Gran Espíritu de la Tierra.—Kautaluk —dijo con voz como el crujido del hielo—, has soportado el dolor con humildad. Esta noche te doy un regalo: la fuerza de los glaciares, la voluntad del viento. Úsala con sabiduría.Y desapareció.Kautaluk no dijo nada. Esa misma noche, salió al exterior. El cielo estaba despejado, las estrellas titilaban como brasas. Caminó hasta donde yacían las piedras más grandes del campamento. Una a una, las levantó con facilidad y las arrojó contra los iglús de quienes lo habían humillado. Luego encontró un tronco gigantesco, arrastrado por el mar, y lo colocó frente a la entrada del iglú de su peor enemigo.Al amanecer, el poblado despertó en confusión. Nadie podía entender cómo habían llegado allí esas rocas y ese árbol. “¡Ningún ser humano podría haber hecho esto!”, murmuraban.Kautaluk solo observaba, en silencio.Días después, el Gran Espíritu volvió a visitarlo en sueños:—Pronto vendrá una osa blanca con sus dos crías. Sus pieles os darán calor.Y así fue. Una mañana, una osa y sus cachorros fueron avistados en el hielo. Los cazadores corrieron con sus lanzas. Kautaluk, con las botas de su abuela, los siguió. Pronto los adelantó. Los hombres se burlaban:—“¡Ese pobre huérfano! ¡Lo van a devorar!”Pero Kautaluk no se detuvo. Con una fuerza sobrehumana, agarró a los osos por las patas y los golpeó contra el hielo. Murieron al instante. Los cargó sobre sus hombros y los llevó al iglú de su abuela. Los cazadores, atónitos, lo siguieron.—Aquí hay comida para todos —dijo Kautaluk—, pero primero quitad las pieles. Mi abuela y yo haremos sacos de dormir.Los hombres obedecieron sin rechistar. Luego, Kautaluk repartió la carne entre todos. Por primera vez, fue invitado a cada iglú. Le ofrecieron los mejores trozos, pero él, con humildad, pidió solo los más duros, los que siempre había comido.Con el tiempo, Kautaluk deseó formar su propio hogar. Se enamoró de la hija de su peor perseguidor. Para asegurarse de que nadie volviera a humillarlo, hizo una última demostración de poder: colocó árboles gigantes contra los iglús de todos los que lo habían maltratado. Si se movían, serían aplastados.El miedo se apoderó del poblado. Pero Kautaluk, con calma, retiró los árboles uno por uno.—No quiero venganza —dijo—. Solo justicia.A los