Escribir cartas es una de esas cosas que dejamos de hacer. Este podcast busca rescatar algo que parece un arcaísmo. Artistas le pondrán la voz y el sentimiento a misivas de distintas épocas y temáticas. En tiempos de tanta inmediatez, Epistolar apuesta por rescatar el valor de la palabra, del contar…
José Mejuto Bernárdez fue un obrero gallego nacido en 1906 y fusilado por el franquismo en 1937. Su nieta Ana, argentina, quiso conocer la historia de su abuelo y publicó “Cartas de un condenado a muerte”. El libro tiene el prólogo de Eduardo Galeano, que explica mejor que yo la historia de José: “Ana quería conocer al abuelo que no conoció. Él estaba, está, en las cartas que había escrito desde la cárcel. Este obrero gallego fue detenido porque sí, fue encarcelado por las dudas y por las dudas fue fusilado y enterrado sin nombre y con número". Acá va una de esas cartas, un texto precioso lleno de la dignidad de un espíritu sereno que muere con la conciencia tranquila porque no le hizo mal a nadie. Lee el actor Gabriel Fernández.***En la Celda N° 2 de la Cárcel de Pontevedra, a 19 de Mayo de 1937. A mi queridísima esposa y compañera.Mi amada Alejandra: me pongo a escribirte estas últimas letras después de la visita que me has hecho hace un momento. Aún suenan en mis oídos aquellas dulces palabras entrecortadas por la emoción, cuando me decías llena de fe: “tú no puedes morir porque eres inocente” ¡Oh! ¡Alejandra de mi vida! ¡Qué feliz me hacías con aquellas palabras! Yo bien sabía que estaba condenado a morir inocente como uno de tantos otros mártires y que todas cuantas gestiones hicieses resultarían inútiles. Pero no obstante te daba alientos para que vivieses con la esperanza de salvarme la vida, a fin de que sufrieses menos durante el tiempo que durara este preámbulo de la muerte. Y así sufría yo menos no viéndote sufrir a ti. Ahora te pido que no me llores más, ya me has llorado bastante. Muero con la conciencia tranquila que no le he hecho mal a nadie y que no me he manchado jamás las manos en sangre. Ten fe en el porvenir y sabe esperar y verás cómo llegará un día en que mi sangre derramada inocentemente, como la de millares de españoles, servirá para hacer justicia sobre esos cobardes asesinos. Cuando ese momento llegue, esos asesinos no morirán como muero yo, con el espíritu sereno y tranquilo porque tengo la conciencia limpia, sino que morirán con el miedo de los cobardes. Y ante sus ojos despavoridos les parecerá ver el espectro de las víctimas por ellos inmoladas. Y en sus oídos les parecerá también oír la voz de sus víctimas, que les dirán “vuestra hora ha llegado, morid pues cobardes”. Y llegará un día que hasta sus hijos los maldecirán. No así los nuestros, que bendecirán enormemente la memoria de sus padres. Ánimo, pues. Tienes un corazón muy grande y generoso. Tu conciencia es pura y limpia, y confío que tendrás valor para hacer frente a la vida. No te separes nunca de mamá y de Carmiña. En todos los momentos aconséjate con mamá como hasta aquí, pues ella es buena y santa y te aconsejará siempre bien. Protege a Carmiña como si fueses yo, ocupando tú mi puesto de hermano y de padre. Ella es buena, porque es mi hermana. Y te quiere mucho, porque has sido para ella, más que una hermana una madre. Vela por su porvenir y aconséjala en todo momento. Con tu bondad sabrás perdonarla y reprenderla a la vez en esas faltitas que todos cometemos en la vida. Y así muy juntitas todas, honrareis mi memoria. A mis cuatro hijos, a nuestros cuatro hijos, les dejo una carta. Puedes abrirla y leerla, y cuando sean mayores, se las lees muchas veces y las guardas. ¡Oh! Hijos míos, sois pequeñitos y no os dais cuenta de las amarguras por que pasa vuestro padre. Este padre que tanto os quiere. Alejandra: para que mi recuerdo viva siempre en ellos, relátales a menudo cómo jugaba con ellos, cómo les cantaba cogidos en mis brazos. En fin, todos los pormenores de mi vida para con todos y para con ellos. Y así, cuando lleguen a mayores, podrán saber cuánto les quiso este padre que siempre ha inspirado sus actos en el bien con todo el mundo. ¡Adiós, Alejandriña de mi vida! ¡Adiós amor de mi vida! No me llores más. Nuestro amor ha sido grande y vivirá eternamente. Soy tu esposo y compañeroJosé Mejuto
Este es el episodio 184 desde el inicio de Epistolar y el último de la sexta temporada. Como siempre, queremos darte las gracias por estar ahí y darle sentido a este trabajo. En las redes te iremos contando las novedades y cómo sigue este proyecto. Ahora, las cartas. En el mundo del arte -y en otros mundos también para ser sinceros-, el ego es pan de todos los días. El vínculo de los artistas y el ego es algo particularmente complejo. Ahí están siempre al acecho la tentación de sentirse superior, compararse con otros, demandar reconocimiento, pavonearse de las habilidades… Y así la lista podría continuar. Pasa también que algunos grandísimos creadores son capaces de trascender el ego artístico. Y conectar con el ser artístico propio y el de otros. Esta carta es una historia de esas. Anthony Hopkins está en su casa de Malibú y acaba de terminar una maratón de “Breaking Bad”. Es casi medianoche y está maravillado con lo quea caba de ver. En un acto de gran generosidad, Hopkins le escribió inmediatamente a Bryan Cranston, actor y productor de la serie. Le dice que la producción es brillante y que su actuación es lo mejor que vio en su vida. Le agradece por su trabajo y le dice que gracias a él recuperó la confianza en la industria. No señor. Nada de egos ni de pavoneos tontos. Un grande entre los grandes elogia a un actor maravilloso. Lee el actor, docente y promotor cultural Pepe Cantellano. *** Querido señor Cranston, quería escribirle este email, así que le he contactado a través de Jeremy Barber, resulta que ambos estamos representados por UTA. Genial agencia. Acabo de terminar una maratón de 'Breaking Bad', desde el episodio 1 de la primera temporada hasta los ocho episodios de la sexta. (He descargado la última temporada por Amazon) Un total de dos semanas de visionado (adictivo). Nunca he visto nada parecido, es brillante. Su actuación como Walter White es la mejor actuación que he visto nunca. Se que hay mucho humo y chorradas en este negocio, y he perdido un poco la capacidad de creer en algo con certeza. Pero este trabajo suyo es espectacular, absolutamente asombroso. Qué extraordinario es el poder compartido por toda la producción ¿Qué fueron, cinco o seis años para hacerla?Cómo los productores (siendo usted uno de ellos), los guionistas, directores, cámaras... Cada departamento, casting, etc, se las han arreglado para mantener la disciplina y el control desde el principio hasta el final es (palabra sobreutilizada) increíble. Desde lo que empieza como una comedia negra, desciende en un laberinto de sangre, destrucción e infierno. Es algo como Jacobeo, Shakesperiano o una tragedia griega. Si alguna vez tiene la oportunidad, podría pasar mi admiración hacia todos (Anna Gunn, Dean Norris, Aaron Paul, Betsy Brandt, R.J. Milte, Bob Odenkirk, Jonathan Banks, Steven Michael Quezada) a todos. Todos dan una clase magistral de interpretación... La lista es interminable. Muchas gracias. Este tipo de trabajo/ arte es raro, y cuando, de vez en cuando, ocurre, como en este épico trabajo, restaura la confianza. Usted y todo el casting son los mejores actores que he visto. Esto os debe de sonar como una fumada sin fundamento, pero no lo es. Es casi medianoche aquí en Malibú, y sentía la necesidad de escribir este email. Mi más sincera enhorabuena y profundo respeto. Es usted de verdad un actor genial, genial. Saludos, Tony Hopkins --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/epistolar/support
Miguel Hernández fue uno de los poetas decisivos de la primera mitad del siglo XX. Su figura es múltiple y en él confluyen muchos artistas: el poeta barroco, el poeta social, el poeta antibélico, el poeta del dolor y de la muerte… Y así la lista podría continuar. Fue también llamado el poeta pastor porque ejerció ese oficio en su Orihuela natal. Vivió sólo 31 años. Fue apresado por el franquismo, castigado por la tuberculosis y la desnutrición. Cuando estaba en la cárcel, su mujer Josefina Manresa le mandó una carta en la que le decía que sólo tenían pan y cebolla para comer. Como respuesta, el poeta compuso “Nanas de la cebolla”. En esta carta, un jovencísimo Miguel Hernández le escribe a Juan Ramón Jiménez, que ya era un poeta consagrado y que, décadas después, ganaría el Nobel de Literatura. Le cuenta que es pastor, que escribe poesía y que le gustaría viajar a Madrid para conocerlo y leerle algunos versos. Es una carta preciosa, en la que se ve, de forma vívida, su amor por la naturaleza y su atracción por la palabra poética. Lee el actor y locutor Carlos Toral Conde. *** Orihuela, noviembre de 1931 Venerado poeta: Solo conozco a usted por su «Segunda Antología» que -créalo- ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro? Donde son mejores: en la soledad, a plena naturaleza, y en silenciosa, misteriosa llorosa hora del crepúsculo, yendo por senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas. No le extrañe lo que le digo, admirado maestro; es que soy pastor. No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento de serlo porque, habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos. Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdones, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo. Por fuerza he tenido que cantar. Incluso, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino arte... No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya. Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto, ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en que he nacido, yo no sé... por muchas cosas... Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no me deja expresarme bien claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóneme, y... ya no sé cómo empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías... Tengo un millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios... Dejé de publicar en ellos. En provincia leen pocos los versos y los que los leen no los entienden. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor. Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré las cabras -¡oh, esa esquila en la tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte ¿Podría usted, dulcísimo Juan Ramón, recibirme en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podría enviarme unas letras diciéndome lo que crea mejor? Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradecerá eternamente. Miguel Hernández --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/epistolar/support
Elizabeth Taylor fue una estrella de cine casi desde la cuna. Alguien que a los 10 años filmó su primera película y se hizo famosa de una vez y para siempre. Quizá la palabra famosa le quede chica. Era una celebridad planetaria de una belleza hipnótica y una mirada profunda de color violeta. Taylor ganó dos Oscars de la Academia y alguna vez dijo que estaba harta de su belleza y del estrellato de Hollywood. Fue famosa también por sus amores. Se casó ocho veces con siete hombres, lo que la convirtió en pasto de la prensa sensacionalista. Lo hizo dos veces con Richard Burton, a quien conoció filmando “Cleopatra”. Fueron la pareja del momento. Fueron también dos grandes amantes del exceso. Bebían en exceso. Gastaban en exceso. Y, si cabe el término, se amaban en exceso. La relación fue tan intensa que pasó a la historia de Hollywood. Esta carta de amor, escrita en lápiz, es un botón de muestra de ese amor tormentoso. Elizabeth le escribe a Richard, un gran mujeriego, en el décimo aniversario de bodas. Y pocos días antes de una de sus tantas rupturas. Le dice te amo. Le dice te odio. Le dice dame más. Lee la actriz Josefina Bocchino. *** Mi querido, (mi todavía) marido: Desearía poder hablarte de mi amor por ti, de mi miedo, de mi deleite, de mi puro placer animal por ti (y contigo), de mis celos, de mi orgullo... De mi ira hacia ti, a veces… Sobretodo quiero hablarte de mi amor por ti y el amor que sea que puedas darme. Desearía poder escribir sobre ello, pero sólo puedo hervir y quemarme por dentro y esperar que entiendas lo que realmente siento. En cualquier caso, te deseo. Tu (aún) esposa. Liz PD: Oh, amor, ¡nunca más nos demos por sentados el uno al otro! ¿Qué te parece? ¡¡10 años!! --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/epistolar/support
Rufino Tamayo fue uno de los artistas mexicanos más trascendentes del siglo XX. Junto con los considerados “Los Tres Grandes”: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Siqueiros. Su obra se destaca por los colores sobrios, por los lienzos sensuales, por la síntesis de sus formas… Un virtuoso en técnicas clásicas y un gran innovador, principalmente en el arte de la estampa. Fue también un artista que de forma consecuente promovió discursos de humanidad y de libertad. En este episodio elegimos dos cartas dirigidas a Olga, su compañera durante 57 años y a quien pintó en numerosos retratos. La primera carta es, casi, una oda a esa libertad, con postales de su infancia y del descubrimiento de la pasión por el arte. Y la segunda es casi un adiós a su pareja, cuando tenía 92 años. Lo hace con una frase bellísima: “Adonde me lleve la historia quiero estar a tu lado”, le dice. Lee el actor Enrique Cueva. * New York 1927 Olga mía, una vez dije que mi gran tesoro siempre estuvo retratado en cada cuadro. ¿Dónde?,me preguntaban asombrados, sin darse cuenta de que hablaba del gran sentido de libertad que me llevó a pintarlos. No sé si la palabra “libertad” signifique lo mismo para todos. Yo la veo como a un par de alas con las que puedo despegar al infinito. Las tuve desde siempre y estuvieron ahí para auparme en los peñascos de los que estaban a punto de caer. Recuerdo, por ejemplo, cuando nos mudamos con tía Amalia a la capital. Nunca antes había visto una ciudad tan grande, un cielo lacrimoso bajo el cual miles de personas iban y venían de todas partes. Me tocó vencer el gris con el que nos tiñe el miedo y caminar de la mano de la tía las cuadras que separaban el paradero de camiones de la casa. Tampoco le di oportunidad al miedo cuando trabajé en el mercado. Tía Amalia tenía un puesto de frutas en el que yo hacía los mandados, cuidaba, vendía. Todo un administrador, figúrate. Eso hasta los 17 años, porque entonces se me metió en la cabeza esta ola de hacerme pintor. ¿De dónde la habré sacado, mi Olga? Lo cierto es que ese deseo no llegó solo: lo acompañaba una terquedad invencible. Nada pudo detenerme en mi intento por crear. Sí, es cierto, había más de un profesor en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos que me decía que mi trabajo era premonitorio. ¿En verdad?, preguntaba emocionado; “sí”, decían, premonitorio del fracaso. No les hice caso y cuando se pusieron más valerosos los dejé dentro de sus paredes. Renunciar a la Escuela no fue tan malo. Afuera, supe el valor de la disciplina propia para alcanzar las cosas que uno anhela. Levantarme temprano, leer hasta el mediodía, dibujar y pintar hasta que los ojos me ardieran como brasas, era parte de la rutina. Lo juro, mi Olga, así fueron apareciendo los primeros cuadros como milagros. Me dormía cansado en el taller y al amanecer la luz del nuevo día los desvestía para mostrármelos: formas, grietas, planicies, rostros que no tenían nada que ver con la realidad pero que en su deformación eran los rostros que había guardado en el alma. Creo que en alguna ocasión te lo conté, ahora mi recuerdo es un poco disperso por el calor que inunda la habitación, por eso me disculparás si vuelvo a inquietarte con esto: cuando me mudé a mi primer taller yo sentí un mal presagio. No podía creerlo, hasta en las cosas más mínimas me perseguía mi fantasma oaxaqueño: la ventana de aquel taller daba a una calle llamada “De la Soledad”. Cuando uno nace para maceta, decía mi madre, no sale del corredor. México D.F. 1990 Olga, tendido en esta cama no dejo de pensar en la paciencia. El tiempo que ahora me falta transcurre al otro lado de la ventana y lo veo alejarse con la resistencia de mi aliento. ¿Qué he tenido que aprender en estos 92 años? Adonde me lleve la historia quiero estar a tu lado. Se me ocurre, por ejemplo, descansar en un nicho ubicado en el museo que ambos fundamos, en la estela de una estrella, en el canto de un pájaro. En alguno de esos espacios que siendo eternos también son campos santos. --- Support this podcast: https://podcasters.spotify.com/pod/show/epistolar/support
¿Qué tienen en común Los Beatles, John F. Kennedy e Indira Gandhi? No es fácil acertar. Todos fueron influenciados por las palabras del poeta libanés Khalil Gibrán. El hombre murió en 1931, pero aún hoy es considerado en su país como un héroe literario. Su libro “El profeta” apareció en 1923 y, desde entonces, nunca dejó de publicarse. Fue traducido a 50 idiomas y es uno de esos libros llenos de sabiduría, capaz de hablarnos sobre cuestiones fundamentales de la vida. Esos libros que se pueden regalar a un amor, con motivo de un nacimiento o a una persona que perdió a un ser querido. En Occidente se lo tildó de simplista, de inocente, de carente de sustancia... Pero Gibrán es uno de esos escritores inoxidables. Alguien que ofrecía en sus escritos un espiritualismo universal sin dogma. Quizá en contraposición a la ortodoxia religiosa. Como una pequeña muestra de esa escritura, acá va una carta de Gibrán a su amiga y mecenas Mary Haskell. Lee el actor y locutor Galo Balcázar. *** Para vivir es necesario coraje. Tanto la semilla intacta como la que rompe su cáscara tienen las mismas propiedades. Sin embargo, sólo la que rompe su cáscara es capaz de lanzarse a la aventura de la vida. Esta aventura requiere una única osadía: descubrir que no se puede vivir a través de la experiencia de los otros, y estar dispuesto a entregarse. No se puede tener los ojos de uno, los oídos de otro, para saber de antemano lo que va a ocurrir; cada existencia es diferente de la otra. No importa lo que me espera, yo deseo estar con el corazón abierto para recibir. Que yo no tenga miedo de poner mi brazo en el hombro de alguien, hasta que me lo corten. Que yo no tema hacer algo que nadie hizo antes. Déjenme ser tonto hoy, porque la tontería es todo lo que tengo para dar esta mañana; me pueden reprender por eso, pero no tiene importancia. Mañana, quién sabe, yo seré menos tonto. Cuando dos personas se encuentran, deben ser como dos lirios acuáticos, que se abren de lado a lado cada una mostrando su corazón dorado, y reflejando el lago, las nubes y los cielos. No logro entender por qué un encuentro genera siempre lo contrario de esto: Corazones cerrados y temor a los sufrimientos. Cada vez que estamos juntos, conversamos durante varias horas seguidas. Si pretendemos pasar juntos todo ese tiempo, es importante no tratar de esconder nada… y mantener los pétalos bien abiertos.
Marina Tsvetáyeva fue una de las grandes figuras de la literatura rusa del siglo XX. Vivió las revoluciones de 1905 y 1917 y también la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial. Fue una escritora con una voz particularísima. Autora de poemas en los que se escucha el sentido más profundo del texto, su música, su ritmo, sus armónicos. La traemos hoy a Epistolar no sólo porque nos gusta sino también porque es la autora de una de las definiciones más bellas sobre qué es una carta. Acá va: “Una carta -dice ella- es una forma de comunicación fuera de este mundo, menos perfecta que el sueño, pero sujeta a sus mismas leyes. Ni la carta ni el sueño se dan por encargo: se sueña y se escribe no cuando nosotros queremos, sino cuando ellos quieren: la carta ser escrita y el sueño ser soñado." Otro botón de muestra de esa maravillosa escritura es esta carta de amor sensual y absoluto, pero que con el tiempo fue fugaz e infructuoso. Lee la actriz Teresa Marcos. *** Mi Arlequín, mi Aventurero, mi Noche, mi felicidad, mi pasión. Ahora me acostaré y te acercaré a mí. Para empezar lo haré de este modo: mi cabeza sobre tu hombro, dirás algo, te reirás. Tomo tu mano y la acerco a mis labios — la quitas — no la quitas — tus labios en los míos, el contacto profundo, la penetración — la risa calla, las palabras no existen — más cerca, más profundo, más caliente y más tierno — y ya es insoportable el placer que con tanta hermosura y habilidad prolongas. Lee y recuerda. Cierra los ojos y recuerda. Tu mano sobre mi pecho, —recuerda. El contacto de tus labios y mi pecho. Amigo, soy toda tuya.
He tomado 18 whiskies seguidos y creo que es un récord. Dicen que dijo eso antes de perder la consciencia y morir en un hospital de Nueva York. Dylan Thomas fue un poeta que encarnaba a la perfección el imaginario de lo bohemio, de los excesos -en su caso al alcohol- y, por supuesto, de la vida breve pero intensa. Murió a los 39 años. Además de un poeta extraordinario e inclasificable, el galés también fue una figura muy popular, alguien tan famoso y convocante como una estrella de rock. Era conocido por su vozarrón y por sus recitales poéticos, que marcaban récords de audiencia en la BBC. Tan famoso era que Los Beatles decidieron incluirlo en la tapa de Sargent Peppers. Pero esta carta no forma parte de esos años de velocidad y destrucción sino todo lo contrario. A finales de la década del 40, Thomas logró el apoyo de una mecenas llamada Margaret Taylor, una mujer adinerada y admiradora de su obra. Ella le pasó alojamiento para él y su familia y un salario para que se dedicara sólo a escribir. En esta carta, Dylan Thomas dice, simplemente, gracias. Dice que llegó el momento del sosiego. Y que quiere vivir la vida. Lee el actor de doblaje y locutor David Astorga. *** Primavera de 1949 Mi querida Margaret: Debería haber escrito. Tenía intención de hacerlo cada día. Estaba deseando escribirle pero lo iba postergando. Claro, esas campanas están rotas desde hace tiempo. Suenan a tachos de basura. Pero la verdad es que cada día desde que llegué a este lugar que amo y donde quiero vivir y donde puedo trabajar y donde he empezado a trabajar ya (en lo mío), le he estado diciendo a mi despreciable persona: Debes escribir a Margaret enseguida para decirle que esto es: el lugar, la casa, el cuarto de trabajo, el momento. Nunca podré agradecerle lo suficiente el haber hecho posible este nuevo comienzo con toda la confianza que ha puesto en mí, por todos los dones que me ha hecho, por todo su trabajo y preocupación frente a mi vil y desagradecida conducta. Sé que la única manera de demostrarle mi profunda gratitud es ser feliz y escribir. Acá estoy feliz y escribiendo. Todo lo que escriba en este cuarto de agua y árboles sobre los peñascos, cada una de mis palabras serán mis gracias a usted. Espero por Dios que lo que escriba sea lo bastante bueno. Le enviaré todo lo que escribo y también cartas comunes llenas de árboles y aguas y chismes y nada de noticias. Esta no es de ese tipo de carta. Es solo la expresión de la mayor gratitud del mundo. Usted me ha dado una vida y ahora voy a vivirla. Dylan
Señores y señoras, cartas de una leyenda. De un ícono, de una estrella en el sentido más cabal y menos frívolo del término. De una mujer de convicciones fuertes, que se negó a ser solo una cara bonita -bellísima por cierto- y se convirtió en una de las grandes actrices de la historia del cine mundial. Me refiero a Ingrid Bergman. Huérfana a una edad muy temprana, la sueca comenzó a actuar para vencer su traumática timidez. Y vaya si lo logró. Terminó ganando tres premios Oscar y protagonizando películas icónicas como “Casablanca”, “Te querré siempre” y “Por quién doblas las campanas”, además de ser una de las musas de Alfred Hitchcock. “El mundo venera la originalidad”, era una de sus máximas, que intentó cumplir hasta el día de su muerte. En su vida privada, si es que puede existir tal cosa en una figura tan pública, intentó huir de los estereotipos. De fiel esposa, de buena madre y de mujer intachable. Este episodio contiene dos cartas suyas. Una de amor y otra de desamor. La primera es de amor, de ilusión y va dirigida a Petter Lindstrom, su primer esposo, a pocos días de la boda. Por cierto, un casamiento que terminó en escándalo porque ella se enamoró del director de cine Roberto Rosellini. La segunda carta va dirigida a Rosellini y está plagada de los sinsabores que también tuvo ese vínculo. Lee la actriz y cineasta Alejandra Reyes. * Amor mío, único, espléndido y maravilloso: sería admirable que estuvieras en mi camerino y yo pudiera sentarme en tu regazo. Sin ti todo resulta insulso. Han de transcurrir cinco horas para que nos veamos y once días para que nos casemos. ¡El tiempo no pasa! ¿Cómo lo soporto? ¡Ojalá pudiera besarte uná y mil veces! Jamás me abandonarás, ¿verdad? Yo jamás me separaré de tí. Quiero estar contigo siempre, siempre, siempre. Faltan únicamente once días para nuestro enlace. Tengo que reunirme ahora con los fotógrafos, pero no dejaré de pensar en ti. ¡Qué atractivo eres! ¡Qué superior a los demás hombres! Estoy loca por ti. No puedo contenerme. Dentro de cinco horas y once días, seré tuya... Tuya... Ingrid * Telefoneé diez veces diarias como una tonta. Me gusta pasar las noches en blanco en conversación, como a usted. ¿Dónde parará la libertad de que hablo, si debo estar todas las noches en casa a las dos? También es una tontería telefonear a un hotel que se halla en íntimo contacto con la prensa. Descubrí a mi regreso de las montañas que se ha escrito demasiado sobre nosotros. Y en la ciudad se dice que mi matrimonio ha fracasado y que de ahora en adelante usted hará todas mis películas. Se rumora que le seguí a Nueva York: un nuevo triángulo dramático ha surgido en Hollywood. Y así, por el estilo, se expresa la prensa sensacionalista. Como ello me apena, no quiero echar más leña al fuego con conferencias telefónicas cotidianas. Entiéndame y ayúdeme. No tuve tiempo para despedirme de la gente y ponerme sentimental, por lo menos, hasta que vi a Peter en el aeropuerto, solitario y silencioso. Una vez más advertí mi egoísmo, y ahora, mientras estoy aquí, no hago más sino ir al teatro y esperar, una vez más. Todo el mundo me pregunta qué hay entre nosotros dos. Por eso, me encerré en mi habitación a contemplar su fotografía. Aún lo sigo haciendo. Ingrid
AAco. La primera A por Alejandro. “Aco” es el apócope de su apellido, Acobino. Y apodo con el que lo identificaron sus amigos del colegio y colegas de teatro. Así firmaba sus cartas Alejandro Acobino, un actor, director y un dramaturgo extraordinario que dio el teatro de Buenos Aires. Cuando se fue, de forma temprana, dejó cinco obras: Enobarbo, Continente Viril, Rodando, Hernanito y Absentha. Y otras tantas inconclusas. Dejó también una poética potente, de una escritura magistral y llena de personajes que se pierden en una obsesión. Creo -lo digo humildemente después de haber visto sus obras varias veces- que aún no logramos ver del todo la dimensión de su legado. Una dimensión increíblemente lúcida de un teatro atroz, trágico y grotesco. Acobino fue, además, un gran escritor de cartas. Le encantaba escribirlas y hablar por téléfono. Esta carta fue extraída del libro “AAco. Alejandro Acobino: cartas, ensayos y homenajes”, editado por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini. Es una cuidada y amorosa edición de su hermana Gabriela, que encontró muchísimos escritos en su computadora. Acá le escribe a una tal Sandy. No sabemos quién fue (Gabriela, su hermana, tampoco), pero importa poco. Alejandro le responde a esta mujer, quizá una periodista, que le había preguntado qué es para él el arte y por qué hace arte. Acá va entonces un pequeño homenaje de Epistolar a Alejandro Acobino por tantas horas disfrutando de su maravillosa obra. Lee el actor y amigo de Acobino, Germán Rodríguez. *** Estimada Sandy: Lamento la tardanza pero me olvidé completamente. Encontré tu mail de casualidad y te respondo. Espero que no sea tarde. No me resulta fácil contestarte lo que me pedís. La razón principal por la que hago arte es porque amo el arte. Tengo mis valores éticos y procuro ser consecuente con ellos como cualquiera que busca ser consecuente con sus valores. Tengo también mis valores ideológicos y por qué no confesarlo filosóficos… Pero a la hora de escribir y dirigir lo estético lo supedita todo... Creo en la autonomía de la estética respecto a los demás valores humanos... Acá me acerco más a Harold Bloom que a John Berger, aunque ideológicamente estoy más cerca de Berger (un progresista), filosóficamente me parezco más a Bloom (acusado de conservador). Del público: Yo vengo del público. Yo crecí en la época de la “primavera democrática” cuando salimos de la dictadura. La ciudad era un hervidero de teatritos, varietés, conciertos gratis, óperas… Yo me fui formando en ese mundo. Tras un intento frustrado de ser químico volví al teatro… Mi motor es la fascinación por el arte primero. ¿Por qué el teatro no es algo tan simple de explicar? Es decir mi mayor relación con el público es que del público vengo. Y hago teatro para que exista el teatro que querría ver... Y si no tengo mayor reflexión es porque gasto la mayor parte de mi tiempo reflexionando sobre los problemas estéticos que me planteo. AAco
Hermann Hesse fue uno de los autores alemanes más leídos del siglo XX. Escribió novelas, cuentos, poesías, meditaciones y hasta una ópera. Fue perseguido por la Gestapo, que quemaba sus libros en las plazas de Berlín. Y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1946. Fue, además de todo eso, un autor popular e influyente. Y de una copiosa correspondencia. Dicen algunos biógrafos que hay registros de, al menos, 35 mil respuestas a cartas de lectores. Ésta es una de las cartas, dirigida a la poeta alemana Renata Schweitzer. Es un texto lleno de ánimo para alguien que está sufriendo. Si una carta es una conversación entre dos ausentes, acá se convierte en una charla con abrazo incluido. Lee la actriz de la Comedia Nacional de Montevideo Florencia Zabaleta. *** Montagnola, diciembre de 1954 Querida Renata Schweitzer: Me daba lástima quemar sus poesías, pero su deseo está cumplido. Las dos están quemadas. Entre tanto, habrá recibido, sin duda, aquellas pocas líneas que le he escrito en contestación a su primera desesperada carta. He pensado dos días en usted, antes de encontrar las palabras convenientes. Porque no quería ni juzgar sus lágrimas, ni acariciarle la cabeza, pero sí decirle algo que fuera, dentro de lo posible, sincero. No deseo en absoluto irrumpir en un dolor vivo. Casi ya no puedo escribir más cartas. Con mi debilidad que aumenta diariamente, ya me resulta bastante molesto tener que leer lo que me traen cada día... Pero ahora tengo que decirle una cosa: posee usted demasiado talento y, posiblemente, es demasiado sutil, para tener derecho a entregarse al tormento como una criatura cualquiera de la naturaleza. Me gustaría que de cuanto usted ha sufrido surgiera tanta idea y tanto fervor en lo verdadero y real que su vida se convirtiera, si no en feliz, al menos en más rica y profunda de lo que era antes. Me resulta tan difícil encontrar palabras como a mis ojos y mis dedos les resulta difícil escribirlas. ¡Conténtese con eso! Suyo Hermann Hesse
No voy a intentar en estas líneas contar quién fue María Félix. Mejor dicho, otros lo harán por mí. Otros usarán palabras mejores que las mías para definir a la gran diva del cine mexicano. El pintor Diego Rivera, alguna vez, dijo de ella: “María Félix es un ser monstruosamente perfecto. Es un ser ejemplar que impele al resto de los seres humanos a esforzarse a ser como ella”. Luego de entrevistarla, la escritora Elena Poniatowska la definió así: “Camina como las fieras, desplazando a su derredor ondas misteriosas”. El poeta y dramaturgo Jean Cocteau se rindió ante sus pies: “María, esa mujer tan hermosa que hace daño”. La Doña o María Bonita, como la llaman en México, se casó en cinco ocasiones. Y fue una referente de la mujer libre e independiente. Sus personajes eran mujeres invariablemente fuertes, determinadas y dueñas de su destino. El episodio de hoy no tiene cartas a ninguno de sus maridos. María vivió un romance secreto con el piloto de avión colombiano Gonzalo Fajardo. La familia de Fajardo conservó durante años las tarjetas, fotos y telegramas que se mandaron los amantes. Acá va una selección de siete misivas de María Félix a su amor oculto. Escribe ella. Habla La Gran Diva. Lee la actriz Cecilia Ramírez Romo. *** Mi amor querido, muy pronto, no soporto esta soledad. Te quiero a ti, te quiero nada más que a ti, Gato. Mi Gato con alas, qué se hace, tengo que empezar a trabajar y no tengo el menor deseo, y voy a estar fuera de México por varias semanas. Bueno, mi adorado Gato, Gatito, Felino Gonzalo, cómo te digo para explicarte que esta horrible soledad. La Caperuza tuya * No estoy segura de que exista una mujer que ame a un hombre y un hombre que ame a una mujer. Ese hombre eres tú y esa mujer soy yo. Tu Caperuza María Félix * La Caperuza aullando por un gato con alas, imposible comunicarme con el animalito, ella lo ama a él más que nadie en el mundo, la Caperuza. Sueño volver a verte, me haces una falta horrible, contéstame, Hotel Palace, te adora a morir, tu Caperuza. * Hoy salimos a Costa Rica, Gran Hotel, aviso de llegada. Te extraño y te amo más que nunca, Caperuza * Gato con alas volando bajito, buenas noches que la Virgen te cuide. Te adora tu Caperuza * Gatito mi corazón, con corazón de pollo. Te mando mi virgen de Guadalupe, está bendita, ya póntela y que ella te bendiga siempre * Mi adoración, no te olvides que contigo en lo mejor y en lo peor, tu caperuza que te ama, María
En el mundo del teatro argentino -y probablemente latinoamericano también- ella es una institución. Algunos la llaman, simplemente, “La Gambaro”. Figura icónica de la cultura argentina, Griselda Gambaro escribió medio centenar de piezas teatrales, además de una extensa obra de narrativa, poética y ensayística. En su teatro, siempre fue muy fuerte la presencia de las mujeres. Y algunas de sus obras resultaron emblemáticas, como “La malasangre”, “La señora Macbeth” y “Antígona furiosa”. Figuró en las listas negras elaboradas por la dictadura en Argentina y se exilió en Barcelona entre 1977 y 1980. Algunos años después de su llegada al país, Raúl Alfonsin habló sobre la democracia y dijo: “Si fuéramos los maricones de esta etapa argentina, de ninguna manera llegaríamos a la solución que estamos esperando”. Una revista cultural de la época, llamada “Talita”, reprodujo ese discurso. Y de alguna forma lo avaló en un artículo que hablaba sobre la cultura y la democracia. Gambaro les contestó con esta carta, que es un apenas un botón de muestra de la profunda lucidez, que aún hoy conserva a sus 95 años. Lee la actriz Elisa Carricajo. ***** Buenos Aires, 20 de enero de 1983. Señores Guillermo Lombardía y Carlos Vallina Revista Talita Estimados amigos, cuando leí la frase de Alfonsín, “si fuéramos los maricones de esta etapa argentina, de ninguna marea llegaríamos a la solución que estamos esperando”, me pareció la frase más desdichada que un político con posibilidad de gobernarlos pueda pronunciar. Porque las palabras y su inserción en el discurso político son muy reveladoras. Usar maricones como sinónimo de cobardes, de irresolutos, de malamente comprometidos, denota un pensamiento reaccionario que esa misma sociedad que se pretende cambiar nos inculcó para su propia conveniencia de tener sectores marginados, incluso en el plano de la moral, para sus propios intereses, como en otras sociedades fueron y son los judíos y los negros. Creer que los heterosexuales son superiores a los homosexuales y que la homosexualidad es una enfermedad, un estigma, y supone determinados valores de conducta es no solo esquemático, sino totalitario. Entonces, si la frase de Alfonsín es muy desdichada y doblemente desdichada para un político, que ustedes la repitan dentro de su hermosa nota que es “Cultura y democracia”, anula lo que dicen, ya que en esa nota se habla precisamente de “los culposos de las clases medias que buscan la ‘verdadera cultura' en la marginalidad, la degradación o la ignorancia”. Usar por sí mismo el mote “maricones” peyorativamente para decir los hombres de la cultura seríamos maricones si solo la esperáramos, es seguir instaurando una cultura en la marginalidad, la degradación o la ignorancia. Si hubo en ustedes una intención de remedio irónico, igualmente me parece equivocada, porque no se hace evidente y el resultado es lo que me permito señalarles. Si disponen de espacio, yo les agradecería publicar esta carta porque me siento parte de Talita y Talita debe aclarar y no confundir. Afectuosamente Griselda Gambaro
Anthony Bourdain fue alguien exitoso. Alguien que consiguió todo lo que un profesional de la cocina puede soñar: fama de rockstar, reconocimiento, premios… Todo. Cuando eso sucedió, cuando se sintió repleto, se retiró de los fogonos y se volcó a la escritura y a la televisión. Allí fue un éxito también. A través de sus programas, conocimos los mejores lugares para comer en el mundo, desde restaurantes con tres estrellas Michelin en París hasta puestos callejeros maravillosos en Saigon. Alguien capaz de detallar todos los aspectos oscuros de la industria de los restaurantes. Era un viajero curioso, preocupado por exaltar el valor de la cultura culinaria de cada país. En sus primeros años, en los restaurantes de Nueva York, tuvo muchos compañeros mexicanos. Y luego fue jefe de otros tantos. Con el tiempo, se hizo un fanático de la comida de ese país, de su sabor, de su complejidad y de su variedad. Y siempre que podía decía los estadounidenses -él nació en Nueva York- no saben una mierda de lo que se come en México. Fruto de esa pasión, Bourdain escribió esta carta de amor a la cocina mexicana. Un texto lleno del sabor de sus tacos, enchiladas y pozoles. Lee el cocinero Juan Braceli. ** Los estadounidenses aman la comida mexicana. Consumimos grandes cantidades de nachos, tacos, burritos, tortas, enchiladas, tamales y todo lo que parezca mexicano. Nos encantan las bebidas mexicanas y tomamos enormes cantidades de tequila, mezcal y cerveza mexicana cada año. Nos encantan los mexicanos, ciertamente empleamos a enormes cantidades de ellos. A pesar de nuestras actitudes ridículamente hipócritas hacia la inmigración, exigimos que los mexicanos cocinen un gran porcentaje de los alimentos que comemos, que cultiven los ingredientes que necesitamos para hacer esa comida, que limpien nuestras casas, corten nuestro césped, laven nuestros platos, cuiden a nuestros hijos. Como cualquier chef les dirá, toda nuestra industria de servicios -el negocio de los restaurantes tal como lo conocemos- colapsaría de la noche a la mañana en la mayoría de las ciudades estadounidenses sin trabajadores mexicanos. A algunos, por supuesto, les gusta afirmar que los mexicanos están "robando empleos estadounidenses". Pero en dos décadas como chef y empleador nunca me pasó que un chico estadounidense entrara por mi puerta y solicitara un puesto de lavaplatos, de portero o incluso un trabajo como cocinero de comida precocinada. Los mexicanos hacen gran parte del trabajo en este país que los estadounidenses, de manera demostrable, simplemente no harán. México. Nuestro hermano de otra madre. Un país con el cual, queramos o no, estamos inexorablemente comprometidos en un cercano, aunque frecuentemente incómodo, abrazo. Míralo. Es hermoso. Tiene algunas de las playas más deslumbrantemente bellas del mundo. Montañas, desiertos, selvas. Una bella arquitectura colonial y una trágica, elegante, violenta, absurda, heroica, lamentable y descorazonadora historia. Las zonas vinícolas de México compiten con la Toscana en hermosura. Sus sitios arqueológicos, los restos de grandes imperios, sin paralelo en ninguna parte. Y, por mucho que pensemos que la conocemos y amamos, apenas hemos rasguñado la superficie de lo que realmente es la comida mexicana. NO es queso derretido sobre una tortilla. No es simple ni fácil. Una verdadera salsa de mole, por ejemplo, puede requerir DÍAS para hacer, un balance de ingredientes frescos (siempre frescos), meticulosamente preparados a mano. Podría ser, debería ser, una de las cocinas más excitantes del planeta. Si prestamos atención. Las antiguas escuelas de cocina de Oaxaca hacen algunas de las salsas más difíciles y con más matices de la gastronomía. (...) Cada vez, miramos alrededor y destacamos por centésima vez, qué lugar extraordinario es este.
Si sos de un país de habla hispana -lo que es probable si escuchás este podcast-, seguro que estos nombres te remiten a tu infancia. Y seguro también que te harán sonreír: El Chavo del Ocho, el Chapulín Colorado, el Chómpiras, el Doctor Chapatín… La lista puede seguir. Estamos hablando, claro, de Roberto Gómez Bolaños, conocido por todos como “Chespirito”. El comediante, guionista y director mexicano fue uno de los íconos del humor en hispanoamérica. Alguien capaz de hacer reír a chicos y grandes por igual. Hacerlo una y otra vez a lo largo de varias generaciones, que fueron viendo las repeticiones de sus programas en televisión. En fin, un hombre de la televisión y el cine. Y un tipo de éxito. En esta carta, Gómez Bolaños se pone serio para hablar de la otra cara de la moneda, de cuando las cosas no salen bien. El actor mexicano Eugenio Derbez había hecho una telenovela llamada “No tengo madre”, a la que le fue mal. El canal decidió sacarla del aire muy pronto y Derbez, que daba sus primeros pasos, cayó en un pozo depresivo. El creador de “El chapulín colorado” se enteró de eso y le escribió esta preciosa carta, llena de motivación y de consejos sobre el futuro, la creatividad y lo que significa hacer arte. Lee el actor Fernando Bersoza. *** Estimado Eugenio: Por diversas razones, principalmente de trabajo, tuve muy pocas oportunidades para ver. Sin embargo, a lo poco que vi, le añado comentarios al respecto de mi hijo Roberto por ejemplo y artículos periodísticos alusivos a tu obra. De modo que la suma refleja un saldo francamente positivo. No obstante he leído que a raíz de que la telenovela salió del aire tú te has sentido deprimido. Y eso no se vale. Pero no vayas a pensar que estas líneas constituyen algo así como mi más sentido pésame. No. Lo que te quiero decir es que, en mi opinión, hiciste algo sumamente valioso: intentar algo nuevo, algo diferente. Quien no tiene valor para hacer esto, que se quede en ese vasto terreno de la mediocridad en el que están cómodamente sentados todos aquellos que ya han renunciado a la trascendencia. Por otra parte, yo no sé si si tu telenovela fue un fracaso. O, para decirlo de mejor manera, no sé si fue considerada como un fracaso. De cualquier modo déjame recordarte algo. En cierta ocasión, se estrenó una ópera que fue repudiada por la crítica y por el público. Se reestreno después y sucedió lo mismo. Pero hubo un tercer intento y esta vez fue un éxito grandioso como lo sigue siendo hasta la fecha. Pues la ópera en cuestión era La Traviata. ¿Qué significa esto? Algo muy simple: el público también suele fracasar. Para concluir te diré algo que he repetido en innumerables ocasiones. No existe la fórmula del éxito, pero existen en cambio muchas fórmulas del fracaso. Y la mejor de éstas es tratar de halagar a todo mundo. Quien intenta satisfacer el gusto de todos termina por obtener el disgusto de todos. Por tanto no hagas concesiones. Haz únicamente aquello que a ti te satisfaga y ten fe en que tu elección será compartida por muchos. A los que no les guste que cambien de canal. O que vayan a otro teatro o a otro cine. Y en esto de no hacer concesiones la primera que se debe evitar es la absurda búsqueda del rating. Que este determina desgraciadamente la permanencia de nuestros programas, bueno digamos que sí. Pero el rating debe ser siempre una consecuencia y jamás un objetivo. Independientemente de que en algunas ocasiones -no siempre por fortuna- el famoso rating va íntimamente ligado a lo sucio a lo vergonzoso y a todas las demás expresiones de la parte negativa del ser humano. En resumen intenta lo que para ti sea valioso y verás que como, ya lo has comprobado, en más de una ocasión transitará por el sendero del éxito. Recibe un abrazo de tu amigo Roberto Gómez Bolaños
Pensá en alguien muy famoso. De ahora o de antes. No sé. Beyoncé, Lady Gaga, Madonna, Marilin Monroe… Quien sea. Mucho antes que ellas, hubo una artista que marcó el camino para que exista eso que luego llamamos celebridad. Ella fue la actriz francesa Sarah Bernhardt. En su época, finales del siglo XIX y comienzos del XX, fue una estrella global cuando no existía tal cosa y cuando el cine aún no se había inventado. La llamaban “La divina”. Protagonizó muchas de las obras teatrales francesas más clásicas y las más populares. Llenó salas. Hizo giras por toda Europa, Reino Unido, Estados Unidos y hasta la lejana América Latina. Además de su talento como actriz, era una adelantada en las técnicas para promover su imagen y marca personal. Por ejemplo, dormía en un ataúd y lo llevaba a todos lados con ella. Fue también un ícono de la moda y una mujer liberada. Pensá un poco en esa época y en lo valiente que fue. Ella actuaba vestida de hombre, tenía múltiples amantes, algunos de ellos insignes, como un príncipe belga, con el que tuvo un hijo. En esta carta, Sarah le escribe a uno de sus amantes con palabras cargadas de intimidad y de erotismo. Acá habla la vedette francesa más famosa de todos los tiempos. Acá una mujer vanguardista. Lee la actriz y directora Victoria Angeli. Febrero de 1873 No estoy bien, Jean, amigo mío, pero nada bien. No me atrevo a llevarte este pequeño ser enfermo. Por tanto, te mando solamente mi corazón, mi alma, mis besos de amor, de ternura. Debes saber, mi dulce señor, que pienso en ti sin cesar, que no sueño más que contigo, que mi solo y único deseo es pertencerte sin nada que pueda hacerte fruncir el ceño. ¿Ser tu amante, tu ser, pertenecerte? ¿Sabes que todo aquello que evoca tu recuerdo me hace estremecer mi corazón? ¿Sabes que te amo ardientemente con todas las fuerzas de mi alma, con todos los lamentos y las lágrimas de mi triste pasado? Me gustaría retomar mi vida, mis besos, todas esas sensaciones idiotas; desearía que mi espíritu fuese tan virgen como era mi corazón cuando me enamoré de ti. En definitiva, debes saber que te amo, esa es la verdad, tan grande como el amor. Mis labios desean buenas noches a los tuyos y luego, ¡escucha lo que dicen todavía esos parlanchines! Sarah Bernhardt
Se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero. Firmaba sus cartas sólo con la letra J. Pero tomó el apellido materno y se hizo conocido como Mario Levrero. Decir que el uruguayo fue escritor es no sólo impreciso sino también injusto. Además de eso, fue fotógrafo, librero, guionista, dibujante de cómics, columnista, humorista, creador de crucigramas y juegos de ingenio. Entre 1987 y 1989, Levrero vivió en Buenos Aires, donde trabajaba en una revista de crucigramas. En esos años, tuvo una relación con Alicia Hoppe, quien fue primero su psiquiatra y después su enamorada. Parte de ese intercambio epistolar fue publicado en el precioso libro “Cartas a la princesa”. Esas cartas navegan por todo el proceso del cortejo y del vínculo, desde los encuentros íntimos a la posibilidad de una vida conyugal. En este episodio, grabamos una en la que Levrero se disculpa, le dice que fue una bestia, le dice que la ama y pinta un cuadro lleno de erotismo que sólo un maestro de la narración puede escribir. Acá va una carta que cruza el charco. Acá un Levrero en carne viva. Lee el actor Sebastián Serantes. *** 30.9.87. 8.45 de la mañana Amadísima, me siento cada vez más avergonzado por haberte tratado tan mal, con tal prepotencia. Al rato de tu llamada de ayer, fue recién que me empezó a invadir la tranquilidad, y cuanto más tranquilo estoy más vergüenza me da haber actuado como lo hice. Espero que puedas comprender y disculpar o que, en todo caso, si decidís tomarte venganza, lo hagas de un modo artístico, o sea erótico. Por ejemplo, uno de los más terribles castigos para mí es que me muerdan suavemente un hombro. Bueno; iba a seguir pero siento que no es conveniente; es posible que si continúo pierda el estado de tranquilidad que estoy tratando de conservar. Pero lo que quiero decirte es que te comprendo, comprendo tus dificultades y azoramientos, y comprendo que he sido una bestia implacable. Tomate tu tiempo. Puedo esperar. No por eso te amo menos; muy por el contrario; sólo que estuve muy, muy, muy loco. Ahora estoy apenas muy, muy loco. Mañana espero estar solamente muy loco; y basta, porque ése es mi estado normal. Perdoname, pues, mi ángel de tacos resonantes, y pongamos las cosas en su sitio: como siempre, usted manda, yo obedezco (a propósito: ¿cómo hiciste para conseguir que me bañara todos los días? Fue, al parecer, una simple sugerencia, que tal vez hayas olvidado, dicha al pasar. Hasta ahora, nadie lo había conseguido. Y lo peor es que me gusta). Y si en algo no obedezco, espero que me castigues del modo antedicho o bien azotándome fuertemente la espalda con tus cabellos. (La vergüenza me ha vuelto terriblemente masoquista). Besa tus botas, tu humilladísímo esclavo J
Si hago el ejercicio de definir a Paulina Luisi con una sola palabra -sólo con una- esa sería pionera. La argentina, que vivió casi toda su vida en Uruguay, fue la primera mujer que obtuvo un título universitario, la primera cirujana del país y la feminista que organizó al movimiento clave para que se aprobara el derecho al voto de las mujeres en 1932. Ella cumplió un rol clave en los debates y en las acciones para conquistar ese derecho en el país, que también fue uno de los pioneros en América Latina. Ese logro, por supuesto, no surgió de un día para el otro. Años antes, construyó el Consejo Nacional de Mujeres y luego la Alianza de Mujeres. Las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente de 1916 dieron mayoría a los sectores conservadores, a los partidos tradicionales, y la decisión de impulsar el voto femenino se postergó. Esta carta es la dura réplica de Paulina Luisi a esos hombres. Lee la actriz Lucía García Aldaya. *** Cuando oímos, como hace pocos meses, a los hombres encargados por el pueblo de reformar la carta magna de la Nación clamar con inconsciente suficiencia que la misión de la mujer es la guardia del hogar y la procreación de los hijos pensábamos con amargura en el hogar de las sirvientas como nosotras mujeres. Pensábamos en las miles de mujeres que, a la par del hombre pero con menos salario que él, trabajan de sol a sol en las fábricas y en los talleres. En las innumerables empleadas que, de pie cruelmente obligadas por un mezquino sueldo, pasan encerradas en los talleres. En otras más miseables aún que, al precio de un salario de hambre, cosen catorce y dieciséis horas para los registros. En las telefonistas, que con quince faltas en el plazo de 13 meses pierden la efectividad de su empleo. Y nos preguntábamos qué salvaje ironía o qué obtusa inconsciencia inspiraban las palabras de aquellos constituyentes que no tuvieron reparo en negar a la mujer el derecho a la vida ciudadana en nombre del más sagrado de todos los deberes. Pero que, a estas esclavas del hambre, siquiera en nombre de la maternidad humillada, no saben proteger como legisladores, ni muchas veces saben respetar como hombres. Paulina Luisi
Violet Trefusis fue una escritora inglesa nacida a finales del siglo XIX. Una mujer que, aunque escribió gran parte de su vida, tiene una obra que en su mayoría permanece inédita. Fue también -y principalmente- alguien que hizo de su disidencia, su rebeldía y su protesta una forma de vida. En sus textos y de una manera férrea, Violet defendía la diversidad sexual y nunca se disculpó de sus opiniones, incluso en momentos de peligro. La historia la recuerda como la amante de la poeta y novelista Vita Sackville-West, que a su vez fue el gran amor de Virginia Woolf. Dicen las biografías que Virginia siempre estuvo celosa de Violet, que continuó su amor con Vita hasta el día de su muerte. Ésta es una selección de cuatro cartas que le escribe a Vita, a quien llamaba con muchos nombres: Mitya, Dmitri, Julian... Acá asoma una personalidad apasionada, obsesiva y violenta en su pasión. Nada de medias naranjas. Naranjas completas, que quieren morderse y sacarse todo el jugo. Lee la actriz Matilde Campilongo. *** Sé malvada, sé valiente, emborráchate, sé imprudente, sé disoluta, sé despótica, sé anarquista, sé una fanática religiosa, sé una sufragista, sé lo que quieras, pero por piedad sélo hasta el limite. Vive, vive plenamente, vive apasionadamente, vive desastrosamente au besoin [si es necesario]. Vive la gama de las experiencias humanas, construye, destruye, vuelve a construir. ¡Vive, vivamos tú y yo, vivamos como no ha vivido nadie hasta ahora, exploremos e investiguemos, avancemos sin miedo por donde hasta los más intrépidos han titubeado y se han detenido! […] Mitya, podrías hacer lo que quisieras de mí, o más bien Julian. Amo a Julian, arrolladoramente, devastadoramente, posesivamente, exorbitantemente, insaciablemente, apasionadamente, desesperadamente. También coquetamente, conquistadoramente y frívolamente. * Una tras otra me asaltan la desdicha, la angustia, el cinismo, la desilusión, la apatía, el resentimiento, luego nuevamente la desdicha, los celos, la desesperación, la desgana para después volverse a reafirmar mi inexorable temperamento. […] Recuerdas las caricias… Parece que jamás te he deseado como ahora. Cuando pienso en tu boca… Cuando pienso en… otras cosas, se me sube toda la sangre a la cabeza, y casi imagino… No me has contestado al telegrama en que te preguntaba si te estabas “portando bien”, sabes muy bien lo que quiero decir. Si tengo la impresión de que no, haré lo mismo: no mantendré la promesa que te hice. […] Escríbeme, cielo mío, dime que no has cambiado respecto a H. y que al menos nos veremos pronto. […] ¿Vuelves a llevar el anillo de bodas? Ay, Mitya, por favor, no. Espero recibir un telegrama tranquilizador tuyo hoy mismo. Sin ti son todo cenizas. * A veces, antes de dormirme, a fuerza de desearte, termino sintiendo tu cuerpo tendido a mi lado, todo el calor de tu carne estremecida, los besos en tu boca y las caricias de tus dedos, y desfallezco, y me siento a punto de morir. ¿No tienes jamás esas sensaciones? Vamos, un poco de franqueza. Es que te deseo, te deseo hasta el frenesí. Hay días enteros en los que no pienso en otra cosa. Es demencia, lo que quieras, pero muero por ello. Estoy segura de que jamás has sentido una cosa semejante. Mi amor, mi alegría, regresa, te lo suplico. Violet
Octavio Paz y Elena Garro fueron dos de los grandes escritores que dio México durante el Siglo XX. Y también una de las parejas más conocidas de la literatura latinoamericana. Cuentan los historiadores que se conocieron en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En una fiesta, Paz le dio un jalón para invitarla a bailar. Ese gesto fue quizá un botón de muestra de lo que luego sería la relación. Se casaron y basaron ese vínculo en conveniencias, celos profesionales y enojos por parte de él. Y en una serie de sumisiones y frustraciones por parte de ella. Un cóctel horrible que, por supuesto, dio lugar a un matrimonio fallido. Alguna vez, Garro dijo: “Durante mi matrimonio, siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos”. Sin embargo, esta selección de cartas corresponde a los momentos inciales de ese amor. Acá está el Paz poeta, el genio, el ganador del Premio Nobel. Pero también aparecen los rasgos de manipulación. Le pide ser “sumisa, callada, dócil para mí”. Lee el actor Raúl Román.
Bienvenidos y bienvenidas a la sexta temporada de Epistolar. Estamos muy felices por este reencuentro con nueva música, nuevos lectores y, por supuesto, nuevas cartas que queremos compartir con vos. En la guitarra, nos acompaña como siempre José Ferrufino, un viejo amigo de la casa. Y este año sumamos al pianista Facundo Miranda, a quien agradecemos su aporte y generosidad. Pero basta de prólogos. Y vamos al episodio de hoy. Es casi un lugar común hablar de Mozart y usar inmediatamente después la palabra genio. Y vincular ese genio con la locura, con los arrebatos, con el talento como un regalo de Dios. Ahí está la película “Amadeus”, que dejó la impresión de que era un donjuán, un indisciplinado con flashes geniales. Su talento, como el de cualquiera, fue también producto de un enorme trabajo. Esta es una selección de dos cartas. En la primera, justamente, habla sobre su proceso creativo, sobre cómo fluyen sus ideas musicales, sobre un trabajo que, en sus palabras, se “metodiza”. En la segunda, un Mozart más terrenal le pide a un primo un suculento préstamo de dinero. Acá va un Mozart genio. Uno que suda. Y que sufre, como vos, como yo, como todos. Lee el actor Marcos Montes.
Llegamos al episodio 164 desde el inicio de este podcast y el último de la quinta temporada de Epistolar. Queremos darte las gracias por estar ahí y darle sentido a lo que hacemos. En nuestras redes te contaremos las novedades. Pero ahora vamos a lo importante: las cartas. Honoré de Balzac fue uno de los más grandes escritores en lengua francesa. Alguien obsesionado por retratar el espíritu de la burguesía de la Francia post napoleónica. Y vaya si lo hizo con “La comedia humana”, una maravillosa y monumental obra que incluye 87 novelas y cuentos sobre sus grandes obesiones: la política, la revolución, el dinero, el poder, el sexo y las mujeres. Esta carta no habla de esa obra pero sí, de alguna forma, de ese carácter desmedido -y ambicioso- de su personalidad. Le escribe a Ewelina Hańska, su mujer y condesa de origen polaco, a quien conoció a través de una carta. Le habla del sueño delicioso de quererla. De una relación que lo abruma. “Estoy viviendo solo por amor”, le dice. “Me siento tonto y feliz”, agrega. Acá una carta de amor intenso. Acá el frenético Balzac con toda su potencia verbal. Lee el actor Diego Gens. *** Estoy loco por ti: no puedo unir dos ideas sin que tú te interpongas entre ellas. Ya no puedo pensar en nada diferente a ti. A pesar de mí, mi imaginación me lleva a pensar en ti. Te agarro, te beso, te acaricio, mil de las más amorosas caricias se apoderan de mí. En cuanto a mi corazón, ahí estarás muy presente. Tengo una deliciosa sensación de ti allí. Pero mi Dios, ¿qué será de mí ahora que me has privado de la razón? Esta es una manía que, esta mañana, me aterroriza. Me pongo de pie y me digo a mí mismo: “Me voy para allá”. Luego me siento de nuevo, movido por la responsabilidad. Ahí hay un conflicto miedoso. Esto no es vida. Nunca antes había sido así. Tú lo has devorado todo. Me siento tonto y feliz tan pronto pienso en ti. Giro en un sueño delicioso en el que en un instante se viven mil años. ¡Qué situación tan horrible! Estoy abrumado por el amor, sintiendo amor en cada poro, viviendo solo por amor, y viendo cómo me consumen los sufrimientos, atrapado en mil hilos de telaraña. Oh, mi querida Eva, no lo sabías. Levanté tu carta. Está frente a mí y te hablo como si estuvieras acá. Te veo, como te vi ayer, hermosa,¿ asombrosamente hermosa. Ayer, durante toda la tarde, me dije a mí mismo: “¡Es mía!”. Ah, ¡los ángeles no están tan felices en el paraíso como yo lo estaba ayer!”.
Edith Wharton fue una escritora con un humor finísimo, una exploradora del mundo íntimo de las clases altas de los Estados Unidos. Fue candidata al Nobel y ganó el Pulitzer en 1921 por su extraordinaria novela “La edad de la inocencia”. Además de eso, fue una mujer que no conocía límites en un mundo regulado por los preceptos masculinos. Ella se paseaba en su auto cuando las mujeres no manejaban, amaba por igual a hombres y mujeres y se apuntó como reportera durante la Primera Guerra Mundial y realizaba las coberturas a bordo de una moto. Y, como si todo eso fuese poco, se divorció. Pensá un poco en esa época, inicios del siglo XX, te convertías casi en una paria por hacerlo. Durante esos años finales de su matrimonio, conoció al periodista Morton Fullerton, bisexual como ella, con quien tuvo una apasionada y dolorosa historia de amor. En esta carta, ella le expresa la gran tristeza que le causa su distancia. “Tus incongruencias e incoherencias”, le dice. Y lanza palabras que suenan como un puñal: “Mi vida era mejor antes de conocerte”. Lee la actriz Marta Pomponio. *** Mediados de Abril de 1910 Cuando me fui pensé que quizás tendría noticias tuyas de vez en cuando. Tú me escribías todos los días, ¡y me escribías de la misma forma que solías hacerlo hace tres años! Eso me incitó a responderte de la misma manera porque no veía otra razón por la cual pudieras escribirme. ¡Pensé que querías que te dijera lo que había en mi corazón! Luego vuelvo, y ni una palabra, ni una señal. Sabes que aquí es imposible intercambiar dos palabras, y apareces aquí, vienes incluso sin haberme avisado; fue una casualidad que estuviera en casa. Te marchas, y otra vez en silencio sepulcral. He vuelto tres días y parece que no existo para ti. No lo comprendo. Si pudiera creer que hay algún sentimiento en ti −una buena y leal amistad, ¡a falta de otra cosa!− entonces podría seguir adelante, soportar las cosas, escribir y ordenar mi vida… […] He soportado todas estas incongruencias e incoherencias al máximo por lo mucho que te amo y porque lamento en extremo las cosas de tu vida que son difíciles y penosas. […] Pero ahora el sentido de la autoestima, y también la sensación de que no puedo soportar más, me hacen escribirte estas cosas. No vuelvas a escribirme cartas como las que me mandaste a Inglaterra. Es una diversión caprichosa y cruel. ¡No era necesario herirme así! […] pero a nadie se le puede pedir un día que entregue toda la ternura de su pasión y luego ignorarle al día siguiente sin razón o explicación aparente, como te has complacido en hacer tú desde tu enigmático cambio en diciembre. He tenido un año muy difícil; pero el dolor dentro de mi dolor, el último giro de la tuerca, ha sido la imposibilidad de saber lo que querías de mí y lo que sentías por mí. […] Mi vida era mejor antes de conocerte. Esta es, para mí, la triste conclusión de este triste año. Y es aún más amargo decírsela al único ser que una ha amado de verdad. Edith
Una carta es una conversación entre dos ausentes, como alguna vez la definió Carlos Monsivais. Pero también es una forma de intentar llegar al otro, de avanzar y, claro, de seducir. El escritor y diplomático colombiano Juan Gustavo Cobo Borda lo intenta con esta carta de amor. Aunque se lamenta de una empresa que considera harto difícil. Dice “tan torpes los hombres, tan ansiosos siempre, tan irreales como estas palabras...” Lee el actor Ramón Valera. *** Querida mía: ¿Podrán las palabras seducir?¿Lograrán ellas avanzar hacia ti, con ansiosa timidez, y rozar una mano, un rostro, una nuca? Porque la página es el cuarto donde todos los juegos se pernoten. Porque este rectángulo blanco alberga todas las imaginaciones posibles: lo que tú has soñado, lo que he ansiado, lo que quizás ninguno de los dos sabe bien cómo se llama. Sí: confiemos por un momento en el conjuro de los vocablos. Ellos te traen aquí, buena como el pan, ácida como el limón. Las equivocaciones reviven, risueños, errores que no valen la pena. Tan torpes los hombres, tan ansiosos siempre, tan irreales como estas vagas palabras. Basta leer las cartas de Rilke a Benvenuta. Vercómo Benvenuta sí clava los pies en la tierra y concreta al volátil,cobarde, hipocondríaco Rilke. Ahora también quedan las cartas de Benvenuta. Justa inmortalidad. ¿Eres una, eres dos, cuántas eres? Quiero sentir cómo las palabras fluyen sobre el papel -pluma leve,tinta negra- y llegan hasta ti, la lejana, la ida y recobrada, la que tanto tiempo, durante tantas horas, ha rondado por mi mente. Esa mente ya vacía, esa mente que quisiera ágil, depurada, certera para gozar, entrelazada, con la tuya -la pura alegría de intuirnos en la distancia insalvable. Humor, goce, la cariñosa sensualidad de dos almas que se ríen y se desean lo mejor. ¿Podré salir, romper el cerco, bailar eufórico en la entrega, como el bonsai que solo produce naranjas porque sí, más allá de quien las recibe, mucho más allá de quien las saborea? No hay nada que contar. La vida se va, el tiempo insensibiliza cualquier afecto, la rutina nos protege del terrible milagro. Aun así confía en tu insensatez.Tengo una fe infinita en el error. Quisiera equivocarme apasionadamente. “Sin plata, sin novia, sin porvenir” o “gordo, viejo y fracasado”, como prefieras, intento extraer fuero de estas fatigadas palabras. Las de siempre. Huecas y vacías. Pero no tengo otra. Quizás en la alta noche, cuando el único ruido sea la vibración de la luz en los faroles, tú, sin saber bien cómo o por qué, las repases y les confieras sentido. Un enigma siempre requiere de dos. Es tan fácil la felicidad. Tan gratuita. Basta con sentir algo tibio. Volver a llamar sólo para oír de nuevo una voz quizás estropeada por la gripe. Tan sencillo. En consecuencia no dudo más y arrojo estas palabras, así, deshilvanadas, sabiendo que las complementarás. Como ves, no tengo nada qué decir pero aun así escribo. El oscuro deseo mueve las aspas del molino y tritura los granos, las jugosas uvas, el cuerpo que otro cuerpo exprime hasta el delirio. Consérvame, cuídame, y suéñame sin límites. Yo te percibo.Siento el azul de tus venas cada día más próximo, en su latido.El secreto está a salvo. Nada he dicho. Así que el círculo se cierra y entrelazados por cadenas más férreas que el destino, contemplamos cómo los astros trazan rutas. En algún punto ¿cuándo? ¿dónde? Las nuestras se juntan.Que el amor te bendiga. Juan Gustavo
Esta es una carta de adiós, la despedida de un incansable polemista. Lisandro de la Torre fue abogado, escritor, periodista, legislador y candidato a presidente de la Argentina en 1916. Participó de la creación de la Unión Cívica Radical y fue el primer presidente de la Liga Argentina de los Derechos del Hombre, en un mundo que se precipitaba hacia la pesadilla totalitaria. Un lector de las corrientes filosóficas influyentes de su época, un hombre que enfrentó -muchas veces en soledad- a la corrupción y los negociados de la Década Infame. El pensaba que la prosperidad del país, en ese entonces Argentina era una nación rica, debía ser acompañada por la transparencia de las instituciones políticas. Hablaba de la descentralización del poder de las provincias, defendía la reforma electoral de Sáenz Peña, pensaba que había que limitar el poder de los gobernantes… En fin, puntos relevantes para consolidar una verdadera democracia. Como senador, presentó un informe contundente sobre los perjuicios del acuerdo entre Argentina e Inglaterra sobre el comercio de carne. Algo que ponía en evidencia las corruptelas del gobierno de Agustín P. Justo. En 1937, cansado de luchar contra un sistema de corrupción que involucraba a grandes funcionarios, De la Torre presentó su renuncia al Senado. Y se fue a su casa. Escribía algunos artículos y salía cada tanto a dar conferencias. La última fue un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Y dijo: “La hora de la espada pasó y el mundo, harto de sobresaltos, deberá volver a la moderación, al respeto del derecho de los tratados y de la paz”. En 1939, puso fin a su vida con un disparo al corazón. Antes, dejó esta carta a familiares y amigos. Lee el actor Francisco Civit. *** Queridos amigos: Les ruego se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que ustedes especialmente autoricen. Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aún cuando sean otras las preocupaciones vulgares. Si ustedes no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós. Lisandro de la Torre
La llaman de muchas formas. Elena. Elenita. Princesa Roja. La Poni. Elena Poniatowska nació en Francia, pero fue adoptada por los mexicanos. Llegó a ese país huyendo con su familia de la ocupación nazi. Ganó el Premio Cervantes 2013, pero siempre se reivindicó como periodista y reportera antes que como escritora. “Soy una Sancho Panza femenina”, dijo alguna vez. Sus libros hablan de los grandes temas y personajes de México, pero también de Pedro, María, de Juan y José, de los personajes anónimos, de la gente de a pie. La carta que elegimos para este episodio está dirigida a la madre ausente, pero no es una carta clásica de amor filial. Elena elige este género para evocar a su mamá, sí, pero también como una forma de dialogar con su propia biografía e historia. Lee Gabriela Bautista. *** Querida mamá: Escribo con un nudo en la garganta. Lo mismo haría si el español fuera mi idioma materno. No es para tanto –me digo–, pero sigo escribiendo con un temblor cardiaco. Desde niña, a los seis o siete años copiaba las letras del alfabeto temblando de miedo. Manchar el cuaderno con una gota del tintero encajado en el pupitre escolar era una deshonra. Las letras salían picudas y tembeleques. Pero quien más me hacía temblar eras tú cuando aparecías a las ocho a darnos el beso de las buenas noches. Te precedía tu perfume, luego el sonido de tu vestido barriendo el piso. Cuando te inclinabas sobre la cama se me venían encima tus pechos blancos como la leche, tu pelo castaño como el Bois de Boulogne, tus labios muy llenos, tus ojos de azúcar quemada. “¡Que duerman con los angelitos, niñas!”, reías. Un minuto después habías desaparecido. En París, entre los treinta y cuarenta, los franceses giraban en una ronda de cenas, desfiles de alta costura, recepciones, conciertos, encuentros en cafés en la acera, ajenjos verdes como los de Van Gogh. Nunca dejaron de bailar sobre el volcán hasta que estalló la guerra. Mamá, escribiste: “Después de haber dejado sola a Polonia, las dos grandes potencias Francia e Inglaterra por fin le declararon la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939. Más tarde supe que el embajador Julio Lukasievicz en una entrevista tormentosa con Daladier le comunicó que le quedaban dos horas para salvar el honor de Francia”. Vestida de Schiaparelli, aparecías en el Vogue. Tú y yo girábamos aturdidas en otra ronda, la de una niña enamorada de su madre. Como a ti te querían tantos, te parecía normal que yo te quisiera más, por eso, a veces ni me veías como no se ve a lo que siempre está ahí. Durante la guerra, Paula Amor de Poniatowski condujo una ambulancia. Se enroló en la Section Sanitaire Automobile Féminine SSA que pertenecía a la Cruz Roja y presentó tres exámenes: el de mecánica, el de auxiliar médico y el de topografía y orientación. Manejó una camioneta Matford que servía también para transportar heridos. Salía al alba y en su primer viaje recorrió 1.350 kilómetros para llevar alimentos a Alsacia. En la noche tenía que conducir con los faros apagados y recuerda haber llevado a una mujer que le dijo que no se iba sin su máquina de coser y su olla llena de sopa de lentejas. En Cayeux, subieron a su camioneta unos 10 ancianos tan malhumorientos y quejumbrosos que no le inspiraron simpatía, solo temían que los alcanzaran “les boches”. En cambio, un burrito abandonado a medio campo bajo las bombas le dio tanta compasión que lo subió a la camioneta y lo dejó en casa de un campesino. La guerra de mi padre es otro cantar. Atravesó los Pirineos a pie y lo encarcelaron en Jaca. (...) Ahora que ya no sé si mi pluma es una excusa o una soga al cuello, cómo quisiera escribir sin miedo. Todavía hoy, a los 84 años, extraño el perfume que precedía tu entrada y tu beso de las buenas noches y le pido al ángel de la guarda que te regrese.
Sherwood Anderson fue periodista, cuentista y novelista. Un gran maestro de la literatura estadounidense, del relato breve, del cuento simple y directo. Y, principalmente, verosímiles. La historia lo recuerda también por ser el maestro y mentor de nada menos que William Faulkner. Antes de dedicarse a la literatura, fue publicista y empresario hasta que decidió dejar todo para escribir. En esta carta, el escritor le habla a su hijo John, que quiere ser pintor. Es un texto con consejos, sí, pero principalmente un manifiesto sobre el empleo del tiempo, el dinero y las complejidades de ser artista. Lee el actor José Escobar. *** Querido John: Me atrevo a decir que lo mejor es aprender algo de buena manera para ganarse la vida. Parece que Bob está ganando terreno en el negocio de los periódicos y ha recibido otro aumento. Él está siendo bien entrenado, trabaja en una ciudad más pequeña. En cuanto a los campos científicos, cualquiera de ellos requiere una larga formación y una aplicación intensa. Si tú estás hecho para eso, nada podría ser mejor. A la larga, tendrás que llegar a tu propia conclusión. Las artes, que probablemente ofrezcan mayor satisfacción a un hombre, son inciertas. Es difícil ganarse la vida. Si tuviera que ocuparme de mi propia vida, supongo que seguiría siendo escritor, pero estoy seguro que le daría mi mayor atención a aprender a hacer cosas directamente con mis manos. Nada entrega más satisfacción que hacer las cosas uno mismo. Por sobre todo, evita seguir el consejo de los hombres que no tienen cerebro, ni idea de lo que están hablado. La mayoría de los pequeños hombres de negocio, simplemente dicen “mírame”. Suponen que si acumularon un poco de dinero y tienen una posición en un pequeño círculo, son capaces de asesorar a cualquiera. Junto a las ocupaciones, está la construcción del buen gusto. Eso es difícil, de largo aliento. Pocos lo logran. Hace toda la diferencia del mundo, al final. Me sorprende constantemente lo poco que saben los pintores sobre pintura, los escritores sobre escritura, los comerciantes sobre negocios, los fabricantes sobre fabricación. La mayoría de los hombres simplemente pierden el rumbo. Hay una especie de astucia en muchos hombres que les permite obtener dinero. Es la astucia del zorro tras el pollo. Una mentalidad mezquina a menudo va de la mano. Sobre todo, me gustaría que vieras, por tus propios ojos, todo tipo de hombres. Eso te será de gran ayuda. ¿Cómo se logra? Precisamente, no lo sé. Quizás se pueda encontrar un camino. De todos modos, te veré este verano. Comenzamos a empacar de regreso esta semana. Con afecto, Papá
“Creo que no te quiero, que solamente quiero la imposibilidad tan obvia de quererte como la mano izquierda enamorada de ese guante que vive en la derecha”. Ese es uno de los poemas que Julio Cortázar le dedicó a Cristina Peri Rossi. La notable escritora uruguaya, ganadora del Premio Cervantes, fue algo así como el amor imposible del autor de “Rayuela”. Se conocieron a través de una carta. Ella se exilió en España a inicios de los 70. Él la ayudó a huir a París. Fue una amistad. Y fue también amor. Una amistad amorosa. ¿Quién dijo que tienen que ser calles que nunca se cruzan? Compartieron viajes, compartieron el humor, muchas cartas y una fascinación mutua. Él le dedicó poemas. Y ella, muchos años después de su muerte, escribió el libro “Julio Cortázar y Cris” como una suerte de homenaje y una crónica de ese vínculo. Acá va un texto de Cristina a Julio. Un amor sin etiquetas. Amor a secas. Amor sin más. Lee la actriz Sabrina Speranza. *** Barcelona, octubre del 2000. A veces escucho tu voz y tus palabras en trozos de las cintas que me enviaste y recupero algunas de las cosas más queridas: el olor del tabaco de tu pipa (yo probé a pasarme a la pipa inútilmente: lo único que quería era dejar la pipa para fumarme un buen cigarrillo), la melancolía de tus ojos celestes, los pantalones de pana que te quedaban un poco cortos, siempre, la manera de pronunciar la palabra: "terrrrrrible" y a María Bethânia cantando "Drama". Ya no colecciono caleidoscopios -posiblemente porque no estás vos para quedarte extasiado mirando las formas y colores- y tengo la sensación de que el mundo, tal como va, no te gustaría, que tendrías muchas cosas que decirle, con tu sonrisa irónica, con tus atribuciones a la tía Celia, que por suerte no está para desmentirte. También pienso que no te arrepentirías de nada, porque nunca fuiste injusto y tenías un corazón tan grande -como dijo Juan Rulfo- que fue necesario inventarte un cuerpo muy grande, también, para contenerlo. Para un escritor, lo más difícil es estar a la altura de su obra. En tu caso, eso te exigió crecer muchísimo.
Roberto Arlt es uno de los escritores fundamentales de la literatura argentina. Hoy, las universidades estudian la narrativa arltiana, que incluye novelas, cuentos, obras de teatro y, por supuesto, periodismo con sus maravillosas aguafuertes. Pero no siempre fue así. A lo largo de varias décadas, su nombre había pasado desapercibido en el ámbito literario. Al margen de los aspectos temáticos e ideológicos de su obra, hay un hecho curioso que caracteriza a muchos de sus textos: siempre aparece un hombre que sueña con ser inventor. Algo que no deja de ser un hecho autobiográfico porque el propio Arlt soñaba con pegarla con un gran invento. Era un amante de la física y de la química, incluso llegó a patentar algunas de sus iniciativas. En esta carta, le escribe a su hija, que acaba de ser aplazada en un examen. La consuela, le da calma y le dice que esos asuntos no son tan importantes. También le cuenta de un invento que ocupa toda su cabeza: unas medias para damas reforzadas con caucho. Acá va la fascinanción de un inventor fracasado. Acá va la narrativa de un escritor brillante. Lee el actor Mauricio Jortack. *** Querida Mirtita: Recibí tu carta. No es para tanto un aplazo. Partí del principio que nosotros los Arlt nunca hemos sido fuertes en gramática y ortografía. Yo todavía no sé a ciencia cierta que diferencia existe entre un verbo y un adverbio. En cuanto a ortografía no necesito darte referencias. En cuanto al viejo de mierda ese, paciencia. Volvé a dar el examen y tomá ese asunto con la tranquilidad que hay que darle a todos los asuntos debajo del sol. Si vos situás en otro planeta a una muchacha que aplazan en ortografía y gramática te darás cuenta que eso no tiene importancia. Estudiá otra vez y listo. No te he escrito con la frecuencia que quisiera y tampoco he ido por allá, porque constantemente estoy ocupado con este asunto de las medias, ya que queremos salir comercialmente con los primeros días. Y vamos a salir. (…) Te mando aquí un pedazo arrancado de una media tratada con mi procedimiento. Te darás cuenta que sacándole el brillo a la goma (me van a entregar ahora una goma sin brillo ni tacto como el que tiene ésta) el asunto es perfecto. Tendrán que usar mis medias en invierno. No hay disyuntiva. (…) Escribime diciendome qué impresión te produce este pedazo que te he enviado. Se puede lavar con agua caliente. No calentará la pierna en invierno porque su temperatura interna se contrabalanceará con la temperatura externa. Bueno, como ves, no pierdo tiempo. Esta media durará por lo menos un año. Su transparencia es notable. Ponele papel impreso atrás y podés leerlo. Querida Mirtita, tené la seguridad que esto pronto estará en marcha comercial. Yo no pierdo un solo día. Todos los días trabajo en esto, para ponerlo a punto industrialmente ya faltan muy pocos detalles, pero detalles que hay que ultimar. Dale saludos a mamá y recibí un abrazo de tu papá que te quiere y recuerda siempre. Trabajá en el ingles con el mismo ánimo que yo trabajo en las medias. Chau linda. Roberto
Alguna vez, Carlos Monsivais escribió un precioso libro llamado “El género epistolar: Un homenaje a manera de carta abierta”. En ese ensayo, el mexicano dice que, entre muchas otras cosas, una carta es una conversación entre dos ausentes. En este caso, en el episodio de hoy, la charla es una caricia, un decirle “acá estoy” al otro cuando más lo necesita. Silvina Ocampo, una de las autoras más exquisitas de la literatura argentina, le escribe a su amiga, la artista plástica Norah Borges, que acaba de perder a su marido. Le ofrece cobijo en su casa de Mar del Plata y un cuarto donde pintar con tranquilidad. En definitiva, una amiga que le dice a la otra: contá conmigo. Acá estoy para vos. Lee la actriz y locutora Gladys Pierpauli. *** Querida Norah: todo el tiempo he pensado en vos y no me conformo de no verte y no acompañarte en estos momentos. Me rompiste el corazón por teléfono, los otros días: desde ese momento no hago más que oírte! Por favor escribíme y decime cómo estas. Si querés venir a Mar del Plata avisame. Te esperaré siempre, te reservaré un cuarto donde puedas pintar mientras disponga de una casa. Perdona este papel, este lápiz y esta letra. Te escribo en la oscuridad del comedor. Llueve, hay relámpagos. Qué inseguro es el mundo!!! Te quiero con toda mi ternura segura Silvina
En muchas ocasiones, nombrar a Norah Borges remite inmediatamente a la figura de su hermano Jorge Luis. Pero reducirla a eso está muy lejos de hacerle justicia. Leonor Fanny Borges Acevedo, ése era su verdadero nombre, nació en 1901 y murió en 1998. Fue parte de la vanguardia del arte en la argentina. Hizo grabados, pintó e ilustró libros de españoles emigrados al país, como León Felipe, Rafael Alberti y Ramón Gómez de la Serna. Fue una artista de la vanguardia argentina, como otros de su generación con los que compartió tiempo, como Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Gabriela Mistral. En algún momento de su vida y anticipándose a su tiempo, Norah comenzó a hacer listas. Listas de todo. Listas para analizar pinturas. Listas para hablar de las cosas que le gustaban. Listas como una forma de estilo. Listas para sistematizar. Y para nombrar al mundo. Esta es una de las cartas que inaugura esa metodología. Se la manda al escritor y crítico español Guillermo Torre, que en ese momento era su pareja y luego fue su esposo. Acá va una carta-lista de amor de Norah, la hermana de Jorge Luis. Pero, principalmente, la mujer que vale por su propia obra. Lee la actriz María Seghini. *** 1º Guillermo, tus mejillas, tus ojos, tu voz, tu alma, tus besos más que todo. 2º tus cartas 3º Viajes a países lejanísimos, el mar, el desierto del Sahara, bahías con palmeras y casas de colores, Valldemosa 4º la moda, los vestidos, Palermo y la calle Florida [elude el 5°] 6º pasear por el campo con amigas, descubrir con ellas algún paisaje, buscar con ellas algún milagro, algún signo de ti. 7º una casa llena de antigüedades, con una terraza sobre el mar, con benjuí, visitas decorativas y una gran biblioteca para que leyeras tú y Georgie. 8º L`Esprit – Nouveau, los cuadros de Picasso y de Marie Laurencin, el color mora y el color azul, el rosa y el naranja, el rosa y el verde, pintar con colores muy claros y del mismo valor, dibujar con un lápiz de punta muy fina. 9º La siesta en algún bosque, buscándote a ti, leer contigo “Le bal du comte d'Orgel” y mirar a Juan Ramón Jiménez y a Cansinos. 11º descubrir alguna momia en el desierto o algún paisaje misterioso en un castillo. que tu fueras un sabio, o un astrónomo, o un pastorcito. 12º que me adores como yo te adoro. Viajar contigo
Epistolar existe por el amor a la palabra escrita, a las cartas y, principalmente, a los libros. Pero si alguien me hace una pregunta sencilla sobre la práctica de la lectura. Por ejemplo, ¿por qué te gusta leer? Me quedo indefenso. Contesto cosas atolondradas, no sé explicarlo. O lo explico mal. Borges decía que el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soportan el modo imperativo. “La lectura debe ser una de las formas de felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, decía Borges, que sabía por viejo pero, principalmente, por sabio. La ensayista, historiadora y militante feminista Rebecca Solnit bucea en este tema en su precioso libro “La velocidad del ser: Cartas a un joven lector”. Se pregunta por qué leemos, cómo los libros nos transforman y, acá va una fácil de hacer pero difícil de responder, para qué sirve un libro. Esta es una carta dirigida a niños lectores, pero también a la niña que ella fue. Una carta de amor al libro. Uno de esos amores eternos, que nunca nos defraudan. Lee la actriz y poeta Carmen de la Osa. *** Queridos lectores, Casi todos los libros tienen la misma arquitectura -tapa, lomo, páginas-, pero al abrirlos le abren a ustedes mundos y regalos mucho más allá de lo que son el papel y la tinta. En su interior son de todas las formas y están ahí todo el poder. Algunos libros son herramientas que coges para arreglar cosas, desde las más prácticas a las más misteriosas, desde tu casa a tu corazón. O para hacer cosas, desde pasteles a barcos. Algunos libros son alas. Algunos son caballos que corren con ustedes montados. Algunos son fiestas a las que te invitan, llenas de amigos que están allí incluso cuando tú no tienes amigos. En algunos libros conoces a una persona extraordinaria; en otros, a todo un grupo o incluso a una cultura. Algunos libros son medicinas, amargas pero clarificadoras. Algunos libros son rompecabezas, laberintos, marañas, junglas. Algunos libros largos son viajes y al final no serás la misma persona que al principio. Algunos son luces con los que puedes iluminar casi cualquier cosa. Los libros de mi infancia eran ladrillos, no para tirar, sino para construir. Apilé los libros a mi alrededor como protección y me retiré dentro de sus almenas, construyendo una torre en la que escapé de mis infelices circunstancias. Allí viví muchos años, enamorado de los libros, refugiándome en ellos, aprendiendo de los libros una extraña versión desfasada y rica en datos de lo que significa ser humano. Los libros me dieron refugio. O, mejor dicho, construí refugio con ellos, con esos libros que eran a la vez ladrillos y hechizos mágicos, hechizos protectores que tejía a mi alrededor. Pueden ser puertas, barcos y fortalezas para cualquiera que los ame. Y crecí para escribir libros, como esperaba. Así que sé que cada uno de ellos es un regalo que un escritor hizo a desconocidos, un regalo que he dado unas cuantas veces y he recibido otras tantas, todos los días desde que tenía seis años. Rebecca Solnit #RebeccaSolnit #Cartas #Libros
Se puede reconstruir la historia, quizás la arqueología, de una pareja a través de su epistolario amoroso. Si una de las partes es un extraordinario poeta, las cartas se convierten en uno de los documentos más hermosos de la literatura española del siglo XX. Estoy hablando del español Pedro Salinas, uno de los grandes escritores de la Generación del 27, que integraron Federico García Lorca, Rafael Alberti y León Felipe, entre otros. Salinas era “el poeta del amor” de esa generación. Cuando terminó la Guerra Civil Española, Salinas se exilió en los Estados Unidos. Allí conoció a la estudiante Katherine Whitmore durante el verano de 1932. Se enamoró perdidamente de ella y le escribió más de 300 cartas de amor. Ésta es una de esas bellas cartas, en la que el poeta no sólo hace una espléndida demostración de su talento para escribir. También habla del amor como una prodigiosa fuerza, que le da plenitud y sentido a nuestras vidas. Lee el actor Fernando Soto. *** Desgarramiento. Una mujer, una Katherine, se queda allí, metida en aquel cajón de madera, entre seres desconocidos, frente a una noche triste e incógnita. Allí hay que dejarla. Fatalmente. Y la otra mujer, la otra Katherine, permanece invisible y presente a mi lado, se viene conmigo, alegremente colgada de mi brazo, mirándome en la mirada noble, pura y honda de siempre. No, en la estación, en la despedida no hay una separación simple de ser con ser, no, cada uno de nosotros nos separamos no de la otra criatura querida sino también de aquella parte nuestra que ella quiere y que se va con ella. ¿Verdad que anoche tú no te has separado de mí, ni yo de ti? Más bien yo me he separado de mí mismo, eso siento, y tú de ti misma. Y tengo, anoche, hoy, la sensación de andar entre fantasmas y sombras, con alguien al lado, a quien no puedo estrechar, pero que vive en torno mío, y se me escapa cada vez que quiero cogerlo. Sensación angustiosa y dulce a la vez, caricia desgarradora. Además, qué pena anoche, aquellos momentos últimos, atropellados por la estupidez y el desorden. ¡Qué ira sentí contra toda aquella gentuza innoble, qué ganas de látigo, de echarlos a todos, de hacerte sitio, un gran sitio, un tren sólo para ti! Al salir todos mis sentidos se complacían, ¿sabes en qué? En sentir en el bolsillo, junto al pecho, el bulto de tu carta. ¡Qué mentira eso de que el papel no pesa! Anoche el papel de tu carta me pesaba como la más hermosa y grave de las realidades. Lo sentía allí, en el bolsillo, como una prueba material de que eras, de que habías existido. Porque, ¿sabes?, empecé a dudar. A dudar de todo, de tu realidad, de la mía, del mundo, de los días recientes... Sólo el peso de tu carta en el bolsillo me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo de papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder abrirla, así, cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la vida, el sí que me daba la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy? ¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí. Todo, sí, oye, todo sí. Y luego en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias! Primero la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar en una palabra y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo más de ti, una manera más de vivir tú! Primera carta tuya, en inglés. Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación festival, inaugural, de promesa, de fiesta! No importa que toda tu carta esté teñida de una sombra de melancolía, tierna y suave. Así debía ser, así. Pero por encima de esa melancolía, hay algo que me da un gozo sin límite. Esto. «You have taken away the cynicism which was growing upon me. » ¿Es posible? ¿Tendré yo la suerte de ser elegido para en un momento difícil de tu vida salvarte de algo? (***). Eres pura, leal, clara. De ti sólo puede venir luz alta, luz de paraíso. Pedro
La muerte es, como muchas cosas que nos pasan, algo simbólico, histórico y socialmente construido. Algo cargado de ritos: los funerarios, el duelo, el luto… En la cultura occidental, principalmente, seguimos entendiendo a la muerte como algo negativo, como un tabú del que nadie quiere hablar, un lugar al que nadie quiere llegar. ¿Y si fuese de otra forma? Puede ser una pregunta boba, pero pienso en voz alta junto a ustedes. ¿Y si aceptamos con calma que esto no dura para siempre? Que la vida es limitada y un día terminará. Justamente sobre eso trata esta carta. El italiano Ennio Morricone escribe este texto poco antes de morir. El músico y creador de la banda sonora de más de 500 películas se despide de este modo, con una breve carta, “porque no quiero molestar” dice. Ésta es la misiva de un hombre que se va en paz, reconociendo nuestra dependencia y la necesidad humana de otros. Acá el instante del adiós definitivo. Lee el actor Pablo Mónaco. La ilustración que acompaña este episodio fue realizada por el artista Santino Córdoba. Pueden seguir sus trabajos en @santino_cordoba11 y @creartsa22. *** Yo, Ennio Morricone, he muerto. Lo anuncio así a todos los amigos que siempre me fueron cercanos y también a esos un poco lejanos que despido con gran afecto. Pero un recuerdo particular es para Peppucio y Roberta, amigos fraternos muy presentes en estos últimos años de nuestra vida. Hay solo una razón que me empuja a despedirme de este modo y a tener un funeral privado: no quiero molestar. Saludo con mucho cariño a Ines, Laura, Sara, Enzo y Norbert por haber compartido conmigo y con mi familia gran parte de mi vida. Quiero recordar con amor a mis hermanas Adriana, Maria y Franca y sus seres queridos y hacerles saber cuánto las quise. Un saludo lleno, intenso, profundo a mis hijos Marco, Alessandra, Andrea y Giovanni, mi nuera Monica y a mis nietos, Francesca, Valentina, Francesco y Luca. Espero que entiendan cuánto los he amado. Por último María (pero no última). A ella renuevo el amor extraordinario que nos ha mantenido juntos y que lamento abandonar. A ella es mi más doloroso adiós.
Simone Weil fue una mujer con una vida breve durante la Segunda Guerra Mundial. Nació en París en 1909 y murió a los 34 años, a causa de una tuberculosis. Fue teóloga, socióloga y, principalmente, una influyente pensadora. Alguien que consideraba que su deber en el mundo era luchar contra la opresión que el poder arroja sobre el sujeto. Pero no lo hacía sólo desde el pensamiento y sus libros. Por ejemplo, en 1936 llegó a España para unirse a los anarquistas y pelear en la Guerra Civil contra el franquismo. Lo hizo pese a no tener preparación militar y sí problemas de vista y físicos. Toda su obra, que habla de cultura, religión y ciencia, fue póstuma. En vida, sólo publicó algunas notas en medios de comunicación. La carta que vas a escuchar fue extraída del libro “La condición obrera”, que reflexiona sobre la cuestión filosófica y espiritual de la organización del trabajo. Sin embargo, el texto no habla del trabajo. Acá le responde a una ex alumna que le pregunta sobre el amor, sobre amar, sobre conocer a alguien… Ésta es la reflexión de una mente brillante sobre es verbo tan fácil de decir y tan difícil de explicar. Lee la actriz y docente Julia Funari. *** En lo que se refiere al amor, no tengo consejos que darle, pero al menos sí advertencias. El amor es algo grave donde a menudo se corre el riesgo de comprometer para siempre no solo la vida propia sino también la de otro ser humano. Incluso se corre el riesgo siempre, a menos que uno de los dos convierta al otro en su juguete. Pero en este último caso, que es muy frecuente, el amor es algo odioso. Mire, lo esencial del amor consiste, en suma, en que un ser humano se encuentra con una necesidad vital de otro ser; necesidad recíproca o no, duradera o no, según el caso. Por consiguiente, el problema es conciliar semejante necesidad con la libertad, y los hombres se han debatido con este problema desde tiempo inmemorial. Por eso la idea de buscar el amor para ver lo que es, para poner un poco de animación en una vida demasiado monótona, etc... me parece peligrosa y, sobre todo, demasiado pueril. Puedo decirle que cuando yo tenía su edad, y más tarde también, me vino la tentación de conocer el amor. La rechacé diciéndome que era preferible no arriesgarme a comprometer toda mi vida en una dirección imprevisible antes de haber alcanzado un grado de madurez que me permitiera saber exactamente lo que le pido en general a la vida, lo que espero de ella. No le pongo esto como ejemplo; cada vida se desarrolla según sus propias leyes. Pero puede encontrar en ello materia de reflexión. Añado que el amor me parece comportar un riesgo más espantoso aún que el de comprometer ciegamente la propia existencia. Es el riesgo de convertirse en árbitro de otra existencia humana, en caso de que sea profundamente amado. Mi conclusión (que le doy solo a título de indicación) no es que haya que huir del amor, sino que no hay que buscarlo, y sobre todo cuando se es muy joven. Entonces, es preferible no encontrarlo, creo. Simone Weil
León Tolstói fue uno de esos escritores que quiso contarlo todo. Su vida marcó un capítulo imborrable para la literatura universal. Y sus obras realistas, principalmente “La guerra y la paz” y “Ana Karenina”, cambiaron la forma de leer y de escribir de su época. Y de pensar también. Su anarquismo pacifista inspiró, por ejemplo, a figuras como Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Cuando era una celebridad, cuando había logrado lo que algunos llaman éxito, él cayó en una crisis existencial y comenzó a alejarse de su familia. Se convirtió en un asceta, que no bebía alcohol, comía poco -sólo vegetales- y dormía en un catre duro. A los 82 años, decidió dejarlo todo. Abandonó el hogar familiar sin preaviso y con lo puesto, un par de camisas, un abrigo para el frío ruso y una linterna. Su hija Sasha fue la única que supo de su partida. Acá va una carta de despedida de un Tolstoi ya enfermo a su esposa Sofía, con quien tenía una relación tortuosa. Acá va la ruptura con la familia. Acá un hombre huyendo del mundo. Lee Marcelo Bucossi. *** Yásnaia Poliana, 28 de Octubre, 1910 Mi partida te afligirá. Lo lamento, pero compréndelo y créeme que no he podido actuar de otro modo. Mi situación en casa se ha venido haciendo y ha llegado a ser insoportable. Junto a todo lo demás, no puedo seguir viviendo en las condiciones de lujo que me rodean, y hago lo que suelen hacer los viejos de mi edad: apartarse de la vida mundana para vivir en paz y recogimiento los últimos días de su existencia. Por favor, compréndelo y no vayas tras de mi, si aciertas saber dónde estoy. Esa llegada tuya no haría más que empeorar la situación de ambos, sin cambiar en nada mi decisión. Agradezco tu honesta vida de 48 años a mi lado y te ruego que me perdones por todo lo que haya sido culpable ante ti, lo mismo que yo te perdono con toda el alma por cuanto hayas podido serlo ante mí. Te aconsejo resignarte a la nueva situación en que te coloca mi partida, y no albergar malos sentimientos contra mí. Si quieres informarme de algo, comunícaselo a Sasha, ella sabrá dónde estoy y me reenviará todo lo necesario; decir dónde me encuentro no puede, pues me ha hecho la promesa de no comunicárselo a nadie. León Tolstói
Escritora. Traductora. Profesora universitaria. Pedagoga. Empresaria. Militante feminista, pionera en su país. Una mujer culta y políglota. Todo eso fue Zenobia Camprubí. Pero la historia, que suele ser escrita por hombres, la recuerda como la esposa, la musa y la sombra de Juan Ramón Jiménez. El escritor español autor de “Platero y yo” y ganador del Nobel de Literatura. En esta carta, Zenobia está en llama viva. Le escribe a su esposo, célebre por su seriedad y por el refinamiento formal a la hora de escribir. Le pide, con gran sarcasmo, que se deje de tristezas por una temporada. “Véngase a jugar con todas mis amigas andaluzas y conmigo”, lo invita. En estas líneas resuena la personalidad y la luz propia de Camprubí. Y, en cierto modo, su compromiso con la emancipación femenina de su época. Lee la actriz Nuria López. *** Domingo noche, verano de 1913 Querido amigo Juan Ramón: Como me esté un momento más callada estallo, y como no tengo ganas de estallar, aquí va esto, que usted llamará carta, o algo menos chino, pero que yo llamo un rompimiento colosal del dique de mi paciencia y un desbordamiento igualmente colosal de mi ira, indignación, furor, etc. (etcetetorum) (yo me he de reír hasta cuando rabio). ¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena? ¡Es usted un egoísta de primera! ¡Caramba! No le da la gana de ver más que lástimas en el mundo. Hasta yo me pongo triste… Si a usted lo que le pasa es que necesita salirse de la dichosa rutina cariacontecida de su interior. Yo le voy a curar a usted de raíz, pero de raíz. Sálgase de una vez de su cuarto tenebroso (para usted tenebroso, aunque tenga 6 ventanas o un arco voltaico) de la calle Villanueva, y váyase al Escorial, a Moguer y después a la Residencia –pero ¡por Dios enseguida! Y cuando vuelva a Madrid después de haber respirado un poco el aire de campo, yo me encargo de que no le vuelva a dar tristeza. No le voy a dejar parar. ¿Para qué le sirven a usted sus benditos versos? Si fuera verdad que encima de un asno le floreciera el corazón… pase… pero si a usted no le florece el corazón nunca. Si fuera usted un almendro, un peral o siquiera un magnolio… pero si es usted un ciprés, más parado y sombrío que los del Generalife. Déjese de tristezas una temporada y véngase a jugar con todas mis amigas andaluzas y conmigo. Ya sé que se enfada porque le digo que quiero que se enamore de una de mis amigas, lo desdigo. No se enamore usted de ninguna, pero deje que le sacudamos un poco esa tristeza. Sus amigos deben ser todos una serie de lechuzas o no se lo hubieran tolerado a usted. Yo si fuera su hermana… cuando viniera a casa, cogía todos los cojines de la sala y lo estaba bombardeando hasta hacerlo reír. Anoche no pude terminar mi carta y hoy la concluyo en casa de Josefina. Nos vamos a comprar un par de castañuelas para mandárselas a usted. Acabo también de recibir su carta: “Frater Luna, si en esto estamos desde que lo conocí”. Usted se parece tanto a mi hermano mayor que muchas veces no sé cuál es cuál. Y ¿quién le ha dicho a usted que yo me voy a casar con nadie, pájaro de mal agüero? ¡En eso estoy yo pensando! ¡Y aquí en España! ¡Enseguida! No se vaya usted con Ortega y Gasset, váyase con Jaen o con cualquiera que no sea otro sauce como usted. Póngase a escribir seguidillas, vístase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allí. ¡Alegrémonos de haber nacido! “Frater Sol.” Zenobia
Esta es la historia de un hombre que, como decía Bertolt Brecht, luchó toda la vida y por eso se transformó en alguien imprescindible. Zelmar Michelini fue un político y periodista uruguayo. Escribió en el diario “Acción”, fundó el semanario “Hechos” y trabajó en varias publicaciones de su país y de Argentina.También fue dirigente estudiantil, militante del Partido Colorado y se convirtió en diputado, por primera vez, en 1954. A inicios de los 70, impulsó la creación del Frente Amplio, junto a otros dirigentes, partidos y grupos de izquierda. Era un intento de salida a la crisis social y económica que vivía el Uruguay en esos momentos. En 1973, se produjo el Golpe de Estado y Michelini se exilió en Buenos Aires. Desde allí, lejos de abandonar la lucha, comenzó a denunciar las violaciones a los derechos humanos en su país, en Argentina y gritó a viva voz las injusticias en foros internacionales. En 1976, fue secuestrado y asesinado en Buenos Aires por fuerzas represivas binacionales del Plan Cóndor. La historia de Zelmar y de los otros dirigentes asesinados se conmemora en La Marcha del Silencio, que se realiza todos los 20 de mayo en Uruguay con un reclamo de verdad y justicia. En esta carta, dedicada a su hija Elisa, aparece un Zelmar brillante, con toda su fuerza argumental. Le habla del sacrificio de las convicciones, de la verdad y le deja el legado de luchar con alegría. Un legado que se puede resumir con una frase: “Que nunca la tristeza se asocie a mi nombre”. Lee Matías Folgar.
No es tarea sencilla definir a una personalidad única e irrepetible como Carl Sagan. Astrónomo, astrofísico, escritor y, principalmente, librepensador, fue uno de los grandes divulgadores de la década del 80 y 90. Lo hacía a través de su programa “Cosmos: un viaje personal”, el más visto en la historia de la televisión pública estadounidense. Un ciclo tan importante que aún hoy es recordado y sirvió de inspiración a muchos jóvenes, que quisieron ser científicos por esa serie. Fue alguien que, por ejemplo, debatió fuertemente sobre el calentamiento global, sobre la vida en otros planetas y combatió con firmeza a las pseudociencias. La carta que elegimos hoy fue escrita por el científico para su hija Sasha. Es un texto muy breve, en el que le dice de una forma preciosa por qué que cada uno de nosotros es un ser único y precioso desde una perspectiva cósmica. Lee el actor y director Gabriel de Cervantes. *** Si tenemos en cuenta el número casi infinito de posibilidades y caminos que conducen a nacer a una sola persona, debes estar agradecida de ser tú misma este preciso instante. Piensa en el enorme número de posibles universos alternativos en los que, por ejemplo, tus tatara-tatara-abuelos nunca se encontraron y tú nunca llegaste a existir. Tienes el placer de vivir en un planeta en el que has evolucionado para respirar el aire, beber el agua y adorar el calor de la estrella más cercana. Estás conectada con todas las generaciones y los seres vivos de este mundo a través del ADN. También con el universo, porque cada célula de tu cuerpo fue creada en los corazones de las estrellas.
Bienvenidos y bienvenidas a la quinta temporada de Epistolar. Estamos muy felices por este reencuentro con nueva música, nueva estética, nuevos artistas y, por supuesto, nuevas cartas que queremos compartir con vos. Pero basta de prólogos. Y vamos al episodio de hoy, que tiene como protagonista no ya a un escritor sino a un prócer de las letras. Se podrían llenar bibliotecas enteras con ensayos sobre la literatura argentina “después de Borges”. O sobre quién es el escritor número dos sabiendo obviamente quién ocupa el lugar de mayor privilegio. Su impronta -y no descubro nada diciendo ésto- es universal y excede largamente a los escritores argentinos. Pero el episodio de hoy no quiere hablar del Borges genio sino mostrar a un Borges distinto. Un Borges desarmado y lejos del bronce. Cuando él tenía 45 años y ella 28, conoció a Estela Canto, escritora, periodista y traductora. Una mujer transgresora, muy diferente a él. Cuenta la leyenda que Borges hizo lo que hacen los hombres inteligentes: enamorarse como un tonto. Y que le propuso casamiento. Ella aceptó pero con una condición: que tuvieran sexo antes de la boda. No sabemos cuál fue la respuesta exacta de Borges, pero sí un hecho indiscutible: ellos nunca se casaron. Como elegir sólo una carta de Borges nos parecía una mezquindad, decidimos hacer una selección de misivas de cuatro momentos de ese vínculo. Acá está Borges siendo Borges. Acá está el genio hecho un bobo. Lee el actor Jean Pierre Noher. El collage que ilustra el episodio es de @hijo.del.cosmos. * Querida Estela: Me dio mucha alegría tu carta, tan parecida a tu voz. Estoy abrumado de tareas que lindan con la literatura: el Séptimo Círculo, la Puerta de Marfil (esta enumeración es suficientemente poética, pero en breve decae) y, ahora, los Anales de Buenos Aires, que dirigiré. Esta mañana me vi en Constitución con Patricio, que me prometió algunas notas. Ojalá tú también te dignaras colaborar. La tarea de construir una buena revista es interesante, pero no deja de ser ardua en un Buenos Aires desierto. Mi actividad me escandaliza. Honor al mérito: días pasados alguien cuyo nombre adivinarás habló de ti como inevitablemente predestinada a una recompensa literaria y municipal. Trato de escribir con escaso éxito. En las estaciones del subterráneo, una efigie de Dorothy Lamour momentáneamente consigue parecerse a vos. Muy inexistente, pero tuyo Jorge Luis Borges. * Adrogué, sábado. A pesar de dos noches y de un minucioso día sin verte (casi lloré al doblar ayer por el Parque Lezama), te escribo con alguna alegría. Le avisé a tu mamá que tengo admirables noticias; para mí lo son y espero que lo sean para ti. El lunes hablaremos y tú dirás. Pienso en todo ello y siento una especie de felicidad; luego comprendo que toda felicidad es ilusoria no estando tú a mi lado. Querida Estela: hasta el día de hoy he engendrado fantasmas; unos, mis cuentos, quizá me han ayudado a vivir; otros, mis obsesiones, me han dado muerte. A éstas las venceré, si me ayudas. Mi tono enfático te hará sonreír; pienso que lucho por mi honor, por mi vida y (lo que es más) por el amor de Estela Canto. Tuyo con el fervor de siempre y con una asombrada valentía, Georgie. * Estoy en Buenos Aires, te veré esta noche, te veré mañana, sé que seremos felices juntos (felices, deslizándonos y a veces sin palabras y gloriosamente tontos), y ya siento el dolor corporal de estar separado de ti por ríos, por ciudades, por matas de hierba, por circunstancias, por los días y las noches. Éstas son, lo prometo, las últimas líneas que me permitiré en este sentido; no volveré a entregarme a la piedad por mí mismo. Querido amor, te amo; te deseo toda la dicha; un vasto, complejo y entretejido futuro de felicidad yace ante nosotros. Escribo como algún horrible poeta prosista; no me atrevo a releer esta lamentable tarjeta postal. Estela, Estela Canto, cuando leas esto estaré terminando el cuento que te prometí, el primero de una larga serie. Tuyo.
Con este episodio, terminamos la cuarta temporada de Epistolar. Seguí nuestras redes sociales para conocer las novedades y cuándo será el inicio de la próxima temporada. El hecho es uno de los más terribles de la historia del rock y de la música en general. Algo que enlutó a millones de fans en todo el mundo. El 8 de diciembre de 1980, un hombre llamado Mark David Chapman mató a John Lennon cuando salía del edificio Dakota de Nueva York. Se acercó al músico, que estaba junto a Yoko Ono, y le pidió que le firmara un disco. Luego, sacó su arma calibre 38 y disparó cinco tiros contra el músico. Tiempo después dijo que lo hizo porque quería convertirse en una celebridad. En esta carta, Yoko le escribe a John a 27 años del asesinato. La artista japonesa, injustamente demonizada como la bruja que separó a Los Beatles, le dice cuanto lo extraña, repasa la vida juntos y cuenta cómo aprendió a lidiar con el dolor de perderlo de repente, sin tiempo para un último abrazo. Lee la actriz Marina Avilés. *** Te extraño, John. 27 años han pasado y todavía deseo poder regresar el tiempo hasta aquel verano de 1980. Recuerdo todo, compartiendo nuestro café matutino, caminando juntos en el parque en un hermoso día y ver tu mano tomando la mía que me aseguraba que no debía preocuparme de nada porque nuestra vida era buena. No tenía idea de que la vida estaba a punto de enseñarme la lección más dura de todas. Aprendí el intenso dolor de perder a un ser amado de repente, sin previo aviso, y sin tener el tiempo para un último abrazo y la oportunidad de decir “te amo” por última vez. El dolor y la conmoción de perderte tan de repente está conmigo cada momento de cada día. Cuando toqué el lado de John en nuestra cama la noche del 8 de diciembre de 1980, me di cuenta que seguía tibio. Ese momento ha quedado conmigo en los últimos 27 años y seguirá conmigo por siempre. Yoko Ono
Esta carta tiene como protagonistas a dos grandes del cine. Dos artistas a los que el mote de genio no les queda para nada grande. Me refiero a Ingmar Bergman y Akira Kurosawa. Poco antes de cumplir los 70 años, el sueco publicó el libro de memorias “Linterna mágica”. En esas páginas decía, entre otras cosas, que “probablemente lamentaría el hecho de no hacer más películas”. El director japonés aprovechó esa oportunidad para saludarlo por su cumpleaños con esta carta y expresarle toda su admiración. Y hace una reflexión profunda sobre la creación artística y la vejez. Por supuesto, también le sugiere que siga trabajando por el bien del cine. Por suerte, Bergman cambió de opinión después de aquella sentencia en su libro y dirigió “Saraband”, su última película. Lee el actor Enrique Chi. *** Estimado Sr. Bergman: Por favor, permítame felicitarlo en su septuagésimo cumpleaños. Su trabajo toca mi corazón profundamente cada vez que lo veo y he aprendido mucho de sus obras y han sido alentadoras. Le deseo que permanezca en buen estado de salud para que pueda crear más películas maravillosas para nosotros. En Japón, había un gran artista llamado Tessai Tomioka que vivió en la era Meiji (finales del siglo XIX). Este artista pintó varios cuadros excelentes mientras todavía era joven, y cuando llegó a la edad de 80 años, de repente comenzó a pintar cuadros que eran muy superiores a los anteriores, como si estuviera en su gran etapa de florecimiento. Cada vez que veo sus pinturas, me doy cuenta perfectamente que un ser humano no es capaz de crear obras extraordinarias hasta que llega a los 80. Un ser humano nace como bebé, se convierte en un niño, pasa por la juventud, la flor de la vida y, finalmente, vuelve a ser un bebé antes que termine su vida. Esta es, en mi opinión, la forma ideal de la vida. Yo creo que estaría de acuerdo en que un ser humano llega a ser capaz de producir obras puras, sin restricción alguna, en los días de su segunda infancia. Ahora tengo setenta y siete años de edad y estoy convencido que mi verdadero trabajo apenas comienza. Mantengámonos juntos por el bien de las películas. Con los más cordiales saludos, Akira Kurosawa.
Martin Heidegger y Hannah Arendt se conocieron a inicios de la década del 20. Él tenía 35 años y estaba casado. Ella 17. Fue un romance intenso -y a escondidas- de profesor y alumna. Él filosófo. Quizás el más importante del Siglo XX, alguien que marcó un giro en el pensamiento filofósico. Ella escritora y teórica política. Aunque estuvieron juntos sólo un par de años, hubo algo que se mantuvo casi inalterable en el vínculo: la tradición del carteo. Comenzaron a escribirse poco tiempo después de conocerse y el intercambio se extendió hasta 1975, algunos meses antes de la muerte de él. En esta carta, Arendt le habla de amor. Del que tuvieron, de las huellas que dejó en ella y se hace preguntas sobre el misterio de amar a alguien, de descubrir el quién, dice ella. Lee la actriz Alexia Moyano. *** No me olvides, ni olvides hasta qué punto sé viva y profundamente que nuestro amor se ha convertido en la bendición de mi vida. Es una certeza inquebrantable, incluso hoy, en que yo, que no sabía estar quieta, he encontrado arraigo y pertenencia junto a un hombre que quizás sea de quien menos lo hubieras esperado...Porque el amor, aunque es uno de los hechos más raros en la vida humana, posee un inigualado poder de autorrevelación y una inigualada claridad de visión para descubrir el quién, debido precisamente a su desinterés (…) por lo que sea la persona amada, con sus virtudes y defectos no menos que con sus logros, fracasos y transgresiones. Es que sí, es cierto, nos descubrimos cuando amamos. Hannah Arendt
Acá va una breve colección de preguntas sin respuestas, quizás preguntas inútiles, de esas que nos hacemos cada tanto. ¿Cómo hacer para superar el dolor de perder a un ser amado? ¿De qué manera se clausura esa herida? ¿Acaso es necesario cerrarla? Quizás pensó en esas cosas la escritora mexicana Guadalupe Nettel cuando hizo esta carta dedicada a su papá. En algún artículo, dijo que era un hombre amoroso y divertido, alguien capaz de estallar en cólera y de serenarse a pocos minutos. Y que a él le debe todo el humor negro de sus libros. En alguna ocasión, su papá le prometió que, si había vida después de la muerte, se lo haría saber. Nettel le escribe esta carta a su papá luego de que sucedió lo inevitable. Quizás lo hizo como un intento de acercarse a él. Quizás para excorsizar el dolor. O, por ahí, como una forma de esperar esa señal prometida. Lee la actriz Liliana Paola. **** Querido papá: MUCHAS VECES me prometiste que, si había vida después de la muerte, encontrarías la manera de contármelo o al menos de darme una señal. Hay quienes creen que los muertos se comunican con nosotros a través de los sueños. Desde que no estás, he soñado contigo muy pocas veces. Dos para ser exacta, y en ambos casos volví a vivir tus exequias. La ausencia es tan brutal y tan enorme mi esfuerzo por comprenderla que ni siquiera me permito soñar que sigues vivo. En cambio despierto casi a diario, sobresaltada a mitad de la noche, con la conciencia de que no estás, de que jamás volveré a disfrutar de tu compañía, de que es algo irremediable y que más me vale asumirlo por completo. La soledad, a diferencia de otras veces en que la sentía lacerante y también un poco vergonzosa, se ha convertido para mí en un bálsamo necesario, en un espacio imprescindible, como la oscuridad para las personas que sufren de migrañas. Herencia no dejaste, pero sí una cartografía de valores que me han permitido orientarme: el placer de aprender y descubrir cosas nuevas, la gratitud, la generosidad y el humor como refugio hasta en las peores tragedias. No se me olvidará nunca cómo le espetaste al médico, mientras te mostraba el tumor letal en tu radiografía, que te encontrabas muy flaco en esa foto. Gracias a ti conocí el cariño incondicional, la certeza de que alguien me quiso siempre, sin importar cuáles fueran mis actos, y con eso no intento decir que hayas sido indulgente. Cuando te parecía que me estaba equivocando, jamás titubeaste al decírmelo. Te preocupaba que aprendiera a temperar mi carácter, a ser cuidadosa con el filo de mi lengua –asegurabas que somos dueños de las palabras que nunca pronunciamos y esclavos de las que ya hemos dicho–, a ser dócil en las cosas sin demasiada importancia e intransigente en las fundamentales. A lo largo de los años te vi trastabillar a menudo y descalabrarte más de una vez. Luego, invertiste todos tus recursos en suavizar tus reacciones, y tu vida se volvió mucho más llevadera. Con tu ejemplo, me enseñaste que los errores permiten descubrir la fuerza y la belleza propias y ajenas. Desde el primer día transcurrido sin ti, siento el acecho del olvido como una sustancia corrosiva que amenaza con deslavar nuestra historia. Su objetivo, nada despreciable, es impedirme sufrir. Sin embargo, como advertía Céline, “la peor derrota en todo es olvidar y es, también, lo que nos lleva a la tumba”. Yo he sufrido muchas derrotas a lo largo de mi vida de las cuales me ha costado reponerme. No encajaré ésta también. Aunque tampoco tengo la certeza de que puedas escucharme, te escribo con frecuencia. Hacerlo es ir en contra del proceso natural de cicatrización que todo el mundo me desea y me vaticina, pero que yo no persigo. Una cicatriz es un cierre, un límite, un borde de piel doble o triplemente espeso para clausurar una herida, para impedir que sigamos sangrando. Recordar sistemáticamente, en cambio, es mirar de cerca cada célula del tejido dañado, no perderlo de vista. No quiero una cicatriz que lleve tu nombre. El dolor me
Esta carta fue escrita por una mujer necesaria. Juana Manso fue muchas cosas. Escritora, traductora, periodista, maestra y precursora del feminismo en la Argentina. Nació en Buenos Aires en una familia de clase media alta en 1819. Vivió en Uruguay y Brasil. Fue forjando, con el tiempo, la idea de que la educación era clave para la emancipación de la mujer. Y la historia la recuerda como una libre pensadora, una mente brillante que luchó por construir una educación pública, popular, moderna y laica en la Argentina. Introdujo nuevos métodos de enseñanza, que eran revolucionarios para la época. Por ejemplo, fue la impulsora de la enseñanza del inglés en las escuelas públicas y promovió los concursos por méritos y antecedentes en todos los niveles. Y quiso igualar la inclusión educativa de niñas, adolescentes y mujeres. Además, dirigió Anales de la Educación Común, la revista pedagógica más importante de la época, en la que buscaba revalorizar la formación docente, especialmente la de las maestras jardineras. Esta es una carta abierta dirigida a sus colegas, en la que Juana Manso va a las cuestiones medulares del asunto. Se pregunta -y les pregunta a las maestras- cuestiones profundas, como qué es educar, qué rol tiene el juego en la vida de los niños y cómo formarse en una profesión que, en esos años, no tenía manuales. Carta de Juana Manso. Carta de una personalidad inquieta y libre, que nació hace más de 200 años. Pero sigue haciendo escuela. Lee la actriz Mónica Ceballo. *** Señoras y señoritas: Hoy vamos por vez primera a darnos cuenta a nosotras mismas del grande objeto que nos reune aquí. Vamos a preguntarnos qué entendemos por educación, qué por instrucción, cuál es nuestra misión como maestras y como mujeres. Y trataremos de averiguar a qué distancia estamos del error y a cuál de la verdad. Preguntémonos pues, ¿qué es la educación? Sin la concepción clara de lo que ella significa, sin el ideal perfecto de sus tendencias y medios de acción, el maestro procederá a tientas. No se dará cuenta del objeto que se propone alcanzar. Hoy será frívolo y mañana severo, sin clara noción de lo que pretende realizar. En vez de una obra de bendición habrá estropeado millares de almas para toda una eternidad. Educación pues, no según mi capricho o pobre capacidad sino según la definen los maestros de la ciencia, es fortificar el cuerpo desde la más tierna edad según las leyes de la salud para que pueda resistir a las enfermedades. Educación es preparar la mente para comprender las relaciones de la sociedad; atraer a una manifestacion activa todas las facultades con que ha sido dotada para que obre en el conjunto armónico de la acción y adquirir conocimientos útiles. Educación es robustecer la naturaleza moral donde reside el sentimiento del deber, que debe reglamentar nuestra conducta honorablemente en la vida privada como en la vida pública. Para llenar cumplidamente este objetivo, no basta que las maestras tengan sólo buen corazón porque suponer eso equivaldria a negar que la educación es una ciencia cayendo en el antiguo obscurantismo. El pensamiento que preocupa hoy no es tan solo la cantidad de instrucción que se puede derramar en los niños sino el mejor método y los medios más eficaces para vigorizar sus facultades de manera que puedan adquirir por sí mismos el caudal de los conocimientos. Cuál de nosotras no ha repetido cien veces al día en su escuela: “Que el niño no juegue”. Tan lógico habría sido decirle: “Que el niño no respire” Porque el juego es para él la vida. Prohibir al niño que juegue es violentar la naturaleza, mientras que aprovechar su propensión al juego haciendo de éste un medio de educación y de instruccion es la verdadera sabiduría y motor de la disciplina escolar porque la ocupación continua y agradable es el mejor antídoto contra la ociosa turbulencia. Si a expensas de la mente, se cuida solo del cuerpo es claro que la civilizacion naufraga. Y si dejamos el corazón sin cultivo moral,
El 76% de los Argentinos se declara católico, según una encuesta reciente. Hay un 11% de ateos y agnósticos, y el resto son evangélicos y Testigos de Jehová, entre otros. Pero los que nacimos en esta tierra tenemos un Santo Laico. Alguien que después de muerto adquirió la categoría de súper Dios: Diego Armando Maradona. Pelusa, Barrilete Cósmico, el Diez, el Diego, Diegote, hasta Dios lo llamaban y lo siguen llamando al jugador más genial que dio el deporte más hermoso del mundo. La carta que elegimos para este episodio es una de las pocas que escribió o, al menos, que se hicieron públicas, y reedita uno de los tantos vínculos de amor-odio que tuvo Maradona a lo largo de su vida, en este caso, con Julio Grondona. Año 2014. Se jugaba el partido entre Argentina e Irán en el Mundial de Brasil. En la platea preferencial estaban Diego y el mandamás de la Asociación de Fútbol Argentino. Cuando faltaban pocos minutos para el final y el partido iba 0 a 0, Maradona se retiró del estadio para evitar el asedio del público. Apenas se fue, justo en el minuto 90, Messi marcó el único gol que le dio el triunfo a la Argentina. Exaltado, Grondona gritó a los 4 vientos: "Se fue el mufa y ganamos". Las palabras, obvio, llegaron a los oídos de Maradona que le respondió con esta carta en su programa de televisión "De Zurda". Carta de Diego, carta de nuestro dios pagano y plebeyo. Lee el actor Juan Palomino. ****** Río de Janeiro, 22 de junio de 2014. El día que jugué mi partido despedida dije que la pelota no se mancha. Hoy lo sigo pensando. No por haber dejado de jugar al fútbol dejé de ser un futbolista. Los muchachos que salen a la cancha representando al seleccionado Argentino no son 11 desconocidos para mí. Al contrario son mis amigos, son mis hermanos, y quienes me conocieron bien lo saben. Por mi país, por mi familia, por mis amigos, doy la vida. Jamás les desearía una desgracia. Hay que ser muy perverso para afirmarlo. Dí, doy y daré la vida por el seleccionado Argentino. Dentro y fuera de la cancha. Tobillos hinchados, uñas descarnadas, lágrimas de alegrías y tristezas deportivas son los trofeos que alzo en mis brazos, porque el talento tampoco se mancha. La magia de un tipo como Lionel Messi es indiscutible y no es producto de una mufa, no es producto de la suerte, porque si hablamos de suerte yo soy un tipo afortunado. Siento cada día el cariño de la gente; la misma gente que me quiso como jugador y hoy me sigue queriendo. Lo veo en cada foto, en cada firma, en cada cancha donde se corea mi nombre, en cada carta que llega al programa "De Zurda", en cada abrazo que recibo en cualquier rincón del planeta. Estamos construyendo una nueva américa latina al revés de los poderes que manipulan el mundo. Ellos no nos borran la sonrisa del rostro. Ellos no nos quitan la alegría de celebrar un mundial que está siendo hermoso ni que la buena suerte de nuestro pueblo no es fruto del azar. La pelota no se mancha, aunque algunos se la quieren comer. Diego Armando Maradona.
De Janis Joplin se dice casi siempre lo mismo. Se habla de su potencia vocal y vital. De su muerte por una sobredosis de heroína en Hollywood. De su muerte dudosa, dirán otros. Del Club de los 27, que integra junto a Jimmy Hendrix y Jim Morrison, entre otros que nos dejaron de forma prematura. Pero, ¿qué pensaba ella? Digo, qué pensaba de sus niveles cósmicos de fama, de su talento, de los escenarios... Qué pensaba ella de la carrera que construyó hasta ese momento. En esta carta, aparece una Janis auténtica, en carne viva, que acaba de cumplir 27 años. Un texto dirigido a su familia y escrito a sólo ocho meses de su muerte. Deja un mensaje sobre algo que todos necesitamos para sobrevivir: amor, mucho amor. Lee Paula Stilstein. La ilustración fue realizada especialmente para Epistolar por Fabián Rocco desde Chile. Podés seguirlo en @quifaro. *** Querida familia: He logrado pasar mis 27 sin ser verdaderamente consciente de ello, qué juego más extraño hace dos años, ni siquiera queria estar aquí no, eso no es cierto. He mirado a mi alrededor y he notado algo: cuando alcanzas cierto nivel de talento (y unos cuántos poseen ese talento) el factor decisivo es la ambición o, como yo lo veo, cuánto realmente necesitas: necesitas ser amada, necesitas estar orgullosa de ti… Imagino que eso es la ambición, no es una búsqueda depravada de estatus o dinero. A lo mejor buscamos amor, mucho amor. Janis
Stephen Fry es uno de los comediantes y creadores ingleses más destacados de las últimas décadas. Además de su tarea como actor, escribió guiones, musicales y obras de teatro. Una producción marcada por su agudo cinismo y por esas características que el resto del mundo identifica como “el humor británico”. En 2006, protagonizó un documental llamado “La vida secreta del maníaco depresivo”. En esa película contó con valentía y mucha franqueza los efectos de vivir con trastorno bipolar. Lo hizo, según dijo, para eliminar los tabúes en torno a la salud mental. Con el tiempo, por supuesto, el escritor se convirtió en una suerte de embajador del tema. A raíz de eso, recibió una carta de una joven llamada Crystal, una admiradora de su obra y alguien que pasaba por un período de depresión. El escritor le contestó esta carta llena de humor y de la empatía de alguien que conoce de cerca ese infierno. Lee el actor, director y dramaturgo Alfredo Martín. *** 10 de abril de 2006 Querida Crystal: Siento mucho escuchar que la vida te está deprimiendo en este momento. Dios sabe que puede ser muy dura cuando nada parece encajar y poco parece satisfacer. No estoy seguro de que haya algún consejo específico que pueda dar que ayude a devolverle a la vida su sabor. Aunque sus intenciones sean buenas, a veces es bastante irritante que la gente te recuerde lo mucho que te quiere cuando tú no te quieres tanto.He descubierto que es de cierta ayuda pensar que los estados de ánimo y los sentimientos hacia el mundo son similares al tiempo atmosférico: Aquí hay algunas cosas obvias sobre el clima: Es real. No se puede cambiar deseando que desaparezca. Si está oscuro y lluvioso, es realmente oscuro y lluvioso y no se puede cambiar. Puede que esté oscuro y lluvioso durante dos semanas seguidas, pero un día hará sol. No se puede controlar cuándo saldrá el sol, pero saldrá. Un día. Creo que ocurre lo mismo con los estados de ánimo. El enfoque equivocado es creer que son ilusiones. Son reales. La depresión, la ansiedad, la desgana... son tan reales como el clima... E IGUALMENTE NO ESTÁN BAJO EL CONTROL DE UNO. No es culpa de uno. PERO Pasarán: realmente lo harán. De la misma manera que uno tiene que aceptar el tiempo, también tiene que aceptar cómo se siente la vida a veces. "Hoy es un día de mierda" es un enfoque perfectamente realista. Se trata de encontrar una especie de paraguas mental. "Hey-ho, está lloviendo dentro: no es mi culpa y no hay nada que pueda hacer al respecto, sino sentarse. Pero es posible que mañana salga el sol y, cuando lo haga, lo aprovecharé al máximo". No sé si todo esto sirve de algo: puede que no lo parezca, y si es así, lo siento. Sólo pensé en enviarte una línea para desearte lo mejor en tu búsqueda de encontrar un poco más de placer y propósito en la vida. Mis mejores deseos Stephen Fry
La ciencia ficción. Su carácter humanista. Y el humor como respuesta a casi todo. Esas fueron algunas de las claves de la obra de Kurt Vonnegut. Pero la idea del episodio de hoy no es repasar el legado del escritor estadounidense sino contar un episodio que lo pinta de cuerpo entero. En 2006, un grupo de estudiantes de Nueva York recibió una tarea particular: escribir cartas a sus escritores favoritos invitándolos a visitar su colegio secundario. Ninguno respondió, salvo Vonnegut. Dijo que no podía hacer la visita, pero los compensó con esta carta preciosa. Un texto lleno de ingenio, de ternura y, por qué no, una lección de vida. Lee el actor Ariel Osiris. *** Estimados alumnos del Colegio Xavier, señora Lockwood y el resto de los profesores: Les agradezco sus amistosas cartas. Seguro que saben cómo animar a un anciano de 84 años en sus últimos años de vida. Ya no hago apariciones públicas porque me parezco cada vez más a una iguana. Lo que tenía para decirles, además, no me llevará mucho tiempo. A saber: practiquen cualquier tipo de arte. La música, el canto, la danza, la actuación, el dibujo, la pintura, la escultura, la poesía, la ficción, el ensayo, el reportaje... No importa lo bien o lo mal que lo hagan. No lo hagan para conseguir dinero y fama sino para experimentar el devenir, para descubrir lo que llevan dentro, para hacer crecer el alma. En serio. Quiero decir que desde ahora mismo hagan arte y haganlo durante el resto de sus vidas. Hagan un dibujo divertido o bonito de la Sra. Lockwood, y regálenlo. Bailen en casa después de la escuela y canten en la ducha y así sucesivamente. Hagan una cara en su puré de papas. Finjan que son el Conde Drácula. Aquí hay una tarea para esta noche y espero que la señora. Lockwood los repruebe si no la hacen: escriban un poema de seis líneas sobre cualquier cosa, pero rimado. No se puede jugar al tenis sin red. Haganlo lo mejor que puedan. Pero no le digan a nadie lo que están haciendo. No lo muestren ni lo reciten a nadie, ni a su novia, ni a sus padres, ni a la señora Lockwood. ¿De acuerdo? Rompanlo en pedacitos y deséchenlo en receptáculos de basura muy separados. Descubrirán que ya han sido gloriosamente recompensados por tu poema. Han experimentado el devenir, han aprendido mucho más sobre lo que hay dentro de ustedes y han hecho crecer su alma. Que Dios los bendiga a todos. Kurt Vonnegut
Esta es la historia de un amor nada fácil. Bueno, pensándolo bien, ¿qué amor lo es? A finales de la década del 10, en una fiesta de campo, el escritor Francis Scott Fitzgerald conoció a la novelista y bailarina Zelda Sayre. Alguien que se convirtió en un ícono de los años 20 por audaz, por inteligente, por tener una prosa filosa como un puñal y por ser una flapper, así se denominaba en la época a las mujeres que vestían faldas cortas, tomaban bebidas fuertes y conducían a alta velocidad. En definitiva: mujeres que hacían algunas cosas “escandalosas” para la época. Mujeres que con su actitud independiente fueron un faro feminista para las siguientes generaciones. Scott y Zelda se casaron en Nueva York en 1920 y al poco tiempo él publicó “A este lado del paraíso”, una novela que lo convirtió -que los convirtió- en celebridades. Los dos excéntricos. Los dos hedonistas. Los dos amantes de los excesos. El amante del alcohol. Ella con un largo rally por instituciones psiquiátricas. Fue un amor tan tortuoso como intenso y autodestructivo. Uno no podía vivir sin el otro. Pero la vida juntos, a veces, se parecía mucho al infierno. Buena parte de esta historia de amor está en el conmovedor libro “Querido Scott, querida Zelda”, del que elegimos dos cartas. En estos textos, ella le habla de pastillas, le dice “te quiero y tú me quieres y podemos estar agradecidos por eso” y da cuenta de un amor bravo como una tormenta brava. Lee la actriz Yanina Gruden. La ilustración de este episodio es de @danipajarona. — Montgomery. Alabama. Marzo de 1920. Querido Scott: Estuve deseando hacerlo por ti, porque sé el lío que estoy provocando y lo inconveniente que será todo esto- pero es que no puedo ni quiero tomar esas pastillas horribles- así que las tiré. Antes tomaría ácido fénico. Mientras sienta que estoy en mi derecho, no me importa mucho lo que pase. Además, preferiría tener una familia entera antes que sacrificar mi dignidad personal. La gente parece mirar todo desde una perspectiva equivocada- y yo me sentiría realmente como una puta si tomara una sola de esas pastillas, así que trata de entenderme. Por favor, Scott – hace lo que creas mejor- pero no hagas nada hasta que sepamos a qué atenernos, porque Dios, o algo por el estilo, ha hecho siempre que las cosas salgan bien, y quizás esta vez también. Te quiero y tú me quieres a mí, y podemos estar agradecidos por eso. Gracias por el libro- no me gusta. Marzo de 1920. Montgomery. Alabama. Cuando miro hacia el camino y te veo venir, veo a tus pantalones arrugados emerger de todas las tinieblas y brumas que corren hacia mí. Sin ti, querido no podría ver, ni oír, ni sentir, ni pensar, ni siquiera vivir. Te quiero y no voy a permitir que estemos separados una noche más mientras duren nuestras vidas. Estar sin ti es como pedirle piedad a una tormenta, o matar la belleza, o hacerse viejo. Tengo tantas ganas de besarte. En la espalda, en el pecho. Te quiero- y no sé cómo decirte hasta qué punto. Pensar que voy a morir sin que lo sepas. Tenes que esforzarte por sentir lo mucho que te quiero y lo inanimada que me quedo cuando te vas. Ni siquiera puedo odiar a esa gente detestable. Nadie tiene derecho a vivir fuera de nosotros, y están ensuciando nuestro mundo y no puedo odiarlos porque te quiero. Vuelve pronto. No podría soportar estar sin ti, aunque me odiaras y estuvieras cubierto de llagas como un leproso. Aunque te escaparas con otra mujer y me dejaras morir de hambre, te seguiría queriendo, lo sé, Amante, amante mío, cariño mío. Tu esposa. Zelda.
Al inicio de este podcast, grabamos una carta de Juan Domingo Perón. Un texto escrito desde la prisión cuando aún era coronel y dirigido a su amor Eva Duarte. Lo podés buscar en el episodio 11 de la primera temporada, leído por Víctor Laplace. Nos sentíamos en deuda con ustedes. Y esa deuda era, justamente, una misiva de ella. Eva María Duarte estuvo sólo seis años en la vida política argentina. Lo suficiente para transformarse en uno de los personajes más fascinantes de la historia del país. Creadora de la fundación que llevó su nombre, con la que construyó escuelas, asilos y hospitales. Gran luchadora por los derechos sociales. Impulsora de la sanción de la Ley de sufragio femenino. Ella fue todo eso y bastante más. Las clases altas la odiaban por pobre, por mujer y por insolente. La odiaban tanto como a los cabecitas negras, a los que ella les dio dignidad y con los que construyó su poder. Evita no necesitó de la canonización de la Iglesia para ser reconocida por el pueblo como un santa. Ahí están hoy, a más de 60 años de su muerte, los altares y las fotografías en las casas de los barrios populares de todo el país. En este episodio, recuperamos la carta que Evita le escribe a Perón a sólo un mes de su muerte. Una muerte que despertó alegría en sectores medios y altos. Muchos recuerdan las pintadas en muros de Buenos Aires con el lema “Viva el cáncer”, a raíz de la enfermedad que le quitó la vida. Acá, ella hace un repaso de su vida, le dice a Perón que lo ama. Habla de los sacrificios y de “sus descamisados”. Carta de Eva María Duarte. Carta de Santa Evita, como la llamó Tomás Eloy Martínez en su magnífica novela. Lee la actriz Ana Celentano. ***